Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 7 de abril de 2016

Aquella casa al lado del cementerio (1981). Entre lo torpe, lo genial, y las patillas gigantescas



Todavía veo cine del malo a menudo, aunque este no aparezca por las entradas. O bien se queda para alguna tarde para recordar las series B sin pensar mucho, o para alguna reunión donde la película en cuestión sale bastante desplumada. Algo que, por mucho que se esfuercen a base de Sharknados, todavía no se han vuelto a alcanzar cotas tan altas como en los ochenta, quizá porque estas todavía querían hacer creer que iban en serio: me vas a comparar un Ghoulies, con su marioneta artrítica saliendo de un wc, con los tiburones cgi de Asylum…¡no hay color! Algunas de estas, dentro de su comicidad involuntaria en algunos momentos, son películas de terror de lo más disfrutables en su conjunto. Otras, como las dirigidas por Lucio Fulci durante los setenta y ochenta, son toda una rareza: con realizaciones realmente torpes, momentos de casquería que rozan lo hortera y algunos guiones incomprensibles. Pero hay algo en ellas que hace que, aún no siendo buenas producciones, sea muy difícil encontrarles ese punto cómico, pero sí cierto interés que otras series Z no tienen, y en muchos casos, una fascinación un poco extraña.

 


Aquella casa al lado del cementerio, es en un principio, una historia de terror deudora de los relatos de H. P. Lovecraft (como En la cripta o Herbert West) y también con cierta influencia de El resplandor. Al menos en teoría. Porque en la práctica, más que relato pulp, es un bolsilibro con todos los clichés y estereotipos de esta narración. Que comienza, precisamente, con un crimen: tras asesinar a su amante, un profesor universitario se suicida. En cualquier otro guión habría policías y una investigación, pero se ve que aquí también hay recortes en el sector público, porque quien acude al caserón del asesinato es otro profesor, enviado por la universidad, para que descubra lo que le sucedió al difunto. Por si no fuera poca la falta de medios policiales, el sujeto en cuestión decide llevarse con él a su familia mientras dure la investigación, o lo que quiera que haga por ahí. Porque no hay nada mejor que meter a un niño con imaginación hiperactiva y, por lo que se ve, con posibles poderes telepáticos, en una mansión desvencijada construida justo al lado de un cementerio. O de cuatro lápidas de corchopan que aparecen en alguna secuencia. La estancia de la familia estará poblada a partir de entonces por planos de maniquíes y muñecas de porcelana descascarilladas, niñeras siniestras que surgen de la nada, fantasmas (o algo parecido), premoniciones, y llantos infantiles que parecen venir del sótano. Y de unas cuantas deducciones aleatorias de su protagonistas.
 



Con todos estos elementos, podría parecer una película bastante mala…y siendo muy críticos, lo es, al menos a nivel formal. El guión es de risa, la resolución de la trama es incongruente, las situaciones ilógicas y las actuaciones, de tercera en el mejor de los casos, cuando no se pilla a uno de los actores mirando a cámara directamente. Hay primeros planos de los ojos de los protagonistas a mogollón, para acentuar el dramatismo, de llaves, de baldosas y hasta de un gatico echándose una siesta en una de las lápidas (bueno, esta en realidad es una de las mejores escenas). Momentos absurdos, como la niñera limpiando un enorme charco de sangre sin saber de donde sale, y con un reparto que parece ni inmutarse. Una especie de subtrama sobre fantasmas, o telepatía, o algo que no termina de tener claro. Un doblaje al castellano que le hace justicia al resto: es un milagro que una de las voces termine de concordar bien con las bocas de los actores. Y una estética de finales de los setenta donde no faltan patillas, flequillazos y jerseys de cuello vuelto en  todos los colores y modelos.

 


Muchos dicen a modo de defensa que las películas de terror de Fulci, de zombies o sobrenaturales, eran muy similares a pesadillas. Con lo que estoy de acuerdo: la torpeza, lo forzado de las actuaciones, y lo ilógico de los guiones, más que un desastre, le daban una cualidad onírica, donde el relato de terror como algo coherente era sustituido por lo irreal y lo inquietante. Al igual que en una pesadilla, muchas de las situaciones no tienen mucho sentido, pero eso no impide que provoquen miedo en su momento. Lo que se consigue en cierto modo con ese escenario propio de la imaginación popular, como es una casa y un cementerio, o el momento en que se descubre de donde provienen los sollozos infantiles.

 


El guión, pese a todos esos defectos en cuanto a coherencia, es el adecuado para ese tipo de atmósfera: una mansión, un cementerio, científicos locos y el establecer que, aunque uno de los personajes sea un niño, no da la sensación de que este vaya a estar a salvo. Elementos que no se han trabajado de una forma correcta, pero que sin duda hacen una historia infinitamente mejor y más original que la enésima entrega de Viernes 13 que se convertiría en algo habitual años después. Y que, por lo breve del metraje, que no llega a los noventa minutos, hace que los defectos más evidentes de la película no se conviertan en un lastre mayor o en algo tedioso.

Aquella casa al lado del cementerio es una mala película. Mala, si se la compara con otras producciones más cuidadas en todo los sentidos, pero no mala si el espectador se queda con lo que se pretendía contar: un escenario reconocible, una atmósfera pesadillesca y una trama cuyo aspecto aparentemente torpe esconde, en realidad, lo que le gusta a una gran parte de los aficionados al terror.



(Editado: He encontrado la foto del gato siesteando en la tumba. La entrada no estaría completa sin ella. Ni la película, vaya)  

 

 

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

Si aparece un gato, no hay más que hablar xD. Hay que ver lo que se disfrutan estas películas. Su falta de pretenciosidad y esa reunión de clichés del género las hacen ideales para una tarde de domingo.

Renaissance dijo...

Si es que el gatico es lo mejor, y no lo digo por favoritismos XD. Con todos los fallos, me pareció una película muy efectiva: al menos se centraba en clichés muy concretos y que me gustan, es breve y muy de ver un domingo. Nada que ver con los slashers de enmascarados, vamos.

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