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jueves, 6 de diciembre de 2018

Malos tiempos en el Royale (2018). Todo el mundo esconde algo


Una de las cosas que más echo de menos con el cine es ver trailers. A veces es lo más divertido de entrar a ver una película, y antes de las campañas masivas donde todos habíamos visto ya el avance de los Vengadores o la  nueva de Star Wars, era un acontecimiento y al público le iba poniendo los dientes largos. Hoy quedan muy poquitos y lo normal es que antes de la película acabe viendo anuncios sobre varios negocios locales en el Vallés o como mucho, algún avance. Pero, pese a todo, un tráiler funciona. Como puede funcionar un poster sugerente o el boca a boca. Y el que me haya enrollado como una persiana contando que añoro los tiempos de la musiquita de Movierecords y los anuncios acartonados viene a decir que Malos tiempos en el Royale es una película que acabé conociendo, ni más ni menos, por un anuncio en el cine.
 
El Royale es un hotel que ha vivido mejores épocas. Situado en la frontera entre California y Nevada, capital del juego, perdió su licencia de casino y con ella, su atractivo, quedando convertido en un apeadero donde los viajeros van cuando no quieren ser encontrados. Es allí donde se encuentran cuatro personajes: una joven que se niega a hablar de su profesión, un sacerdote anciano, una hippie malencarada y un vendedor de aspiradoras deslenguado. Pero en la época de Nixon, del espionaje y de los veteranos destrozados por Vietnam, nada es lo que parece. Ni siquiera en un hotel, en un lugar perdido de la frontera, donde incluso el recepcionista puede ser alguien diferente a quien asegura.
 
 


El anuncio, en un primer momento, recuerda al cine de Tarantino. O al menos, lo hace un primer montaje donde se anuncia una colección de personajes improbables y escenas de violencia inesperadas. Lo cierto es que se nota cierta influencia en la forma de narrar, donde no se escatiman el poner en situación la historia mediante diálogos y recurrir a saltos temporales de forma inesperada. En realidad la película se separa en muy poco tiempo de la idea de Tarantino y este se queda no en una imitación, sino en algo que ha influido a la hora de rodar. Y que, seguramente, se ha utilizado bastante a la hora de promocionar una película casi desconocida.
La historia encuentra enseguida su propio tono, o más bien, lo hacen las cuatro tramas que coinciden en esa misma noche, y que cada una produce un efecto un tanto extraño: en una sola película, aunque bastante larga, acaban coincidiendo tramas de espionaje, de golpes que salen mal, de asesinatos en serie y de las consecuencias de la guerra. Cada una, con un género distinto, convirtiéndose en una mezcla de comedia negra, suspense e incluso, con sitio para el terror. El resultado en un principio sorprende, pero después, no tanto, al notar que quien está detrás del guión es el mismo que Cabin in the Woods, donde fue capaz de resumir las películas de terror de los últimos cincuenta años en una sola. Y que aquí, en cierto modo, también acaba siendo capaz de reunir los giros de varios géneros en un solo largometraje y que la jugada salga más o menos bien.
 
 
La mezcla de situaciones funciona también gracias a la construcción de los personajes. Una vez eliminado aquel que solo sirve para poner en marcha la trama común, estos, dentro del tiempo que disponen para presentarse, funcionan. O especialmente, los hacen los dos primeros, un supuesto sacerdote y una mujer que, en realidad, no esconde otra cosa que la profesión de cantante fracasada y una profunda desconfianza hacia su alrededor. Unos protagonistas que no podían ser más opuestos, caracterizados como un culpable redimido por el tiempo, y alguien a quien podría considerársele el más inocente de la historia. El resto, ha llegado ahí como víctima de las consecuencias o como antagonista.
 
Los abdominales de Chris Hemsworth también son un personaje relevante
 
Si bien la historia en conjunto resulta siempre un poco improbable, con un grupo de personajes que arrastra una historia extraña, coincidiendo en el mismo lugar, al mismo tiempo, y que todo explote en un momento dado, la atmósfera hace que si resulte creíble. El hotel se convierte en un entorno irreal, en medio de la nada, donde solo aparecen los  cinco personajes principales y donde cualquier atisbo de normalidad, bien mediante figurantes, o bien mediante otros escenarios, brilla por su ausencia. Este, decorado en tonos pardos, se presenta como un lugar un tanto chabacano, hortera, y en cierto modo, siniestro. Casi atemporal, porque si bien es posible hacerse una idea de la época en la que transcurre la historia, nunca dan fechas directas sino indicios: las imágenes de Nixon, la moda, las referencias a la guerra y una bastante ingeniosa a los asesinatos de Manson se limitan a dar una idea, sin que en ningún momento den fechas concretas o le pongan fácil a los espectadores más jóvenes saber cuando está pasando.
Malos tiempos en el Royale resulta una películas inesperada. Como lo fue Cabin in The Woods en su momento: apareció en los cines sin avisar, con caras conocidas en su cartel pero sin un nombre famoso que pudiera avalar la dirección o el guión de una historia que no sería para todos los gustos.

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