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lunes, 25 de enero de 2016

Sinister 2 (2015). De siniestro, solo el nombre y de secuela, solo el número



Si hay algo de lo que no puedo quejarme sobre mi género preferido es la cantidad de buenas películas de terror que he podido ver en los últimos años. Y que esta abundancia no se componga exclusivamente de secuelas de una franquicia (bueno, Saw y Paranormal Activity son los Viernes 13 del siglo XXI, pero estas me las he saltado). En el resto de casos, o bien se trataba de historias cerradas o sin interés para continuarlas, o bien estas sí daban pie a una segunda entrega que realmente aportaba algo, sin quedarse en un sacacuartos. Con la impresión de que ahora la norma era el carácter un poco más cuidado de estas segundas partes, creí que con Sinister podrían inventarse un buen motivo con el que continuar un guión que, en la primera película, había quedado más que cerrado. Pero en realidad sirvió para demostrar otra cosa: que hoy sigue siendo posible hacer las cosas mal. Y si hace falta, se recurre a los fallos del cine de hace años para que el resultado sea todavía peor.

 


Sinister no había sido una gran película. Quería ser una de casas encantadas en las que se combinaban trucos muy tópicos, como los sustos predecibles o el comportamiento absurdo de los personajes, con ideas tan peregrinas que la hacían memorable, como el elemento central de la historia que era…un demonio cuya maldición se transmitía a través de la imagen en cintas de super 8 (el demonio, por supuesto, babilonio. Porque Mesopotamia lleva exportando clichés para guionistas desde los comienzos del cine). Un planteamiento muy raro, unos recursos tópicos para crear atmósfera pero que, como guión independiente, funcionaba como funcionan en algunos caso los relatos de terror: se salía de la norma y para que algo resulte inquietante, no puede buscársele el sentido. En la segunda parte, la maldición de Baguul, esta criatura, continúa, ya que no está sujeta a ningún lugar específico. Un policía, testigo de los hechos anteriores, se dedica a localizar todas aquellas casas donde se ha manifestado para quemarlas y acabar con su rastro. Pero en una de ellas es el hogar temporal de una mujer y sus dos hijos. Esta, intentando escapar de su marido, no es consciente del comportamiento extraño de estos, quienes desde su llegada a la casa, han encontrado a un grupo de niños y una colección de cintas antiguas en el sótano.



Si la primera parte intentaba aportar todo lo posible para que el público suspendiera su credibilidad y se metiera en aquel planteamiento tan extraño, esta entrega se carga cualquier logro que hubieran conseguido. Las escenas de los niños fantasmales sentados entorno a un proyector funcionaban entonces, pero ahora son estropeadas al querer enfocar esta trama desde el punto de vista de estos niños. Que hablan, que recuerdan demasiado a otras películas anteriores sobre niños siniestros, especialmente a Los chicos del maíz y que por exceso de exposición, hace que todo lo macabro y extraño que pudiera tener su aparición pierda esta característica y haga mucho más patente su absurdo. La atmósfera terrorífica intentan mantenerla a base de una banda sonora machacona, de apariciones fortuitas del monstruo principal y con otros trucos similares, que fueron casi la norma en el cine de terror de principios del 2000.

 


El guión adolece también de un montaje muy torpe: por un lado, todas las apariciones de los niños y de las cintas que intentan recordarle al público que están viendo una película de terror, y por otra, la trama de los personajes, sobre una mujer luchando por la custodia de sus hijos, un marido maltratador y malvado sacado en la última media hora, para poder justificar un asesinato, y un protagonista, por decirlo de algún modo, que no genera ninguna simpatína. Ni antipatía, ni interés, ni características propias, salvo una especie de estado de tembleque contínuo por aquello de que parezca un personaje y no un monigote. El efecto final es el de una película rompecabezas: una historia de fantasmas que va por un lado, y otra, propia de un telefilme de sábado por la tarde, que va paralela y en un momento determinado, coinciden en la parte final. Un final también propio de un telefilme, con una especie de susto a modo de cierre que no termina de quedar claro ¿es un final abierto? ¿Es un giro? ¿O es un screamer como en los videos de youtube?

 


Sinister 2 consigue una cosa: cargarse ella sola un amago de franquicia. Sin mucho sentido, ni personajes, ni en el fondo, necesidad de secuela, en cierto modo, hay que agradecerle que se llegara a producir: así queda comprobado que las cintas terroríficas y las maldiciones sirven para una sola película, y que estirar la historia es un error.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

La primera me gustó mucho, y esta segunda pensé (todavía no la he visto) que sería parecida. Por lo que dices, no es así. A veces lo que se supone que es la continuación de una franquicia se convierte en una parodia.

Renaissance dijo...

La primera también me gustó, aunque es de esos casos en los que la historia es un poco como The Ring: se disfruta, sin buscarle la lógica a lo que sucede (o eso, o empiezas a imaginarte al terrible demonio buscando todas las tiendas de revelado donde todavía trabajen con Super 8).
Esta secuela, directamente, es un desastre. Nada que ver con, por ejemplo, Insidious, donde era parte de una historia y se mantenía muy bien. El camino que tomaron no es el de la repetición, ni siquiera la parodia...simplemente, es guión es malo. De esos casos en los que puedes saltarte la secuela perfectamente.

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