Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 30 de junio de 2016

Lecturas de la semana. De las que fueron obligatorias y las que son conocidas


¡He vuelto! Bueno, en realidad no me fui a ningún sitio, pero los que sí habían desaparecido eran mis últimos libros. Por haber ido algo más despacio, por dedicar algo más de tiempo a los comics, o por haber visto más películas que hace algunos meses. Al menos, me ha servido para elegir algunas que, o bien formaron parte de esos autores de los que acabamos sabiendo más por los libros de texto (y de los que en mi caso, después huí como de la peste), o aquellos que han influido tanto en la cultura popular que son casi referencia obligada. Una referencia que de nuevo, llevaba mucho tiempo perdiéndome.

 


Agatha Christie. Diez negritos. Los libros de la señora Christie publicados en España por la editorial Molino han sido algo tan habitual en cualquier casa como pudieron serlo los de la colección Reno: asequibles, portadas llamativas (alejadas del estilo conceptual pero con ilustradores muy buenos) y que sirvieron para acercar a muchos, y a varias generaciones, a la lectura. Y en algunos casos, incluso se podía disfrutar de alguna edición con ilustraciones de Freixas, quien, además de haber proporcionado durante varios años láminas a los estudiantes de dibujo, en este libro, se encargaba de poner cara a los personajes y recrear algún pasaje en concreto.

Diez negritos sería, junto seguramente a Asesinato en el Orient Express, una de sus obras más conocidas y donde se explota el enigma y el misterio de la habitación cerrada: un grupo de desconocidos son invitados a una isla a pasar unos días. Su anfitrión, cuya identidad ignoran, los acusa de diversos crímenes por los que son ejecutados de maneras similares a las de la canción infantil de los Diez negritos: dormir para no despertar, picados por una avispa, partirse en dos con un hacha…o incluso las líneas más inocentes, como la de estudiar derecho y hacerse magistrado, sirven de contexto para el asesinato de cada uno de ellos, hasta que la paranoia y el miedo acaba siendo más peligroso que el asesino oculto.

La novela, breve y muy efectiva, hoy parece un poco machacada, más que por sus adapciones, por la cantidad de referencias que ha inspirado, que van desde el escenario, hasta la parodia directa como hicieron en Padre de familia. Aunque eso no es decir mucho porque esos guionistas intentan alargar los chistes con lo que pueden. Y una gran parte de sus elementos son deudores de la forma de pensar de la época, que hoy resulta bastante incorrecta: es habitual que se achaque el shock de uno de los personajes a la propensión de las mujeres a la histeria, o donde se intenta quitar hierro al crimen cometido por uno de los personajes, que fue abandonar a su suerte a un grupo de personas en la selva, por no ser de raza blanca. Otra de las diferencias más llamativas sería la forma de enfocar el crimen: los homicidios involuntarios, sospechas o meras negligencias que ocultan estos personajes resultan muy inocentes en comparación con lo que podría leerse en cualquier entrega de Millenium de Stieg Larsson.

Todos estos elementos, tanto los anticuados como los  más cándidos, le dan en el fondo un sabor bastante añejo a la historia, muy de entretenimiento clásico. Es, simplemente, poder conocer de primera mano, y con el estilo hábil de su autora, una mansión alejada de lo macabro y tan anodina como una luminosa residencia de vacaciones, y poder experimentar uno de los giros argumentales que más daría de sí los años posteriores. Bueno, y de paso, servir para acordarme de la versión española de la canción, con los diez perritos. Donde uno se moría de un brinco y otro se hacía tuno.

 


Pío Baroja. Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox. En su día, sobreviví a Baroja aprendiéndome las características de la generación del 98, algo de su biografía, los títulos justos para un examen y leyendo los dos libros que el plan educativo decidió que representaban al autor. Entonces la clave era cumplir para poder sacar nota, evitar represalias en casa, y poder seguir con los libros que me gustaran a mí y no los impuestos por norma.  Un tiempo después me di cuenta que de estos, Zalacaín el aventurero era una buena novela de aventuras con tintes históricos (pero no fantástica, lo que entonces me limitaba mucho), y que El árbol de la ciencia no era horrible, sino que representaba la parte más negra y real de una época.

Silvestre Paradox aparecía unicamente como una referencia entre el resto de su producción, pero el título resultaba un tanto enigmático, bastante lejos del aspecto más serio de las que figuraban como sus obras mayores. Después me enteré de su publicación en forma de folletín y se despejaron las dudas.

No se trata tanto de una novela con un hilo concreto sino de una serie de episodios distintos, que giran en torno a Silvestre Paradox, un hombre que vive en una buhardilla, sin más compañía que un perro de lanas, sus animales disecados y los planos y notas de todo tipo de inventos imposibles, rechazados por la oficina de patentes. Como tantos otros bohemios que se mueven por las calles de Madrid, vive a salto de mata, gracias a artículos en revistas, clases particulares y sablazos. Le diferencian de estos su carácter un poco melancólico a veces, la ironía con la que presencia todo tipo de empresas y altercados. El libro recoge de forma anecdótica toda clase de historias: los primeros años de Silvestre, su viaje por Europa, que puede ser inventado o no, los habitantes de la casa de huéspedes, y todo tipo de personajes que de algún modo, intentan ganarse la vida mediante el arte, con poco talento y menos ganas, o buscando a algún mecenas al que embarcar en algún proyecto artístico. Es un escenario de cafés de segunda, de zarzuelas y donde la filosofía, citada en un estilo muy de bar, se mezcla con teorías que incluso en su tiempo resultaban peregrinas.

El estilo es muy conciso, más centrado en la narración que en descripciones creativas, que, de haberlas, prácticamente son una parte más de lo que se cuenta en el capítulo. De los que, por su estructura, son episodios separados en los que su protagonista puede tener participación mayor o menor. No oculta tampoco la miseria de muchos escenarios, sino que, más que una denuncia, se convierten en una parte natural del trasfondo, algo con lo que sus personajes se han acostumbrado a vivir y que no se plantean. Tampoco tenía muy claro qué esperar cuando, tras los primeros capítulos, empezaron a desfilar todo tipo de sucesos breves. Pero su desenlace confirmó la idea que había ido formando según se los iba conociendo: que la forma de ver la vida de su protagonista, el humor negro de algunos momentos, y sobre todo, la velocidad con la que cada situación tenía lugar, hacía que su calificación de folletín, sin los tópicos de este, era muy adecuada.

lunes, 27 de junio de 2016

Expediente Warren: El caso Enfield (2016). Poltergeist y…¡Jesús, qué susto! ¡¡Una monja fantasma!!


A James Wan hay que reconocerle una cosa: sabe como hacer cine de terror efectivo. Desde inaugurar una saga de asesinatos retorcidos como Saw, hasta sacar exitosamente dos más sobre fantasmas. Incluso en obras un poco fallidas, como Dead Silence, sus películas de corte sobrenatural se salvan gracias a manejar muy bien una estética que remite a todos los arquetipos del género, y que tanto en Insidious como Expediente Warren consolidó con un panorama mucho más inquietante que el habitual entonces en estas producciones, gracias a sus  escenarios oscuros y todo tipo de elementos potencialmente macabros. Es en esta última, donde sus protagonistas, un matrimonio de investigadores de lo paranormal  basados en personas reales, resultaban bastante carismáticos y sus archivos tenían material suficiente como para inspirar varias entregas.

 


El caso Enfield es una investigación de los Warren posterior lo sucedido en uno de sus casos más famosos. Amityville les ha supuesto cierto renombre en los medios, pero también  las críticas de los más escépticos. Lorraine se plantea abandonar su trabajo como investigadora tras las visiones sufridas en esa mansión, que le han hecho temer por la vida de su marido. Pero en Londres tiene lugar uno de los casos más conocidos de la década: en una casa de Enfield, la hija menor de una familia está siendo acosada por un poltergeist, que se identifica como el anterior dueño. Pero la violencia de los fenómenos hacen sospechar que la explicación, pese a seguir siendo sobrenatural, pueda deberse a una presencia demoniaca y no solo un fantasma. Algo a lo que el matrimonio de investigadores se ha enfrentado previamente, y a los que se les solicita que comprueben como paso previo a una actuación formal de la iglesia.

 


La estructura de la película es similar a la de la anterior entrega: los problemas y dudas, sobrenaturales o no, de los protagonistas, transcurren de forma paralela  durante la primera parte, hasta el momento en que estos confluyen en la trama sobre la investigación. Pero esta vez los Warren son ya unos personajes conocidos y se les dedica menos tiempo que a desarrollar la trama de Enfield. Esta parte se hace un poco larga, especialmente por la simpatía que tengo a los protagonistas. Estos son sencillamente entrañables, un poco personajes sin mácula y sin más defectos que unos poquitos miedos. Tan intachables que se nota  que han sido aprobados por la señora Warren y sus herederos, y donde no faltan los momentos abnegados por su parte: se preocupan por la familia aterrorizada, les hacen una velada familiar y hasta les arreglan el fregadero y la lavadora. Vamos, es que hasta dan ganas de que se te venga un fantasma por casa solo por que te hagan una visita. Pero esto se compensa por la interpretación de Patrick Wilson y Vera Farmiga, que también dotan a sus personajes de mucho sentido del humor y donde se acepta con facilidad su actitud un poco cándida. 

 


En un principio, el tiempo que se toman para presentar el caso de Enfield es necesario, al tener también una mayor carga personal: la familia desestructurada, los miedos, y especialmente, la tensión que se va construyendo en una casa de aspecto desvencijado y sucio, funcionan tan bien como en la primera parte. No es necesario un caserón anticuado, sino que un sótano polvoriento o algo tan simple como un camión de juguete que se mueve en plena noche sirven para poner en alerta de unos sustos que no son engañosos: en cada sombra puede haber algo, que puede acabarse mostrando acompañado por una música un tanto estridente, pero sin el mal truco de subir el volumen o el manido “es un gato saltando”. Solo en algún momento se juega un poco con lo que el público espera encontrar, con un par de giros bastante hábiles. Al menos, la mayor parte del tiempo: al cabo de un tiempo va quedando claro el modus operandi de los fantasmas de James Wan, provocar un infarto y echarle las manos al cuello de alguien.

 


Si la primera entrega sirvió para presentar a los Warren, mientras que el caso era una revisión tirando a clásica de las casas encantadas, aquí el personaje más memorable es el fantasma, al menos uno: una monja de aspecto cadavérico que, pese a tener un papel relevante, ha tenido suficiente impacto como para que se le garantice un spin off . Pero esta también hace que otras criaturas, igual de fascinantes, parezcan un poco secundarias pese a contar con un diseño muy cuidado, como es el caso de El hombre torcido, con menos presencia pero igual o más aterrador que la monja anterior. Además, esta al principio me daba bastante miedo. Después me di cuenta que se parecía a Marilyn Manson y le perdí el respeto.

 


El caso Enfield ha resultado una secuela muy digna y una historia de terror tan buena como su predecesora, aunque con un par de puntos negativos. Se incide mucho más en los hechos reales y en los datos que sirvieron de inspiración al guión, de forma que en los primeros momentos parecen de  un estilo más documental que una producción de terror. Y la media hora que ha ganado se nota un poco, resultando a veces más pausada de lo que debería. Especialmente al incluir una secuencia destinada a describir de una forma general la Inglaterra del 77 con imágenes de archivo…y en este caso, la señora Tatcher impone bastante más respeto que cualquier fantasma.

jueves, 23 de junio de 2016

Penny Dreadful (2014-2016). El novelón victoriano


Esta semana se confirmó la cancelación de Penny Dreadful, una serie que desde hace tres años se emite durante las primeras semanas de verano. Un detalle importante porque implica que sus temporadas se caracterizaban por ser muy breves, no más de diez episodios en todo caso. En realidad no era solo el periodo de emisión el que justificaba esa brevedad, sino que se trataba más bien de una de esas producciones que son toda una obra de arte en el formato televisivo.

 

Antes de nada, ¿qué es eso de Penny Dreadful? En principio, no parece estar relacionado con la historia sino con la época: este es el nombre que se le daba a ciertas publicaciones disponibles en la era victoriana, destinadas a un público popular y caracterizadas por su temática de aventuras, sobrenatural, y quizá su tendencia a lo escabroso, donde lo mismo se narraban las andanzas de Dick Turpin que, en el caso más popular, de Varney el vampiro (nombre que siempre me pareció un poco de andar por casa para un señor  no muerto). Como los folletines continentales y las revistas pulp del siglo próximo. Un título muy adecuado para una serie donde precisamente, no falta ninguno de estos elementos, aunque con una mayor carga psicológica y donde se refleja con mayor profundidad la complejidad de los personajes y las contradicciones morales de la Inglaterra del siglo XIX.

 


Todo comenzaría como una potencial historia de aventuras: Chandler, un pistolero, es contratado por Malcolm Murray, quien intenta encontrar a su hija con la ayuda de Vanessa Ives, su amiga de la infancia. Pero esta parece tener un problema mayor: desde niña se ha visto amenazada por una presencia que la reclama, quien ella identifica con el diablo y que la llevará a alejarse de su familia e incluso de acabar en un manicomio. Vanessa, como clave en una batalla sobrenatural entre ángeles caídos, se convierte en el hilo conductor de una narración donde en cualquier callejón de Londres acechan los vampiros, las brujas y el diablo son una amenaza real y donde personajes como Dorian Gray, un dandy caprichoso e inmortal puede cruzarse con los protagonistas e incluso con Victor Frankenstein, atormentado por la primera criatura a quien resucitó y que ahora, rechazada por el mundo y sin recuerdos de su vida anterior, oscila entre el deseo de venganza y el de ser aceptado por alguien.
 

 

La serie recrea a la perfección la estética de la época: tanto visualmente, donde los escenarios y vestuarios más lujosos conviven con el aspecto más miserable de las fábricas, como a nivel de contenido. Todas las secuencias mantienen una tonalidad muy gris, con muy pocos colores vivos, e incluso  una mansión señorial como la de los Murray,  aparece cerrada y polvorienta, donde apenas se utilizan unas pocas habitaciones para los personajes que habitan en ella. No falta tampoco, en cierto modo, reflejando la doble moral y también la psicología de los protagonistas, los escenarios más oscuros: el teatro del Grand Guignol, los fumaderos de opio, las fabricas y sus condiciones inhumanas, e incluso los bosques y las aldeas muestran un aspecto amenazador.

 
 
Uno de los frankesteins más adorables jamás filmados


Más que estar a la altura, el reparto es el responsable del nivel de la producción. Si hubiera que dar solo un nombre, sería el de Eva Green, quien practicamente lleva sobre sus hombros toda la trama. A ratos podría decirse que es una serie hecha a su medida: su personaje pasa de dama a mujer fatal e incluso a víctima con gran facilidad, y supera el que podría haber sido el mayor obstáculo: tener una protagonista a la que literalmente, la persigue todo lo que se mueve, y que parece ser un personaje clave para el mundo, sin que esta se convierta en una Mary Sue consciente de su importancia. Más bien al contrario, siendo uno de los más atormentados en un grupo al que precisamente no le va muy bien la vida. Lo más sorprendente es la química que mantiene con Rory Kinnear, quien hace de criatura de Frankenstein, en las escasas escenas que tienen juntos, donde sus personajes muestran una gran ternura. Pocas secuencias, hasta el cuarto episodio de la última temporada, donde ellos dos llevan el peso de todo el guión en un solo escenario. Hasta entonces, pensaba que lo de “duelo interpretativo” era una frase que los críticos escribían porque hacía bonito. Por comparación, entre el Malcolm Murray de Timothy Dalton, o el Victor Frankenstein de Harry Treadway, Josh Hartnett se queda un poco pequeño: simplemente, su personaje es directo, adecuado a su carácter, y sin demasiadas florituras.

 
 
Segunda temporada: brujas, satanistas y muñecos de ventrílocuo


En un principio se la comparó con La liga de los caballeros extraordinarios, el comic de Alan Moore, y se decía un poco en broma que era la adapción que este merecía, en lugar de la película del 2003. Seguramente, por lo de emplear personajes literarios de la época para contar una historia con bastantes referencias a esta, y también, con un poco más contenido que la narración de aventuras sin más. En realidad el parecido se queda aquí, porque Penny Dreadful no puede calificarse como serie de acción: al contrario, resulta sorprendentemente pausada, mucho más centrada en los personajes, su carácter, y las consecuencias que los sucesos tienen en estos. Tanto, que pese a la calidad de los episodios, las dos primeras temporadas fueron un poco irregulares: salvo el primer y último capítulo donde resolvían la trama a velocidad de vértigo, algunos de ellos parecían limitarse a mostrar unos cuantos exteriores, a los protagonistas paseando por ellos, y unas cuantas escenas aleatorias de desnudos para recordarle al público que ante todo, es una serie muy seria y muy de mayores. Un defecto que se corrigió en la tercera temporada, que resultó mucho más fluida y donde los momentos pausados se combinaban mucho mejor con la trama principal y las escenas de acción, que también había. Y en la que, pese a la cancelación posterior, se fueron introduciendo indicios sobre lo que podría pasar en la siguiente temporada: referencias a Egipto, la tumba de Im-ho-tep y la aparición de un nuevo personaje, quien parecía ser una posible sustituta de Vanessa Ives que, curiosamente, no me convencía nada: su papel de especialista en ritos funerarios, su vestuario y el moverse por el Londres Victoriano portando una espada era más propio de un videojuego o de una novela Steampunk que de los personajes femeninos que habían podido verse, y del tono de la propia serie.

 


Pese a su excesiva lentitud en algunos casos, Penny Dreadful consiguió, bien por guiños, o bien por incorporarlas a su mitología, hacer aparecer practicamente a todos los monstruos clásicos: el demonio, las brujas, el conde Drácula e incluso al hombre lobo, a falta de esa momia que se quedó en un simple guiño. Que estos, en lugar de quedarse en una colección de referencias, formaran parte de algo propio, mas dramático que lo que podía esperarse al principio, y que compitieran con unos personajes inolvidables. Además de ser uno de esos casos en los que la cancelación no evita que se le de un cierre más que digno a una gran serie, pese a que por una vez, me hubiera gustado contar con una temporada más.

lunes, 20 de junio de 2016

Cell (2016). O “cómo dejé de preocuparme y me convertí en un zombie telefónico”


 
En el campo de las adaptaciones cinematográficas, Stephen King ha debido ver practicamente de todo. Desde clásicos muy dignos como fueron Carrie o El resplandor, a series B muy pobres y miniseries con menos medios. Y quizá estos ejemplos se queden un poco lejanos, pero pertenecen a la época en la que todavía leía o veía alguna cosa basada en este autor. Después, salvo la versión de La niebla, una de mis novelas cortas favoritas, le perdí la pista hasta encontrarme este año con un montón de noticias: el estreno de la miniserie 11/22/63, un piloto para La niebla, la expectación que despierta La Torre Oscura…y entre todo el formato televisivo, un largometraje sobre la primera aproximación de King al tema de los zombies.

 


Cell comienza con un día cualquiera en un lugar tan común como un aeropuerto donde los pasajeros empleando teléfonos móviles es algo de lo más común y donde el protagonista, un guionista de comics, habla con su exmujer y su hijo hasta que, por un golpe de mala suerte, se queda sin batería. Mientras intenta comunicarse de nuevo en una cabina, contempla horrorizado como todos aquellos que se encontraban al teléfono parecen enloquecer y comienzan a atacar a todos los que los rodean. Tras conseguir huir gracias a un empleado de metro, y acompañado por este y una de los pocos supervivientes, emprende un viaje entre grupos de infectados, para poder encontrar a su hijo. Durante el camino, estos descubren que los afectados por el Pulso, como han comenzado a llamar a ese fenómeno, han desarrollado una especie de mentalidad colectiva. Y que puede existir un lugar seguro, lejos de cualquier señal de telefonía. Algunos de los supervivientes lo ven como un destino en el que estarían a salvo. Otros, temen que pueda ser una trampa para ser conducidos hacia los infectados.
 

 

El libro se publicó hace diez años, y es uno de esos pocos casos en los que la década de diferencia le ha sentado muy bien: en 2006 aún se observaban los móviles con el recelo típico de una nueva tecnología y  los teléfonos de pantalla monocromo convivían con los que tenían cámara fotográfica integrada como prestación más avanzada. Precisamente por la cotidianeidad y el carácter necesario que han ido adquiriendo, es por lo que el planteamiento se ha vuelto mucho más inquietante en lugar de quedarse como una historia tecnofóbica. De hecho, todo el comportamiento de los infectados resulta muy deudor de las características de cualquier smartphone: el sonido que emiten para comunicarse o contagiar a los supervivientes, el sistema de comunicación que parecen mantener entre ellos, e incluso, en un momento lleno de humor negro, el que durante la noche hibernen mientras de sus móviles, que muchos no han soltado, y de sus propias bocas, salga una cancioncilla que en su momento fue viral: nada menos que el Trololo (en la novela era El paso del elefantito de Henry Mancini).

 


De hecho, es este planteamiento, con mucho más potencial después de este tiempo, lo máximo que ofrece la película. Porque en realidad, tanto como largometraje como adapción resulta muy atropellada: los cambios de ritmo entre una situación y otra son demasiado bruscos, de modo que no queda muy claro cual pretende ser el tono de la película: el comienzo es trepidante, y la velocidad con la que se desencadenan los hechos es muy adecuada para crear una sensación de confusión, en la que los primeros infectados, la huida milagrosa del protagonista y una conversación mínima con otros supervivientes se sucede en unos pocos minutos, tras los que posteriormente, se le da al público un respiro para que procese con los personajes lo que ha pasado. Pero a partir de este comienzo, el resto resulta demasiado caótico: en un momento parece que quieren contar todo lo que pueden en el mínimo tiempo posible, y en otro, incluyen secuencias muy lentas e intimistas que provocan que la historia parezca avanzar a trompicones. Tampoco ayuda el incluir una trama que apenas pueden desarrollar: a mitad de metraje empieza a hablarse de un personaje que parece ser el líder de los infectados, de la posibilidad de estos de enviar mensajes a los supervivientes, pero que salvo por los diálogos que estos tienen, no llega a quedar claro que es lo que hace. En realidad tampoco llega a saberse que es lo que desencadena la historia, lo que en realidad no es malo: incluso Romero, a partir de Zombie, deshechó cualquier explicación a favor de la ambigüedad y preocuparse de los personajes. Pero en este caso, simplemente, se trata de una trama que, al no poder desarrollar correctamente, deberían haberla obviado: la película habría funcionado igual sin ella.

 


La brusquedad a la hora de hacer avanzar la historia también se nota con los personajes: los papeles protagonistas le corresponden a John Cusack y Samuel L. Jackson, de los cuales, al menos el primero es creíble, y donde se aprovecha muy bien su oficio como guionista en los momentos en los que se ofrecen distintas teorías sobre lo que sucede. El segundo no tiene tanta suerte, porque más que un personaje, parece que Jackson ha sido contratado para hacer de Samuel L. Jackson: es un tipo que curiosamente, sabe de todo en el momento adecuado ¿Que hay que huir por unos tuneles? Él es un trabajador allí ¿Que hacen falta armas? Mira por donde, él fue militar…Y así, con muchos otros. Porque aunque sea sencillo meterse en la historia, sigue siendo un poco chocante que todos tengan una puntería más que notable nada más empuñar un arma.

 
 
Uno de los motivos por los que ponerse de parte de los zombies..


Cell ha resultado una película un poco desconcertante: no da la impresión de ser una mala producción. Salvo el exceso de don de la oportunidad, sus personajes están bien construidos y resultan simpáticos. Y sobre todo, el planteamiento es de lo más atractivo. Pero los cambios de tono entre una secuencia y otra son muy bruscos, y se mantiene continuamente la impresión de estar viendo una historia que avanza a saltos, que quería narrar algo más complejo pero que no pudo, o no tuvo tiempo. Y lo que es peor, en una historia sobre la carrera a contrarreloj del protagonista para salvar a sus seres queridos, vemos cómo este olvida alegremente a su gato en el piso, del que no vuelve a saberse. Para estas cosas, el Apocalipsis no cuenta: Manuel Loureiro tuvo en nómina a Lúculo durante toda una trilogía. Vergüenza debería darles.

jueves, 16 de junio de 2016

Warcraft: el origen (20106). Para enterarse de donde vienen los hechizos, sigan las luces de colores


Pese a no ser fan de los videojuegos, he visto unas cuantas películas basadas en estos. Con que estos sirvan de idea para un guión interesante, sirve. Y como toda película, algunas entretienen, como Silent Hill o la primera Resident Evil, otras son más flojas, como Silent Hill 2 y..bueno, después está Street Fighter. Pero me reí mucho con ella. De Warcraft sabía todavía menos: que era un juego, ahora en red, ambientado en un mundo de fantasía similar al que hemos visto en libros y en otros medios. Suficiente como para resultar una película interesante incluso a los no jugadores.



Son las bases de este juego las que sirven para plantear la historia en la que dos mundos se encuentran en guerra: por un lado, el de los humanos ha sido invadido por la Horda, la nación de los orcos, a través del portal abierto por estos. Por otro, los orcos no se limitan a ser unos conquistadores despiadados: su tierra se muere y actúan movidos por la supervivencia. Pero es uno de ellos el que sospecha que la misma magia que les ha permitido viajar entre planos es la que acaba con la vida en cada uno de ellos. Y que, a riesgo de traicionar a los suyos, la única forma de salvar esta nueva tierra es aliarse con los humanos, y detener el conjuro que abrirá definitivamente la puerta entre ambos mundos.

En principio, la película estaba pensada para durar algo más de dos horas y media, reducida en algo más de treinta minutos. En el metraje se nota, porque a veces los cambios entre secuencias y tramas resultan muy bruscos, dando la impresión de  que ahí faltan diálogos o escenas de transición. Aunque la edición  no fuera la más adecuada, se agradece la decisión: esta duración es más que adecuada, y con alguna de las limitaciones del guión, habría sido muy difícil mantener la atención todo ese tiempo. Y que, personalmente, cada vez estoy menos de acuerdo con esa norma de hacer durar a los blockbusters más de 120 minutos.



En todo caso, este  tiempo es suficiente para presentar las dos tramas: la llegada de los orcos, y la actuación de los humanos. En realidad es la primera a la que han dedicado más cuidado, tanto a nivel visual como en trasfondo: los personajes son los que despiertan más simpatía, o al menos, donde se encuentran los principales conflictos sobre lealtad, enfrentamiento y drama. Es bastante chocante que unos personajes generados por CGI acaban teniendo más carisma que los actores reales, pero el material con el que trabajan estos últimos es bastante pobre:  al caballero le correspondería  ser el protagonista más o menos oficial, o al que le intentan dar algo más de profundidad.. pero Travis Fimmel no termina de convencer. Resulta un poco inexpresivo y como mucho, se dedica a desorbitar los ojos de una forma parecida a la que hacía como Ragnar en Vikings. El interés romántico que  le añaden queda muy forzado, por no decir una anécdota que se reduce a menos de cinco minutos y que hasta los personajes olvidan en poco tiempo. Pero los que salen peor parados serían los reyes de Ventormenta: más que planos, en mi vida había visto a unos tipos tan majetes. Aquí su majestad da abrazos por doquier, no se pierde una batalla y es más noble que..bueno, si fuese más unidimensional sería una cartulina. No hay problema en incluir unos personajes sin defectos aparentes, sobre todo cuando se trata de una película poco compleja, pero en el caso de este, rozaba lo cómico.



No se podría hablar de efectos especiales concretos, porque en una producción como esta, la infografía es una parte muy importante. En este caso, no iguala ni supera  estrenos de este año pero tampoco es floja: es correcta, especialmente a la hora de crear a los orcos, donde se nota que le han dedicado el mayor tiempo y esfuerzo. Tampoco puede decirse que parezcan tan reales como los actores que en algunos momentos comparten escena con ellos, porque es un tipo de efecto en el que siempre se nota la infografía, buena o mala. Pero en este caso, sí son creíbles: tienen la expresividad adecuada y las secuencias con actores no resultan demasiado chocantes. El resto es a veces muy irregular: los escenarios están muy bien recreados, así como los conjuros y las batallas, pero en otros personajes, como los enanos, se hace mucho más evidente su generación por infografía. además, hay un desnivel entre los efectos digitales y algunas caracterizaciones:  mientras los primeros son los que más lucen, los últimos tienen a menudo un aspecto demasiado de atrezzo. Las armaduras son tan brillantes que parecen plástico, y en los planos en los que aparecen magos y elfos, su aspecto parece conseguido a base de maquillaje, más propio de un cosplay bueno que de una caracterización. Hasta juraría que en algún momento a los orejones de los elfos se les notaba el postizo.



El estudio de Warcraft parecía muy convencido de su éxito. O eso, o fueron ambiciosos: todo el planteamiento de la historia está destinado a ser el comienzo de una serie, y no una película independiente. Hasta el punto de destinar el último tercio de esta a abrir nuevas tramas y quedarse con un final abierto para la próxima entrega. Al menos, esta primera ha sido muy resultona, aunque irregular en algunos casos. No se podría calificar de floja o torpe siendo una película derivada de un videojuego, donde la intención de ofrecer entretenimiento está muy clara y a menudo se enfrentan a más limitaciones que los guiones originales. Esta divierte, hace recordar un tipo de fantasía poco compleja, y el resultado visual es adecuado. Además, recordando un poco la película de Dragones y Mazmorras, que volví a ver hace unas semanas, creo que los propietarios de esa franquicia habrían dado cualquier cosa porque les hubiera salido una como la que consiguieron con Warcraft.

lunes, 13 de junio de 2016

Meme literario: De libros y tablas periódicas


Empezamos la semana con un tag, meme, o como le llaman ahora, sobre libros. Principalmente por dos cosas: porque algunas de las preguntas, por simples, hacen pensar, o más bien, son un reflejo de cómo muchos gustos y preferencias van cambiando en solo unos meses. El primer libro favorito que viene a la cabeza en un momento determinado puede ser distinto al de hace un año. Del mismo modo, aquella novela que resultó decepcionante hace tiempo puede verse desde un punto de vista menos exigente más tarde... Y después, porque la idea de este me ha hecho mucha gracia: es una tabla periódica. Algo que, al escoger la rama mixta en cuanto pude (letras mixtas, se entiende. Aunque a la cerveza con limón tampoco le hago ascos) olvidé muy pronto, salvo cosas tan básicas como a la fórmula de la sal y por qué no debo mezclar un ácido con una base. Es más, no recuerdo por qué no debo, pero por si acaso prefiero no averiguarlo.

Por suerte, los elementos que salen en cada una de las preguntas son menos complicados y menos potencialmente catastróficos que los de la tabla de verdad. De nuevo, como todos los cuestionarios que aparecen por aquí, son de dominio público y cualquiera al que le haya gustado la idea puede quedarse con ella.



1. Hidrógeno. ¿Cuál es el libro más corto que has leído?
Lo de un libro corto es algo relativo. Alguna vez he terminado en una tarde best sellers de 400 páginas porque más o menos están pensados para que la velocidad de lectura sea mayor que en otros casos. Pero si es por número de páginas, y no por simpleza, perfectamente podría ser El principito de Saint-Exupéry. O, buscando entre los primeros libros, que siempre suelen ser muy cortos, La casa embrujada de Jan Pienkowski



2. Oxígeno. ¿Qué libro necesitas para vivir?
Cualquiera. No me imagino la vida sin poder leer, sin descubrir autores nuevos, sin encontrarme a aquellos que debería haber conocido hace mucho, o sin poder releer a mis favoritos. Ahora, pensando en uno, o en una serie a la que siempre vuelvo de vez en cuando, serían Las aventuras de Harry Dickson de Jean Ray. No son ni los mejores textos de su autor, ni siquiera es literatura con mayúsculas. Pero sí son muy conscientes de su condición de folletín, hasta el punto de contar historias plenamente conscientes de su absurdo y donde la intención paródica es bastante evidente, unos cincuenta años antes de que Tardi hiciera lo mismo con las aventuras de Adèle Blanc-Sec. Bueno, y los relatos de Los mitos de Cthulhu de H. P. Lovecraft, que por ahí andan compitiendo.



3. Ununseptio. ¿Cuál es el libro que has descubierto más recientemente?
A Darker Shade of Magic de V. E. Schwab. Una novela de fantasía sobre magos, mundos paralelos e intrigas varias, que me gustó mucho por la falta de pretensiones, unos personajes entrañables, y sobre todo, que es muchísimo más breve que otras series famosas que se están publicando actualmente. Igual en unas semanas seguiré con el segundo tomo.



4. Mercurio. ¿Cuál es el libro más especial que has leído?
La trilogía de Gormenghast de Mervyn Peake. Porque es un mundo inventado que al mismo tiempo, se parece demasiado a la Europa de posguerra, por la riqueza de su lenguaje y porque, pese a lo irreal y absurdo del castillo y de la familia Groan, algunos de los personajes mas humanos y creíbles que he leído los he encontrado ahí.



5. Disprosio. ¿Has leído algún libro con un título muy raro?
Los hombres topo quieren tus ojos y otros relatos sangrientos de la era dorada del pulp. La antología es tan alocada como promete el título del primer relato. Y la bibliotecaria a l que se lo encargué todavía se sonríe cuando voy a renovar préstamos.



6. Uranio. ¿Cuál es el libro con el que más miedo has pasado?
He leído bastantes novelas de terror y sin embargo, ninguna me ha dado miedo tal cual. En realidad, la única vez que recuerdo haber pasado miedo no fue con un libro, sino con uno de los cuentos de El umbral de la noche de Stephen King: el coco. En mi defensa diré que debió ser el primer libro de terror “para mayores” que leí y quizá me pilló un poco joven. Lo bastante como para echar algunos años haciendo fuertes de mantas y bien atenta a cualquier ruido que pudiera provenir del interior del armario. Solo por eso le perdono a King muchos de los tostones que escribió con posterioridad.



7. Volframio. ¿Cuál es tu libro favorito de un autor español?
Esta es la pregunta más difícil de todas, porque hasta hace poco, los autores españoles los tenía bastante ignorados en comparación con cualquier otro. Por suerte, esto ha ido cambiando un poco, aunque todavía tengo unos cuantos pendientes. Por quedarme con uno de los géneros que más me gusta (el folletín y el pulp), por lo particular de la historia, y por los puntos de humor que tiene, este sería La torre de los siete jorobados, de Emilio Carrere.

jueves, 9 de junio de 2016

Alicia a través del espejo (2016). Atravesando espejos, tiempo y espacio



A la hora de hacer películas para un público amplio, Disney no cuenta solo con Marvel y Star Wars. De sus producciones de animación clásicas se han hecho algunas versiones desde otro punto de vista, más de aventuras y quizá no solo para niños, como Maleficent, o incluso secuelas muy libres, como la primera entrega de Alicia en el país de las Maravillas de Burton. Que, en su momento, tuvo muy a su favor la novedad del regreso del 3D a los cines. Y que unos años después vuelve de una forma muy similar: tomando solo el nombre del texto original y aprovechando al máximo todas las posibilidades visuales que ofrece un lugar como el creado por Lewis Carroll.



Han pasado varios años desde que Alicia regresara al país de las Maravilla por última vez. Ahora, como capitana del barco que perteneció a su padre, vuelve a casa para encontrarse con una mala noticia: su madre  ha contraído un préstamo  con el heredero de su antiguo socio, quien todavía está un poco rencoroso por las calabazas que Alicia le dio en su momento. la misma noche en que le anuncia que debe elegir entre su hogar o su barco, recibe un mensaje del País de las maravillas: su amigo el Sombrerero Loco está gravemente enfermo, y solo se salvará si recupera a su familia. Pero esta fue asesinada por el Galimatiazo y la única forma de recuperarla sería volver hacia atrás en el tiempo. Esto puede hacerse, pero no cambiarse sin implicar un peligro para sus habitantes y el propio País de las Maravillas.




El principal atractivo de la película sigue siendo el aspecto visual. Ahora el 3D ya no es tan novedoso como en 2009 (aunque esta también está disponible en las dos versiones), pero no impide que sigan ofreciendo todo lo que da de sí un escenario con tanto potencial. Este sigue siendo mucho más luminoso que el Londres real, donde predominan los colores más grises y en algunos momentos, una escenografía más victoriana y oscura. Pero también parece un lugar menos enloquecido que antes: el viaje a través de este se trató en la anterior entrega, y ahora aparece como un lugar más familiar y menos sorprendente. Incluso a ratos podría pasar por cualquier escenario de una producción fantástica reciente. En cambio, aún hay novedades:  las secuencias en el mundo del tiempo sirven para ofrecer un poco más de exceso en los diseños, y de paso, servir como carrera de obstáculos en las secuencias de acción necesarias, por aquello de que se trata de una película de aventuras ante todo. Lo mejor en este caso, son los escenarios inspirados en los cuadros de Archimboldo, donde por desgracia, son mucho más breves pero lucen mucho más a la ora de ofrecer un escenario más barroco donde no faltan ni unos cuantos planos de insectos un pelín repulsivos.

 


Como secuela, el planteamiento es muy adecuado. Hay una evolución en su protagonista, quien ya no parece una niña confusa sino alguien con recursos y capacidad para superar obstáculos. Además, esto sirve para que la historia sea más rápida, pudiendo aprovechar algunas elipsis para no alargar en exceso y evitar la impresión de que están volviendo a contar lo mismo. Incluso Mia Wasikowska también resulta muy alejada de la Alicia inicial, con un estilo que recuerda más al de su personaje en La cumbre escarlata Teniendo en cuenta que casi toda la película recae en ella, es de agradecer, porque el resto de conocidos aparecen muy poco, apenas un tercio del metraje, e incluso Johnny Depp como sombrerero loco tiene menos presencia. Casi es preferible, porque el Tiempo ha resultado un personaje igual de excesivo pero más interesante:  Sacha Baron se ha ido especializando en papeles un poco grotescos pero entrañables, y visto el resultado, es una suerte que haya abandonado el humor bestia en favor de estos últimos.


Advertencia: el gato Chesire de pequeño es el doble de adorable

Con tanto esfuerzo a la hora de deslumbrar al público y mantenerlo entretenido, el guión se queda un tanto pobre, por comparación. Hay dos tramas, una sobre el tiempo y otra sobre la misión de Alicia. Pero aunque la primera sería la de mayor importancia, parece que está subordinada a que a la protagonista le salgan  las cosas bien: a ratos parece que el mundo está a punto de ser destruido, y a ratos se olvidan de la gravedad que pretendían trasmitir. También resulta el avance de esta parte un tanto forzada, con unos secundarios que pronuncian  el diálogo con las pistas adecuadas en el momento justo y se acaba obviando cualquier posibilidad de drama en favor de un final feliz: los habitantes del País de las maravillas se salvan y las cosas se arreglan, oponiéndose por completo a la idea principal sobre aceptar que no puede cambiarse el pasado.

Alicia a través del espejo se salda como una secuela correcta, pero con momentos fallidos. Sus giros sobre los viajes al pasado resultan vistos (hasta el punto de haber uno idéntico a El Ministerio del Tiempo), se olvidan de elementos con potencial como lo que sucede con Alicia en el mundo real...aunque al menos, sirvió para tener un cameo del actor que interpreta a Moriarty como malvado psiquiatra y todo queda reducido a la fantasía más simple. Que en cambio, mantiene perfectamente: gran parte de sus propuestas funcionan bien, es divertida y una de esas películas para toda la familia. Y aunque quede esa sensación de que podría haber sido algo mejor, tampoco queda la de haber sido una decepción.

lunes, 6 de junio de 2016

The Boy (2016). Niñeras y muñecos, suspense asegurado


Junto a los payasos, los muñecos son uno de los elementos que sin tener al principio intención terrorífica, más aparecen con ese fin en el cine de terror. Especialmente, los de porcelana, quizá porque su inexpresividad siempre es algo inquietante. Pensándolo friamente, algo que no pasa del medio metro en el mejor de los casos, no debería dar tanto miedo, pero a menudo basta con que ese juguete que nunca ha hecho gracia parezca haberse movido de su sitio para que empiece a parecer que algo raro pasa.

 


Precisamente en The Boy sale un muñeco. Uno que se mueve bastante (fuera de cámara al menos) y que casi es un personaje más. En concreto, es el niño para el que una joven americana ha sido contratada como niñera en una apartada mansión inglesa. Esta, desconcertada al principio ante un matrimonio que cuida a un muñeco de porcelana como si fuera su hijo verdadero, acepta el trabajo como una forma de empezar de nuevo.El sueldo es bueno y su trabajo queda muy lejos de su hogar y su antigua pareja, un maltratador de manual. Además, uno de los vecinos le explica el motivo del extraño comportamiento de sus jefes: su hijo falleció hace veinte años, pérdida de la que no se han recuperado y que ella comprende perfectamente. Sin contar al supuesto niño del que cuida, ella se encuentra sola en casa, pero los objetos que desaparecen, los pasos, las voces que la llaman e incluso el muñeco que parece desplazarse sin explicación lógica, le hacen pensar que tal vez esté ahí para cuidar de alguien.



La película reúne practicamente todos los elementos propios de la serie B: escenario limitado, personajes contados, golpes de efecto, estereotipos, giros inesperados, e incluso un final un tanto abierto, como si fuera un guiño a una posible secuela. Elementos que en realidad, están muy bien empleados en todo momento. No hay novedades pero sí eficacia a la hora de contar la historia. Los personajes resultan al menos creíbles, o coherentes dentro de lo que pasa. Y es que en ningún caso sucede nada que resulte exagerado, incluso con la presencia, bastante breve, del matrimonio que contrata a la protagonista: resultan, como mucho, extraños y un tanto tristes, pero no siniestros ni caricaturescos. Esta coherencia se mantiene durante casi todo el metraje gracias al papel de Lauren Cohan, que ahora, en vez de matar zombies junto a Glenn, se hace niñera, y quien resulta muy cercana. Esta cuenta con un trasfondo creíble, que le aporta bastante veracidad a casi todas sus reacciones: desde quedarse en un trabajo un poco extraño hasta la facilidad con la que acepta la posibilidad de lo sobrenatural, comprensible en un personaje que ha perdido un hijo.

 


El muñeco casi puede considerarse otro personaje más. Y es todo un logro que se le pueda dar personalidad e incluso expresividad, a algo que no se mueve: aparentemente, la cara de este siempre es la misma (una cabeza de porcelana a ratos plácida, y a ratos, anodina), pero que con el juego de luces adecuado parece cambiar de una expresión triste a otra enfadada, a  otra más amable…en cierto modo, al mismo tiempo que la protagonista cambia su actitud y emociones. Además, en todo momento evitan la sensación de terror o amenaza: más bien se trata de una historia de suspense y no de terror, donde lo que predomina son las medias verdades y la idea que puede hacerse el público con lo que los personajes cuentan. Que no es demasiado: algunos rumores, y la información justa para saber que hay algo que no es normal. De hecho, en ningún momento se llega a hablar abiertamente del pasado del niño, todavía muy pequeño, y su personalidad queda unicamente resumido con la palabra “raro”, sin que quieran implicar abiertamente algo truculento o macabro.

Los escenarios no son una parte demasiado importante en el conjunto, pero sí algo que emplean de forma efectiva: han recurrido a una atmósfera lo más clásica posible, donde no falta una mansión victoriana llena de antigüedades, donde el realismo queda un poco de lado para ofrecer una atmósfera más clásica: si bien se trata de un niño que falleció hace veinte años, los juguetes y los objetos de la casa parecen de hace sesenta (echando cuentas, sería a mediados de los noventa, lo que lo hace todavía  más anacrónico). Un poco extraño, pero disculpable al tener en cuenta toda la idea sobre lo extraño y fuera de lugar que pretenden, y consiguen, transmitir.

 


Aunque todos los elementos de serie B sean su mayor ventaja, el recurrir tanto a estos estereotipos hace también que se hayan quedado con los peores. No faltan los tópicos con sustos que resultan ser pesadillas, no tan evidentes como en The Forest, pero no eran necesarios. Hay momentos un tanto absurdos, como el que la protagonista suba a investigar un desván recién salida de la ducha, y sin más atuendo que una toalla. Y que, a estas alturas, es muy difícil creerse lo de la falta de cobertura: cuando se pueden recibir llamadas desde cualquier camino de cabras, habrá que ir aceptando los móviles como un elemento más en los guiones de terror.

Aunque un muñeco y una mansión antigua tengan bastantes papeletas para salir en unan película de terror, con The Boy se opta por el suspense. Y por un estilo más sencillo, lejos de efectos especiales, y al menos en su mayor parte, de los sustos fáciles. Quizá por eso pueda considerarse una película muy de domingo por la tarde, pero al menos, dentro de este campo, resulta muy efectiva y no se olvida en un par de horas.

 

jueves, 2 de junio de 2016

El libro del cementerio (2014). (Creciendo) entre fantasmas


 
Lo bueno de según que libro es que se llegan a encontrar fotos de gaticos geniales
 
Neil Gaiman se ha convertido en un autor al que no me arrepentí darle más de una oportunidad. Tras una novela suya a la que no llegué a pillarle la gracia, un par de cuentos bastante correctos, Coraline me gustó mucho e incluso acabé por leer algún tomo de Sandman. Y como guionista me convenció mucho más que como narrador. Por eso cuando vi la versión en cómic de El libro del cementerio, preferí empezar este en lugar del texto original de Gaiman. Bueno, por eso y porque en ese momento estaba con otro libro en medio, y aunque no soy capaz de leer dos al mismo tiempo, no tengo ese problema si se trata de un comic.

 


En realidad El libro del cementerio no es el guión exacto de Gaiman, sino que colabora como adaptador P. Craig Russell, quien además de haber hecho lo mismo con Coraline, también cuenta con varias versiones en comic de otras novelas fantásticas e incluso de piezas de ópera. En ella se cuenta como un niño, apenas un bebé, escapa milagrosamente del hombre que asesina a su familia durante la noche. El lugar donde encuentra refugio es un antiguo cementerio,  donde sus residentes, los espectros de quienes fueron enterrados allí hace siglos, deciden que lo más seguro para el niño es que sea criado como ciudadano honorífico. Lo que vendrá después será la historia de este, bautizado como Nadie, durante su infancia y su adolescencia en un lugar donde su familia adoptiva son todo tipo de seres sobrenaturales: espectros, un vampiro, e incluso una licántropo que actuarán como sus tutores. Pero donde todo lo que aprenda de ellos puede serle útil: en el cementerio hay otros seres menos amistosos, y sus amigos temen que el hombre que mató a sus padres pueda regresar a buscarlo.

 


El estilo de la narración recurre a la estructura de los cuentos, tanto en el estilo como en el punto de partida. Al protagonista se refiere en un principio como “el bebé”, tratándose de un niño que en realidad ya es capaz de caminar, y el comienzo requiere la suspensión de la credibilidad necesaria para que el lector acepte que este es perfectamente capaz de llegar a un cementerio…más rápido que un adulto hecho y derecho. Es algo que hay que aceptar como cualquier otro elemento fantástico en los cuentos populares. Que aquí también son una influencia muy importante: en ese niño criado por los espectros se reconocen las leyendas sobre niños robados por las hadas. Del mismo modo, la idea de los nombres propios como fuente de poder, el carácter cíclico de los acontecimientos y el carácter moral, o incluso de supervivencia, de la enseñanza de determinadas normas, son muy deudoras de la narrativa tradicional. Bueno, el último aspecto se utiliza unicamente como aspecto narrativo: de momento, nadie se  ha encontrado recientemente con ghouls. Aunque por si acaso tomaré nota de lo que aconsejan en el cómic.

 


La historia está planteada de una forma muy episódica: esta está formada por distintos capítulos. Solo en los dos últimos se retoma la trama principal, sobre el origen del protagonista y el asesino de su familia, pero también de una manera muy episódica. El resto casi podrían ser relatos independientes sobre distintas aventuras en varios momentos clave de la vida del protagonista, desde sus primeras palabras, su aprendizaje entre los fantasmas, e incluso, su primera salida al exterior acudiendo al colegio durante un breve periodo de tiempo. Y, al igual que en las colecciones de relatos, el interés y el tono de estos varía: desde la mitología al terror gótico, la fantasía oscura, pasando por la ironía. Un conjunto que resulta un poco irregular a veces, especialmente en el desenlace. Porque aunque la historia y el mundo del cementerio que Gaiman crea resulta interesante en todo momento, la explicación que acaba dando a la historia principal es un poco floja, con una gravedad y una trascendencia excesiva que no termina de quedar bien con el resto. En cambio, los capítulos centrales son los mejores: a través de las aventuras del protagonista se van conociendo a algunos de los habitantes del cementerio, y los lugares que lo forman. Donde practicamente no falta de nada: desde un portal a la dimensión donde viven los ghouls y los ángeles descarnados de la noche, hasta una cripta donde hay un primigenio al que este ni le teme especialmente, ni le hace demasiado caso (H. P. Lovecraft también está bastante presente en el libro). Y es que los bichos de los Mitos de Cthulhu siempre se caracterizaron por tener una conversación bastante pobre.

 


El dibujo en este caso ha sido obra de varios artistas, todos con un estilo tirando a tradicional que va desde el cómic típico a ilustraciones que buscan un aspecto más realista. Pero en todo caso, muy adecuado para la historia, y en ningún momento hay bajones de calidad o la sensación de no haber elegido el tipo de ilustración correcto. Como detalle, bastante ingenioso, el estilo cambia un poco de golpe en la parte final. En la que, si bien la resolución de la trama principal no convencía mucho, el desenlace final sí es mucho más emotivo, donde un protagonista casi adulto se despide de su familia adoptiva, en las viñetas que precisamente, emplean las ilustraciones más realistas y poco llamativas.

 

Es muy probable que tras el comic, no llegue a leerme la novela que originó El libro del cementerio. Como adapción, da la idea de haber sido muy fiel al original. Aunque si este tiene la misma emotividad y simpatía que despierta la historia en viñetas, igual dentro de algún tiempo es la siguiente oportunidad que se gana Gaiman. Además, no hay por ahí muchas historias sobre cementerios con tanta vida.

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