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jueves, 10 de octubre de 2024

Las colinas tienen ojos (1977). El infierno son los demás

 




Los setenta supusieron el fin del sueño americano  que el cine se había esmerado en reflejar.  El intento, salvo ciertas producciones,  de  mostrar una realidad más amable, obviando los conflictos que  luchaban por salir a la superficie, daba paso a un público consciente de la violencia, tanto  en el exterior, con la carnicería emitida en diferido desde Vietnam, como interior, donde el mundo alejado de los núcleos  urbanos  era mostrado como un entorno desconocido  y peligroso. Una sensación de desengaño, desamparo, en la que ningún lugar  era seguro y muchos cineastas   reflejaban entonces. los perros de Paja de Peckimpah, los excursionistas en Deliverance de Boorman, pero también  el cine de terror se adentraría en esa realidad, ya  alejada de los monstruos clásicos, donde el horror estaba en una carretera desolada y hacía que el castillo de un vampiro europeo fuera un lugar re conocible y amable. La violencia, menos explícita de lo que se recuerda en  La matanza de Texas, pero también  La última casa a la izquierda de  Wes Craven. También este último, mucho antes de volver al terror sobrenatural, ese escenario en el que  la violencia  se convierte en algo inherente al ser humano, tras la cual, la civilización es solo una capa muy fina. 



Las colinas tienen ojos comienza con la llegada de una  autocaravana a un paraje,  camino de California, que solo puede definirse como en medio de la nada.  En una ruinosa gasolinera el cabeza de una familia compuesta por un policía retirado, su mujer, sus tres hijos, su nieta y su yerno, preguntan como llegar a una antigua mina. Las recomendaciones   del empleado  acerca de los peligroso de atravesar  una carretera en el desierto, cerca de un campo de pruebas del  ejército aéreo,  es ignorada y poco después, un accidente los saca de la carretera y les obliga a pasar la noche en el desierto mientras los hombres de la familia buscan ayuda.  Pero durante la noche,  estos son atacados por los habitantes del desierto: un clan de  caníbales, que tras matar a los más ancianos, no dudan en saquear la caravana y llevarse al recién nacido. Destrozados, los supervivientes intentarán defenderse, con la misma  brutalidad, , de los asesinos que han prometido regresar. 


La historia  está inspirada directamente en la leyenda de Sawney Bean, el  patriarca de un linaje de caníbales que instalados   en una cueva  en una región de Escocia, mataron y devoraron a más de mil personas.  Un relato de carácter mítico, que si bien parece  alejarse del enfoque más crudo  del terror, es abrazado directamente desde en el momento en que uno de los personajes explica el origen de los asesino que los persiguen.  Cambiando  la Europa del Siglo XVI por  Estados Unidos en 1929,  se  acercan  también al final de los locos 20 (y que parte de los nacidos en esa década  andaban por la cincuentena en los setenta), acercan la sensación de abandono a u n escenario mucho más  familiar, como esa carretera que conecta núcleos urbanos pero que parece ajena al territorio desconocido para los protagonistas, urbanitas e incapaces de defenderse fuera de la seguridad de las ciudades. Es precisamente la figura   de autoridad más antigua, ex policía, el primero en ser asesinado  por esa  tribu de caníbales  concebida como un reflejo oscuro de los personajes principales, mostrados como civilizados   que, hasta el desenlace, parecen indefensos en un lugar donde todo es una amenaza, desde las temperaturas del desiertos, hasta las distancias, pasando por los animales que lo habitan. 




Es precisamente el desierto uno de los mejores recursos disponibles. Un espacio abierto en el que  alternan secuencias nocturnas y diurnas  pudiéndose ver en estas últimas la extensión del terreno y la sensación de encontrarse ante un paisaje lunar, donde   los únicos núcleos humanos son una ruinosa gasolinera y una cueva habitada por salvajes. Y en la que  la única muestra de civilización, casi artificial,  será  esa caravana, el reflejo de un hogar tradicional que  será pronto invadido y destrozado.  Escenario donde la posibilidad de  estar  habitado  parece tan  improbable como  amenazador, y que  seguiría utilizando se años después en propuestas como Horror  in the HIgh Desert. 




La realización en algunos momento resulta un tanto torpe. ES una producción hija de su tiempo, donde se mantiene cierto tono de cine de guerrilla, ese metraje con grano tan reconocible de la década, y se aprecia atropellado de algunas  situaciones, donde rozan un poco lo absurdo, y unos actores   a veces un tanto limitados  cuando se les pide un registro más allá de la violencia o  el miedo (al parecer alguno venía del cine para adultos.  Y no precisamente de las películas subtituladas del cineclub). Esto hace que la película tenga más valor en su conjunto de una forma similar a La matanza de Texas, e incluso a La noche de los muertos vivientes: por el uso, casi  pionero, de la lejanía de la ciudad  como algo hostil, y sobre todo, por esa parte crítica que se ve reflejada en el metraje. La oposición entre ambas familias (con un mismo numero de miembros y una misma figura de autoridad) casi  como un doble,  teniendo la violencia como nexo de unión, y el progresivo deterioro de su visión tradicional.  En los primeros minutos, se suceden las pequeñas discusiones,  desde el uso del lenguaje malsonante  hasta  una disputa  sobre quien ha sido el culpable de haberse perdido. Y finalmente, el regreso a una reacción instintiva de defensa y ataque, muy similar a la de los antagonistas, que  se plasma de forma descarnada en la  pelea del desenlace. Este se convierte en un final abrupto, carente de cualquier epílogo y   centrado únicamente en lo principal: la supervivencia. 

Las colinas tienen ojos, además de una de las películas  principales de Wes Craven ,es una de las más importantes dentro del terror de los setenta,  además de uno de los primeros papeles de Michael Berryman, un actor, que al igual que  Javier Botet años después,  destaca por su particular apariencia y desarrollaría una carrera de lo más  variada, no sola en el fantástico. 



1 comentario:

Anacrusa dijo...

Hace mucho que no veo esta peli o su remake. Recuerdo la suciedad, quizás no tan exagerada como en La matanza de Texas. Y bueno, que Craven demostró que lo suyo no fue flor de un día, como el pobre Hopper.

Los 70 se han convertido en mi década favorita del cine. Deliverance, Perros de paja, los gialli y exploitation italianos... Se aprecia ese fin de época y el contraste también, en el caso estadounidense, con el fin del sistema de estudios. Pelis de guerrilla con un lenguaje totalmente nuevo donde priman la violencia y una forma de ver el mundo más sombría.

Michael Berryman tiene una carrera particular xD.

Leyéndote me han dado ganas de volver a verlas, y de paso a provechar y echarle un ojo a las secuelas, que nunca las he visto. Sí que en su momento me las vi seguidas y me gustó más el remake de Aja, que en ese mundillo de los dosmil de remakes de clásicos de los 70 y 80 destacaba por encima de la media.

Lo peor que nos puede pasar si tenemos un accidente y nos perdemos en el desierto creo que es quedarnos sin cobertura. ¿Cómo vamos a leer stories en IG o mandar vídeos al TikTok? Dramitas del siglo XXI xD.

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