Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

viernes, 7 de octubre de 2011

El vals lento de las tortugas. Aunque solo salga una, y de pasada.



Tortuga o no tortuga, aquí lo que hace falta es un gatico.


No suelo estar muy al tanto de la literatura reciente ni de las listas de ventas (para mí los best-sellers se acabaron tras el boom del Código DaVinci), por lo que cuando me coincide de leer alguno de los anteriores, suelen pasarme dos cosas:

- Que al desconocer el éxito y su argumento, lo trate con bastante objetividad.
- Que me sorprenda su éxito y me pregunte por qué no me he enterado hasta ahora.

Tampoco mucho porque, cuando se vive a base de bibliotecas y de lo que se reseñan en páginas muy específicas, no hay tiempo para más cosas, salvo que se trate de un regalo como lo fue El vals lento de las tortugas, de Katherine Pancol. Que, por lo visto, es la exitosa segunda parte de Los ojos amarillos de los cocodrilos, que no he leído, ni ganas.



Pero poca falta hace para enterarse de lo que pasa: en unas pocas páginas, la autora resume la anterior historia de una viuda apocada, que escribe una novela como “negra” para su hermana. El vals lento empieza con su protagonista viviendo en un barrio rico de París, tras haber reconocido la autoría del libro, y lo que empieza a suceder a su alrededor, que para lo que yo me esperaba, es bastante raro: empieza recibiendo un paquete con los efectos personales de su difunto marido, a quien se zampó un cocodrilo (en África, no en Francia. El Sena está sucio, pero de momento no tiene bestias asesinas), recibe una postal de este, sufre un intento de asesinato, y para colmo, su cuñado empieza a enamorarse de ella. Todo esto y mucho más en 750 páginas.

Para lo que podía esperarme en una novela no-fantástica, lo que le sucede a los personajes es bastante extraño, a veces mucho, pero siempre en el límite de lo que puede ser verídico. Falla un poco cuando todo eso le está pasando a un grupo reducido de personas…y puede que sorprenda viniendo de alguien más acostumbrado al género fantástico, pero cuando leo algo realista, espero que lo sea, ya se trate de un drama o de una historia policiaca (a cosas como La trilogía de Nueva York se lo perdono, que Auster es mucho Auster), y me resulta bastante chocante el que aparezca de por medio una bruja echando mal de ojo, o las reflexiones de un niño de un año acerca de sus vidas pasadas.

A los personajes tampoco hay mucho que pedirles, todos van muy en bloque: los ricos son prepotentes y tienen trapos sucios, los protagonistas, más allá de no conseguir decidirse sobre sus vidas, son los más simpáticos, sin muchos defectos…y lo que es peor, la autora no se luce mucho a la hora de caracterizar a los personajes masculinos, que, o bien son intelectuales en su mundo, o tarjetas de crédito con patas a los que, lo mejor que puede pasarles es encontrar una buena mujer, que los quiera por lo que son, no como sus anteriores esposas, que solo los querían por el dinero. Y entre ellos, muchas lágrimas, mucho drama, y muchas promesas de esperarse los unos a los otros. Que aunque no se trate de una novela romántica propiamente dicha, a algunas puede aburrirnos cosa mala.

A favor tiene una cosa: el lenguaje es muy asequible, al menos en el idioma original, y permite seguir perfectamente tanto la historia, como actualizar un poco el vocabulario, sin tener que echar mano al diccionario continuamente.
Como una cosa es lo que opine yo y otra, lo que opine un grupo muy grande de lectores, Las Tortugas han seguido teniendo éxito, y la serie se cierra con Las ardillas de Central Park están tristes los lunes. Pero creo que tengo más libres pendientes como para preocuparme por lo que les pasa a las ardillas.

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