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jueves, 16 de agosto de 2018

Blackwood (2018). Me parece que ya no estamos en Hogwarts…



Hay algunas películas que el único motivo por el que se acaba en una sala de cine viéndolas es por no tener otra cosa disponible, o, teniendo en cuenta la última ola de calor, por la posibilidad de disfrutar de aire acondicionado durante noventa minutos. Es lo que pasó la semana pasada, cuando el estreno más interesante era una película de terror adolescente…Bueno, o eso, o Mamma mía!. Y si me ponen entre una comedia romántica o una de terror malilla, siempre me voy a quedar con lo malo conocido. En el último caso, la otra opción tampoco parecía demasiado prometedora: basada en una novela juvenil, después de tener que pasar por juegos del hambre, divergentes y corredores del laberinto. Uma Thurman con un doblaje imitando el acento francés a lo Pierre Nodoyuna, y el libro en el que se basaba el guión era de la misma autora que Sé lo que hicisteis el último verano, que inspiró aquella película de la quinta de Scream…Lo único que podía pensar en ese momento es que, era eso, o 35º a la sombra.


Blackwood resultó no ser una mala idea para una tarde así: este es el nombre de una mansión desvencijada (y con pinta de tener bastantes corrientes de aire. Y goteras. Y probablemente carecer de cédula de habitabilidad) que alberga un internado muy especial: destinado a jóvenes con problemas de inserción social, les ofrece la posibilidad de una educación y descubrir talentos que no habían tenido la oportunidad de desarrollar. Kit es una de esas jóvenes, que tras su enésima expulsión es enviada, junto con otras alumnas, a la academia donde su directora, Madame Duret, parece capaz de sacar lo mejor de cada una. En un breve espacio de tiempo estas empiezan a demostrar sorprendentes aptitudes para las matemática, la poesía, la pintura o la música, pero también a comportarse de forma extraña. Kit, quien empieza a debatirse entre la realidad y las pérdidas de memoria que acompañan estos talentos recién descubiertos, descubre algo en común en sus compañeras: todas ellas, en algún momento de su vida, han tenido un encuentro con lo sobrenatural.



Es un poco contrasentido el quejarse de que una película destinada a adolescentes tenga cosas para adolescentes, pero parece ser también la idea de su director. Rodrigo Cortés, pese a trabajar con un material pensado para un público joven, opta por desarrollar una historia con un aspecto más obvio, casi huyendo de cualquier aspecto que pueda identificarlo con ese rango de edad, y ofrecer una película de aspecto muy clásico y muy deudora del gótico. Desde las primeras escenas en el internado eliminan cualquier referencia elementos modernos (aunque el guión se ambiente en la actualidad, el libro es de los setenta), con un truco tan sencillo como el de no permitir móviles en la academia, y explotan al máximo los escenarios que puede ofrecer un caserón del siglo XIX reconvertido a internado. Lo cierto es que, en princpio, la idea de alejar a los personajes de elementos comunes a su edad funciona y hace que la trama resulte más intemporal, y un tanto nostálgico: en el fondo, los personajes y la ambientación en una academia aislada recuerda un poco a las series infantiles clásicas sobre colegios e internados.
En realidad, es la atmósfera lo mejor que la película ofrece: los pasillos de la mansión, las salas escondidas, los exteriores, y sobre todo, las escenas de corte fantástico, que acaban apareciendo de forma un tanto brusca, responden a la idea de ofrecer una historia clásica, donde el público pueda empatizar con personajes más jóvenes que ellos y sin que estos, por suerte, se conviertan en el prototipo de adolescente asesinable. Si eso era algo a lo que su director temía, puede estar tranquilo, porque ha funcionado.
 
En cambio, una vez descubierta la trama fantástica, la película se vuelve algo más atropellada. Si bien las protagonistas acaban comprendiendo lo que sucede, los objetivos de sus antagonistas no terminan de quedar claros, y acaban mezclándose con apariciones súbitas de espectros que tampoco se sabe muy bien que hacen, además de un amago de historia romántica entre la heroína y el hijo de la directora con todo el aspecto de ser la concesión a los clichés propios del cine juvenil. Acaba no incordiando, pero no hace nada, y provoca que el profesorado que compone Blackwood resulte bastante soso: ni termina de empatizar ni de resultar amenazador. Y aunque el personaje de Uma Thurman se empeñe en parecer fanático, este acaba resultando desdibujado.
Blackwood, con todo, no es una mala producción. La idea de ofrecer una película de terror adolescente huyendo de los clichés de ese género, funciona, en gran parte gracias al material en el que se basa. Y aunque su desenlace no sea todo lo que podría esperarse, al menos es una película entretenida, visualmente bonita, y que en este caso, justifica el haberse acercado al cine.  

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