Desde que en 1978 a John Carpenter se le ocurriera pintar de blanco una máscara del Capitán Kirk, enfundarla a un tipo corpulento y hacérselas pasar negras al personaje de Jamie Lee Curtis, la figura del asesino enmascarado se convirtió además de en un hombre del saco moderno, en todo un género que acabó desarrollando sus propias normas no escritas, toda una clasificación de los perfiles que iban a ser sus víctimas y en qué orden. Después de Myers, Jason Voorhes y Freddie Krueger (Ghostface no entra por empezar a acercarse desde lo referencial, porque la saga Scream me pilló aburrida del tema), parece que solo es posible tomárselo por la vía de la parodia o de lo consciente de sus limitaciones, aunque de vez en cuando es posible retorcer un poco lo visto mil veces antes y volver a contarlo, al menos, desde el otro lado. Porque, después de todo, ¿qué puede impulsar a alguien a una vocación tan poco agradecida como la de asesino en serie?
Cada pueblo tiene su leyenda local. Crystal Lake no se atreve a reabrir el antiguo campamento, Springwood teme la llegada de la noche y con ella, el sueño, y para Haddonfield cada Halloween es una pesadilla. Pero otros lugares, como Glenn Echo, tiene su propia historia: hace treinta años una turba enfurecida arrastró a las cataratas al pequeño Leslie Vernon. Su cadáver nunca se encontró, y dicen que regresará para vengarse y cobrarse nuevas víctimas. Lo cierto es que Vernon está vivo, bien, y viviendo a las afueras de del pueblo. Y más que dispuesto a prestarse como figura central en un documental acerca de lo que supone ser un asesino en serie.
La película, filmada en su mayor parte como falso documental, no duda en valerse de lo referencial: personajes como Myers o Jason son reales, y el único motivo por el que Vernon no tenga la misma categoría es el que todavía no ha matado a nadie, aunque se este reparando para ello, como se detalla en el documental. Este punto de partida sirve para parodiar los tópicos del género y dar una explicación a recursos tan manidos como los coches que fallan, las luces que se apagan y el orden en que caen las víctimas: todo ello es parte de una preparación previa y de las normas del oficio. Pero también para intentar dar una visión más profunda de la figura del antagonista, cuando estos se consideran un mal necesario, no tanto un hombre del saco como la contrapartida a lo bueno. Y que llegan a contar con su propia jerga, como referirse a Acabs a aquellos personajes tan o más monomaniacos que ellos, consagrados a perseguirlos.
Al tratarse de un formato de documental, el equipo protagonista tiene muy poca presencia, salvo la presentadora, quien desarrolla muy buena química con el personaje de Vernon. Este es in duda el punto fuerte de un guion que, pese a tener potencial, no se desarrolla todo lo que podría, y cuya participación sostiene gran parte del metraje. Vernon se revela como un tipo francamente simpático, lector de manuales anatómicos por motivos laborales, de libros de trucos de magia por afición, y al que se le nota una verdadera pasión por lo que hace, dispuesto a compartirlo con quien quiera escucharlo. Pero cuya actitud hace olvidar a veces la naturaleza de alguien una vez puesta la máscara, no distingue entre victimas y amigos. La cercanía de sus primeros m omentos y la facilidad con la que puede mostrar su faceta más siniestra recuerda en cierto modo a la personalidad que podría esconder no solo un asesino, sino también un maltratador.
El factor más interesante termina con el montaje de documental. Aunque el alternar entre ambos formatos sirve para aportar más puntos de vista, la última parte, rodada ya como una película de terror al uso, se limita a contar una vez más lo que previamente se había mostrado como parodia, y que se limita a ser una recreación de trampas y asesinatos de unos personajes estereotipados a los que, por tratarse de un mero escenario, apenas habían tenido tiempo en pantalla. Además, las limitaciones de presupuesto se notan y mientras las cámaras portátiles ayudaban a disimularlas, el cambio de formato las hace más evidentes y convierte una producción pequeña, pero con buenos puntos, en algo rutinario, un poco alejado de lo que habían contado hasta entonces. Aunque al menos contaron con el dinero suficiente como para tener cameos de Kane Hodder, Zelda Rubinstein o Robert Englund.
Detrás de la máscara se queda como una película menor, muy lejos de lo que conseguiría Cabin in the Woods o incluso las dos entregas de Creep. Pero, en su momento, rodeada de varias entregas de Scream, slashers de mediados de los noventa e incluso de cosas como Freddy vs Jason, supuso una vuelta de tuerca bastante divertida a la figura del asesino y su máscara. Y no se el resto, pero desde luego, he tenido vecinos mucho más insoportables que el bueno de Vernon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario