Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 31 de julio de 2025

Robocop (1987). All cops are bionic

 


Lo mas parecido que te encuentras a gatos y robot en 2025 y que no sean imágenes IA


Deformar la realidad para convertirla en una sátira es muchas veces,  una forma de reflejar la manera más fiel. Una vía de entender el entorno, y de interpretarlo, muy útil teniendo en cuenta  que  el mundo parece regirse desde hace bastante por la Ley de Poe. Las sátira, ese espejo deformante que devuelve una imagen demasiado nítida, sirve también de filtro para tratar temas cuya dureza sería mayor sin  ese filtro de la exageración: la violencia, si no se convirtiera en caricatura, sería algo más duro de mostrar.   Quizá por ello una de las películas de acción más recordadas de los ochenta es precisamente una sátira de todo lo que narra: el estilo de vida al que se aspira, la desaparición de este, los encargados de mantener el orden establecido desde una óptica poco halagadora y  como todo, absolutamente todo, puede convertirse en una propiedad empresarial.


En algún omento del futuro, las noticias sobre las tensiones entre potencias nucleares y las catástrofes   en países lejanos son recibidas con indiferencia por los habitantes de un Detroit convertido en un feudo de bandas organizadas y delincuentes ante los que la policía, sobrepasada  y sin medios ni efectivos, poco puede hacer.  Es una recién llegado, el agente  Murphy, una de las últimas bajas cuando es salvajemente tiroteado por un grupo de delincuentes. Su muerte se convierte en un oportunidad para uno de los ejecutivos de la OCP, la empresa propietaria de la policía de Detroit que propone, como medio de sustituir a las  fuerzas del orden, el uso de agentes caídos, reconvertidos en ciborgs,  como  nueva policía que  no solo  serán  propiedad de la OCP, sino q que los obedecerán ciegamente. Murphy, o lo que queda de él, se convierte en el primer  agente mecánico de Detroit y una esperanza para reducir la delincuencia. Pero en su memoria, reseteada por los científicos,  todavía  conserva retazos de su vida pasada y de su muerte. Y la consciencia de que los responsables de esta todavía  están en la calle.


La llegada de Paul  Verhoeven al  cine estadounidense comenzó con esta película considerada hoy como un clásico cyberpunk,  y en el que  se  muestra uno de los peores escenarios posibles a través de la sátira y una exageración que sin embargo, siguen pareciendo muy reales. El Detroit conflictivo y sin fuerzas del orden era solo el comienzo de la ciudad fantasma que conoceríamos a principios del siglo XXI. La ligereza con la que los presentadores de televisión dan las noticias, alternando con publicidad  y programas de entretenimiento, favorecen   esa atmósfera de caricatura  hiperrealista que contrasta  con las calles en las que se mueven los personajes (curiosamente, los escenarios no se rodaron  en Detroit sino en Dallas). Un trasfondo que  transmite esa sensación de falsedad, de parodia, frente al  escenario principal en el que, si bien la violencia también es retratada de manera exagerada,  buscando el gore y el humor negro, sigue resultando perturbadora: los últimos minutos del agente Murphy,  a manos de unos delincuentes armados, es filmada con explosiones gráficas, miembros arrancados u unos antagonistas que, entre carcajadas, resultan aterradores (aunque pertenezca  a la generación que tuvo pesadillas con el villano arrojado a la cuba de residuos tóxicos que aparecerá al final). Esta marcará el comienzo de  forma más gráfica, de una trama en al que, tratándose de una historia de policías en el futuro, el  crimen a parecerá posteriormente, pero  ya mostrado de forma más  grotesca y con más tendencia a ese mismo humor negro.  Y que continuará alternándose con las secuencias de televisión, que  rompen un poco la pretensión de realidad, y  dando más información sobre   el escenario y es e posible futuro. Un recuro que aunque  Verhoeven utilizaría también en  Starship Troopers, aquí  resulta  menos cómico que en la cinta posterior y mucho más efectivo.


los hijos de los ochenta nos pasamos por el forro la calificación por edades

El uso de la violencia como recurso paródico es solo uno de los aspectos de la trama, aunque  sí el más recordado. El guion,  rodado finalmente como sátira, refleja de manera irónica  la era Reagan y  esa extraña convivencia entre los últimos coletazos de la guerra fría, de la desaparición del estado de bienestar y del  todo vale de la cultura yuppie que aparece reflejada como  los propietarios oficiales de la policía, pero también de  otros cuerpos del estado, y para los que el crimen organizado es solo una rama más del tejido empresarial.  Lejos del tono satírico mantenido  durante toda la cinta, el diálogo entre Clarence, el criminal y asesino de Murphy, y  uno de los empresarios, repartiéndose   las áreas del negocio (el ilegal y el inmobiliario ) para un futuro cercano, es uno de los más  pausados, pero también  uno de los más reflexivos.

La presencia de los dos temas principales, esa violencia exagerada como motor satírico, hace que  parte de otros aspectos de la trama queden en un lugar secundario: sobre las connotaciones  acerca de la consciencia y  humanidad de Murphy tras su transformación se pasa de forma muy somera, siendo  poco más que un  tema secundario para un personaje que parece más vivo y complejo  en su versión robótica que en su encarnación previa.  Así como esa huelga de policía que, aunque  por un momento muestra un escenario propi de La Purga, acaba  pasándose de puntillas en favor de la trama de venganza y  el desenlace en el que, adecuadamente, las cosas acaban como al principio.


Es complicado referirse a las interpretaciones cuando  su personaje principal  se pasa parte del metraje recurriendo a las expresión de solo una parte de su cara, pero Peter Weller Como Murphy  encarna a ese androide de movimientos estáticos que solo, en los últimos minutos, recupera esa parte de expresividad de un rostro humano.  Destaca, sobre todo,  Kurtwood  Smith como delincuente, con un caracterización  totalmente  sádica y  cierto punto psicopático,así como , en la parte más paródica,  Miguel Ferrer como ejecutivos agresivo y farlopero que,  más que parodia, parece  un yuppie cualquiera, en cualquier momento de los ochenta.


En su realización, marcada no solo por ese enfoque de la violencia sino por lo artesanal, destaca precisamente los efectos especiales de Rob Bottin:  su  policía robótica, las explosiones de escenarios y miembros amputados….o  señores que se derriten en uno  de los momentos más enloquecidos del desenlace. La banda sonora de  Basil Poledouris, una composición que, si no es de las que más se recuerdan, si que se reconoce. E incluso la animación, mediante  Stop Motion, de uno de los prototipos   de policía  robotizado, en la que participó  Phil Tippett (me pregunto s i ya entonces estaba recogiendo trastos para ir rodando Mad God a ratos  muertos), pausada, fotograma a fotograma, pero tan real como permitía  esa técnica. Un equipo, una  filmación y unos efectos que  no  se cortan a la hora de reflejar una estética muy extrema que hoy puede parecer normalita, pero  que en 1987 supuso  más de un problema en cuanto a distribución.

Robocop se convertiría en una película de acción  que  marcaría el final de la década y el comienzo de una carrera  ligada  a la ciencia ficción y a los futuros poco esperanzadores y a los personajes implacables. Pero también de una muestra de como esa Ley de Poe puede manifestarse de las formas más extrañas: Robocop, la creación de una corporación despiadada que considera la vida humana un producto más, un reflejo de ese capitalismo llevado al extremo, se convertiría en una franquicia con dos películas más, una serie de televisión e incluso una de dibujos animados, en una decisión tan extraña como pudo serlo sacar una de Rambo o de los vengadores tóxicos.  En esa época, solo era cuestión de cambiar las balas por rayos laser y ya había una alternativa familiy friendly.

jueves, 24 de julio de 2025

Lecturas de la semana ¿Qué está pasando?

 



Pocas cosas llaman más  la atención a un lector  con preferencia por lo insólito que un comienzo inesperado.  Bien porque  Gregorio Samsa se despertó tras un sueño agitado  convertido en un horrible insecto, porque están tomando la casa, o porque, (en muchos casos,  en novelas  a las que  les cuesta mantener un desarrollo a la altura),  los protagonistas  no saben como han llegado allí ni qué hacen en ese lugar.  Una situación suficiente para  poner en marcha una historia que después podrá defenderse bien, caer en lo absurdo o tirar de Deus ex Machina, pero  que  han dado los primeros pasos para que el lector  avance la página. 

En este caso, es un recuro empleado tanto en un policiaco francés de los años treinta como en una novela de terror de hace muy pocos años. Y tanto un señor francés  del siglo pasado como uno de la Irlanda contemporánea aplican a un escenario que en ambos casos, es muy cercano al misterio de la habitación cerrada. 



Pierre Vèry. El testamento de Basil Crookes. Durante la parada de un tren  que recorre los pueblos de Inglaterra, un extraño personaje lanza, sin miramientos, un libro y una carta al interior de los vagones, un poco antes de quitarse de en medio...tanto de su propia existencia como de la historia. Una  llena de lugares que poco tienen que ver con ese incidente del tren, donde un matrimonio a punto de separarse, el capitán de un barco permanentemente atracado en puerto, un médico y el dueño de una casa de empeños se verán  implicados en un misterio inexplicable, donde cada sospecha provocará un nuevo asesinato y donde, para disgusto de  las desconcertadas  fuerzas del orden, un  personaje, detective por aburrimiento, parece tener la clave de todo lo que sucede. 

Véry, además de vivir por las librerías de segunda mano en la sección de ejemplares a un euro o en las estanterías de policiaco, se caracteriza  por su preferencia por los crímenes en apariencia imposibles de resolver,  las situaciones extrañas y las resoluciones  enrevesadas donde la máxima de Holmes, sobre  quedarse  con lo que reste, una vez descartada toda solución imposible, se retuerce hasta lo insospechado.  Una forma de tratar el género policiaco que  mantuvo a lo largo de los casi treinta años de su carrera literaria, y de la que este Testamento de Basil Crookes es una de las primeras obras. 



Esta, escrita en 1930, recurre a un escenario  del país que inventó  un subgénero policiaco propio:  una aldea en la costa británica, aislado y  rodeado de bosque y pueblos pequeños, donde la sensación de inmovilidad  supone que un asesinato  sacuda a toda  la comunidad donde los personajes residen.  Este evolucionaría con los años al cozy crime (el equivalente literario de hacernos bolita bajo una manta y esperar a que todo pase de una vez),  pero  que en manos de Véry toma un matiz casi irreal, donde los personajes, más que peculiares, son extraños, sus decisiones  más anodinas pueden conducir a  la complicación del misterio  y donde ese detective protagonista con sus deducciones y conocimientos  surgidos de la nada, es tanto o más sospechoso que el resto.

Este escenario, lejos de los entornos rurales y urbanos de la Francia  natal de Véry, recuerda hoy por su extrañeza a esa Inglaterra deliberadamente irreal  y  de decorados que acompañaba los guiones de John Steed y Emma Peel en Los Vengadores: sabemos que  la solución va a ser tan simple como enrevesado va a ser el camino hasta ella. Un recurso habitual  en el autor, ( y que, o te gusta este tipo de misterio surrealista, o lo odias), en el que  esa complicación artificiosa para llegar a un desenlace solucionado a base de deducciones  razonadas en el último momento responde, seguramente, a la necesidad  de  mantener al lector en vilo en una lectura muy sencilla, de la de kiosko,  pero que también utilizará a  menudo, y superaría con creces a Pierre Véry,  Jean Ray en sus novelitas de Harry Dickson: lo que importa en este caso no es  la complicada trama ni  la lectura psicológica de los personajes, sino ese microcosmos que el autor desarrolla, donde el crimen más extraño y la solución  más inesperada, pueden ser posibles. 



A. M. Shine. Los vigilantes. Cuando una noche Mina conduce su coche, una avería lo detiene en medio de  algún lugar perdido  de Irlanda. esta, sin más orientación que  una luz que brilla entre los árboles,  se dirige hacia una construcción donde  tres figuras la apremian  para entrar en su refugio poco antes de que este sea asediado por unas  criaturas de aspecto humano  que parecen, en todo momento, mantenerse alejadas de la luz que cada anochecer, se enciende en el interior de ese bunker convertido en hogar y prisión de sus habitantes. Esa será  la primera de muchas noches en las que Mina, Danny, Ciara y Madeleine, quien ha tomado el mando del lugar, se refugian de unos series  que  se ocultan bajo tierra durante el día  e incansablemente, cada oscurecer, atacan esa extraña construcción, en medio del bosque,  que oculta  las respuesta a lo que sucede. Una respuesta que  Mina y sus compañeros deberán encontrar  antes de que el hambre, o el cristal que los separa de sus perseguidores,  ceda y acabe con ellos. 

Con este punto de partida Shine  presenta  en su primera novela una historia de terror con elementos tan simples como un escenario fuera de lugar, el enigma que lo rodea, y la supervivencia de sus protagonista en  peligro  por fuerzas desconocidas La novela,  aprovecha su brevedad (no llega a novela corta pero es escasa para los estándares actuales) para  establecer  la rutina de sus protagonistas,  haciendo avanzar el tiempo de forma que esta no se haga tediosa, y reflejando así otra de las amenazas que  supone un problema a largo plazo: sin  medios para sobrevivir al invierno en Irlanda,  ni conocimientos para cazar o conseguir agua, la desnutrición se convierte en un factor  tan peligroso como la progresiva  fragilidad del refugio. Este se mantendrá el tiempo necesario  de la trama para que puedan descubrir el origen de lo que sucede y llegar, al menos,  los que puedan, a un desenlace que no solo supone la salvación y relativa seguridad, sino la  puerta abierta a una  continuación que de momento no ha sido publicada en España. 

Estos vigilantes no es una novela demasiado compleja:  aprovechando el golpe inicial del misterio planteado, y recurriendo a la  tradición de las criaturas feericas en Irlanda (de las chungas, de las de preguntarse "¿pero donde estaban cuando Oliver Cromwell hacía de las suyas?"), desarrolla una narración  que adecua bien los tiempos: no se explaya en las partes más monótonas,  mantendrá un ritmo acelerado en la última parte, y se centra lo necesario en su epílogo.  La sencillez de la idea,  además del número limitado de personajes, hace que recuerde mucho a las producciones de terror británicas de principios del 2000,  desde El bunker, Deathwatch o Dog Soldiers que narraban historias un poco claustrofobicas, la acción estaba dosificada  e iban al grano. Algo que no se si habrá conseguido Shyamalan en su adaptación cinematográfica, pero al menos, esta  novela ha sido lo bastante interesante  como para continuar leyendo su segunda parte. 

jueves, 10 de julio de 2025

Lecturas de la semana. Futuros inciertos

 



No sé como se luchará en la tercera guerra mundial, pero sí en la cuarta: con piedras y palos
Albert Einstein
La planificación, a muy largo plazo, es una herramienta inútil. En los ochenta creíamos que en el año 2000 iríamos todos vestidos de papel albal
Mi profesor de Dirección estratégica I, circa 2004

Desde que la  humanidad descubrió su capacidad para destruir no solo a sí mismo, sino  el llevarse a todo por delante, el peor futuro posible se convirtió en una constante en la ficción posterior a la segunda guerra mundial. Los humanos no  estarían en  la superficie de la tierra para siempre, y su  desaparición era algo tan inevitable como lejano, como lo fue la extinción de los dinosaurios, hasta que  la posibilidad de hacerlo  por la acción propia de estos se volvía una posibilidad unas veces más cercana que otras. Este final sería re imaginado de distintas formas, según las preocupaciones de la manera de pensar  de cada década. El temor a la guerra atómica daría  paso  a una deriva más paulatina,  la destrucción de la seguridad de del estado del bienestar, así como el evidente deterioro del ecosistema o el error definitivo, aquel en el que jugando a ser dios, el hombre encontraba su final a manos de sus propias creaciones, orgánicas  o artificiales.

Y rebuscando por las tiendas de segunda mano,  dos libros, no de los más conocidos, reflejaban estos posibles finales,  como algo uy lejano  e inevitable, pero también de una forma muy distinta a las que interpretarían hoy. Que probablemente, fuera un encogimiento de hombros y pensar “bueno, al menos no tendremos que  vivir más eventos históricos”.



Jean Pierre  Andrevon. Un mundo desierto.
Un hombre despierta en su habitación sin ningún recuerdo de su vida, para descubrir que todos a su alrededor han muerto. Cada hombre, mujer y niño de la ciudad se encuentra inerte, sin signos de violencia,  para ser devorado poco después por las ratas.  Demasiado confuso como para sentir nada, este  recorre a partir de entonces una pequeña ciudad,  ahora desierta en la que todo  parece haber quedado congelado en un momento del tiempo: cada mañana, las tiendas aparecen repletas de alimentos que no parecen  estropearse y las librerías muestran  prensa llenas de palabras sin sentido. Su vida continúa durante días  intentando comprender lo que sucede hasta que un nuevo visitante aparece en el lugar: una mujer tan  desconcertada como él, que desconoce como ha llegado hasta ahí.

Andrevon tiene una carrera  bastante amplia como autor de ciencia ficción y terror, aunque apenas se ha publicado en España (el otro que recuerdo es El retorno, bajo su seudónimo  Alphonse Brutsche,  en una colección olvidada que publicaba cosas del catálogo de Fleuve Norir).  Gran parte de sus novelas  giran entorno a la especulación, situaciones extrañas y  enigmáticas cuyo misterio se irá desgranando según el lector avanza, y en este caso, Mundo desierto es un ejemplo. Aunque la temática  entra  del lleno en la ciencia ficción, con elementos que a años después  podrían  verse en Matrix, los primeros capítulos, dotados de esa irrealidad, son más cercanos al fantastique, algo que se mantienen incluso cuando los protagonistas  investigan más sobre su entorno.

La novela , muy breve, sigue un estilo rápido, propio de la lectura un poco de quiosco de la colección en la que se publicó originalmente, y aunque  tiene algún elemento que hoy chirría (en concreto: que el autor insista  nosecuantas veces en que el personaje  femenino que aparece después es  10  o 12 años mayor que el protagonista) lo compensa  el desarrollo de la trama. Esta  no es  nada  rompedora, pero si bien ejecutada. Esta plantea un aspecto muy interesante: a las pocas páginas el lector supone que lo que sucede es algo sobre el fin del mundo. Así  es, pero este no será  algo repentino, y  a la tierra le quedan todavía muchas vueltas que dar. Algo que  hace que el desenlace esté impregnado de  cierta tristeza, un poco solipsista,  pero también es uno de los mejores  finales (literarios y del planeta) que he leído en mucho tiempo.




James  Kahn . demasiado mundo, demasiada sangre.
Esta es la historia de como dos amigos emprenden una búsqueda para recuperar a las mujeres que aman y vengarse de las criaturas que  han destruido sus  hogares. En un futuro lejano, tanto como para que las antiguas naciones hayan sido olvidadas ,y  el conocimiento humanos se hubiera  convertido en rumores y leyendas, donde la humanidad conviven en una paz incómoda con criaturas mitológicas  y animales inteligentes, el escriba Josh y el  centauro Beauty recorren un continente para salvar a sus seres queridos  antes de que sea demasiado tarde. Una búsqueda a la que se le unirán  Isis, una gata capaz de hablar  y razonar, y  Jasmine, una humana inmortal gracias a su cuerpo sintético, que ha sido testigo de todo lo sucedido durante  los últimos siglos.

La carrera de Kahn  se centra sobre todo en lnovelizaciones de guion, siendo responsable de los Goonies,  Poltergeist o  El retorno del Jedi. La trilogía del nuevo mundo, de la que este sería el primer libro, es prácticamente, su única narración original. Su carrera literaria se nota, porque el estilo narrativo es muy visual y simple: descripciones sin perderse d un detalle de los vestuarios o aspecto de los personajes, como si lo que estuviera haciendo fuera explicar una imagen,  de una manera simple y donde  pasa cuanto antes a las escenas de acción,  algo de lo que han bastante en las 500 páginas del libro.

Esta recoge una premisa a la que también se ha recurrido a menudo: el futuro lejano,  en el que de algún modo la magia vuelve sin m ser más que la tecnología olvidada ,y en el que las criaturas no humanas han asido fruto de ingeniería genética. Un tema  que remite a Los hechiceros de la guerra de Bashki, La sombra del torturador de Gene Wolfe  e incluso a Hora de aventuras. Y gracias a la cual incluye algún guiño muy bien traído  como la existencia de  hobbits  por un capricho de la humanidad que intenta sacar  a las criaturas de los libros (y que años después, con un fandom cada vez más friki e intransigente,  el chiste  ha ganado con el tiempo). También hay que reconocer que el personaje de Isis, la gata parlante, está tan bien caracterizado que sospecho que  Kahn, o convive, o convivió con gaticos en algún momento anterior a la escritura del libro.

Aunque esto, y  para quie negarlo, el nivel de locura que alcanza en algunos momentos la historia,  es lo más salvable. En realidad, este, más que  acercarse a La sobmra del torturador o Cena en el palacio de la discordia, lo hace a Holocausto Robot, 199: Los guerreros del Bronx  y otras producciones  italianas que, a la estela de Mad Max, intentaban  reflejar, a base de descampados y cazadoras vaqueras  con rotos, como en el año 2000 la civilización  caería e iríamos  todos hechos unos zorros entre robots y mutantes. En este caso, los mutantes son sustituidos por criaturas mitológicas  creadas genéticamente, por aquello de  poder  jugar también la baza de la fantasía  separándose un poco de los cánones de Tolkien y Dragones y Mazmorras.  No faltan  unas cuantas escenas  subidas de tono, que  los ochenta se notan  para mal y también había que demostrar que  esta era una obra de ficción para adultos (lo de  narrar mejor, cuidar la coherencia, o hacer pensar, ya lo dejamos para otro día) y unas cuantas tramas  que va incluyendo, como la  “nueva criatura” de la que  se habla  al principio y supondrá  el giro final, que acaban resultan confusas. Da la impresión que intentó incluir todo lo posible de cara a las continuaciones que tenía en mente.

El libro, en resumen, se disfruta como esas mismas películas   a las que recuerda: pasan demasiadas cosas como para aburrirse, a ratos parece original,  a otros, roza lo ridículo , pero  es un poco una forma de ver ese futuro lejano  donde  Kahn no quiso  quedar sin tocar ni un solo tema. Y con el que seguiría al menos durante un libro más: en España  Edaf publicó únicamente el primero. El según sería  la secuela directa, y el tercero, una historia completamente distinta que solo parece acercarse al mundo descrito en los anteriores de forma tangencial. En cierto modo, no podía haber una mejor forma de cerrar una saga tan enloquecida.

jueves, 3 de julio de 2025

Autopista al infierno (1991). Orfeo en cuatro latas

 


El descenso de Orfeo al Hades es la historia de esta figura mitológica que ha permanecido en la cultura. El viaje a través de la oscuridad por amor, en vano al final por un gesto inocente inspiraría, del mismo modo que lo haría Prometeo, Pandora o la poesía de Homero, narrativas posteriores en las que pese a las variaciones introducidas, se adivinaba ese mito original. Un mito que no quedaba limitado a la narrativa más elevada, sino que podía verse en un guion de serie B, tan aparentemente absurdo y falto de prejuicios como tremendamente creativo como solo podían serlo esas producciones hechas con más ingenio que medios. Y en la que ese Hades original se transformaba en un escenario tan improbable como una carretera que atravesaba el desierto de Nevada.


Charlie y Rachel son dos enamorados, pero demasiado jóvenes, que deciden tomar una arriesgada decisión a espaldas de sus padres: huir a las Vegas y casarse en secreto. Aunque su camino a través de una carretera secundaria que recorren intentando no llamar la atención es interrumpida por una monstruosa figura, vestida como un policía , que se lleva a Rachel. Aconsejado por el empleado de una gasolinera, quien los había advertido sobre la naturaleza de aquel camino, Charlie cruza el umbral entre ambos mundos para poder salvar a su novia. Aunque el infierno sigue sus propias reglas .y una de ellas es que deberán salir de allí ante de que amanezca.





En España, el infierno sería un bar con serrín en el suelo y garrulos gritando con un partido de fútbol de fondo (al menos para mí)


Esta es una de esas películas cuya realización se encuentra a caballo entre ambas décadas: aunque estrenada en 1991, cuando el cine de entretenimiento comenzaba a derivar hacia el blockbuster espectáculo y los efectos digitales se iban abriendo paso, mantiene los códigos de la serie B de los años anteriores, mezclando el terror con la comedia alocada, utilizando efectos especiales artesanales y con una premisa tan extraña como es esa revisión del mito de Orfeo y Euridice desprovista de todo atisbo trágico y trasladada al microcosmos de las carreteras que cruzan Estados Unidos y la cultura popular que el país fue desarrollando durante el siglo XX.
El guion de Brian Hegeland, responsable también de historias mucho más serias y recordadas como L. A. Confidential y Mystic River, adopta en clave de fantasía y humor, la leyenda del viaje al Hades, aquí transformado e n un paraje desértico en el que los escenarios tradicionales han sido sustituidos por referencias, tan inesperadas como bien traídas. El purgatorio es un bar de carreteras, donde la condena es escuchar la charla de una camarera que nunca sirve café, un local de alterne bautizado como Hoffa´s, en honor al sindicalista (y probablemente, como guiño a la franquicia de bares con tetas family friendly Hooters), y donde estos escenarios conviven con guiños a frases hechas como que El infierno está pavimentado de buenas intenciones…En este caso, literalmente. Tampoco falta una sala donde ciertos personajes ilustres, como Imelda Marcos o Gadafi, tenían un asiento reservado. Toda una versión estrafalaria del recorrido por el infierno en el que el personaje de referencia será esa primera figura, Hellcop, con gafas de espejo y el rostro marcado con citas bíblicas, que cumple su cometido de forma tan implacable como muchos asesinos de series entonces populares. Una sucesión de escenas en equilibro con las situaciones que viven los protagonistas, tales como morir y regresar, replantearse la decisión que los ha llevado a ese lugar, o un momento en el que el héroe es tentado por un grotesco súcubo que si bien no desentonaría en una historia más seria, aquí se plantea desde su enfoque más cómico y solo son una parte más de esa particular odisea.


El reparto, al menos en cuanto a ala protagonista, es el aspecto más flojo: la pareja d formada por Chad Lowe y Christy Swanson son lo más pavisoso que podría haberse elegido (además de ser etas última la primera y también más aburrida encarnación de Buffy), y la aventura que ambos viven mantiene su interés gracias al guion, su ejecución visual y sobre todo, al elenco de secundarios. Desde toda la familia Stiller interpretando distintos cameos, y donde podemos ver a Ben caracterizado como Atila, hasta el personaje de Richard Fansworth, muy breve pero con interés. Y especialmente, el diablo encarnado por Patrick Bergin, con una moral ambigua, mucho más próximo a la figura burlona, pero ciertamente amistosa con los humanos, en lugar de la encarnación del Grran Adversario de la religión oficial. Y es que este personaje, Beezle, a modo de guiño para el público, resulta, como el diablo de las creaciones populares, mucho más cercano, buen perdedor y amable, que la zarza ardiendo con tendencias autoritarias que lo desterró al infierno.
Con un dúo protagonista tan poco carismático, el aspecto más destacable, además del resto del reparto, son su s efectos especiales: entre unos exteriores de aspecto lunar se mueven desde extras con disfraces más sencillos hasta caracterizaciones más cuidadas y tangibles como ese Policía del infierno o directamente exagerados como un súcubo, diseñado en puro látex y en el que no escatiman detalles grotescos para su diseño. Se asoma también, muy poco, esos primeros efectos digitales, que entre el presupuesto y lo primerizo, destacan terriblemente para mal, como ese coche atravesando un abismo en el que la infografía canta como poco. Y todavía lo hace más en comparación a secuencias como un Cerbero, casi recuerdo de otra época, filmado en stop motion.




Entre cruces de caminos, cactus, desierto y bares de carretera, esta autopista al infierno es, tanto una de esas películas un poco perdidas entre dos décadas, como una revisión de un mito clásico, donde la tragedia es sustituida por el humor y lo fantástico.







jueves, 26 de junio de 2025

La guarida (2022)


Un conflicto bélico  puede ser un escenario para el fantástico. Por la  oposición entre el horror real  y el sobrenatural, o porque, al contar con uno s personajes más preparados para la lucha que  un paisano, puede  en muchos casos,  alejarse   de una visión mas inquietante como  la ofrecida en Deathwatch  o  el bunker para acercarse al cine de acción.  Una alternativa por la que Neil Marshall  optó en su primer largometraje y que veinte años después  retomaría, cambiando el bosque  poblado por licántropos de Dog soldiers   por las criaturas que, tras el final de la guerra fría, permanecen ocultas en un bunker de Afganistán.


 La guarida comienza en una de las guerras que hemos vivido durante el siglo XXI, lo bastante lejos para que  no nos preocupe pero lo bastante cerca como para que la decisión habitual sea enviar  tropas: durante una misión en Afganistán, una piloto es derribada por los rebeldes. Tras perder a su navegador, abatido por ellos, consigue salvarse en el último momento  ocultándose en un  bunker de la anterior, guerra, abandonado por los soviéticos hace más de treinta años. El material  del lugar y unas notas que no consigue traducir, le advierte de lo que se oculta en el lugar. Perseguida por los enemigos en los pasillos del complejo,  estos son asesinados por unas criaturas monstruosas que  permanecían encerradas. Sus advertencias y las heridas de guarras que muestra, una vez  rescatada por una patrulla amiga, no son suficientes para convencerlos de lo que ha encontrado y que deben, ante dodo, intentar eliminar a esos seres. Aunque no será necesario: con las puertas del bunker abierto, y en medio de la noche, estos comenzarán a atacar el campamento.



Aunque Marshall sea también el responsable del episodio de Juego de Tronos de la Batalla de Aguasnegras, y de la nueva adaptación de Hellboy en 2019,  durante la primera década del 2000  lo conocimos por   dos temas: las criaturas subterráneas y la tendencia a  poner  un muro para separar escocia del reto de Gran  Bretaña, bien el histórico como en Centurión, bien el futurista de Doomsday (comprensible. Si mi país vecino fuera Inglaterra, hace mucho que estaría ya apilando ladrillos).  Con su película más reciente hasta la fecha retoma un par de temas de entonces: el grupo de soldados en un entorno hostil y  los seres de  un medio tan ajeno al de los protagonista como puede serlo el interior de la tierra, o en este caso, un lugar más lejano.  En este caso, la idea funciona  correctamente y da todo lo que se podía esperar  del director: una mezcla de acción, terror de serie B, monstruos  de aspecto tangible en el que no se escatima ni los trajes de látex, las tripas y las babas y un grupo de protagonistas caracterizados por encontrarse fuera del estamento militar adaptado (en este caso,  una unidad poco menos  que de castigo par soldados degradados) entre los que se mantiene el honor y la lealtad frente a  un alto mando que actúa desde lejos. Un guion  con un buen montaje en el que no faltan las secuencias claustrofóbicas y las luchas desesperadas, pero que en realidad, queda muy lejos de su primera  Dog Soldiers y de  sus mejores películas.


Desde el principio, la idea resulta predecible. No sería algo negativo si lo que se cuenta, se narra bien, pero resulta demasiado familiar y  tanto escenarios como personajes, demasiado vistos. Desde el  primer momento sabemos que la piloto protagonista con una familia que la espera  va a salvarse  pase lo que pase,  pero todos los momentos en los que esta se encuentra en peligro resultan predecibles: los monstruos se toman demasiado tiempo  con ella a la hora de intentar matarla. Si al resto los liquidan de un zarpazo,  con ella echan un rato persiguiéndola, intentando estrangularla con un apéndice prensil  o cualquier truco necesario hasta que venga un secundario a ayudarla.




Se intuye también que del grupo inicial muy pocos van a salvarse, que alguno tendrá que sacrificarse por el resto…pero en este caso, son todos. Cada uno acaba siendo asesinado por los monstruos en una parte distinta del escenario para que el resto pueda continuar, y cuando esta decisión la toman   hasta tres o cuatro personajes seguidos, es imposible no preguntarse si estamos ante el escuadrón con menos capacidad de supervivencia de toda la historia militar.

La trama, divida en dos partes, también sufre de esa predictibilidad: una primera, donde se descubre el escenario al que se volverá en el desenlace y la segunda, en el campamento militar donde sus integrantes serán reducidos la grupo protagonista. El regreso a este primer escenario resulta igual de forzado, aunque escuden en el tópico de “hay que acabar con los monstruos”, y este sirve para que los personajes conozcan el origen des u enemigo. Un giro que no resulta lógico cuando desde el principio queda claro que la mejor opción habría sido no acercarse por allí.  Se suceden unas serie de situaciones que se van llevando por lo adecuado de la filmación, que no da descanso, y que al menos sirve para   poder  ver unas imágenes tan interesantes como esas criaturas medio humanas o una construcción que parece sacada de los bocetos de Giger. Y que no  esconde su inspiración. Todo ello, salvado por un Deus ex Machina que lo mismo sirve para asegurarse la victoria de los protagonistas, que para meterles presión  mediante ese misil dirigido que, pase lo que pase, hará estallar la base en un tiempo límite.



La guarida  es una vuelta a los primeros temas de Marshall, muy de serie B, con intención de mantener en vilo   al espectador y que sigue  funcionando b bien peso a todo. Pero que queda demasiado lejos  de esas primeras películas: soluciones forzadas, una protagonista  con un blindaje argumental que la hace intocable frente al resto y un desfile  subterráneo rutinario que  queda muy lejos de ese primer grupo de militares, que, perdidos en algún lugar de Escocia, se enfrentaban a un grupo de hombres lobo mientras explicaban  la condición de estos de la forma más gamberra posible.

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...Por si quedaba alguna duda