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jueves, 4 de julio de 2019

Shazam (2019). Una vez superhéroe, dos veces niño


Entre todas las películas de superhéroes, las de DC son las que menos caso les he acabado haciendo. Por agotamiento del tema tras verme el 99 por cien de las estrenadas por Marvel, por no tener claro lo que quieren hacer como pasó con Escuadrón suicida, o porque, directamente, las tres horas de Batman vs Superman me tiraban para atrás, pero acabé quedándome en El hombre de acero, por pura curiosidad, y con Wonderwoman por la ambientación histórica. Entre la liga de la justicia y unos superhéroes más serios a los que al final, no les hice caso (algún día, ¡lo prometo! ¡Pero no puedo pasarme todo el día viendo a señores con capa en el cine!), se estrenaba la aparición de uno completamente opuesto al tono de los anteriores, y quizá menos conocido por el público. Uno cuya mejor identidad oculta resulta ser el convertirse en una persona completamente distinta a su alter ego heróico.



Shazam es el héroe en el que se convierte Billy Patson, un chico de 14 años que ha pasado gran parte de su vida huyendo de distintos hogares de acogida. Aunque no es en realidad conflictivo, sus escapadas solo se deben a querer encontrar a su madre, a quien perdió hace más de diez años. Pese a parecer alguien tramposo y desconfiado, este es elegido por el último de una orden de magos para recibir sus poderes y proteger al mundo de los Siete Pecados Capitales, unas criaturas demoniacas que lo amenazan desde hace siglos. Pero esta búsqueda no ha sido fácil, ha llevado muchos años, y cuando el elegido es un chico como Billy, es más probable que este pierda el tiempo haciéndose fotos con la gente, cargando los móviles con sus poderes o usándolos para sacarse algo de dinero. Aunque esto tenga que cambiar cuando el doctor Sivana, rechazado en su día para ser el elegido, cuente con los poderes de los Siete Pecados y esté dispuesto, además de a convertirse en el villano, a obtener los poderes de Shazam a toda costa.







El personaje principal, para los no lectores habituales de comic, es uno muy desconocido: creado en los años cuarenta, mantiene su presencia en las distintas etapas de DC pero cuenta con un trasfondo que hoy resulta un tanto anacrónico: el de un niño que se convierte en todo un Hércules al pronunciar la palabra mágica. Parecía un poco difícil hacer una adaptación moderna y tirando oscura de una premisa así, pero la decisión tomada ha sido justo lo contrario: abrazar ese estilo fuera de época, mucho más inocente, y rodar una película de comedia y acción con un tono más para todos los públicos y muy familiar. Sin molestarse en adaptar el traje a cánones más modernos, sin dotar de transfondos dramáticos…Una decisión que acaba funcionando, y no solo por lo inesperada.








La película es mucho más luminosa, en todos los sentidos, que los anteriores estrenos: los escenarios diurnos, las secuencias en ferias y parques de atracciones, así como la ambientación en vísperas de navidad (un poco chocante y sin explotar demasiado la fecha, porque el estreno oficial fue en marzo), y sobre todo, los colores del traje, completamente simples sin más tonalidades que el rojo, amarillo, y un Shazam interpretado por Zachary Levi, caracterizado aquí con un aspecto un tanto artificial y plasticoso que pega bastante bien con el superhéroe, que no deja de ser alguien que no es real. Unos colores también adecuados para la historia, que podría considerarse una comedia de carácter familiar más centrada en los lazos entre los personajes, y en la búsqueda del protagonista de su lugar, que en los enfrentamientos superheróicos. Es más, el protagonista, su obtención de los poderes, los secundarios, el tono entre cómico y emotivo y sobre todo, la incidencia en el tema de la familia, recuerda mucho a las comedias fantásticas de los ochenta, un estilo que recrea a la perfección sin resultar machacón con el aspecto nostálgico.



El enfoque más familiar hace que la película tenga una apariencia de producción menor: en realidad sigue siendo un estreno de presupuesto, es vistosa y no escatima en efectos especiales, pero estos no están tanto tiempo en pantalla como lo hacen el desarrollo del protagonista y la trama de cómo este busca a su familia real. Esto hace que secuencias como los monstruos que representan a los Siete Pecados tengan una presencia mucho más escasa (y casi mejor, porque aunque bien diseñados, no dejan de ser infografía de manual) y que el antagonista, el Doctor Sivana, salga hacia la mitad para enfrentarse en el desenlace. Una lástima, porque contaba con Mark Strong dándole vida y podría haberse aprovechado más al actor. Aunque en realidad, ambos aspectos del guión están muy equilibrados y se nota que en este caso, la intención era dar una mayor importancia a la comedia y a lo familiar.

Shazam tenía por delante una prueba difícil: ¿Es posible adaptar tal cual un superhéroe de los años cuarenta sin caer en lo ridículo? La respuesta, en su caso, fue sí. Y el abrazar ese aspecto pasado de fecha y enfocado a todos los públicos ha sido un acierto.



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