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jueves, 19 de septiembre de 2024

Gueules noires (2023). Horror cósmico y grisú

 


Una vez superados los intentos por adaptar los relatos de Lovecraft  de forma literal,  fue viéndose de forma cada vez más clara la viabilidad de hacer una película basada en los Mitos de Cthulhu que trasladar a imágenes el material original. En la boca del miedo resumía perfectamente esta mitología y la ficción a través de los libros de Sutter Cane. Muertos y enterrados, sin mencionar directamente a H. P. L, se considera una película lovecraftiana, e incluso rarezas como Messiah of Evil hacían del pueblecito de Point Dune y sus extraños habitantes un lugar que podría rivalizar con el propio Innsmouth.  Conociendo los mecanismos, una historia original podría, en pantalla, ser tan fiel a Lovecraft como cualquiera de sus relatos, e incluso, separarse de los escenarios de Nueva Inglaterra donde había arraigado. Después de todo, el Viejo Continente tiene un trasfondo mucho más antiguos, tanto como para haber quedado restos de esas criaturas anteriores  a la humanidad…idea que el director Mathieu Thuri tomaría en 2023 para una película claustrofóbica, oscura, pero también muy clásica y que traslada referencias ya conocidas por el público a un escenario menos habitual.



Las caras negras del título es el apodo con el que se conoce a los mineros en el norte de Francia: independientemente de su origen, francés, italiano, español o marroquí, como el  recién llegado Amir,  sus rostros adquieren la misma tonalidad  negra por el carbón de las minas. Durante los años cincuenta, todavía lejos de la reconversión industrial   pero también lejos de las medidas de seguridad más básicas, los trabajadores descienden cada turno sabiendo que este puede ser el último. Es al comenzar una de estas jornadas cuando al  equipo de Roland, el más veterano, se unen no solo sus compañeros habituales y el novato Amir, sino un visitante fuera de lugar en el  gigante complejo extractor de carbón: el profesor Berthier,  quien ha pagado lo suficiente como para asegurarse que  este pueda bajar a una profundidad más allá de los mil metros, saltándose incluso los ya de por si escasos sistemas de seguridad a la hora de abrir nuevos caminos subterráneos. Allí, sin más luz que la proyectada por las linternas de sus casos, encuentran restos de una tragedia  minera sucedida ya hace un siglo, pero cuya fama todavía  es recordada entre los trabajadores. Y también inscripciones, en un idioma desconocido, con el  que le profesor parece estar familiarizado, y que  le conduce a una cámara,  repleta de restos humanos, mucho más antiguos que  parecen guardar un gigante sarcófago. El profesor se niega a  explicar cualquier cosa al equipo que lo acompaña, pero parece conocer bien a quien, o a quien, pertenecía ese santuario.



La película es una cinta de terror, muy claustrofóbica, donde el escenario, con referencias tan pulp como el material en el que se inspira, rodada  de forma muy efectiva y concisa. Esta,  con un escenario muy limitado por el espacio y la luz, funciona también como lo hizo The Descent en 2004…e incluso mejor,  dado que las efectos especiales y la presencia inevitable de la criatura son reducidos al mínimo. El protagonismo se cede a ese escenario tan  específico pero a la vez reconocible, y a esos protagonistas en los que la lógica no  falla: son mineros, su trabajo   es estar a kilómetros de la  superficie, donde  nadie con otra opción querría estar, si no se marchan, es porque un accidente ha taponado las vías de salida. De este modo, el grupo de protagonistas, de los que pocos se sabe salvo su trabajo, sirven para desarrollar un trasfondo que en un momento del pasado, pero que en ningún caso podría  verse con nostalgia o como una idealización para una historia de terror. Lejos de recurrir a esos años veinte, ya centenarios, la mitad de siglo en la que transcurre el guion hace mención a las dos guerras anteriores, a los cambios que experimenta el país pero también a los que sufrirá.  Pese a su carácter anecdótico (en este caso “algo oculto bajo la tierra”)  tiene espacio para cierta crítica social. La selección, casi brutal, de los trabajadores marroquíes que s e lleva a cabo en los primeros minutos, ese equipo de mineros formado por las primeras oleadas  de inmigración, en su mayoría, intraeuropea, tras la guerra, o  el temor a la que mina cierre, bien por peligro, o bien por un descubrimiento que les haría perder el sustento. Un elemento de crítica que parece estar muy presente en el cine francés fantástico reciente,  donde incluso escenarios tan de serie B como  el edificio infestado de arañas de Vermines sirve para reflejar ese deterioro del París  metropolitano, o en este caso, una historia de terror tradicional hace una referencia muy poco velada a lo poco que ha cambiado Europa en setenta años.


El guion, y su desarrollo, sigue un esquema muy clásico. El público sabe lo que va a su ceder desde el momento en que  conoce el argumento, y este e s un poco como leer un relato de casas encantadas o de fantasmas: no inventa nada, pero seguramente funcionará y resulta en cierto modo reconfortante. Este, salvo los escasos exteriores en los que se aprovecha muy bien el contraste entre los espacios abiertos (el desierto en Marruecos y la monstruosa infraestructura exterior de la mina) y los túneles en los que se desarrolla gran parte de la trama. En muchos casos, no son más que una sucesión de pasillos y recodos, iluminados en tonos cálidos por linternas antiguas, y que incluso la cripta donde se oculta la criatura responde también ea ese diseño básico de espacio cavado entierra. No se cuenta, en todo caso, con mas ayuda que los planos muy  cerrados de los actores, la labor de estos, especialmente  Samuel le Bihan como minero veterano,  Jean  Huges-Anglade poniendo cara a ese profesor que parece haber perdido todos sus puntos de cordura (un símil inevitable porque  el guion  también guarda un gran parecido con cualquier aventura corta de La llamada de Cthulhu) y l a sorpresa de encontrar a Diego Martin como el barrenero español Miguel. Reparto, y escenarios tan precisos,  que hacen pensar que el  presupuesto podría haber sido un tanto exiguo  o que este se destinó a lo que preocupaba verdaderamente a los realizadores.


Porque,  en cuanto a los efectos especiales, estos se han mantenido a un nivel muy básico, incluso escaso: hay un plano completo de esa criatura prehumana, a la que  no solo se le da un nombre y también se la acompaña a de una cantidad de  referencia a los mitos de Cthulhu  que hacen que ya no quede duda de cual era la intención. Pero  esta es tan plásticos, o más bien, tan artesana y estática que se limita a ser una figura, muy deudora de los esqueletos multiarticulados de Besksinski, pero con una movilidad  inexistente que se limita a  menear un par de brazos y agarrar a alguna víctima…vamos, que el nuncio motivo por el que no  se la evita corriendo es porque en una mina medio derrumbada, poco sitio hay para escapar.

Gueules noires es  una producción muy sencilla, de corte muy clásico y muy lovecraftiano, donde no va a haber nada que sorprenda al público. Pero  el uso de estos elementos,  de un periodo histórico reciente y poco explotado, así como  su punto, gracias a este último, de crítica social, hace que funcione y supla esa aparente falta de novedad  con la capacidad de crear  una historia claustrofóbica. 
 


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