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lunes, 21 de marzo de 2016

Macbeth (2015). Una sola obra, y varias versiones para cada público.



Los clásicos nunca han sido un punto fuerte en mi caso. Lope se queda en una lista de títulos teatrales memorizados de cara a un examen y en una proyección de El perro del hortelano de Pilar Miró. Shakespeare, en una enumeración teórica de como sus personaje representan pasiones y defectos humanos. Y de como películas y  novelas de siglos posteriores se inspirarían en muchos de sus argumentos. Los cuales, por cuestión de intereses y aficiones, conozco bastante mejor que a Hamlet o a Próspero. Y por lo que la frase "When shall we meet again?" me hace pensar en Magrat Ajostiernos en lugar de las brujas de un clásico del teatro.



Esta es también la frase con la que se abre la última versión de Macbeth, donde el director Justin Kurzel traslada el texto original de Shakespeare a la pantalla. Una vez más, como en tantas otras representaciones, una profecía desencadena una historia de ambición, locura, destinos ineludibles y quizá un ciclo condenado a tener lugar de nuevo. Profecía que se convertirá en la obsesión de Macbeth y su esposa, quien perderá el favor del Rey, la amistad y la vida de Banquo por la corona que unas hechiceras le anunciaron. Pero que a su vez, también le advirtieron de su inminente pérdida.



Hay miles de formas de pasar a Shakespeare al cine: las formas teatrales, los escenarios modernizados, conceptuales o la recreación histórica. Kurzel opta por una plasmación que mezcla ambos estilos_ los personajes de la obra se mantienen, al igual que la época, el lugar y el verso de los diálogos. Pero estos se muestran de una manera muy irreal, donde las tierras escocesas aparecen envueltas en nieblas, en ocasiones en colores imposibles y donde las construcciones y los vestuarios suponen una mezcla de culturas y épocas pasadas. Escocia aparece aquí un paraje desolado, cuyas escasas fortalezas medievales esconden catedrales góticas, y donde la vestimenta de sus habitantes es una mezcla  de atuendos europeos, orientales y adornos de aspecto ortodoxo. El resultado se separa del contexto histórico reconocible, pero que aporta algo distinto. Al igual que las secuencias de acción que una obra, que, incluyendo batallas y duelos, incluye de forma necesaria: esta se aleja completamente de las multitudes y la filmación típica del cine histórico, pero también del estilo más moderno impuesto desde 300: planos fijos, cámaras lentas, e incluso fotografías donde su protagonista es el único que parece poder moverse en el escenario.

Esta aproximación se nota también en el resto de la realización. Seguir un texto clásico para alguien no acostumbrado es difícil, pero más atrayente recurriendo a una estética muy alejada de los clasicismos y donde el referente más cercano son lo irreal o los sueños. En este caso, mediante escenarios grises, fantasmagóricos, o donde estos cambian de forma drástica y son capaces de mantener una secuencia final  filmada íntegramente en rojo. Y donde un elemento tan propio del teatro como el monólogo se resuelve en muchos casos  mediante una técnica tan propia del cine como la voz en off y las secuencias de transición.



En esta ocasión Macbeth y su esposa son interpretados mor Michael Fassbender y Marion Cotillard, de esos actores que alternan cine de taquilla con producciones más personales y que en ambos casos, cuentan con un carácter propio muy marcado que imprimen a sus personajes. La aproximación a estos es en general, poco de escenario teatral pero sí muy emotiva: estos mantienen muy poca distancia entre ellos, parte de los diálogos parecen susurrados entre ellos. Actitudes completamente opuestas a las brujas, cuya aparición comienza con su célebre frase pronunciada de una forma completamente neutra, pero con cierto fatalismo y melancolía.



Macbeth es una versión de tantas otras de un clásico. Pero que, lejos de quedarse en un estilo más formal, o en una película  para ser proyectada en una clase, opta por un estilo visual muy propio. Y que por lo fantasmal, por la aproximación de Fassbender y el reparto, y también por lo macabro, se ha convertido en mi versión de Shakespeare.

3 comentarios:

José Miguel García dijo...

Aunque fui a verla con cierta reconvención, esta versión de "Macbeth" me parece muy interesante, sobre todo porque asume bien lo que han hecho los autores más importantes que la han adaptado antes (Welles, Kurosawa, Polanski) pero introducen una nueva perspectiva. En mi opinión, la clave está en esa escena que inventan, que no está en Shakespeare, el entierro de su hijo. Para mí, todo lo que hacen después los esposos Macbeth es una especie de huida hacia delante en busca del reino de la Muerte, y de ahí la irrealidad que aportan los efectos de luz e incluso el exagerado primitivismo de esa Escocia más brutal que nunca. Y además, con un estupendo Fassbender.

Anacrusa dijo...

A lo mejor soy un poco hereje, pero me gustó más que las de Welles y Polanski, sobre todo la última es un soberano tostón. Cada época suele adaptar/readaptar a Shakespeare, y esta versión de 2015 me gustó bastante.

Renaissance dijo...

Los hijos y la descendencia en esta versión tienen una presencia muy importante: la escena inicial (y la fantástica banda sonora que acompaña a esta y al resto del metraje) con la muerte del hijo, una de las tres brujas con un bebé en sus brazos o incluso el cierre con el hijo de Banquo huyendo. Le añade un matiz muy interesante al tema de la fatalidad y el destino que también plantea la obra.

Los escenarios, también, fue lo que captó mi atención: el paisaje escocés, que por lo primitivo y abrupto al público casi nos resulta tan irreal como las tonalidades que emplean posteriormente.

Anacrusa: bueno, reconozco que esta es la única versión que he visto de Macbeth, pero que me ha gustado. Quizá porque también es uno de los textos que hoy más se recuerdan y con más vigencia argumental (también confieso que a Romeo y Julieta le tengo una especial inquina. Aburrida me tenían los dos niñatos protagonistas..). La adaptación, sin duda, la mía: rara, fantasmagórica, y muy alejada del estilo más clásico que se hizo célebre con Kenneth Branagh en los noventa, con quien tenía asociado al autor.

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