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jueves, 20 de noviembre de 2014

Lecturas de la semana. De aventuras va el tema


Esta vez cambiamos de tercio. Después de unas cuatro semanas dedicando entradas a libros sobre fantasmas, primigenios, investigadores de lo paranormal e incluso a cómo sobrevivir a todos ellos, vuelvo al género de aventuras. Algo que no es muy habitual, excepto cuando se trata de los dos protagonistas de series literarias muy largas, y muy conocidas en Francia y Bélgica.



 Henri Vernes. La griffe de feu. Bob Morane, el ingeniero y antiguo piloto de combate creado por Vernes, ha recorrido medio mundo en solo cuatro aventuras…¡Y lo que le falta! En este caso, el propietario de una concesión minera en África pide su ayuda ante los presuntos sabotajes que su empresa está sufriendo, y que por la proximidad a un volcán, pueden provocar una catástrofe en un pequeño país africano. El héroe deberá utilizar todos sus conocimientos para poder salvar a sus habitantes de una inminente erupción, y a su vez, descubrir quien es el responsable de los sabotajes.
El estilo de Morane es el de las aventuras más clásicas, al menos en los primeros tomos: algunos lugares y situaciones todavía son deudores de la entonces reciente II Guerra Mundial, pero gran parte de los escenarios son tan exóticos, atractivos y relativamente cercanos para sus lectores como selvas perdidas, barcos hundidos en el Mediterráneo, o un país todavía poblado por tribus sin contacto con la civilización. Posteriormente vendría La Sombra Amarilla, el que sería su archienemigo, pero para este todavía quedan unos tomos, por lo que, en la mayoría de los casos, y el de la Griffe de feu también, sus antagonistas son personajes a los que su codicia les convierte directamente en villanos.

En este caso, se nota demasiado la época en la que fue escrito, donde la explotación de determinados recursos naturales se plantea como algo habitual, y donde no faltan los “buenos salvajes” que suelen aparecer en casi todas sus aventuras. Morane también suele ser un héroe de miles de recursos, pero esta vez se lleva al extremo: lo mismo sabe de vulcanología, que de química, que de ingeniería de caminos…¡es increíble lo que da de sí su presentación como “ingeniero”! (aunque sospecho que a día de hoy, incluso tendría problemas para encontrar trabajo en cualquier empresa de Alemania). 

Quizá por el tema y la ambientación ha sido el que menos me ha entretenido de los que he leído, porque esperaba algo más en la línea anterior. Aunque el anexo que incluyen al final, como en cada libro, explicando a la chavalada unos cuantos conceptos de vulcanología, me sigue pareciendo entretenido y entrañable. Y es que en esta edición se tomaban mucho en serio lo de instruir deleitando. 


Jean Ray. Le monstre blanc. Otro de mis favoritos, si no el que más. El detective creado por Ray, quien presumía que entre vaso y vaso de ginebra, era capaz de escribir una aventura por noche (en más de una vez me he preguntado si el alcohol tendría algo que ver con alguna de las descacharrantes situaciones que incluye), empieza sus aventuras visitando el manicomio de Bedlam. Allí, entre locos que se creen Napoleón, se encuentra un hombre que asegura haber visitado el infierno donde todavía permanecen varias personas desaparecidas recientemente. La pista del demente se mezcla con la desaparición de un conocido explorador, unas notas acerca de la existencia de una feroz criatura de pelo blanco, y una veta de oro en los subterráneos de Londres.

Y todo esto, así, sin anestesia ni nada. Porque con un argumento así queda claro que lo que sucede, no va a tener mucha lógica ¿Por qué va un detective a una convención de psiquiatras en un manicomio? Por el mismo motivo por el que una historia sobre exploradores y monstruos subterráneos se mete de por medio: porque sus historias no siguen la norma habitual de detectives. Lo mismo empieza perdido en un pueblecito inglés, que descubre a los últimos seguidores de un dios sumerio. Le monstre blanc no es una excepción, y cada elemento, más enloquecido que el anterior, va apareciendo de la misma forma un poco aleatoria y estrafalaria. Tanto, que al igual que otros personajes de principios de siglo, como Rocambole o Fantômas, o se ama o se odia. Y en el último caso es muchísimo más sencillo ver los defectos de la narración. Pero lo cierto es que en muchas ocasiones estos elementos se han planteado desde un punto de vista humorístico.  De un humor que se adelantó varias décadas al término autorreferencial, y del que años después serían deudor, entre otros, las aventuras de AdèleBlanc-Sec.

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