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jueves, 9 de agosto de 2018

Las increibles aventuras de H. P. L VII: Carter, Lovecraft y Después del fin del mundo

 
Cada vez resulta menos sorprendente que un libro esté pensado como parte de una serie, y esto se ha convertido en algo habitual en el fantástico. No es un motivo de queja teniendo en cuenta que suele ser muy corriente en otros campos como el policiaco, pero sí bastante cantoso cuando el lector encuentra un primer tomo terminado directamente en un cliffhanger. El seguirlo o no, depende de este último, y en el caso de la saga iniciada por Jonathan L. Howard, era algo que estaba esperando desde que, en su última página, los protagonistas se veían trasladados a un escenario bastante prometedor.
 
 
Después del fin del mundo continúa unos meses después de que Dan Carter y Emily Lovecraft, los descendientes (colaterales, especialmente en el caso de la última) hubieran “desplegado” el mundo que conocemos para salvarlo de las criaturas de las que su antepasado advirtió en forma de relatos. Las consecuencias de este acto suponen el haber desvelado un universo existente hasta los años veinte, en el que lugares como Arkham o la Universidad de Miskatonic eran reales. Pero en esos casi cien años, este mundo ha seguido su propio curso histórico, a veces similar, y a veces muy distinto al que conocían los protagonistas: lo más destacable es una segunda guerra mundial que no llegó a serlo, con el bloque comunista borrado del mapa por el bando alemán y un partido nazi que, aunque no les gusta que usen esa palabra, continúa existiendo para desgracia de Emily, que por su ascendencia acaba sufriendo el racismo como algo cotidiano. Y por lo que no le hace ninguna gracia que su socio, que continúa ejerciendo como detective privado, sea contratado por la propia Gestapo a fin de vigilar un proyecto científico en el que colaboran alemanes y estadounidenses. Y, aunque el mundo en el que se mueven los personajes sea muy distinto al que conocían, una cosa sigue siendo cierta: nunca sale nada bueno de la mezcla de nazis y Mitos de Cthulhu.
Con el primer tomo, Howard tuvo una ocurrencia que suponía un triunfo seguro: emplear a H. P. L. como protagonista en una historia, realista o fantástica, suponía hilar muy fino a fin de que este pareciera un personaje bien construido, o que recordara a su contrapartida real. Por no hablar de la limitación temporal que implicaba esta. La ida de un descendiente, por poco probable que resulte, supone una mayor libertad en ambos casos. Además de seguir asegurándose que muchos lectores acabaremos picando en cuanto veamos la palabra Lovecraft en la portada…En todo caso, su mezcla de trama detectivesca con un poco de horror cósmico y presentación de los personajes, funcionaba, abriendo muchas posibilidades de cara a la siguiente entrega. El enfoque de la segunda, en cambio, recuerda un poco a la frase de los Monty Python: “y ahora, algo completamente diferente”. En la trama, al menos en su mayor parte, el aspecto de los Mitos es muy secundario, no haciendo su aparición más evidente hasta el desenlace, y esta, a ratos, resulta mucho más cercana al espionaje que al fantástico, salvo por el haber sido planteada en un universo alternativo. En algunos casos llega a parecer que esta correspondía a alguna novela que el autor tenía en mente y fue reciclada para la saga en la que se encontraba trabajando en ese momento.
De este escenario, lo más divertido acaban siendo las interacciones entre sus protagonistas. Hay un aspecto principal, esa corriente histórica alternativa que afecta a la trama, y uno secundario, donde los personajes deben adaptarse a aspectos cotidianos muy dispares y a unas referencias de la cultura popular muy distintas a las que conocen: Netscape es el navegador por defecto, donde las frases de las películas que la gente cita son distintas, y sobre todo, el guiño a los lectores que supone el convertir en algo real, al menos en el libro, la geografía descrita por Lovecraft. Donde Arkham es una ciudad, en palabras de la propia Emily, más bonita que Providence, Dunwich e Innsmouth distritos chungos (hay cosas que no cambian) y cualquier estudiante puede cursar una carrera en Miskatonic. Hay que reconocer que este, y los detalles menores que mencionan, son algunos de los mejores guiños que el libro ofrece.
Si a su primera entrega se le podía achacar de faltarle atmósfera, disculpable al tratarse un poco de la presentación de los personajes y su entorno, aquí es algo que sigue faltando. Salvo por soltar, casi de sopetón en las primeras páginas, la presencia de los nazis en la política moderna y su posterior implicación en la trama sobrenatural, estos resultan un poco descafeinados, como si al autor se le ocurriera ponerlos ahí para hacer el escenario de los protagonistas menos deseable, o porque directamente, no puede faltar un universo alternativo sin que los nazis hayan ganado una guerra. La sensación, a veces, es que Howard no quiere mojarse en lo que podrían ser los aspectos más controvertidos y que sin embargo, ha incluido: Emily puede pasarse medio libro protestando de los nazis y el supremacismo blanco, que solo aparece cuando la trama lo requiere, y cuando no, no supone ningún impedimento para llevar a cabo situaciones que, de haberse tomado el escenario un poco más enserio, serían muy difíciles de llevar a cabo. Esta, en un momento dado, se integra sin ningún problema en una base formada nada menos que por científicos nazis y oficiales de las SS. Para ser los malos oficiales, se toman su trabajo con bastante pragmatismo…
Pese al cambio de registro, que puede parecer no del todo acertado, Después del fin del mundo sigue manteniendo, igual que Carter & Lovecraft, una facilidad de lectura propia de una serie muy pensada para divertir al lector: se lee rápido, y una página tira de otra casi más que en el primer tomo. Además de acabar ofreciendo un nuevo cliffhanger que, salvo que la editorial apriete mucho a Jonathan L. Howard, no veremos resuelto hasta dentro de un par de años.

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