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jueves, 9 de noviembre de 2017

Thor: Ragnarok (2017). The inmigrant song, luces de neón y lo que hacen los asgardianos cuando no posan de héroes


Thor ha sido la saga más floja en comparación al resto de las producciones de Marvel. Iron Man se salvaba gracias al carisma que Robert Downey Jr daba a Tony Stark, haciendo que sus películas giraran en torno a su personaje y el público olvidara el resto. El dios del trueno, en cambio, adolecía de una primera película que se tomaba demasiado en serio, una secuela que parecía un blockbuster de manual y unos personajes desaprovechados en su mayoría: Natalie Portman figuraba poco menos que de florero, y dudo que nadie eche de menos a Kat Dennings. Pero era también un personaje en concreto el que salvaba cada entrega, siendo el Loki de Tom Hiddleston lo más memorable que pudo aportar, además de todo un villano de opereta para Los Vengadores. Nunca quedaba muy claro qué hacer con Asgard , pero el universo Marvel tenía que seguir adelante y para la última entrega del Dios del Trueno decidieron tirar la casa por la ventana. A nivel visual y a la hora de arriesgarse y ofrecer algo muy distinto a lo anterior.  


En Ragnarok Thor no podía estar más lejos de la tierra. Tanto, que incluso a los personajes de las entregas anteriores son despachados con una mención muy breve, y siguen adelante con una propuesta distinta: este comienza evitando el Ragnarok con una batalla que resulta de todo menos épica, para regresar a Asgard encontrando de nuevo a su hermano y descubrir que el reinado de Odín era muy distinto a lo que había creido siempre: el padre de los dioses, exiliado en la Tierra, se muere, y su desaparición servirá para que Hela, la diosa de la muerte, entre en escena. Una enemiga capaz de despojar a Thor de sus poderes y exiliarlo, como se vio en su primera aparición, salvo que por azar y a un lugar muy distinto: un planeta en el confín del universo, donde encontrará a aliados tan dispares como el mismo Hulk, huido de la tierra, una valkiria e incluso su propio hermano.




El cambio de esta secuela respecto a las anteriores ha sido total e inesperado. Si en la primera se le dotaba de personalidad, un tanto grandilocuente, a través de Kenneth Branagh, algunas opiniones han definido esta como más cercana al estilo de Guardianes de la galaxia. La comparación se queda unicamente en mencionar la franquicia de Marvel que va más a su aire, porque en realidad el referente más directo viene dado por su director: Taika Waititi, quien estuvo detrás de Lo que hacemos en las sombras, y que vuelve a demostrar su buen hacer a la hora de quitarle dramatismo a unas criaturas sobrenaturales (vampiros, en el primer caso, el héroe de Asgard en este) dotándolos de humanidad. O más bien, de la patosidad y sentido del humor de un humano corriente. Los héroes tropiezan, se caen, a menudo sus posturas heroicas no salen bien y se ponen serios cuando es necesario. Este cambio de tono sirve también para reflejar la evolución de Thor, quien es muy distinto al héroe de la mitología nórdica de su primera aparición: menos dramático, con más ironía y al que se le nota su paso por Los Vengadores. Un cambio que también se hace patente en Loki, quien sigue manteniendo sus características principales pero dotado de una mayor ironía y ya completamente alejado del villano que hizo su aparición en Los vengadores. Si la aparición de Hiddleston sigue siendo una de las más celebradas, por suerte la película no se apoya integramente en la presencia de un personaje que se ha convertido en el favorito de los fans. Y, aunque en su momento se habló de filmar una película protagonizada por este, ya no es necesario: Ragnarok es tan suya como de su protagonista principal.


El tono de comedia, en su mayor parte, le sienta bien. Consigue mantener, que es difícil, un equilibrio entre esa visión desmitificadora de los héroes con las escenas de acción y las partes dramáticas. Durante la mayor parte del tiempo funciona, y hace que su primera parte, ambientada durante el exilio del protagonista, haga funcionar un estilo visual muy recargado, deudor de los ochenta y completamente opuesto a los tonos dorados y la pompa con la que se presentaba Asgard. Incluso es capaz de incluir esa comicidad en uno de los momentos claves, sin que desentone. Aunque en algunos momentos, el recurso se hace excesivo y parece que los protagonistas se caen de maduros en los momentos más inadecuados, solo porque da risa.



La estética es también muy distinta, y mucho más libre que las vistas hasta ahora. Guardianes de la Galaxia era muy space opera y Doctor Extraño tenía ya su punto de psicodelia, pero en este caso alcanza unos niveles de locura mayor: no faltan los colores chillones, unos escenarios cuya decoración bebe directamente de los peores excesos de los ochenta y una banda sonora muy inspirada en esa década, donde no faltan los sintetizadores pero tampoco el rock clásico, donde The Inmigrant Song, de Led Zeppelin, acaba por convertirse en la melodía oficial de la película.

La mayoría de decisiones tomadas en Ragnarok son arriesgadas: una estética tan marcada se aleja mucho del estilo más pensado para atraer el público en masa que emplea Marvel, y es muy probable que se convierta en esas que, o se aman, o se odian (en mi caso, lo primero. Y soy devota de los gatos, pero ¡Fenrir era amenazador y abrazable a partes iguales!). Otras, van más a lo seguro: Hela se queda un poco en la villana de la secuela, sin llegar a la falta de carisma de Malekith en En el mundo oscuro. Aparece de la nada, siembra el caos, y es la antagonista a vencer. Pero su presencia es poco menos que una excusa para un guión muy distinto: el de la evolución definitiva de Thor, de Loki, convertido en un personaje más burlón y menos malvado, y quizá, el de ofrecer un cierre más divertido a la historia de Asgard.


2 comentarios:

José Miguel García dijo...

Aunque sabía bien lo que iba a ver (la campaña publicitaria y los tráilers no dejaban lugar a dudas), mi impresión de "Thor Ragnarok" es de gran decepción: ni me ha parecido tan graciosa como prometía (claro, tiene momentos y diálogos tronchantes, pero acaba abusando de ellos) ni equilibra bien la parte distendida con la parte seria.

Supongo que se debe a mi continua lectura de los tebeos clásicos de Thor, pero una historia que incluya el Ragnarok la asocio a un tipo de solemnidad, de incursión en la tragedia, que no es que tuviera que haberse respetado al cien por cien en este traslado al cine, pero que sí resulta incongruente con el tono de comedia "loca" que tiene la película en casi todo el metraje: cuando, en la parte final, ya no hay más remedio que ponerse "serios", para mí es tarde y no consigo entrar en ella. El largo intermedio tipo "Guardianes de la Galaxia", además, me acaba cansando (debía haberse aligerado en la sala de montaje: casi todo el rato que Thor y Loki están allí estoy deseando que vuelvan a Asgard para ver lo que hace Hela. Este personaje, además, me parece tremendamente desaprovechado, como si estuviera ahí porque es necesario un villano para la batalla final.

Otra "víctima" de la indecisión de la película es el personaje de Loki, hasta ahora el mejor de todo el Universo Marvel de cine. Creo que el mismo Tom Hiddleston anda desconcertado casi todo el tiempo: no sabe si ahora va de villano, de héroe o de antihéroe, si tiene que recuperar ese aire trágico que tan bien le iba en los otros Thor o debe unirse al cachondeo... Acaba pasando desapercibido porque, y esto sí me parece un acierto, lo eclipa Sam Hemsworth, al que se le ve muy relajado toda la película, demostrando que ha acabado por hacerse con su personaje, sabiendo equilibrar bien la ingenua pomposidad del dios nórdico con el sentido del humor a que se presta, precisamente por pomposo e ingenuo. Aun así, la película es francamente entretenida.

Renaissance dijo...

Mi impresión final fue la contraria, aunque coincidimos en muchas cosas: la trama de Hela es la más desaprovechada, y se limita a ser la villana oficial de la película: apenas aparece, y es poco más que una excusa para el Ragnarok que da título a la tercera entrega.
Loki acaba siendo uno de los puntos más interesantes, y una representación del "dios del engaño" que debería ser el personaje. En cambio, es un poco chocante los cambios de su personalidad: de villano un tanto trágico, a uno megalómano, a alguien traicionero, pero mucho más burlón e inofensivo. A veces parece que incluso Thor se ha olvidado de la catástrofe de Nueva York que el público vio en 2012.
El tono de la película me gustó: las anteriores no tenían muy claro qué hacer y El mundo oscuro fue de lo más flojo y carente de personalidad. El Lo que hacemos en las sombras de Waititi me divirtió muchísimo, y el estilo es muy similar. Pero con el es difícil que llegue a haber un equilibrio entre lo cómico y el drama: la mayor parte tiene que acabar en porrazo y tente tieso, y está muy lejos el equilibrio que sí habían conseguido en Los Vengadores. Parece un poco que, en vista de no tener muy claro que querer hacer previamente, han decidido cerrar la trilogía un poco tirando por la comedia. Una elección un poco chocante cuando pretenden hablar del Ragnarok, pero que, sabiendo la decisión que habían tomado a la hora de enfocarla, funciona muy bien.

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