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lunes, 12 de octubre de 2015

La niebla (1980). Los fantasmas que vinieron del mar


 
A veces es un poco difícil poder ver una película, no por tercera vez, sino por segunda, cuando no es recurriendo al dvd o soporte parecido: muchos canales destinados al cine parecen olvidar que hubo vida antes de 1991, y si se trata de cine fantástico, hay que sumarle una década al menos. Algo que se echa mucho en falta cuando, por ejemplo, se piensa en John Carpenter, quien durante los ochenta fue capaz de dirigir casi una película por años, entre las cuales se cuentan algunas de las mejores del fantástico entonces. Una de ellas es nada menos que un relato de fantasmas de los de toda la vida.

 


La niebla no podía comenzar de una manera más clásica. Un marinero cuenta a unos niños una historia sobre cómo, hace casi cien años, un barco, engañado por una falsa señal, naufragó cerca de las costas del pueblo. Esa misma noche, el sacerdote encontrará un diario oculto en las paredes de la iglesia, que prueba que el relato era cierto, pero no como lo contaba la leyenda. El barco había sido conducido contra las rocas hace casi un siglo a causa de una densa niebla que cubría el mar y la hoguera encendida por los fundadores del pueblo, quienes emplearon el oro de su cargamento para construir este. Y a unos pocos días del centenario de la localidad, empiezan a suceder fenómenos extraños: durante la medianoche, la niebla, a través de la cual pueden verse a unas extrañas figuras armadas con sables y garfios, vuelve a cubrir las calles de la ciudad.


 

El referente más cercano que tiene el guión es el de los relatos de William Hope Hogdson, para quien el mar y sus leyendas supusieron gran parte de su inspiración. Gran parte de los elementos, como personajes como el sacerdote, el pueblo costero, su historia oculta y la trama sobre venganzas sobrenaturales perfectamente podría haber tenido lugar en un cuento de finales del XIX. En cambio, su planteamiento y empleo de medios de la época actual funciona perfectamente: detalles como el servirse de una radio para alertar a la población, o el funcionamiento eléctrico de un faro son claves para el desenlace, y no un añadido para que al público no le resulte chocante ver una historia clásica.

 


Los protagonistas también son propios del terror moderno: en lugar de profesores o historiadores, estos son gente de a pie, alguien muy pensado para ser reconocido y comprensible para los espectadores, pero que también cuenta con una caracterización necesaria para poder aportar algo a la trama: el personaje de Nick, interpretado por Tom Atkins, aporta un enfoque más pragmático y decidido, más cercano al héroe que encara a los espectros a puñetazos si hace falta que alguien que se quede bloqueado ante lo sobrenatural. Este, al ser acompañado en la segunda mitad por el del sacerdote, funciona muy bien por el contraste y al complementarse con la actitud de este último. En cambio, la parte más emotiva es la aportada por una locutora de radio, quien por lo claustrofóbico de su escenario y el riesgo que esta y su familia sufre, aporta uno de los momentos con más tensión de la película. Pero no todos salen tan bien parados en cuanto a participación: el papel de Janet Leigh es breve pero bastante digno, y en cambio, el de Jamie Lee Curtis, es poco menos anecdótico. Se nota bastante que está pensado para que el protagonista tenga un interés romántico, sin que haga mucho más. Por suerte para ella, se ve compensado con unos rasgos que la convierten en una secundaria simpática y que no molesta, sin llegar a convertirse en un figurón.

 


El guión, probablemente por estar tan sujeto a unos estereotipos clásicos bastante rígidos, tiene momentos que, sobre todo hoy, no terminan de funcionar: cosas, que el espectador puede dar por supuestas por su condición, son asumidas enseguida por los personajes. Si alguien menciona un diario, de repente todos asumen que ahí tiene que haber una pista, o que una secuencia dramática sea despachada rápidamente porque es necesario que un secundario haga algo determinado. Esto, en el fondo, no son más que fallos muy nimios, que apenas afectan a la propia película y que en cierto modo, si se le pueden tolerar a Hogdson o a Machen (apellido al que hacen un guiño también), aquí también se debería, al no ser otra cosa que parte de la historia, para bien y para mal.

 
 
 
Sin tener grandes efectos especiales, porque estos son muy contados y no especialmente lujosos, son las secuencias fantásticas las más llamativas por su carácter artesano: la presencia de lo sobrenatural se anuncia con elementos tan simples como una niebla muy brillante en medio de la noche (de una noche que, en lugar de ser un exterior real, es una ilustración), y de unos espectros que nunca llegan a verse. Algo curioso, teniendo en cuenta que estos se han planteado con una forma muy corpórea. Si bien llevan armas y son capaces de causar daño, de estos apenas se ven sus brazos siempre negros y de aspecto lodoso, garfios o sus siluetas donde destacan unos ojos rojos muy irreales. Algo que en cierto modo podría resumirse como cuatro tíos disfrazados avanzando entre hielo seco, pero que por esa total simpleza funciona a la perfección, y que para muchos es uno de los detalles más memorables de la película.

La niebla es, en el fondo, tan sencilla e inquietante como la leyenda con la que esta comienza en sus primeros minutos. Pero, al igual que los relatos de Hogdson, Machen o incluso Jean Ray (aunque este último, mucho más aficionado a que haya una pelea a puñetazos en algún momento) se disfruta por lo que son, por ser una historia de terror bien construida y sin alardes. De los que, por lo que ví en las fotos del remake del 2005, sí hacen a la hora de presentar a sus personajes fantasmales. Pero me parece en este caso, vale más una buena historia, un bloque de hielo seco y dos linternas rojas, que todos los efectos digitales de los que disponían 25 años más tarde.

2 comentarios:

José Miguel García dijo...

"La niebla" es, para mí, una perfecta vara para medir el talento de Carpenter. No está entre las tres o cuatro películas que hacen tan grande a este director, pero desde la segunda fila deslumbra como la carrera entera de muchos otros. La atmósfera, la resolución de los momentos culminantes, esa gélida sensación de mal abstracto que posee... Un cuento de terror que no es el primero que se viene a la cabeza, pero que siempre es un placer revisar. Y de inmediato vendrían "1997: rescate en Nueva York" y, sobre todo, "La cosa". Palabras mayores ya.

Renaissance dijo...

Casi todo lo de Carpenter en esa época se cuenta entre las mejores películas de entonces, aunque no fueran éxitos de taquilla o crítica. Lo mejor de La niebla es su planteamiento como relato breve y autoconclusivo, donde la atmósfera y lo irreal prima sobre personajes, y precisamente gracias a cuya estructura se queda al margen de cualquier posibilidad de secuela y franquicia.
Y junto a 1997 también vendría El príncipe de las tinieblas, que es una aproximación a lo sobrenatural un poco abstracta (entre el cristianismo y lo lovecraftiano)...Aunque a mí me gustó hasta Golpe en la pequeña China, película muy de sesión de tarde con la que aún a día de hoy me río un montón.

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