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jueves, 15 de noviembre de 2018

El corazón del guerrero (2000). Érase un héroe bárbaro a una comedia gruesa pegado

 
 
Hoy no es nada raro para un aficionado al fantástico el ir a ver una película española. Co el tiempo, y más o menos maña, hemos podido ver como Rec se convertía en una franquicia, disfrutar del terror sobrenatural de Verónica, e incluso ver algunas producciones menos valoradas pero igual de buenas como Musa. Hasta La herencia Valdemar, con sus fallos, resultó valiente y bien ejecutada. Pero para llegar a esta lista hubo también que arriesgar mucho y hacer propuestas que, por el tipo de cine que se hacía entonces y por la falta de medios, parecían un suicidio. O, buscando un símil menos ambicioso, y más adecuado al tono de la película, tirarse a la piscina sin comprobar que había agua.
 

El corazón del guerrero es la joya que Beldar y Sonya, dos ladrones de una época similar a la era Hiboria, roban de una cripta. Pero esta joya, literalmente el corazón de un guerrero muerto y momificado, tiene una maldición: su poseedor quedará vinculado a la Secta de los Mil Ojos, si no consigue deshacerla matando al mago más joven de la orden. En el escaso tiempo del que dispone, Beldar comienza a notar los efectos de la maldición: visiones de otro mundo, uno muy distinto en el que no es más que un niño, y la orden también existe pero de una forma muy distinta y mundana. Pero en el mundo del héroe Beldar también hay algo extraño: este parece irreal y acartonado en comparación con el de Ramón, el chico que imagina ser el héroe que interpreta regularmente en un juego de rol. Y quizá la maldición del corazón del guerrero  sea solo la fantasía de un adolescente que está perdiendo la capacidad de distinguir entre el sueño y realidad.


Si la idea de la película fue en su momento arriesgada, se debe a dos motivos: el primero, lo que suponía sacar una producción de fantasía, o más bien, de espada y brujería con un público todavía receloso al tema y co unos medios que podrían no ser suficientes para plasmarla. En su momento, los efectos dieron el pego: no se había visto un despliegue así, las caracterizaciones eran adecuadas y la infografía era la que estaba en boga. Visto hoy, los años  se le notan, y a los decorados donde se nota el corchopán a ratos se añaden unos efectos que han quedado desfasados (en su defensa diré que como todas las películas de esa década), y unos actores que en su faceta de personajes épicos se les ve perdidos en comparación con unas actuaciones más creíbles de sus contrapartidas realistas. Joel Joan cumple como Beldar, pero a Neus Asensi se la ve perdida como Sonya, y adecuada como la prostituta Sonia. Y el mago interpretado por Santiago Segura produce vergüenza ajena a causa de los diálogos impuestos.
El otro no es otro que el recelo que ciertas formas de ocio producían desde hacía años tras lo que la prensa llamaría “el crimen del rol” y con el que se cebó en un aspecto tangencial pero llamativo para los titulares, que hizo que cualquier actividad que supusiera un mínimo de imaginación fuera mal vista. Como curiosidad, el mismo año del estreno también tuvo lugar el “asesinato de la Katana”, aunque por suerte esta vez un poco más de información e internet evitó que se hiciera una carnaza similar.
 
 
Este, quizás, es un aspecto con el que el director juega, haciendo que la trama esté muy ligada a la ambigüedad sobre la realidad de la historia o el que fuera solo una fantasía, y que desarrolla de forma efectiva, sorprendentemente, muy respetuosa y sin más intención que la de narrar y ofrecer una interpretación abierta. Monzón, cuando menos, conoce el campo en que se mueve, y la trama fantástica recuerda directamente al Conan de Robert E. Howard, donde los personajes mencionan sin complejos conceptos como la era hiboria, el acero hyrkanio o Estigia.
Pero las buenas intenciones chocan con una ejecución fallida y que no tiene claro lo que quiere ser: la fantasía, o la fantasía urbana, queda descolocada con unos momentos de comedia cutre, basada en chistes de adolescentes pajilleros, personajes esperpénticos y en regodearse de forma excesiva en un escenario que se empeña en mostrar el lado más grotesco de la realidad. La idea sería buena, las prostitutas de la Casa de Campo, los borrachos y los ejecutivos en su aspecto más crudo, frente al mundo de fantasía del protagonista, habría funcionado de no ser por la tendencia a tomarse todo a broma, como si hubiera miedo a hacer una producción seria, e insistir en que todos los secundarios sean repulsivos e irredimibles.
 
Algunos aspectos no han envejecido bien. Hay momentos como la falta de medios o el acartonamiento de algunos actores, que funcionan enfocándose como algo intencionadamente irreal. E incluso la trama de la multinacional financiando a un partido liderado por un político joven y carismático resulta muy lúcida a día de hoy (no digo a qué me recuerda porque como aconsejaban en Enano Rojo, no se debe hablar de política, religión ni de tostadas). Las otras, en cambio, ofrecen al público de la década posterior un product placement descarado, donde las latas de Pepsi y las Deviot, el grupo que la marca patrocinaba ese año, campar a sus anchas, así como algunos chistes referenciales a los late shows de la época y a sus personajes que quedan demasiado anclados a esos años y que…bueno, por lo menos sirve para que se quiten cualquier intención de añorar los noventa en España.
Se quedan fuera, en cambio, aspectos con muchísimo potencial como podría ser la secta y su contrapartida contemporánea, en lugar de un protagonista perdido entre fantoches, y algunos aciertos, no muchos, como la guarida del vagabundo o el final abierto.
El corazón del guerrero fue una apuesta arriesgada y fallida. No termina de ser una película de fantasía coherente, no consigue el punto necesario entre la trama y no tomársela en serio, y desde luego, la comedia gruesa era lo peor que podían añadirle. Pero al menos, lo intentaron.

2 comentarios:

José Miguel García dijo...

Mi recuerdo de "El corazón del guerrero" es lejano, y por eso, muy impreciso. En su momento, sin embargo, muchos agradecimos que películas como esta (y las de Alejandro Amenábar o Juanma Bajo Ulloa), ofrecieran algo distinto a lo que se llevaba en nuestro cine desde la nefasta etapa de "calidad" que auspició Pilar Miró (y que acabó con el cine modesto de género en nuestro país) o el reinado de la comedia en sus diversas variantes, a cuál peor (madrileña, catalana, Almodóvar, etc.). Ahora bien, temo revisarla por distintas razones que creo que van a coincidir bastante con tus reparos. Monzón, por otra parte, ha desarrollado una carrera muy irregular, sin ninguna película especialmente llamativa aunque con varias que se dejan ver bien. En fin, tal vez sea hora de darle una nueva oportunidad a este título, que de todos los suyos sí es el que más me apetece recuperar.

Renaissance dijo...

Irregular es la mejor forma de definirla. No llega a ser fantasía urbana, tampoco una visión sardónica, y esos aportes de comedia nefasta (es imposible que en España vivamos el revival noventero si lo primero que nos viene a la cabeza es el cine español y el tipo de comedia que se hacia entonces) le hacen más mal que bien. Por comparación, y aún fallida, la herencia Valdemar siempre la recordaré como una apuesta más honrada y exitosa que este Corazón del Guerrero.

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