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jueves, 14 de febrero de 2019

Los muertos no pagan IVA, de Sergio S. Morán. Corrupción, nigromancia y un saco de gamusinos





He perdido la cuenta de los detectives de lo extraño que he encontrado. Algunos de los casos de John Silence como precursor de los Mitos de Cthulhu. El desvarío de Harry Dickson, de quien debí leer de corrido decenas de las novelitas de Jucar antes de pasarme a su idioma original. Harry Dresden, como mucho, para pasar el rato, y apenas conocido en España, John Taylor, el investigador oficial de Nocturnia, la saga que quedó colgada en La Factoría de Ideas. Quedan muchos pendientes, casi todos anglosajones o investigando en ciudades de habla inglesa (aunque Dylan Dog sea una creación italiana), pero entre ellos, faltaba algo: ¿qué pasa en el resto del mundo? Es que en otros países no hay trasgos, vampiros, ni hay casos imposibles de resolver sin una explicación sobrenatural? Al menos, en España, los hay. Y también hay una persona que se gana la vida con ese tipo de sucesos.



Los muertos no pagan Iva es el segundo caso publicado de la detective Parabellum, una detective acostumbrada a lidiar con entidades sobrenaturales y alguna que otra divinidad...aunque su nombre en el Registro Civil sea Verónica Guerra, sea la hija de la severa comisaria de un barrio de Madrid y ahora, tras terminar con un cíclope que amenazaba un convento en Ávila, debe lidiar con su adicción a la ambrosía, renovar su licencia de detective, y si puede, conseguir unas vacaciones. Aunque, cuando empiezan a aparecer espectros en las líneas de metro de la ciudad, esto último parece complicado.

                           

Las aventuras de Parabellum no son muy distintas a las que podría tener un Harry Dresden o uno de los múltiples detectives que aparecen en la sección de “fantasía urbana”. El estilo en todos ellos es muy similar, donde la protagonista narra la historia en primera persona (pocos detectives hay que no lo hagan), hay un mundo sobrenatural que solo unos pocos tienen la suerte o desgracia de conocer, y sobre todo, aunque hay un hilo conductor en forma de escenario, personajes fijos, trama de fondo o antagonistas, se mantiene la individualidad de lectura de cada entrega, siendo posible empezar en el segundo caso de la serie aportando la información necesaria sobre los personajes. Una manera de narrar que favorece un poco la intercambiabilidad entre cada libro, pudiendo acercarse al personaje sin ser necesario buscar la primera entrega como algo necesario.

La mayor particularidad del libro es contar con una heroina de estas características situada en España. Moviéndose en sitios tan reconocibles como las calles de Madrid o Barcelona, por un convento en ávila o teniendo un sitio para mencionar lugares que nunca se hubieran pensado en este tipo de ficción, pero el Bierzo también tiene aquí su hueco. Y, donde los monstruos o los espectros se manifiestan de forma tan natural como podrían hacerlo en las calles de Chicago, adaptándose estos a la mitología popular de la península, algo que sorprende a las pocas páginas cuando la protagonista utiliza una bolsa de gamusinos como cebo (que, como todo el mundo sabe, cuando se les saca de ahi, se convierten en piedras), y donde después aparecerán xanas e incluso una bruja. Estos se mueven también por escenarios cotidianos y que normalmente se asociarían a situaciones más prosaicas o en su defecto, a la comedia. Algo que Morán decide evitar para ofrecer un escenario distinto y que procura tomarse en serio: en ningún momento se hace mofa de lo sobrenatural ni se utiliza como elemento de comedia torpe, sino que es un entorno que procura hacerlo tan real y creíble como podría ser una investigación en las calles de Londres. Esto tampoco implica el extremo opuesto donde se peque de seriedad, sino que la narración viene acompañado de un razonable sentido del humor derivado de lo cercano del escenario y sobre todo, de la sorna con la que su protagonista relata los hechos. Con sorna, en la mayoría de los casos, como herramienta para lidiar con lo que la rodea, pero también a menudo con impotencia, ternura, desesperación o tristeza. Porque el entorno que presenta, pese a ofrecer una fascinante población de seres mágicos, también trata con las consecuencias de su condición: una de las tramas de Los muertos no pagan IVA consiste en la vuelta de la protagonista a su ciudad y barrio natales, y quizá, de una forma muy sui géneris, la crisis y dudas de una persona que ha abandonado el hogar hace tiempo y ahora se ve obligada a volver. Para encontrarse con amistades de su pasado y sus mejores años, que no han cambiado. Ni lo harán en mucho tiempo.

La saga de Parabellum, en principio, no parece muy distinta a la de otros detectives. Pero también lo hace para bien: es muy sencillo aproximarse al personaje y la serie, se lee rápido y tiene la frescura necesaria dentro de un género demasiado homogéneo. Aunque el título engaña. Mas que no pagar IVA, lo que hacen los muertos es no cotizar a la Seguridad Social.

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