Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 19 de junio de 2025

El incinerador de cadáveres (1969). Aseguramos su descanso eterno

 


A menudo  deformar la realidad es una mejor forma de reflejar esta misma. Lejos del retrato fiel y objetivo que una corriente realista proporcionaría, el absurdo, el humor negro, acercarse un poco al fantástico  aporta una visión distinta. No necesariamente mejor, pero quizá si más aguda en la que es posible  mostrar  con mayor profundidad todos los matices de esta. Y también, poder enfrentar  temas mucho más crudos o controvertidos. Esto  ha supuesto  que las tendencias en cine o literatura alternaran entre ambas visiones: el realismo y neorrealismo de los cincuenta  dio  paso a una nueva ola cinematográfica que abrazaba una narrativa distinta. Incluso al otro lado del telón de acero, el realismo soviético daba paso también a una nueva ola de cineastas. Planos más agresivos,  montajes más moderno o que volvía  a lo descubierto en el expresionismo, y cierta visión kafkiana de lo narrado hacían que el cine se moviera en ese terreno entre lo real y lo extraño. La película de  Juraj Herz se mueve, de esta manera, entre  los salones de la Europa de Entreguerras,  reuniones familiares bien, burdeles…y los hornos de un crematorio.


Hace  19 años que  Karel  Kofrkingl y Lankme  se conocieron delante de  la jaula del leopardo. Hoy han formado una familia con sus hijos, su gato, y en la que  Karel desempeña un puesto en el crematorio local.  Lector asiduo  del libro tibetano de los muertos, considera su trabajo una labor sagrada en la que los setenta y cinco minutos que se tarda en incinerar  un cadáver supone la diferencia entre  los sufrimientos de este mundo y la liberación de la próxima vida. Una filosofía que comparte con todos sus conocidos y amigos durante las veladas familiares.  En una de estas reuniones un antiguo camarada  del ejército le habla  sobre el  inminente control de  Checoslovaquia por parte de Alemania  es cuando  su extraña filosofía de vida  comenzará a retorcerse de modo que se adaptará perfectamente a las necesidades del nuevo régimen. Aunque para ello tenga que liberar del sufrimiento terrenal a unas cuantas almas.


Hace  19 años que  Karel  Kofrkingl y Lankme  se conocieron delante de  la jaula del leopardo. Hoy han formado una familia con sus hijos, su gato, y en la que  Karel desempeña un puesto en el crematorio local.  Lector asiduo  del libro tibetano de los muertos, considera su trabajo una labor sagrada en la que los setenta y cinco minutos que se tarda en incinerar  un cadáver supone la diferencia entre  los sufrimientos de este mundo y la liberación de la próxima vida. Una filosofía que comparte con todos sus conocidos y amigos durante las veladas familiares.  En una de estas reuniones un antiguo camarada  del ejército le habla  sobre el  inminente control de  Checoslovaquia por parte de Alemania  es cuando  su extraña filosofía de vida  comenzará a retorcerse de modo que se adaptará perfectamente a las necesidades del nuevo régimen. Aunque para ello tenga que liberar del sufrimiento terrenal a unas cuantas almas.


Adaptando una novela  de Ladislav Fuks, la película narra entre el terror y la comedia negra, el desarrollo de un personaje, ese incinerado r de cadáveres, concebido desde el primero momento como una figura inquietante.  La primera aparición de este, en el que su voz, monótona y pausada habla de su vida familiar idílica, y sus aspiraciones profesionales para el futuro, se alterna con un montaje de las fieras del zoológico, tan brusco e incoherente con el contexto del monólogo como los créditos que anuncian en fotomontaje, el comienzo de la historia. La estampa familiar de los cuatro miembros de su familia, deformados a través de una lente, presagian también esa visión distorsionada del orden social y a partir del cual se presenta a su protagonista. Karel (lo tratamos por su nombre de pila. Escribir checo es muy difícil), abstemio, no fumador, creyente en la filosofía oriental y devoto padre de familia. Pero también  asiduo visitante de burdeles, capaz de moverse sin complejos a través de la hipocresía social que él mismo practica, y también de retorcer sus creencias para adaptarse al nuevo orden imperante. Un personaje que habla con la misma zalamería de su labor como encargado del crematorio que delatando a sus empleados, o dando ese último paso en el que la ambición se mezcla con la locura y es capaz de sacrificar a su propia familia  en favor del cargo que, en un delirio casi mesiánico, cree estar llamado a desempeñar. 

El personaje interpretado por  Rudolf  Hrusínskky, de gestos untuosos,  que no duda en invadir el espacio personal de sus interlocutores, resulta siniestro en todos y cada una de sus apariciones. Un personaje que parece estar esperando el momento adecuado para explotar y al que solo su fachada de padre de familia, y el comienzo de una guerra, lo separan del destino que  Peter Lorre Mostraría en su retrato del  vampiro de Dusseldorf. Este, con su aspecto inquietantemente inofensivo, su pelo engominado (en ese corte que en mi pueblo llamábamos lametón de vaca) que atusa de forma casi inconsciente con el mismo peine que segundos antes, ha utilizado para adecentar un cadáver, es la figura principal a través de al que se prseese4ntan el resto de personajes,  desde esa familia que pronto desaparecerá de la escena a una serie de secundarios casi caricaturescos y propios del continente entre las dos guerras_: trabajadores demasiado ancianos para seguir en activos,  con problemas de hígado”, adictos a la morfina, empleados   incomodos ante la visión de un cadáver y mujeres vistas como  presa u objetos, al margen del estamento  familiar de su protagonista. Incluso el matrimonio,  enfrentado en una permanente discusión que parece interrumpir cada secuencia, pero que marca el tono de la película: lejos de un reflejo realista de como una ideología puede modificar el pensamiento de una persona, este se plantea como una comedia negra, con tintes surrealistas y que a partir de su segunda mitad se acerca al terror convirtiendo a su protagonista  en un asesino sin remordimiento, pero a través del cual la realidad se va mostrando distorsionada. La misteriosa figura femenina que aparece observándolo en los alrededores del tanatorio o la visión de su propio  doppelganger anunciándolo como próximo Lama, justificando su delirio. Este, finalmente apoyado  por un miembro del nuevo gobierno, hace que este último segmento sirva para  la transformación de su protagonista, primero asesino, ahora verdugo útil.


El blanco y negro de la película, donde recrea esos últimos años de la década de los treinta, alterna entre recordar al expresionismo (algo  bien traído teniendo en cuenta la época de la historia) y una filmación donde el uso de planos muy forzados, de lentes de ojo de pez y tomas distorsionadas lo alejan de cualquier representación realista y aprovechan esa forma de rodar, mucho más arriesgada y novedosa, que las tendencias anteriores.




El incinerador de cadáveres, desde sus primeros minutos, anuncia la extrañeza de cada una de las reflexiones de su protagonista, ese funerario devoto de su oficio que comenzará a verse a sí mismo  como a un agente liberador, pero también cada escenario, donde la familia y lo considerado correcto conviven de forma  paralela con su versión más sórdida.

jueves, 12 de junio de 2025

Lecturas de la semana. Series inconclusas


Hoy hemos asumido que habrá determinados libros que no llegaremos a ver terminados. Martin ha manifestado públicamente que dejemos de incordiar, y de Rothfuss nadie espera ni que empiece el tercer volumen de su crónica del asesino de reyes (da igual porque se supone que Kvothe iba a contar su historia en tres noches y en dos libros no ha pasado nada. Hala, ya lo he dicho). Pero, ¿qué pasa con aquellas que sí han tenido una continuidad, pero no traducidas? Narraciones originales, pero para las que los números no cuadraban como para continuarlas. Estas, además del factor económico, suelen caracterizarse por tratarse de historias con un personaje común, aunque autoconclusivas ¡, o con muy pocos cabos sueltos como para poder funcionar como un único libro sin continuarlo. Eso, con un poco de suerte, porque también puede darse el otro caso, en el que una saga con intención de continuidad queda condenada a quedarse ahí , con un final abierto. En este caso, una vuelta por las librerías de segunda mano ha traído muestras de ambas.


Steven Brust. Taltos. A Vlad Taltos, oriental, miembro de la casa Jhereg y como todos los de su raza, alguien inferior a ojos de los dragaeranos, le ofrecen dos miembros de esta raza un trabajo tan lucrativo como peligroso: adentrarse en la tierra de los Muertos y traer de vuelta el alma de uno de los miembros de su linaje. Un trabajo que, por su condición, es precisamente, un humano el que puede llevarlo a cabo. Aunque la especialidad de Taltos, además de unos cuantos trucos de brujería y el uso de la espada, sea más bien la de enviar a gente a l otro barrio previo pago y no al revés.

El personaje de Streven Brust fue originalmente publicado en Martinez Roca, al menos, los tres primeros libros de una serie que continua en la actualidad y anda por la veintena. Esta sigue las andanzas de Vlad Taltos, un honrado miembro de los bajos fondos en un mundo donde no solo existe la magia, sino dos razas distintas: los humanos, llamados Orientales, y los dragaeranos, quienes paradójicamente son los que se consideran humanos pero su longevidad y dominio de la magia , los acerca mucho más a los elfos de la fantasía tradicional. Y en la que se añade al escenario fantástico la animadversión entre ambas, aunque esta permita cierta convivencia. Una forma muy curiosa de añadir cierta nota de conflicto social para una saga un poco más centrada en la picaresca de eses protagonista, ciertamente un mafioso honorable, que en la alta fantasía.
Taltos sería la cuarta entrega, y planteada como precuela a las anteriores: la trama tiene lugar antes de los tres primeros libros y mezcla párrafos en los que se narran los primeros años del protagonista, así como sus primeros pasos en los bajos fondos. El estilo es muy rápido y aunque esto supone que sea fácil poder intercalar ambas líneas temporales, no es recomendable acelerar mucho leyendo, sobre todo tratándose de texto en inglés.
Aunque se incluya una parte de la historia del protagonista, de nuevo, este no es precisamente el nombre del viento: es muy breve, y el autor recurre mucho a jugar con elementos de la fantasía que el lector conoce por lo que le será fácil adaptarse e irlo hilando. Del trasfondo , aunque se ha ido desarrollando en los libros anteriores, también es fácil hacerse una idea, junto a los nuevos elementos que se van añadiendo. Tampoco es que se pueda meter mucha complejidad en una novela de ciento ochenta páginas donde parece que hasta los capítulos van tasado para pasarse de extensión. Y la trama, en comparación a este trasfondo y un poco el carisma de su personaje, es casi una historia bastante sencilla donde se juntan unas cuantas peleas callejeras, giros sorpresa y una resolución cerrada. Una novela simple, muy episódica, y en la que lo más atractivo, más que esa trama, es la presencia de ese mafioso que se toma su trabajo como un oficio más, en un mundo donde lo fantástico no impide que sus personajes tengan que convivir con situaciones tan anodinas como organizar gastos, pagar sus impuestos…o evitar una paliza de sus acreedores.


Barbara Hambly. El espíritu del mago oscuro. Cuando Joanna, una programadora que trabaja en uno de los múltiples proyectos del gobierno n una oficina de los Ángeles, es asaltada durante la noche por una figura que desaparece sin dejar rastro, no sospecha que ese sería solo el comienzo de un viaje que la llevaría aun lugar muy lejos del mundo que conocer: arrastrada al otro lado del Vacío junto a Caris, un guerrero, y Antryg Windrose, encarcelado durante años por ser el último discípulo de Suraklin, el mago que estuvo a punto de destruir el imperio de Ferryth, esta busca una forma de regresar a su mundo, pero también de detener a las criaturas que amenazan el hogar de Caris y Antryg, y cuya aparición parece hacer temer que Suraklin haya vuelto.

Hambly cuenta con varios libros publicados en España, una gran mayoría, en Timun Mas. Dos de sus novelas, Cazadores nocturnos y Vencer al dragón, también forman parte de series que se quedaron en un único libro traducido…afortunadamente, su carácter auto conclusivo hizo que pudieran funcionar igual. No ha sido el caso de El legado de Suraklin, una trilogía que se quedó en este único tomo publicado en la colección de Fantasía Épica, en la que lo mismo convivían novelas de franquicia con autores y sagas más interesantes, que se revalorizarían años después. En esta, Hambly utiliza el tema del viaje entre mundos, que había planteado previamente en El reino de Darwath, afortunadamente, publicado en su totalidad. Una idea que parece ser tan propia de los ochenta (también utilizada en El tapiz de Fionavar) como la presencia de clanes ninja hasta debajo de las piedras (empiezo a echar en falta que esos fueran nuestros únicos problemas).

Una parte de la trama se dedica a desarrollar un poco e mundo, que en lugar de limitarse a un escenario fantástico medieval, intentan avanzar un poco mostrando una sociedad donde la magia y un estamento religioso mantienen una convivencia muy precaria y donde el mundo parece estar a punto de entrar en una revolución industrial, siendo la electricidad una energía que tanto la ciencia como la magia utilizan. Esta describe l viaje de los personajes a través del reino, que sirve para desarrollar un poco a los protagonistas, el escenario, y también estableciendo la trama romántica entre dos de ellos. Una bastante personal no por lo intimista sino porque es bastante similar a la que se narraba en El reino de Darwath, y que la descripción de Joanna, la protagonista, guarda un sospechoso parecido con el aspecto físico de la propia Hambly. Salvo esta parte quizá un poco más predecible, la idea de la trilogía, o al menos, de ese primer libro, supone una vuelta muy curiosa a la idea de la similitud entre la magia y la ciencia, sobre todo, a los procesos informáticos que se describen y que entonces, no solo estaban muy lejos de lo que se alcanzaría 40 años después, sino que precisamente, por su novedad y potencial, producían un poco esa sensación de ser casi magia.


jueves, 5 de junio de 2025

Until Dawn (2025). Un, dos, tres, repita otra vez.

 


Los videojuegos se han convertido  ya e n un material para el cine a la misma altura que el comic o la literatura. Tanto en variedad y presencia de estos como…la misma posibilidad de  convertirse en una buena producción o un desastre. La buena de recepción de Fallout o Las of us coincide con adaptaciones tan poco afortunadas como Borderlands. En  cambio, el terror se queda un poco atrás:  igual de lejos que la versión en cine de Silent  Hil y  que  cada tres años, se estrene algo nuevo de Resident Evil, sin mucha fortuna, aunque  este género también sea muy popular en las consolas. Es precisamente uno, relativamente reciente (lanzado  hace  diez años,  poco en comparación a la as anteriores franquicias), y cuya temática difería del survival horror que se hizo popular décadas atrás,  el que ha sido adaptado al cine. Un juego que no solo se separaba de ese formato sino que  su principal característica era  su inspiración más que evidente en muchos  tópicos del cine de terror moderno, haciendo que su estreno, más que una adaptación, sea un poco una vuelta a los orígenes.


Un grupo de amigos emprende un viaje siguiendo  los pasos de la hermanas de Clover, quien desapareció hace más de un año. La ruta los lleva hacia Glore Valley,  una localización oculta tras un muro de lluvia en el que solo encontrarán un centro de visitantes vacío. Cuando cae la noche, estos son brutalmente asesinados para, inmediatamente después, aparecer en el mismo lugar, recordando lo sucedido. A partir de entonces, cada noche se repetirá, enfrentándose cada vez a  una situación distinta tras la que  regresarán con sus cuerpos y sus mentes  dañados por el trauma. En cada repetición, estos descubrirán algo que puede servirles para poder sobrevivir: deben llegar vivos al amanecer. Pero ninguna de las víctimas anteriores  ha sido capaz de resistir el ciclo de muertes durante más de trece noches.



Esta versión de Ulntil Dawn es muy distinta al videojuego. Este, una ventura  orientada a las consecuencias de la toma de decisiones y como afectaban  a las trama y relaciones de los personajes, por encima de mecánicas como disparar o resolver puzles  (lo que no impidió que se me muriera hasta  el apuntador. Eso sí, todos fueron buenas personas y amigos hasta el final) esto venía acompañado por una trama donde lo más característico era el uso de elementos y escenarios del cine de terror, muy referenciales y que dependían del  conocimiento del jugador. Así, las treinta y cinco horas de juego a las que lugares   como caserones aislados, tragedias y guiños al slasher,  suponían que  la adaptación a otro medio fuera un tanto difícil, salvo que se optara por una versión literal y rutinaria.  La alternativa fue otra: tomar elementos  propios de la trama, como las referencias cinematográficas, la dinámica de grupo o determinados escenarios, para desarrollar una historia distinta. Dese este modo, el punto de partida será similar (en este caso, un grupo de amigos  se reúnen en un lugar marcado por una tragedia personal) y contarán con un personaje común como nexo de unión con el juego.(en este caso, el doctor Hill  que interpretó, e interpreta,  Peter Stormare,  aún con ciertas variaciones (junto a un guiño a uno de los protagonistas originales del juego,  Rami Malek).


Este tomará  como referente principal, más que  el propio  juego, dos películas:  Cabin in the Woods y Feliz día de tu muerte.  Aunque de forma indirecta, la importancia de la toma de decisiones está presente en el guion. Estos están presentes mediante el uso de elementos  que se emplean como arquetipos (en este caso, el psicópata enmascarado, la bruja o los caníbales inhumanos) y en la estructura de repetición en la que los personajes  obtienen información, marcado por ese horizonte de vidas, u oportunidades limitadas en cada intento.

Esta también emplea la autoconsciencia: los personajes  enseguida reconocen esta anomalía  como algo  que han visto previamente en el cine y  comenzarán a actuar  en consecuencia a este conocimiento, una decisión acertada teniendo en cuenta la hora y cuarenta minutos  de metraje en la que no es posible perder  tiempo preguntándose qué  ha pasado. Esta se resolverá rápidamente reduciendo las otras opciones  pistas obtenidas mediante grabaciones previas, a y a través de las cuales aparecen  una gran cantidad de guiños a otros clichés del terror: desde el  propio  found footage proporcionado mediante pistas hasta  el terror analógico e incluso los kaijus. Aunque interesante, este resulta un poco atropellado haciendo que el guion transcurra en su primera mitad a través de escenarios clásicos,  para lanzarse hacia un desenlace  acelerado (además de  que en esas escenas se quedaron elementos más interesantes que el truco del agua explosiva con el que resuelven el final).


Tratándose de una producción muy visual, donde lo importante son tanto las secuencias terroríficas como esos escenarios  recurrentes, la película hace algo muy bien: el uso de los efectos especiales. Estos  recurren a trucos  más prácticos donde tanto los monstros como las situaciones tienen una consistencia muy real, lejos de la infografía, y casi artesanal. Algo adecuado para una producción que lo que pretende es recurrir a elementos reconocibles del género: todo tiene un aspecto de decorado sólido, con un punto  un tanto irreal necesario para el planteamiento de la trama, pero que funciona muy bien para una película que no innova en nada, sino que  procura hacer bien su trabajo.

Aunque este componente de terror “del de toda la vida” funciona, no pasa lo mismo con el grupo protagonista. En  el juego la caracterización de estos era importante, además de ser algo que se iba construyendo según las decisiones del jugador, pero que a en este caso se recude a  un a un grupo genérico, con un par de rasgos básicos y trauma de fondo en el que precisamente, el tono referencial hace que estos parezcan cuatro arquetipos: historia común, final girl, mejor amigo, médium y rompecorazones. No molestan, pero tampoco despiertan interés y quedan muy lejos de la caracterización que disfrutaron los personajes de Cabin in the  Woods, que no deja de ser la referencia principal de este Until  Dawn.



La gracia del videojuego era poder protagonizar esos escenarios de películas que el jugador conocía, y que seguramente consideraba que podía resolver mejor que el protagonista de estas. Algo que no  tendría mucho sentido con una adaptación literal de la historia. Esta versión, más  libre, y en la que los elementos del juego aparecen de forma indirecta, es una alternativa original, una decisión similar a la primera adaptación de Resident Evil  que da pie a interpretarla como una historia paralela o anterior a la principal. Y que función, como película entretenida, poco ambiciosa y con buenos efectos, pero que no es la más adecuada si se busca algo original o más complejo.

jueves, 29 de mayo de 2025

La hora incógnita (1963). Cuando el viento sopla tras los Pirineos

 


Durante los sesenta,  y unas décadas más, la población  convivió  con  su propia versión del temor de los galos a que el cielo cayera sobre sus cabezas.  El pánico a  la guerra nuclear, cuya consecuencia inevitable sería la inexistencia de ningún vencedor,  supondría el fin de una especie, la primera extinción masiva causada de forma voluntaria, y fue  reflejada a menudo en la ficción  en forma de hipótesis o  relatos morales. A l menos, en gran parte de las producciones occidentales.  España, en cambio, permanecía en cierta inopia, o al menos, ese temor se percibía como algo más lejano en comparación a la  percepción que podían tener sus vecinos, debido a l filtrado informativo  vivido durante la época. Sin embargo, los misiles atómicos estaban ahí,  algo real, que podía suceder en cualquier momento, y en cualquier lugar, como advertía  una producción española  en la que se   narraban nada menos  que las horas  previas a la caída de un misil nuclear en algún punto  de la geografía.



Una ciudad es evacuada apresuradamente  cuando un cohete atómico, errado en su trayectoria,  caerá sobre ella en unas pocas horas. Pero sus calles no han quedado  completamente vacías, sino  que algunas personas han  permanecido allí por distintos motivos: algunos,  que desconocían las noticias, se sorprenden de ser el único habitante. Otros a provechan la situación para robar lo que pueden y marcharse antes de que esta sea destruida. Y algunos han tomado  la decisión de permanecer ahí   en busca de un final voluntario  a una vida  en la que no tienen otra salida. A lo largo de esas horas,  estos se irán encontrando, y quizá, demasiado tarde, hallando entre ellos un motivo por el  que sobrevivir más allá de esa noche.


Una de las cosas más sorprendentes de esta película de ciencia ficción  especulativa no es solo su temática, sino encontrar que su director no es otro que Mariano Ozores. El mismo  de  Pajares y Esteso, de alguna de Paco Martinez Soria, el de ¡No hija, no! Y de Hacienda somos casi todos…pero sobre todo, conocido como  director y guionista de un cine de consumo rápido  muy pensado para dar al público lo que  pedía (fueran desnudos o chistes con sal gruesa) y principal excusa para impulsar en lo ochenta la Ley Miró sobre cine. Pero pese a esta  filmografía de batalla, un profesional cuya figura sería mucho más reconocida posteriormente y  que con esta película intentaba acerarse a un cine menos complaciente, más serio, pero que le supondría un fracaso económico lo suficientemente estrepitoso como para redirigir su carrera hacia la seguridad. Una lástima   porque la película es una muestra  de lo que podía alcanzar la ciencia ficción patria  y en la que sin más elementos que  un escenario y el trabajo de los actores   el guion consigue tanto reflejar ese posible apocalipsis nuclear como evitar  otro problema habitual en la industria cinematográfica: la censura.


Hacía solo dos años que la crisis de los misiles había sido uno de los momentos más tensos de la historia  contemporánea. Un par de años tras el estreno de La hora incógnita, la bomba de palomares se taparía con el esperpéntico baño de Fraga en una playa distinta a la del accidente.  España venía  recuperándose poco a poco de una durísima posguerra de la que apenas habían pasado 20 años,  más una tímida apertura al exterior. La crisis nuclear de Ozores es  una versión más modesta, en la que ese fin del mundo sería limitado a la destrucción de una ciudad por un cohete “que  debía darla vuelta al mundo y  ha fallado su órbita” como aclara uno de los personajes. Suficiente  para que este error ponga   en marcha este pequeño  apocalipsis previa evacuación cuyas imágenes, en blanco y negro,  de trenes funcionando a carbón, militares y paisanos abarrotando los andenes, se parece todavía, y mucho, a ese mismo  país  veinte años atrás. Algunos personajes, como la prostituta, hablando de su profesión con una sutileza imposible a día de hoy. Otros responden a situaciones y arquetipos de su tiempo, como la pareja de amantes casados que  ven el suicidio como única salida (Ozores no haría su versión paródica del divorcio hasta los ochenta, para ponerse en situación) o las viejas cotillas, casi salidas de un comic bruguera,  cuyo motivo para quedarse es  poder husmear en las vida de sus vecinos con la  certeza de a que habrá un ultimo tre  en el que podrán  irse ,y que quizá  parecen más fuera de lugar en un reparto donde la otra figura cómica es  el ladrón, interpretado por Antonio Ozores, y que formará dúo posteriormente con el borracho, su hermano José Luis. Son estos, al tener más peso, especialmente al principio de la película, los que hacen que esta adquiera un enfoque  cómico, en ocasiones desconcertante, en comparación con el resto de protagonistas. Si bien la  interpretación de  Antonio Ozores, más orientado a la comedia, gana a día de hoy puntos positivos después de ver como años después muchas producciones adoptarían ese enfoque  humorístico en el mismo tema (haber comprado  papel  higiénico como posesos  previo a un encierro de tres meses también ayuda a ver un poco el lado gracioso de todo).

Estos son una parte de un elenco coral, siendo los otros personajes tan variados como un fugitivo, un marido harto de su vida, un policía o el posible romance otoñal entre un huraño empresario y una de sus empleadas, y que  aunque este se mantiene equilibrado, es por el exceso de estos por lo que  varios quedan un poco desplazados o de relleno: de nuevo, tanto las vecinas cotillas como el marido calzonazos son los que sufren tanto su poca atención en el guion como el paso del tiempo.  Esta además,  presenta hacia la segunda parte un  tono muy conservador, desde la aparición de la iglesia y el párroco, un Fernando Rey muy envarado, ,  donde el guion parece querer cubrirse las espaldas  con  un discurso muy pacato sobre la fe, el sacrificio y  los juicios morales.  Este de nuevo, se salva mediante una reflexión sobre la superioridad que, aunque sigue notándose la moralina,  se las arregla para poder adecuarse al tono crepuscular del guion.

La producción, sin efectos especiales, se mantiene por sus actores, una buena fotografía en blanco y negro, y  unos escenarios, gracias a los exteriores y de Alcalá y Guadalajara,  vacíos y rodados de noche,  casi fantasmagóricos: las calles del casco antiguo, los coches volcados, la tecnología analógica hace que este hoy ofrezca más aspecto de posguerra del siglo XX, y la sensación de presenciar como sería si ese fin de todo  hubiera llegado  décadas antes de  que muchos hubiéramos nacido.




La hora incierta es  toda una rareza. Una película maldita, al menos para un  Ozores que redirigió su carrera a partir de entonces. Una muestra de ficción especulativa, tan pesimista como podría serlo producciones posteriores y una  muestra de como la España del desarrollismo, del humor chusco, las suecas y del todo va bien se asomó, por un momento, a ese miedo a que un  destello  en el cielo fuera lo último que pasara ante nosotros.

jueves, 22 de mayo de 2025

El cebo (1958) ¿quién puede matar a un niño?


Un asesinato, un falso culpable, y alguien lo suficientemente motivado como para continuar una investigación archivada   son los elementos esenciales  para cualquier policiaco. El tono que adquiera este  podrá variar muchísimo, aunque es probable que se estamos  en los cincuenta y adelante,  y la película cuente con una persona acusada  de uno de esos crímenes que podemos considerar imperdonables, es probable que la película muestre la partes más oscura del ser humano e incluso de la sociedad. Un escenario controvertido, al tratarse de ese reflejo oscuro de la sociedad, y que   resultaba chocante encontrarlo en el cine español de los cincuenta, en el que   no era posible mostrar según que cosas. Pero que gracias a las colaboraciones con otros países, podía ofrecer coproducciones como  la que  Ladislao Vadja dirigiría precisamente, en una coproducción entre  España, Suiza y Alemania.

Cuando un buhonero encuentra el cadáver de una niña en el bosque cercano a una pequeña aldea suiza, siendo acusado de sus asesinato, el caso se cierra sin más observaciones tras el suicidio de este  en la cárcel, tras haber cedido a la presión policial de unos agentes que buscaban un culpable a toda costa. El inspector Matthäi, a punto de abandonar su  puesto para trasladarse,  decide  renunciar a  este cuando una pista  encontrada de forma inesperada le  hace saber que el caso  no está cerrado, y un asesino, que podrá  volver a matar, anda suelto. Este comienza  una investigación por su cuenta, a partir de un posible perfil   psicológico de ese asesino de niños,  y la ruta que parecen compartir los lugares en los que, hace poco tiempo, sucedieron asesinatos similares. Establecido en un lugar de paso, una gasolinera que utiliza como p unto de vigilancia para su investigación,  no duda en utilizar también a una niña, hija de sus asistenta, como cebo para descubrir al culpable.


Esta es una de las películas más conocidas  de Vadja, director húngaro afincado en España  y cuya filmografía  cuenta con producciones tan alejadas de esta temática como  Marcelino  Pan y Vino. El cebo, titulada en Europa como Sucedió a plena luz del día, es un thriller  psicológico donde se traslada e el policiaco de entornos urbanos y escenas nocturnas  uno tan distinto como una aldea, en la que la idea de un asesinato premeditado parecería  imposible, y por tanto,  sacudirá mucho más a la comunidad. Una comunidad  en la que es precisamente la tranquilidad imperante la que hace que un niño pueda moverse libremente, y a su vez,  convertirse  con más facilidad en una víctima.



Este escenario, en apariencia idílico, casi de postal para el espectador, donde el paisaje de montañas, casas bajas y bosques en los que un niño todavía  podría jugar, se convierten n un paraje inquietante, marcado por el blanco y negro  (en mi caso,  acentuado por la apariencia granulosa de una copia no restaurada). Un escenario donde se intuye que algo no marcha bien.  Desde la prisa de la policía a la hora de encontrar un culpable, llevando a un inocente al suicidio,  a esa primera redada de sospechosos a la que acuden  a sus centros de trabajo y hogares sugiriendo que esa normalidad no es más que una fachada. E incluso el principal secundario (la asistenta interpretada por María Rosa  Salvado como rastro patrio), una madre soltera y su hija, condenadas al ostracismo por el resto del  pueblo debido a su condición.


Una moral ambigua que también está presente en el  personaje del inspector  Matthäi: el policía interpretado por  Heinz Rühmann,  quien no duda en recurrir a un cebo tan   cuestionable como una niña, de características similares a las otras víctimas,  para exponerlo hasta el momento en el que es consciente de las consecuencias de esa decisión. Este, además de  asumir el papel de cazador en una investigación centrada únicamente en lo racional el trabajo  policial y muchas horas de vigilancia, se convierte en la otra cara de ese asesino al que el público llega a conocer antes que  el investigador principal: su  actuación en la investigación  termina, tras el final del caso,  empleando  la misma marioneta que el asesino utiliza para atraer   sus víctimas,  pero  para desviar la atención de la niña del horror que  ha tenido  lugar a pocos metros.


El personaje de este asesino, una figura gigantesca confundida por sus víctimas  con un gigante o un mago, al que se le da un trasfondo psicológico (en este caso,  una forma  de canalizar el maltrato  psicológico  sufrido en su matrimonio, volviéndose un asesino misógino) y que Gert Fröbe interpreta como una suerte de  ogro,  haciendo que la trama pueda interpretarse como un cuento de hadas siniestro. El gigante que mata a las niñas que encuentran en el  bosque, así como la primera interpretación, en forma de dibujo y testimonio de su víctima, en la que el encuentro es reinterpretado como una fantasía, mediante símbolos infantiles.

La investigación, así como los antecedentes de esta, se lleva a cabo de una forma muy  sutil, lejos del thriller gráfico al que el público se acostumbraría después y  comunicando lo sucedido sin mostrar nada, algo que entonces era inevitable: el asesinato de un niño  es algo lo bastante traumático como para no dar más detalles, y la charla que el protagonista  mantienen con los niños para explicar lo sucedido obtener alguna pista, suficiente c para poder transmitir ese shock que tanto loa comunidad como los padres han sufrido.

El cebo, pese a su aparente sencillez como policiaco, es una película oscura, casi una historia de terror  sobre monstruos que acechan en el bisque, sobre la inocencia perdida y la consciencia de que le mundo ya no es un lugar seguro. Y sobre todo, sobre la ambigüedad entre la posibilidad de detener un mal mayor  y lo que se está dispuesto a arriesgar  para salvaguardar el orden.

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