Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 18 de diciembre de 2025

Spider Baby (1967). Hasta en las mejores familias

 


El aislamiento de cualquier grupo de individuos nunca es la mejor idea. Como especie, no estamos hechos para la soledad, ni  cuando esta recae sobre un grupo muy reducido de personas. Las consecuencias de esto, tanto mentales como físicas, han sido reflejadas en la ficción  como  muchos otros temores reales: la leyenda de Sawney Bean  adaptada en Las colinas tienen ojos, los lugareños de Deliverance, cualquier descripción de Dunwich o sus aledaños o ese opositor que un día se encerró para estudiar sin distracciones y no hemos vuelto a saber de él (en realidad, a este último, nadie lo echa en falta). Pero  esta separación del resto no tiene por qué ser la consecuencia  de entornos remotos y desfavorecidos, sino también (y quizá, mucho más retorcido),  por la negativa a mezclarse con quien  no sea lo suficientemente p uro. Un estigma que  puede recordar tanto a los Usher como a cierto linaje real  conocido  por su prognatismo.  Esta idea de degradación no se ha quedado solo en la literatura de terror sino que también sirvió como punto de partida para una película que, en la misma época en la que el  ciclo de Poe de Roger Corman  daba sus últimos coletazos y  los muertos vivientes de Romero  deambulaban en busca de carne fresca, desarrollaba una idea tan macabra como llena de humor negro.

El síndrome de Merrye es una rara enfermedad genética que afecta exclusivamente a los miembros de la familia que han tenido  la mala suerte de darle nombre: una afección que provoca, llegada la primera edad adulta, una degradación  mental, tendencias violentas, y una  progresiva degeneración física. Los últimos miembros de la familia,  Elizabeth, Virginia y Ralph, comienza a mostrar los primeros síntomas. Estos, al cuidado de Bruno,el chofer que ha servido a la familia durante generaciones, se mantienes aislados de la sociedad salvo por la desaparición de algún incauto a manos de Virginia. La aparición de unos primos lejanos, preocupados por su bienestar y por la cuantiosa fortuna a nombre de los últimos  Merrye, acuden a visitarlos antes de decidir  sobre su internamiento. Aunque  los hermanos Peter y Emily desconocen que  sus tres primos no son los únicos Merrye que  todavía  se encuentran en la mansión. Pero sí los que todavía tienen un aspecto humano.




Rodada en unos pocos días,  y estrenada con un retraso de cuatro años a causa de la quiebra de la productora, al película pasaría de ser una  cinta para ser proyectada en autocines a un clásico de culto dotado  de un humor negro y una atmósfera que logra resultar  malsana sin  mostrar a penas nada. La crudeza gráfica y el grano setentero todavía quedaban lejos y Jack Hill, responsable de El terror, Demencia 13 y posteriormente, de unos cuantos guiones exploitation,  ofrecía una historia sobre degeneración familiar, canibalismo, incesto, codicia y  horror en forma de comedia negra donde el humor siniestro iría  dando paso a una creciente sensación de malestar. Con toda la sordidez  que podía transmitir el blanco y negro, sin más ayuda de un caserón ,y sobre todo, del trabajo de unos actores cuyos papeles oscilaban entre la caracterización grotesca y la de  villanos con ambiciones ridículamente evidentes. Y entre los que destacaba el canto del cisne de una  de las estrellas más recordadas del terror clásico, junto a los comienzos de un interprete con una carrera muy extensa tanto en serie B como en cine de culto.

Prefiero mil veces a una familia victima del aislamiento y la endogamia que a un abogado


Lon chaney encarna a Bruno el chofer, casi tan patético como los últimos Merrye  al que dota de una peculiar calidez y desesperación por los tres jóvenes a su cargo. Este, ya en sus últimos años, consigue  reflejar esa sensación de estar acabado y pese a ello, resultar creíble como uno de los pocos personajes  con mayor simpatía de la película. Y Sid Haigh, con poco menos de treinta años,  interpreta a ese miembro del clan familiar  en el que la degeneración  ha empezado a hacerse visible y profundamente incómoda par sus familiares lejanos. Si  pensábamos que el Capitán Spaulding daba mal rollo, es porque no habíamos conocido a Ralph Merrye.


En el papel de Virginia y Elizabeth, tanto  Jill Banner como Beberly Washburn encarnan personajes de mentalidad  infantil y perversidad mezcladas: en esta última, la que da titula a  la película, tanto  con su obsesión con las arañas como el juego, similar a una danza, en el que simula interpretar a una de ellas.  Personajes que chocan con sus antagonistas, los Merrye “normales” o el abogado Schlock,  que reflejan  una  perversidad más  pragmática y  mundana, haciendo que el final de estos se mantenga dentro de la comedia y la falsa,  no  en el terror realista.

Además de las interpretaciones, al falta de medios hace que cada elemento consiga funcionar. No hay  escenas gráficas en pantalla, ni el público podrá ver a los demás Merryes pero con un escenario tan simple como una casa desvencijada, unas cuantas piezas de ropa apolillada e incluso  un par de camisones (en una secuencia más perturbadora que sugerente), consiguen  caracterizar ese linaje que vive en el pasado, reproduciéndose entre sí  y del que  el guion muestra sus últimas consecuencias. Es la escena de la cena familiar, con  los protagonistas ataviados  con trajes de hace década y sirviendo unos platos donde los insectos campan  a sus anchas entre hierbajos (y que funciona  muy bien en blanco y negro)  el momento a partir del cual  el humor negro va reduciéndose para dar  paso a una segunda parte más  extraña. No terrorífica, pero si incómoda y que recuerda mucho al humor de Edward Gorey. Incluso los créditos, animado y con un texto leído por Chaney, refuerza el tono de comedia negra, muy poco inocente,  pero que invita a no tomarse en serio  esta historia sobre degeneración y codicia.


Spider Baby se convertiría  con el tiempo, y merecidamente, en una película de culto. Donde coincide el humor incómodo, la falta de prejuicios a la hora de tratar una historia macabra, y en cierto modo, la presencia de dos representantes de un tipo de cine muy distinto entre sí: Chaney, como el reflejo de un cine menos gráfico, de una época quizá más inocente, y la inquietante presencia de Haigh como anuncio de lo que estaba por venir.



jueves, 11 de diciembre de 2025

Gótico botánico. No me pises el sembrao

 


Si el bosque es el escenario que permanece en nuestro subconsciente como  lo primigenio, el entorno  a veces hostil, siempre enigmático y ligado a lo antiguo,  su parte individual  resulta igualmente extraña. Las plantas, seres vivos que  forman la naturaleza, sin la cual no existiría la vida en la tierra pero a medio camino en tre lo vivo y lo inanimado, capaces de aportar sustento  pero también  de producir los venenos más peligrosos e incluso  de asumir  formas de vida tan extrañas como vegetales  carnívoros.  Las plantas, que en apariencia , que ni sienten ni padecen,  que han sido también en cierto modo  domesticadas por los humanos, convertidas en cultivo  u ornamento.  Pero incluso en su versión más doméstica puede ser algo  amenazador: esa planta de origen exótico en un invernadero, ese roble  centenario en el jardín, la hiedra que no para de crecer. Pueden representar lo monstruoso, pero también una fuerza protectora.




Gótico botánico,  la antología dedicada por  Patricia Esteban  Erlés para Impedimenta, recoger varios relatos donde el mundo vegetal  aparece en distintas  facetas,  relacionadas en su mayoría con el fantástico. A lo largo de dieciocho cuentos,  estas  serán el resultado de un experimento científico, una   variación del cuento de fantasmas tradicional o  un ser vivo que se limita a reclamar el terreno arrebatado por los hombres, o como una suerte de entidad protectora o vengativa similar a lasas ideas de las antiguas religiones.  Los relatos seleccionados  fueron  ordenador por orden cronológico, comenzando   con un texto de Nathaniel Hawthorne de 1837 y finalizando con uno de Zenna Henderson de 1959.

 Este entraría un poco en el terreno de lo clásico,  dentro de  las dos mitades de los siglos xIX y XX,  aunque su temática varía centrándose en distintos aspectos: El experimento del Doctor Heidegger  de Hawthorne sería el uso de lo vegetal por parte de la ciencia, mientras que  La glicinia  gigante de  Charlotte  Perkins Gilman o  La rosaleda de M. R. James utilizará  la vegetación como una manifestación del mundo sobrenatural.  Estos, como como seres que reclaman su terreno ante la acción humana aparecen en Woodstown  de Alhponse  Daudet o La guerra de la hiedra de David H. Keller. Aunque el estilo de ambos es muy distinto: mientras que  Daudet  representa a la naturaleza como una fuerza inexorable,  consecuencia de  las acciones de unos series humanos que han tomado más de los que les corresponde, el de  Keller es mucho más pulp y  resume un  conflicto entre la humanidad y una  hiedra invasora resuelto a cañonazos.

Es precisamente el pulp el género que  tiene más presencia en esta colección. No solo una colaboración entre Lovecraft y Duane Rimel  o un relato del ciclo de Zothique de Clark Ashton Smith, sino que  incluye a varias autoras que hicieron su carrera en las páginas de Weird Tales o Astounding Stories,  como  es Eli Colter,  Mariav Morevski,  Margaret St Clair (en uno de los relatos más cercanos a la ciencia ficción del libro) o Marie  Elizabeth Counselman, con lo  que  las señoras pulperas de los años treinta se unen a mi grupo de intereses literarios junto a las señoras victorianas y a los señores  europeos de entreguerras.

No faltan tampoco la representación fantástica un poco más humorística, aunque en este caso, en su versión más negra, con  Pensamientos verdes, de John Collier, una  historia muy peculiar  acerca de la alimentación de una planta exótica que recuerda mucho a al Audrey de la tienda de los horrores, y La máquina del sonido de Roald Dahl, donde se plantea  qué descubriríamos si una máquina pudiera amplificar los sonidos que emiten las plantas…Me pregunto que diría mi bromelia, después de dos años conviviendo conmigo a base de agua del grifo y podcast de true crime.

El cuento realista  tiene una presencia  casi anecdótica por comparación: en una antología de este estilo, sus lectores  esperan más lo extraño y los temas más mundanos aparecen únicamente en  La amanita mortal de Eli Colter (pese a ser pulp) y Una cortina de follaje de  Eudora Welty.
Con una selección  centrada en un contenido más antiguo, un acierto de la editora ha sido su variedad: salvo  los de Roald Dahl y M. R. James  no he encontrado  ninguno “repe” de otras colecciones ni que hubiera leído antes. Incluso comenzando por Hawthorne,  opta por una narración  cuya temática no  es tan evidentemente  vegetal y vista tantas veces como sería  La hija de Rapaccini.  Quizá  podría señalarse que el contenido está muy centrado   en narrativa anglosajona: salvo  Daudet, no hay ni un solo relato que no estuviera escrito originariamente en inglés, y el fantástico continental tiene mucho que ofrecer a una antología de esta temática.

Salvo esta pser4esencia mayoritaria de lo anglosajón, Gótico botánico es una buena colección de una temática un tanto específica, muy lejos del tópico y de los más trillados, donde  han recurrido a autoras menos conocidas. Ahora, si de después de  conocer a unas cuantos nombres de los años veinte, no sería mala idea  una  selección o varias sobre señoras pulp.

jueves, 4 de diciembre de 2025

Lecturas de la semana. Putain de guerre! II



Considerar al primer gran conflicto del siglo XX como La guerra que acabaría con todas las guerras fue seguramente el mayor error de cálculo que se cometería en ese primer tercio del siglo. Lo peor, como siempre, estaba por llegar  y los civiles  abandonando sus casas precipitadamente, como Cocteau describió en Thomas el impostor, eran solo un ensayo de lo que vendría. La drôle de guerre  dejaría tras de sí un país ocupado y miles de prisioneros. Una situación de la literatura reflejaría de forma desigual, haciendo real el dicho de “cada uno cuenta la guerra según le fue”. En este caso, dejando de lado  la contienda de Svejk y del soldado Schlump, y a los señores de entreguerras, y damos paso  a lo que el país vecino contaba esos años.



Jacques Perret. Le caporal epinglé.  El cabo Perret fue hecho prisionero junto a su unidad poco antes de la rendición de Francia.  Hacinados a cielo abierto, entre  barro, piojos, lluvia y el hambre constante, comienzan junto a su compañero Pater, igual de desesperado pero no dispuesto a rendirse, y  Ballochet,  un soldado capaz de adaptarse a cualquier adversidad, una serie de intentos de escapar y sus consecuentes fracasos. Entre campos de internamiento temporales, nuevos intentos de fuga y su traslado a Alemania para llevar a cabo trabajos forzados , Perret narra  la extraña rutina de su vida como prisionero de guerra, los encuentros y despedidas con  camaradas que  irán cruzándose varias veces durante  su  encierro y las fugas que a lo largo de tres años, no dejará de llevar a cabo  para poder regresar a su casa.




La novela, con carácter autobiográfico, recoge a lo largo de unas quinientas páginas  la vida como prisionero de guerra que Perret llevaría entre 1940 y 1943.  Esta  comienza con un primer escenario, un campo  embarrado, donde cientos de prisioneros esperan  entre rumores que aumentan con la llegada de nuevos internos, un traslado o una improbable liberación. Este refleja las distintas situaciones de su condición de preso,  desde ese primer campo bajo la lluvia, a un vagón atestado, llegando a la misma Alemania. La narración resultan  muy densa:  a la trama  se le unen las digresiones de su protagonista y un estilo  narrativo en el que mezcla  argot de calle, militar, y un uso caótico de tiempos verbales o palabras intraducibles (o lo que es lo mismo: que es uno de los libros que más me ha costado leer en su idioma original). Una mezcla  muy peculiar de lenguaje de la calle y referencias a la literatura clásica en determinados momentos para una narración que se aleja de la crónica bélica y se acerca a la novela picaresca. En la que el hilo conductor serán los distintos intentos de fuga.

El tratamiento de los antagonistas  por definir de algún modo el  bando de sus guardianes, es tratado con el mismo tono: no llega a mostrar  simpatía por ellos, ni animadversión abierta, sino que se les describe como   personajes que hacen su trabajo,   el de vigilarlos, mientras que el suyo,  como menciona en un momento de la trama, es el de escaparse.  Este refleja con mucho sarcasmo  las conversaciones con ellos,  considerándolas instrucciones   venidas de arriba: la frase  más repetida por los alemanes, e n un intento de a placar a los prisioneros, o de encontrar un punto en común con ellos es “Krieg, gross malheur!”, una mezcla de francés y alemán transcrito  fonéticamente   que  se convierte en un aparte recurrente de las interacciones entre soldados de ambos bandos, así como  lo será el intercambio  periódico de rumores  sobre la guerra y la vuelta a Francia, la rutina de reparto de raciones, los intentos de mercado negro e incluso  la extraña convivencia que se da entre esos prisioneros y los ciudadanos alemanes entre los que se mueven.
En cierto modo, este se convierte en una versión  realista, mucho más sucia, de La gran evasión.  Pero no exenta de humor, es precisamente este tono, entre los picaresco, la resignación y la rebeldía, lo que la convierten una lectura menos dramática de lo que podría esperarse. Y, escrita hacia 1943,  también en un reflejo fiel de la vida de un prisionero militar durante esa guerra.  Una en la que curiosamente, nunca utiliza el término nazi para dirigirse al enemigo: alemanes, boches y otros términos heredados de la primera guerra mundial son los apodos que más aparecerán durante el texto.

La historia del cabo continuaría con  Bande  á part,  sobre su  participación con los maquis, y su historia  como prisionero de guerra sería trasladada al cine en 1962,  con un tono mucho más amable y conciliador que la novela original.




Guy des Cars. L´officiers sans nom. En 1939, un oficial de reserva fue llamado a filas como tantos otros al comienzo de la guerra.  Al mando de una compañía de infantería, su vida militar terminará poco menos de un ñaños después. Durante el cual, conocer a los soldados, algunos de los cuales  no llegarán a ver el final de la guerra, y donde  un breve periodo de formación dará paso  a su entrada en el campo de batalla. Igual de corto, pero  suficiente como para quedara marcados por ellos y  por el sacrificio que sus compañeros asumieron.

Des Cars fue un autor   con una bibliografía kilométrica,  a lo que acompañaba el apodo de  “Guy des Gares” como referencia despectiva a a su volumen de ventas en quioscos  y como una parte de la literatura popular. Algo así como la colección  Reno de Plaza y Janés..¡como si fuéramos a quejarnos de lo que nos supusieron esas ediciones “populares”! Este,  con un probable componente autobiográfico 8 des Cars también participó en la guerra) describe  la carrera militar de ese oficial anónimo,  marcada por una brevedad y una continua sensación de desorganización por parte de los mandos superiores, de órdenes contradictorias y de derrota anunciada.  



Es en este escenario donde  se irán presentando a los personajes que acompañan a ese protagonista sin rasgos. Estos, de distinta procedencia, parecen querer reflejar el mosaico de  regiones y caracteres del país, de manera muy similar al de la narrativa  costumbrista  pero de forma más amable que en otros libros:  en este caso,  desde el enfoque más trágico y cercano.  Pese a su tono antibelicista, el carácter de esta novela  es muy distinta a la de Perret. Mientras  que   la primera se caracterizaba por un enfoque picaresco más individualista, esta opta por uno más conciliador y de corte más patriótico:  Des Cars explica en el prólogo que las lectoras también encontrarán una trama romántica…opero sobre el amor de un hombre a su patria, ahí es nada. Y un epilogo donde expone con el mismo dramatismo que esa derrota sirvió para  que los otros países ganaran tiempo y pudieran organizarse para ganar la guerra.  Hay que reconocerle que quien no se consuela es porque no quiere.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Expediente Warren: el último rito (2025). Campana y se acabó

 



Toda franquicia tiene un final,  al menos, de la línea principal  que la originó. El matrimonio de investigadores paranormales y cazadores de demonios a tiempo completo inspirado por la trayectoria de Ed y Lorraine Warren, también. Aunque  los más de mil casos que  aseguran haber estudiado daría  para estirar mucho más el chicle.  Cosa que sí  se ha hecho a través de los spin offs que  ha dado la saga principal.  Pero esta, que  James  Wan iniciaría en 2013 con  una película que  disfrutó de un éxito inesperado termina tras cuatro entregas que, de forma un tanto irregular,  repasa los caso más famosos de ambos personajes a la vez que  mostraba distintos momentos de sus vidas. Unas vidas afectadas también  por los peligros sobrenaturales a los que  presuntamente se habían enfrentado.



A principios de los ochenta,  para  Ed y Lorraine queda lejos su época de mayor actividad. Retirados de la investigación desde que este sufriera un infarto,  dedican su tiempo a impartir conferencias, lejos del interés que despertaban  veinte años atrás,  preparar su libro, y esperar la boda de su  hija que se casará  en pocos meses.  Las pocas peticiones que el padre Gordon, quien los asistió durante su carrera, todavía se anima a transmitirles, son amablemente rechazadas  al encontrarse ya retirados. Pero cuando este  muere en circunstancias extrañas tras  interesarse por el caso de la familia  Smurl, quienes aseguran que en su casa hay una entidad paranormal,  es Judy, la hija de ambos quien acude en su ayuda. Esta ha heredado los dotes  psíquicos de su madre, y sabe que  lo que sucede en casa de los Smurl está relacionado con el encuentro sobrenatural que  hace veinte años estuvo a punto de acabar con sus padres y con ella misma.



Michael  Chaves se encarga de dirigir  las dos últimas entregas de la saga  Warren. Tras  Obligado por el diablo,  que podría considerarse la más floja, esta supone una pequeña mejora, aunque  muy lejos todavía de esas dos primeras películas donde  conseguían mantener el equilibrio entre el suspense, el terror visual y  la emotividad. Esta última transcurre durante  los años  de madurez de los Warren: alejados  de la vida cativa, con una hija adulta que si bien no toma el relevo de forma directa, si  participa en la trama y su papel sirve para cerrar ese último caso. En toda la saga está presente parte del trasfondo personal  de los protagonista.  Pero  este se ha ido acentuando  desde las primeras pinceladas que servían para humanizarlos y convertirlos en unos héroes cercanos a quienes pedían su ayuda,  a tomar cada vez más importancia. Si en Obligado por el diablo el caso de Arne Johnson casi parecía algo secundario  comparado con la trama  de los Warren, en esta les corresponde más de la mitad de la historia.


La investigación en serio no comienza hasta  pasada al menos una hora del metraje que dedican principalmente a la historia de amor entre la hija de los protagonista y su prometido, la boda e introducir  referencia al miedo a afrontar  el peligro que servirán de cierre para el caso sobrenatural  de una familia que mientras tanto, aparece  de cuando en cuando llevándose sustos para recordar que estamos en una franquicia de The  Conjuring y el terror visual es marca de la casa. sustos que también  se repiten en las escenas cotidianas de los protagonistas, en este caso, recurriendo a visiones muy poco originales, como esa ola de sangre que va a recordar  sí sí a l ascensor de El resplandor, y la enésima aparición de la muñeca Annabelle…¿pero qué le ha visto todo el mundo a  ese monicaco?

Aunque la película siguen manteniendo un  buen ritmo,  por lo que l las dos horas y diez  no  aburren  pese a ofrecer menos  suspense que en entregas anteriores, la trama sobrenatural recurre a trucos muy pobres para poder sostenerse. El comienzo, a partir de un espejo que  es retirado de la casa para reaparecer en el desván sin más explicación que la de ser un objeto malvado (escondiéndose en el sitio donde más trabajo da bajarlo. Tal es el concepto de maldad de un mueble) llevan a uno de los enfrentamientos finales peor resuelto con el grupo  protagonista  peleándose con una aparatosa  pieza de mobiliario.   El intento de explicar los fenómenos sobrenaturales,  que al igual que  en  la carrera de los Warren reales, siempre conllevan la aparición de un demonio, se resuelve con una explicación un tanto genérica  en al que el número de fantasmas no queda claro porque al final poco importa, el tema es sacar al demonio cuanto antes porque se les ha pasado la hora desarrollando tramas familiares.


Todo lo relacionado con los Smurl,  la familia víctima de los fenómenos paranormales es aquí muy genérico, no  crea el mismo interés que pudo haber generado la amenaza que sufrieron los  Perron o las niñas víctimas del  poltergeist de Enfield.  Al igual que  pasó previamente  con  Obligado por el diablo, no hay  aquí un antagonista como la Batsheba  del primer caso, El hombre torcido de Enfield o incluso la monja de ese mismo caso, sino un fantasma con poco más que una sonrisa dentífrica  que procura aparecerse de cuando en cuando.

Este último rito es más un cierre a la historia de los  Warren que una secuela al nivel que mantenían las dos primeras.  Ye n la que también se nota el paso del tiempo:  Lorraine Warren, la inspiración directa  junto a su marido Ed, falleció en 2019, y con esta llegaría el  cierre  de aquel peculiar museo, mitad trastero, mitad invención, en el sótano de su casa. además de una serie de desmentidos y descubrimientos acerca de la vida de ambos. Los  Warren  ya no eran  esa estrafalaria pareja de ancianitos que  veía demonios  hasta debajo de la s piedras sino unos timadores en toda regla.  La muñeca a Annabelle se convertía en una pieza de la cultura popular y en un chiste recurrente c cuando cada  verano salía una noticia sobre  que esta había  “escapado” de su vitrina. Quizá por eso, es también conveniente quedarse con los Warren  de la ficción como lo que son los  protagonistas de una saga cinematográfica que habría merecido un cierre más brillante que el que ha tenido.


Ahora,  con ese prólogo en el que aparecen unos jóvenes Ed y Lorraine interpretados por otros actores, cabe  preguntarse  si el número de casos que  estos aseguran haber registrado dará  para alguna precuela o película intermedia. Por no decir  de los  spin offs que vayan apareciendo. Dar a los  Warren un merecido descanso parece difícil, pero quizá deberían  dejar de  sacar a Annabelle en cuanto tienen ocasión.  Que esa muñeca, como decimos en Santander, se mueve más que Velarde.

jueves, 20 de noviembre de 2025

La mansión de las pesadillas. Terrores vintage


Con el paso del tiempo y su uso como espacio literario, el concepto de casa encnatada ha ido transformándose. Muchos, acostumbrados a que el terror venga del mercado inmobiliario y no de un alma en pena, hemos concluido q que si el espectro en cuestión paga su parte d e la renta y no causa destrozos, se puede convivir con ellos a cambio de unos costes razonables. Pero la casa, el lugar vinculado a lo familiar por exce3lencia, a diferencia de escenarios pasajero como un hotel o incluso un vagón de tren, se ha ido adaptando a estos cambios, evolucionando y reflejando las preocupaciones y psicología de cada época. Si las señoras victorianas emplearon el relato de fantasmas como una manera de expresión propio, a donde podían reflejar tanto lo irracional como los aspectos psicológicos del escenario doméstico al que habían sido relegadas, ahora se convierte en uno hostil, lejos de las normas de la razón. Las casas encantadas y los fantasmas evolucionan y se adaptan, siendo prueba suficiente el que en el siglo XXI todavía pueda seguir apareciendo variaciones sobre el tema. Pero en el caso de esta antología de Valdemar, la visita a las casas se centrará principalmente, en su vertiente tradicional.

La mansión e las pesadillas, seleccionada por Jose Luis Gonzalez Caballero, recoge veinticinco relatos en los que l a casa como espacio sobrenatural aparece reflejada en varios aspectos: lugares en los que se manifiesta como algo del pasado, pero dotado de cierta consciencia, las estancias en aquellas casas en las que sus personajes han sido prevenidos sobre la naturaleza de esta, la casa como escenario de un suceso trágico condenado a repetirse y el poltergeist como manifestación de los incomprensible mediante los ruidos y golpes descritos en la teoría parapsicológica.

Los relatos elegidos entran principalmente en el terreno clásico. Aunque intentan dar algo de variedad o evitar la repetición, es inevitable que acaben apareciendo al menos un par de cuentos del maestro de la narración fantasmal como es M. R. James. El resto son conocidos en su mayoría, como Algernon Blackwood, Ambrose Bierce, E. F. Benson, Fitz James O´Brien o Le Fanu.

La colección se abre precisamente con un relato de Blackwood, en el que se mezcla lo espectral con lo onírico y que es curiosamente una de las elecciones menos tradicionales a la hora de adentrarse dentro de las casas embrujadas. Este, caracterizado por esa mezcla entre sueño y sobrenatural, con la aparición de un fantasma familiar mucho más benévolo que otros, da paso a una versión donde el fantasma es un eco del pasado, bien como suceso traumático o bien como reflejo de un crimen no resuelto, como es La casa de la pesadilla de Edward Lucas White o e el fantasma de Madame Crowl de Le Fanu.

La casa encantada, en una variante más moderna, aparece reflejada también en La casa evitada de H. P. Lovecraft, donde su concepción de los sobrenatural como algo sobre lo que todavía no hemos alcanzado el conocimiento necesario para comprenderlo se mezcla con el cuento tradicional y la historia de Nueva Inglaterra. También, en un género tan ligado a lo psicológico como este, los ejemplos no son muy novedosos: La caída de la casa Usher y el empapelado amarillo de Charlotte Perkins Gilman. Un relato que en los últimos años parece no faltar en ninguna colección sobrenatural o de de señoras victorianas pero del que reconozco que con cada nueva lectura, este suma un matiz que antes no había apreciado. Es fácil comprender como la fuerza de esta historia sobre una mujer atrapada en ese cuarto de una casa, sino en su propia vida o esa presenta enfermedad se convirtiera en uno de los mejores textos a los que se ha dado nueva vida editorial.

La antología no se limita a ese espacio concebido como entorno familiar, sino que muchos de los personajes se encuentran con lo sobrenatural de manera fortuita. La casa “con mala reputación “ a la que estos llegan atraidos por un precio conveniente o desoyendo las advertencias. Si precisamente es ese empapelado amarillo de Gilman en el que el lector no puede saber qué es lo que ha sucedido, sino es imaginándolo, es en La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, de Rhoda Broughton, una historia epistolar, donde los personajes se encuentran de manera indirecta, con algo aterrador. Del mismo modo, La casa y el cerebro de Bulwer –Litton mezcla de manera dispar esa mansión de fama aterradora con un epílogo de tintes ocultistas. Un entorno que también se puede manifestar de forma pasajera, como la Litera de arriba de Francis Marion Crawford con su idea de no una habitación, sino un camarote encantado, y que se adelantaría a la idea de relacionar lo sobrenatural con elementos entonces modernos como ese departamento en un barco.  

Debido a la naturaleza de las narraciones, los protagonistas de estos e limitan a ser meros testigos. Estos actúan como narradores, sin que puedan hacer mucho más que descubrir lo que sucede. Bien de manera principal, como dueños de la casa, o indirecta, como criados que presencian algo ajeno a sus vidas o inquilinos de un lugar cuya historia desconocen, cualquier cierre que puedan dar a los fenómenos, bien conociéndolos, dando sepultura a los restos de un alma en pena o como en La casa evitada, echando mano de la ciencia y de mucho ácido sulfúrico (tiene gracia que sea H. P. Lovecraft el que recurra a la solución más expeditiva), es siempre a posteriori, una forma de terminar un ciclo que hubiera seguido repitiéndose.

La mansión de las pesadillas es una de esas antologías que Valdemar publica periódicamente: a partir de su catálogo, con un tema concreto, hace una colección lo bastante amplia como para cubrir el tema y en el que se les reconoce que en la medida de lo posible, los cuentos que eligen no solo son representativos sino que son lo bastante inéditos como para no haber aparecido en cientos de antologías previas. Aunque, como toda colección, esta tiene el resto de que su contenido sea conocido por el lector en su mayoría (motivo por el que tuve que dejar fuera Gabinete de los delirios, su selección sobre científicos locos). Aunque cuando las ”repetidas” no son más que dos o tres, y lo bastante poco trillados como ests este caso, este paseo por el lado sobrenatural del sector inmobiliario merece la pena. Además, en una época en la que vivimos en un estado de pánico permanente, una noche en una casa embrujada, los espectros de M. R. James, el paseo por la casa familiar de Blackwood o un viaje en un camarote ocupado por algo que no es de este mundo, es lo más parecido al cozy horror que podríamos tener, sin todavía no han inventado ese término.

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