Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 16 de mayo de 2024

Sandra Newman: Julia (1984). La secuela oficial autorizada por el Ingsoc

 


Las dos distopías que han resumido el pasado siglo XX han sido  1984 y Un mundo feliz. De la primera puede decirse que la sombra del Gran hermano es alargada. Y  su figura, así como la idea de una población sometida permanentemente a un estado de vigilancia por parte de  un estado dictatorial (hoy sustituida por su equivalente corporativo. Debimos pensarlo mejor antes de aceptar esas cookies) ha prevalecido más allá de las primera intención de  Orwell, donde reflejaba de forma despiadada los excesos del estalinismo y por extensión, de cualquier régimen totalitario. Un escenario que  descartaba cualquier  posibilidad  de escapar, convirtiéndola en una esperanza vana y que aportaría a la imaginación  popular conceptos como  la policía del pensamiento, la neolengua o  ese todo poderoso Gran hermano, cuya existencia es más un artículo de fe que un  hecho probado.

Un novela que como toda distopía, aporta algo positivo, además de su intención de alertar: su carácter literario único, una historia aterradora  pero que por suerte no debería salir de las páginas del libro que la contiene, ni mucho menos, saltar a otro. Al menos, hasta el año pasado, en el que los herederos de George  Orwell decidieron que  volver a visitar Oceanía, no con posterioridad a  lo que su predecesor  narra en los meses de ese año imaginario, sino dando voz a otro de los personajes principales. Y como tiene que estar la cosa  para que volver al futuro de una posguerra distópica sea una buena idea…


Julia, la novela encargada a Sandra Newman, se presenta en la portada como “un retelling feminista de 1984”. Lo  ambicioso de esta afirmación da paso a la misma historia que Orwell hace setenta y cinco años  había  contado a través de los ojos de ese donnadie que en un acto de rebeldía, decidía   contradecir los principios del Ingsoc y del Gran Hermano.

La visión de julia es muy distinta, y a través de Newman  se da a conocer la vida de esta antes de su relación con Winston Smith. Su vida como mecánica  en el departamento de  Ficción, sus compañeras de la residencia femenina, sus conocimientos del mercado negro y lo que sucede una vez  que  su rebelión contra el partido llega demasiado lejos. Pero también, a través de su vida,  se muestra cómo funciona esa Inglaterra ahora parte de Oceanía,  permanentemente  sumida en una economía de guerra, la vida de esa clase obrera reflejada apenas y sobre todo, la de las mujeres como Julia, que  junto a su deber de lealtad al gran Hermano, recae sobre ellas  la obligación de aportar nuevos miembros al partido, así como los abusos que el nuevo orden social, más  que erradicar, los ha consolidado.

El libro fue encargado por los herederos de Orwell a Newman, escritora con varias novelas de ficción especulativa caracterizadas por la importancia de ese punto de vista femenino, y a quien le correspondían dar profundidad a un personaje tan astuto, intuitivo y pragmático como era Julia. Su carrera previa era un punto de partida  razonable para afrontar una tarea tan difícil como esta. Y en este momento, es posible definirla ya como innecesaria.

Uno de los propósitos de la novela parece ser el de   dar un trasfondo más amplio a esa Oceania imaginaria, más allá de su estado de permanente guerra fría y esos trabajadores descritos como una masa anónima. Tarea a la que  se entrega en exceso intentando  intentando llenar todos y cada uno de los  huecos no abordados por  Orwell: desde la situación de los residentes de otras razas, aquí mencionados mediante una secundaria cuyo único objetivo parece ser servir para explicar esta cuestión, como las actividades de las ligas juveniles, así como los aspectos de la vida cotidiana de los personajes femeninos.  Una labor excesivamente completita que parece querer dotar de  profundidad y coherencia al escenario cayendo en el defecto de perderse  en un worldbuilding en el que acaban  empantanados muchos escritores de ficción. Y  que 1984 no necesita: la descripción de Londres  en sus orígenes era tan vaga, pero a la vez tan familiar con el mundo real e incongruente como todas las dictaduras de posguerra que se han conocido  durante el siglo XX.


Completísmo que se refleja también en la trama. Cada uno de los incidentes que vivía  Winston  originalmente tienen aquí su explicación a través de Julia: detalles tan nimios como la muñeca vendada que esta luce o esa nota furtiva donde  él pudo leer “te quiero” escrito con letra tosca  son explicadas de  forma detallada y retorcida a extremos bizantinos.

Algo que no pasa con su protagonista, precisamente. La mujer astuta superviviente y casi hedonista que chocaba a menudo con el hosco e intensito Smith se dedica aquí a preocuparse en todo momento por cuestiones de la vida cotidiana con una insistencia casi machacona,  a mencionar varias veces la clandestinidad de la homosexualidad (la autora  sigue empeñada en tocar todas y cada una de las cuestiones sociales posibles, sea necesario o no) y   a subrayar cosas tan anticlimáticas como destacar  lo atractivo que es Winston Smith (si Orwell, tras esmerarse en describir a semejante cuerpo escombro, levantara la cabeza..) o recordar detalles sobre sus anteriores parejas. Una perspectiva que  más de la de una superviviente dentro de los engranajes  burocráticos del partido, parece estar escrita por Moderna de Pueblo. Y es que en varios capítulos, si hubieran decidido titular el libro “los capullos no son leales al Partido”, hubiera sido más honesto.

Todo ello son defectos inevitables cuando se intenta algo tan difícil como  continuar una obra ajena y muy marcada por la visión social y política de su autor. Los setenta y cinco años son una diferencia abismal que  Newman no sabe   superar, y esa Julia malhablada, rebosante de información innecesaria y destinada a encontrarse con todos los enigmas argumentales de 1984, poco tiene que ver con su homónima en la distopia que va camino de cumplir el siglo.  Como tampoco ese estilo pretendidamente  descarnado  en el que a menudo la escritora se regodea, describiendo lo precario de desagües, viviendas, y de las torturas que sufrirá su protagonista de forma paralela a Winston. Unos capítulos  que desprovistos del contenido e intención de la narración original, se quedan en una  exposición del sufrimiento casi pornográfica, muy similares al bucle en el que acabó cayendo la adaptación  televisiva de El cuento de la criada. Y que en un intento de aportar algo propio, Newman intenta salvar  con un desenlace aparentemente  esperanzador que, por ese aire artificioso, hace preferir el final aséptico y cruel con el que Orwell mostraba que era preferible esa realidad, a modo de advertencia, y no una fantasía edulcorada.

Julia podría  resumirse en “el spin off de 1984  que nadie ha pedido”. Un libro correctamente narrado, pero carente de contexto e incapaz de adaptarse a las circunstancias  en las que el original fue escritor, y que intenta “arreglar” este  con un hipotético final abierto. Newman, además de repasar a Orwell, debería haber  tenido en cuenta a los Sex Pistols: no future for you. Y  los lectores a los que nos pudo la curiosidad, haber hecho caso al meme:  “si ya saben como son estas secuelas, pa qué las empiezo”.

jueves, 9 de mayo de 2024

Mark Samuels. La era del futuro degradado. El porvenir es color estática

 


Se va notando que han pasado casi cien años desde el fallecimiento de Lovecraft: este ha dejado de ser “la” influencia  del terror posterior a 1940 para convertirse en una de las influencias. El terror cósmico fue dando paso a su versión menor pero igual de inquietante, el weird. Y Thomas Ligotti empieza a sonar no solo como escritor sino como referencia  para las siguientes generaciones: El secreto de la ventriloquía de Jon Padgett, es casi un homenaje al este. Laird Barron lo menciona de forma indirecta e incluso le proporciona una aparición en su relato More Dark..y, conociendo a Ligotti, ha sido lo más lejos que ha debido salir de su casa en 30 años. Aunque en algún momento, el Rarito de Detroit sale de su mutismo y es capaz de pronunciarse sobre algún escritor reciente. Y para que este señor salga a decir algo, el libro ya puede ser bueno. O por lo menos, despertar mucha curiosidad.


Este ha sido el caso de Mark Samuels, escritor británico fallecido unos meses antes de que Valdemar publicara una antología suya en castellano. Esta, con el título de uno de sus relatos, recoge unos quince relatos aparecidos previamente en  recopilaciones que abarcan unas dos décadas de producción literaria.


Este lo convierte en uno de los escritores más recientes en aparecer en la colección Gótica, junto a Thomas Ligotti con quien guarda alguna similitud derivada de esa influencia reconocida por  Samuels. Influencia que es mucho más marcada en el cuento  que abre el libro: Maniquíes en los aspectos del terror. Casi un homenaje  en el que  no faltan los tópicos característicos de la narrativa de Ligotti: ciudades deterioradas, edificios vacíos, un narrador que actúa más como testigo que como protagonista y  adelanta el título, maniquíes utilizados como atrezzo macabro y un intento de reflejar esa sensación de extrañeza y pesadilla del terror weird.


Cada escritor tiene sus temas recurrentes, algunas veces, reconozcámoslo también, rozando el tópico o el chiste. Ligotti no sería Ligotti sin las ciudades desvencijadas, Padgett utiliza la ventriloquía como hilo conductor de su libro de relatos y como una suerte de magia negra, y en Samuels, conceptos tan distintos entre sí como el moho, las formas de vida fúngica, y el ruido de estática de las emisiones analógicas. Conceptos que, aunque sacados de su contexto parecen un poco “cada escritor weird con su neura”, Samuels utiliza como un continuo, algo para describir una fuerza animada capaz de acabar con otras formas de vida, carente de consciencia pero con voluntad de supervivencia propia. Y que  aparecen en distintas situaciones como las criaturas  parasitarias de Vrolyck, una fuente de contagio que afecta por igual a cuerpo y psique en Cesare Thodol o el horror cósmico en su   versión más tradicional, descrita en El moho negro.


De forma similar utiliza algo tan aparentemente anodino como la estática, esa niebla gris acompañada de un ruido blanco bastante estridente propio de la tecnología analógica y difícil de evocar para los nacidos después de los noventa, que emplea  como medio de comunicación o de contagio entre mundos, o como una forma simbólica de un vacío (bien como un posible infierno, o un futuro muerto). Recursos  que quedan reflejados en Interferencia externa y La era del futuro degradado.

Aunque estos elementos aparezcan en la mayoría de los cuentos de la colección, Samuels no se ha quedado limitado al weird y al horror cósmico. Se nota que había tenido tiempo de desarrollar una carrera y pulir un estilo, en el que más que el propio Ligotti,  cuenta con muchas más referentes, que sorprenden encontrar en una corriente literaria tan centrada en si misma como suele ser el fantástico anglosajón.  No duda en mencionar abiertamente a Grabinski, Ewers y  autores europeos de entreguerras. Kafka se asoma a menudo en sus relatos, mediante protagonistas que  sin ser únicamente una voz en la narración, asisten desvalidos a situaciones donde el horror y el absurdo conviven. El abogado de Regina contra Zoskia,  heredero de un pleito entre loa responsable de un manicomio y el resto de mundo, no desentonaría en las oficinas donde se desarrolla El proceso. Las referencia a lugares indeterminados de Europa, y a la atmósfera entre el sueño y lo real, están también presentes en la plaza de media noche o Dentro del complejo.

Igual que, sorprendentemente, la revisión de temas clásicos. La posesión, la comunicación con los muertos, pasados por la visión de Samuel, la suplantación de identidades o el terror tradicional aparece también en Las manos blancas, Apartamento 205 o Centinelas. Y uno de los aspectos más destacables de Samuels, al menos en esta selección, es que este consigue demostrar que no es un escritor limitado a determinados temas y lugares fijos. Este es capaz de probar con planteamientos distintos de los habituales, algunos propios de la ciencia ficción, como el virus que se transmite a través del lenguaje en Tyxxloqu (nota: revisar este fin de semana la película Pontypool) e incluso desarrollar en un cuento, con una estructura mucho más lineal que las anteriores, una mezcla de horror cósmico con giros más propios de la serie B. Porque la sensación que deja La niebla carmesí es que ese escenario no desentonaría en una entrega final de la Trilogía del apocalipsis de John Carpenter.

Posibles ideas para próximas portadas


Es una lástima que a Mark Samules se le haya tenido que conocer a título póstumo, y que su carrera  haya quedado sin algún texto un poco más largo que sus colecciones de relatos. Queda, al menos una interesante antología, más variada que lo que su recomendación por parte de Thomas Ligotti podría haber hecho esperar. Y aunque la portada de la edición española no haya sido tan desafortunada como la elegida para Canciones de un soñador muerto, la que han decidido en Valdemar demuestra que en la editorial tienen un sentido del humor muy raro: he pasado todo el libro meditando acerca del parecido entre el personaje de la ilustración y Mariví Bilbao en La que se avecina.

jueves, 2 de mayo de 2024

El guerrero americano (1985). Hic sunt ninjas


 El mayor problema de la sociedad en los ochenta no fue la amenaza nuclear. Ni la capa de ozono, la aparición del SIDA, la política conservadora  de la era Tatcher y Regan, ni la reconversión industrial. Ni el terrorismo. Ni de lejos. Lo peor, fueron los ninjas. Clanes de guerreros silenciosos dedicados a actividades ilegales de extorsión, tráfico de drogas y…bueno, al menos lo fueron ese espacio mucho más seguro que la realidad como lo fue el cine de serie B y las películas de acción de la Cannon, que  llenarían las estanterías de los videoclubs  de todo un subgénero en el que  actores especializados en peleas que no tenían el cacheé  de un Van Damme o Schwarzenegger se enfrentaban a todo tipo de organizaciones mafiosas y guerreros mercenarios que amenazaban la seguridad del país. Entre todos, una puede considerarse la más conocida dentro de estas cintas de señores embozados  que lanzaban bombas de humo. Una producción que convertiría a Michael Dudikoff en protagonista de varias de  las entregas de una saga de militares, corrupción, tráfico de armas...y ninjas.


Este guerrero americano es Joe Armstrong, un soldado de origen desconocido, que destinado a en una base militar de algún lugar de Asia, consigue salvar a varios de sus compañeros y a la hija de su coronel del intento de secuestro perpetrado por unos enmascarados. Estos, como confirmarán después  a partir de los testimonios de los supervivientes, se trata de un clan de ninjas, quienes trabajan como mercenarios para un traficantes de armas local. Pese a haberse enfrentado a ellos con una habilidades marciales superiores a sus adversarios, la fama de Joe en la base dista de ser la de un héroe. Solo Patricia, la hija del general, y el capitán, Curtis, muestran simpatía por ese enigmático soldado que, incapaz de recordar su pasado, parece tener amplios conocimientos de lucha. Algo que también despertará el recelo de Ortega, el traficante de armas y  de los miembros del clan de la Estrella negra, que no están dispuestos a ser vencidos por ningún occidental.



La película sería una de las más populares de la Cannon, especialista en este tipo de producciones entradas en ofrecer acción y peleas por encima de todo, sin que el argumento importe (algo así  como Michael Bay, pero en honrado), y la primera de una serie de cinco entregas en las que mezclan de una forma bastante loca al ejército, narcotraficantes y  clanes de ninjas que se ofrecen al mejor postor (la reconversión  industrial afectó a todos, por lo visto), así como un personaje principal que une lo mejor de ambos mundos, por decirlo de algún modo. Michael Dudikoff es Joe Armstrong, del que unos flashbacks hacia  el desenlace explican  todo lo que el público necesita saber sobre su pasado:  entrenado de niño  por un soldado jampones en las artes ninjas, pierde la memoria en una explosión y es rescatado para, con el paso del tiempo, reencontrarse con su maestro y recordar todo lo aprendido en el noble arte de…bueno,  ponerse un buzo de color negro y hacer unos cuantos movimientos de jiu jitsu, disciplina que Dudikoff conoce y que sirvió para labrarse una carrera en el mundo  del cine de acción de segunda fila.


Un trasfondo tan  cogido por los pelos como el resto del argumento, donde mezcla sin ningún complejo  el  tono patriótico  de ese entorno militar y militarizado, con los peligros del exterior como son esos traficantes de armas que parecen convivir pacíficamente con las fuerzas del orden, y el toque exótico con unos ninjas de habilidades sobrehumanas, mercenarios que  combaten al protagonista a base de saltos y ataviados con buzos de distintos colores. Un enemigo que solo puede considerarse como memorable, y entrañable a dia de hoy: la interpretación pop de esa figura de la historia japonesa que ya nació como leyenda (cuando descubrí que los ninjas, tal y como los conocíamos, no habían existido, fue un golpe más duro que los Reyes Magos y el Tio de Nadal juntos). Y que en la película se convierte en un recurso  pensado para añadir algo más a un a producción donde el número de explosiones y vehículos militares está limitado  por motivos presupuestarios. En este caso, las peleas de artes marciales aquí combinadas con muchos saltos y efectos de sonido añadidos  en post producción.


La felicidad era esto, y no lo sabíamos


Una película que, lo mejor que puede decirse de ella es que  tiene planteamiento, nudo y desenlace, o al menos, no es demasiado incoherente dentro de lo alocado de su argumento. Los actores son muy básicos, Dudikoff es completamente inexpresivo, pero no más que Chuck Norris y  otras estrellas de la misma época, Steve james, como secundario, casi tiene más carisma que el resto de personajes, y los antagonistas son un conjunto de señores con traje de indiano y ninjas anónimos. A estos se le añade una banda sonora entre anodina y chirriante, con una especie de trompetilla de fondo que hace que  sea olvidable pero que haga pensar ”¿Quién ha compuesto esto?”. Y una serie de giros finales donde no faltan traiciones y venganzas que…bueno, acaban olvidadas ante una de las secuencias más absurdas y divertidas que se hayan podido filmar. Una batalla campal en la que comparten espacio tanquetas militares, lanzacohetes, helicópteros y ninjas de varios colores peleando contra solados con metralletas. Un escenario tan incoherente como involuntariamente cómico, y que se parece más a la idea que se le habría ocurrido a un niño jugando con sus muñecos que a un guionista de carrera. Pero que por eso este Guerrero americano quizá sea una película inolvidable. No es una producción buena, más bien al contrario, la falta de argumento y lógica campan a sus anchas, pero en ningún momento fue una cinta para se reseñada según los criterios de otras producciones, o para ser reseñada en absoluto.

Se ve primero, con ojos de niño que asiste asombrado al despliegue de artes marciales, años después con ironía y un poco de desdén, y finalmente, con simpatía. Es probable que el público pocas veces se divierta (por emoción o carcajadas) tanto como con una película como esta. Y seguramente, viviríamos un poco más tranquilos si solo tuviéramos que preocuparnos de los ninjas.

 


jueves, 25 de abril de 2024

Lecturas de la semana. De franceses y saldos

 


En las últimas visititas a tiendas de segunda mano, además de antologías de Martínez Roca o de Bruguera, he podido encontrar libros un poco más  difíciles de localizar. M-as de una vez, entre decenas de copias de J. J. Benítez, Dean Koontz, y recientemente, de Stephenie Meyer y Charlaine Harris,  han aparecido  ejemplares impecables de la colección de fantasía de Círculo de lectores ,copias de la colección  Marabout  fantastique (informo que  varios de estos se encuentran  a salvo en mi casa), y también novelas policiacas de Bruguera  que podían ser de todo, menos rutinarias…además de algunos libros  de los que solo cabe preguntarse de dónde demonios han salido. Estos, sin duda son los más desconcertantes y divertido a a la hora de  encontrarlos. Y es que, ¿a quién no le va a gustar una novelita de terror de una editorial perdida, con publicidad en las contraportada más que dudosa? porque esta semana viene un poco de ambas.



Pierre Véry. El traje de los domingos. Cada sábado por la noche,  un estrafalario personaje se cuela entre las paredes de una villa de Senecay, para realizar una visita a dos hermanas que lo aguardan  con intenciones muy distintas_: una está dispuesta a matarlo  antes de que este acabe con ella. Otra lo aguarda perdidamente enamorada de él. Sin dejar tras de sí más rastro que una carta para cada una, las visitas vespertinas del señor Domingo se repiten en la casa desde hace años. Naturalmente, ambas hermanas, como sabe todo el pueblo, están locas de remate, al cuidado de la mayor de estas y la fiel criada de la casa. El señor domingo no es sino la invención de dos pobres neuróticas…pero cuando una mañana, un hombre  cuya descripción coincide con la del misterioso visitante, aparece  muerto en las inmediaciones del pueblo, el suceso pone patas arriba la vida cotidiana de una comunidad, que apenas  empieza a recuperarse del final de la guerra. Pero, aunque el  cadáver del enigmático señor domingo haya sido visto por varios de los vecinos, María Eva, una de las dos hermanas, asegura que ese es un impostor.

Las novelas de Véry  siempre han sido una rareza dentro del noir. Desde  textos para un publico más joven, hasta las saga familiar de los Goupi, sus tramas, que transcurren en los aledaños de París o en ciudades de provincia, se caracterizan por una atmósfera extraña, opresiva, y por personajes que con toda su banalidad rozan lo siniestro, a veces, dotados de cierto patetismo y humanidad. El traje de los domingos describe un entorno cerrado, una mansión de familia bienvenida a menos, con tres mujeres atrapadas: dos en una locura compartida, y una en su papel de cuidadora o carcelera, algo que no queda claro hasta el desenlace. Y un pueblo donde la aparición de un cadáver desencadena cierta locura que parecía estar latente y una nueva ola de asesinatos.


Una trama tan retorcida en su apariencia que esconde en realidad motivos  tan simples para ponerla en marcha como  los que  impulsan todo crimen: la venganza, la envidia o la frustración es lo que mueve a esos protagonistas aparentemente grises, pero que  esconden tras su apariencia de normalidad matices tan complejos  como el sentimiento de culpa y la desesperación de una solterona, las habilidades detectivescas de un instalador de gas (paradójicamente, es el personaje ajeno a ese entorno el que aporta lucidez y esclarece el caso), y sobre todo, la explicación a esa locura compartida, que no es sino causada  por una périida tan real como la de un ser querido en la guerra, que en la novela se menciona como algo reciente. Pese a su tono intemporal (y que leída hoy hace pensar únicamente en “algún momento de la segunda mitad del siglo XX”), men

ciona todavía a jóvenes regresando de los campos de prisioneros, de desaparecidas y de viudas.
Entre lo real y lo fantástico, la historia presenta un relato donde la campiña francesa queda muy lejos del entorno idílico o costumbrista. Entre giros inesperados, personajes marcados por comportamientos extraños, la sensación continua de estar ante un secreto que el lector no puede descifrar hasta la última página, y donde permanece cierto toque de humor negro que prevalece desde el primer capítulo


José Michel. El asesino está en casa. Tras sufrir un accidente mientras presencia el atraco a un banco, una joven queda sumida en un extraño coma. Incapaz de moverse, de hablar y comunicarse de cualquier modo, su familia se ocupa de ella mientras afrontan otros problemas: su padre ha encontrado una nueva pareja que parece haberse adueñado de la casa. Su hermana menor frecuenta cada vez más a menudo, compañías poco recomendables junto a su novio. Mientras, Elizabeth, encerrada en su propio cuerpo, presencia impotente como esos desconocidos que se han adueñado de su hogar, no son sino los responsables del atraco donde se vio reducida a su estado catatónico.

La novela es en realidad un relato de suspense, donde de una forma un tanto arbitraria (no queda claro de dónde viene la catatonia de la protagonista. Si del golpe, la indigestión, o las necesidades del guion), relegan al personaje principal a un papel de observadora importante y donde la tensión se construye  a través de la imposibilidad de actuar mientras  presencia como su familia se ve alterada  por las actuaciones de los antagonistas. Limitación que desaparece de forma tan conveniente como vino, y que servirá, junto con la ayuda  del policía de turno, para detener a los malhechores.

Un polar muy breve y sencillo, donde lo más entretenido en muchos casos e encontrarse con indicios inesperados de un pasado que queda un poco lejos ya…como ese Simca que conduce la protagonista.

Otras de las curiosidades viene en realidad de la edición española. Publicada por la desconocida Geasa, bajo la colección “relatos terror”. La impresión es tirando a pobre, con hojas de papel de estraza y varias erratas, y que expone en su contraportada la intención de publicar obras “no solo de calidad, sino que hayan vendido gran número de ejemplares”. Vamos, que calidad si, pro que hayan vendido a cholón.

Aunque  los libros de esta colección no son otros que los publicados en Francia por Fleuve Noir, dentro de la línea de misterio y terror, donde aparecieron nombres conocidos por allí como Alphonse Brutsche, que también fue traducido para un par de números.

jueves, 18 de abril de 2024

Halloween Ends (2022). Dont´fear the reaper, que la gente es peor

 


Todo tiene un final, incluso los monstruos que llevan más de cuarenta años  asustando al público. Y que aunque hayan sobrevivido a decenas de muertes, no son  inmunes al paso del tiempo. Michael Myers, el asesino que cada Halloween acechaba Haddonfield, y a su némesis, Laurie Strode, lo saben, y aunque viera una vez más hace seis años, lo hacía más bien como comienzo de un cierre digno a la franquicia estrenada en 1978.  Ahora, cuatro años después de su último enfrentamiento, no solo con Laurie Strode, sino  con todos los habitantes de Haddonfield, regresa una vez más, pero de una forma casi crepuscular, y también  hay que reconocerlo, un tanto irregular.



Un año más tarde del linchamiento y desaparición  del asesino que supondría la leyenda negra de la ciudad, sus habitantes  parecen haberse recuperado y continúan con sus vidas. Laurie ha superado el trauma arrastrado desde hace décadas y vive con su nieta, quien trabaja de enfermera. El resto parece haber vuelto a la normalidad, pero en todo pueblo existe un paria. Corey, quien hace años provocó la muerte accidental del niño al que cuidaba, sobrevive ahora como mecánico  en el taller local, perdida ya la esperanza de ir a la  universidad. Las Strode  supervivientes han pasado de ser  heroínas a ser vistas con recelo, y culpables indirectas de  todas las muertes sucedidas en  el último Halloween.  Tres personas, rechazada s por distintos motivos, que inevitablemente a acaban cruzando sus caminos. Laurie siente simpatía por ese chico, víctima del rechazo d y de la burla de los matones. Allyson se siente atraída por el. Pero en Corey parece haber también algo oscuro, quizá provocado por lo que ha pasado  en su vida, o q algo que había estado allí latente. Y que s a Laurie comienza a recordarle al propio Michael, aunque sete haya desaparecido y solo sea  una obsesión que continúa persiguiéndola por mucho que intente olvidarlo. O quizá no. Fuera de la ciudad, entre las alcantarillas abandonadas, la basura y los deshechos, una figura se mueve  acechando, tras una desgastada más cara de Halloween.



Esta última entrega tiene un tono muy distinto a las anteriores. Como trilogía, se situá bastante tiempo después respecto de las otras, que transcurrían en el  espacio de la misma noche, cubriendo un  espacio de tiempo mucho más amplio. En esta puede verse qué ha sido de los protagonistas, así  como desarrollar la relación entre Allyson y Corey e sir estableciendo una atmósfera que se irá enrareciendo a medida que se conoce algo más de ese nuevo personaje y de la reaparición, esta vez muy breve, de Michael Myers.

El ángulo con el que presentan al pueblo   es ahora también muy distinto: lejos de esos  personajes que se iban conociendo, brevemente,  antes de ser asesinados, pero  por los que era imposible no sentir terror y pena ante  víctimas inocentes, ahora se muestran como gente más mezquina,  que todavía intenta asimilar lo sucedido pero que  no duda en buscar nuevos culpables a los que señalar, haciendo que la caracterización de estos sea mucho más gris. Las víctimas, esta vez, son niñatos agresivos, jefes déspotas e incluso el niño que fallece de forma  accidental…bueno, seguramente todos los que vimos  el comienzo de la película consideramos que una bofetada a tiempo no le hubiera venido mal!.


El lapso de tiempo y ese cambio en el tono sirve para establecer el tema de esta entrega. Si la primera era el trauma del superviviente, la segunda la histeria colectiva, esta serían los juicios públicos  y la cultura de la cancelación:  un solo error, por parte de uno de los personajes principales, supone ser  condenado y rechazado por su entorno, siendo el público  el que puede conocer las dos versiones d la historia y tener una visión más amplia, planteando la duda de si ese hombre del saco no se hace, si la historia que conocíamos hasta entonces de Michael Myers no sería también la que han contado la mayoría, y no la verdad.


Pero este es también uno de los problemas de la película. Nos  solo no es un slasher, ni una entrega de Halloween al uso, lo que en realidad es interesante, sino que el desarrollo de la trama planteada acaba resultando irregular, dedicando demasiado  tiempo a la cotidianeidad  de los protagonistas y a sugerir que el personaje de Corey tiene un lado oscuro, lo que no termina de estar claro (o eso, o es que en realidad los del pueblo me caen bastante mal) y donde Michael Myers e o más bien, la idea que  prevalece de Michael Myers, se convierte en una presencia que  afecta a los vecinos,  pero cuya aparición real resulta un tanto extraña. Esta se ha limitado a estar escondido, convertido en una criatura de instintos animales…pero que por algún motivo decide  perdonar la vida a alguien que parece reconocer como sucesor.  

No parece tener claro en este caso, lo que quieren. Por un lado, termina con el enfrentamiento final, casi crepuscular, entre Laurie y Michael, a quien consigue vencer porque pese a todo, este es humano, y el tiempo hace mella en sus  capacidades. Por otro,  el establecimiento de ese posible nuevo Michael, más  humanizado, resulta lento  c casi con una hora antes de que suceda algo levemente relacionado con la historia, dedicando más metraje al pueblo y sus dinámicas, marcadas por el rencor, que al monstruo que lo puso en el mapa.


Una idea que si bien resulta original, no ha sido ejecutada correctamente, haciendo que   las casi dos horas de película resulten excesiva y que este cambio de enfoque se quede solo en una buena intención, pero no en el resultado que esperaban. Algo que sí consiguen en los que respecta a los protagonistas clásicos de la saga:  como buen cierre, definitivo parece, el guion hace un guiño al espectador y  termina  con el Michael de la forma más lógica posible, haciendo que su regreso  sea imposible, y permitiendo, por fin, que ese primera final girl que fue Laurie Strode pueda disfrutar de un merecido descanso,. Lamentablemente, este final no está a la altura de  las películas anteriores, por lo que  lo máximo que se le puede agradecer es ese final adecuado para los habitantes de Haddonfield. Y esperar que Michael no vuelva en ningún reboot de la saga, aunque parece difícil.

jueves, 11 de abril de 2024

Lecturas de la semana. Lo real y lo imaginario.

 


Volvemos a las colecciones de relatos, aunque esta vez se correspondan con selecciones de un solo autor. Dos, en este caso,  que  salvo compartir idioma no podían ser más distintos. Uno, escritor de novelas y relatos fantásticos, poco conocido en España por desgracia. El otro es nada menos que el ejemplo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el Realismo del siglo XIX y junto a Molière,  el terror de los estudiantes franceses de varias generaciones.


Thomas Owen. Cérémonial nocturne. Seudónimo empleado por Gérald Bertot, es junto a Jean Ray (además de ser familia política de este) uno de los principales autores de ficción extraña (¡como si todo lo fantástico no fuera raro!) en lengua francesa durante los cincuenta y sesenta. Habitual junto a Ray y Marcel Brion en las colecciones de Marabout Fantastique, sus relatos, muy breves en su mayoría, se caracterizan por la aparición de lo insólito en la vida de los protagonistas, si bien a veces tienen una forma más tradicional, desde los fantasmas, los vampiros o el doppelgänger, está, la mayoría de las veces, marcada por lo absurdo. El ritual nocturno que abre la colección, describe una esxtraña costumbre que el protagonista debe cumplir cada vez que regresa a la casa familiar de noche, y cuyo inclumplimiento da lugar a un fenómeno tan aterrador como inofensiv. Los sueños premonitorios, el ser textigo de un hecho del apasdo que se mezcla incomprensiblemente con el presente, relatos sobre veladas donde altgo ocurre o la autoestopista cuya existencia  todos niegan hace que los personajes que los protagonizan sean poco menos que tesgigos de lo extraño, gente  de a pie que por un momento ha presenciado esa ruptura en lo cotidiano que puede darse en una calle vacía, en un pasillo en medio de la noche o en un parque iluminado.

También hay  espacio para el humor, como Un pequeño niño hermoso, donde da una vuelta a los niños siniestros  haciendo aparecer a una criatura que no tendría que envidiar nada al Damian de La profecía. Y que En el cementerio de Bernkastel hace aparecer como protagonista a Jean Ray, enfrentándose a vampiros y posesiones como al autor le gustaba hacer en sus relatos: a puñetazo limpio, que no hay criatura sobrenatural que no se achante ante eso.

La colección se cierra con la novela corta Extranjero en Tabiano, un relato bastante largo y tono pausado  donde descr4ibe las costumbres de un país extraño que recuerda tanto  a Kafka como a los cuadros del Bosco.
Actualmente, salvo un recopilatorio muy corto publicado por La bilbioteca del laberinto, no ha sido traducido al castellano. Una pérdida, tanto en su caso como en el de la prolongada ausencia de Jean Ray  en las editoriales españolas, visto que estos, desde las Narraciones terroríficas de Acervo, no ha aparecido en las librerías. ¡y no podemos vivir solo de señoras victorianas!

Esto entra en el examen

Gustave Flaubert. Tres cuentos.  Una recopilación de los relatos aparecidos en prensa en su primera publicación: Un corazón  simple, La leyenda de San Julián el Hospitalario y Herodias, narran, respectivamente, una biografía realista, una leyenda medieval y un episodio bíblico. La temática de estos, aparentemente diversa, se caracteriza por  un tema común; la religiosidad desde distintas perspectivas, mítica, bíblica y una visión más mundana en el caso del primer relato, en el que el personaje de Felicité, criada al servicio de la misma familia durante años, cuya devoción a estos, así como a un elemento tan extraño como el loro que le regalan como mascota, y sus últimos días en soledad, la convierten en una especie de santa moderna, condenada a una vida de sufrimiento y ascetismo. Muy similar a las hagiografías, pero marcada por la visión más realista, casi social, que  Flaubert hace de la vida real.

l estilo, sin florituras detalla a modo de crónica la biografía de cada uno de los protagonistas: irrelevantes unos marcados por lo inevitable los otros. Aunque este, si es para leer en el idioma original, si que puede resultar un poco más cuesta arriba.

De Flaubert puede decirse que es uno de los escritores con menos probabilidades  de aparecer en mi lista de lecturas, pero a veces, es inevitable no acabar en algún momento, leyendo acerca de sea realidad, anodina, cruda y sin matices ni grises imaginarios, que el reflejaba perfectamente.

jueves, 4 de abril de 2024

Karel Capek. La guerra de las salamandras. Que el fin del mundo nos coja pescando salamanquesas

 


El siglo XX  ha dado el término  distopía c como narración literaria (o  como realidad, según tengamos de alegre el día): un escenario en el que una situación improbable se convierte bien  en un reflejo de la realidad o en un relato moral sobre lo que puede convertirse esta si  la humanidad cede a la codicia, al fanatismo o a la l violencia. Si 1984  o Un mundo feliz  son el  paradigma de lo que puede llegar a ser  ese futuro, Mercaderes del espacio, e incluso Neuromante, ahonda todavía más en ese posible escenario en el que el capitalismo y la libertad de mercado  devoran, literalmente, hasta el último de los bienes necesarios. Y si bien estos entran dentro de la ciencia ficción, se aprecia en ellos cierta sorna, muy leve, mediante la que todos los personajes se limitan  a aceptar la realidad que les ha tocado, pero  sin que esta  fuera lao bastante evidente como para que  pudieran ser consideradas una sátira. Tema al que en cambio, sí recurre el checo Karel Capek, , que si bien  ha abordado la ciencia ficción y sido el responsable del término robot, afrontó  con cierto sentido del humor, de una forma que podría considerarse más bien un “me río por no llorar”, y que también está presente en su  novela de 1936, una de las más conocidas en las que se plantea: ¿qué pasaría sin en este siglo, donde nos hemos  peleado con todos, colonizado todo lo colonizable, pudiéramos aprovechar el trabajo de unos  simpáticos anfibios con habilidades motrices? ¿qué podría salir mal?


La guerra de las salamandras comienza con el descubrimiento del capitán Van Toch, en una remota isla del sudeste asiático: una población de criaturas bípedas, similares a una extinta especie de salamandra, que sorprenden al capitán con su habilidad de imitar sonidos humanos, pero, sobre todo, de manejar pequeñas herramientas, y que suponen para este toda una oportunidad en el negocio de la recolección de perlas.  Las salamandras, trasladadas de isla en isla  por el capitán como parte  de su  iniciativa  mercantil, se  convierten primero en una curiosidad circense, en un ejemplar zoológico, y posteriormente, en una oportunidad empresarial  para quienes sepan aprovecharlo, como  ha hecho el Sindicato de Salamandras dirigido por H. H. Bondy y sus socios, quienes a  partir de entonces, dirigirán el  mercado  y distribución de salamandras como fuerza de trabajo para todo el mundo. Pero con la proliferación de estas, a parecen nuevas cuestiones en la sociedad: desde trabajadores  indignados, pasando por ciudadanos preocupados por el bienestar de los bichitos, e incluso  una nueva clase de reptiles educados, gracias a la labor humanitaria y la  preocupación de muchas damas por su bienestar espiritual, que aprenderán a comunicarse con los humanos e incluso uta utilizar con ellos sus mismas técnicas para enriquecerse.



La novela se plantea como una crónica en la que un punto de partida improbable se emplea para mostrar un reflejo muy acido de la sociedad. De una forma similar a la que  Pierre Boulle llevaría a cabo años después  con El planeta de los simios. Salvo que en el libro de Capek opta por un enfoque mucho más irónico, y que oscila entre la narrativa coral, la crónica y la novela experimental. Una parte de la trama avanza mediante las acciones de determinados personajes, como el capitán Van Toch o el señor Povondra, el portero que  en un momento concreto, permite el acceso de este al despacho de quien financiará el comienzo de la explotación de las salamandras. La presencia de estos supone una aplicación muy particular del efecto mariposa: acciones muy pequeñas supones un cambio de gran importancia en el mundo, como el caso del señor Povondra quien llega a  lamentar una decisión que pone en marcha los hechos que condenarían a la humanidad años después. Y es también, a través de los recortes de periódico recopilados por él,  con los que Capek hace avanzar la trama a nivel global. Estos narran el desarrollo del comercio, los conflictos y los cambios en la sociedad que suponen, pero también reflejan  con ironía e imitando un estilo  periodístico complaciente, situaciones que son muy similares a las reales. Los conflictos con las salamandras y la modificación de la geografía global por el beneficio económico no esconden si no el colonialismo, la esclavitud, el racismo y la creencia ciega en el campitalismo como feneficios inagotables que estaban presentes en aquella sociedad de los años treinta, y que casi cien años después, continúan estándolo.

Alternando entre esos  capítulos con personajes identificado, a través de los cuales se puede intuir el paso de los años, y los textos a modo de crónica periodística, la novela adquiere un tono un casi experimental, mitad crónica, mitad narrativa, y gran parte sátira, llegando incluso, en el desenlace, a romper la cuarta pared entre la ficción y el aturo cuando este se plantea que es lo que puede hacer para salvar a sus personajes. La solución de Capek, cargada de reflexiones, no es otra que recordar que la historia siempre se repite, y que las salamandras han aprendido tan bien de los humanos que estas, con el tiempo, acabarán cayendo en los mismos errores. Teniendo en cuenta la fecha de publicación, su desenlace abandona rápidamente ese tono de humor absurdo que había mantenido como herramienta para reflejar los defectos de la sociedad para acabar con una advertencia casi apocalíptica.

La guerra de las salamandras, recurriendo a un sentido del humor muy propio de Capek, y también deudor del Buen soldado Svejk de  de Jaroslav Hasek, es tanto una sátira de ciencia ficción  como un reflejo de una sociedad que, desde 1936, parece no haber cambiado tanto. 


jueves, 28 de marzo de 2024

Kafka: la verdad oculta (1991). Al despertar el insecto de un sueño agitado, se encontró sobre su cama convertido en un horrible oficinista.

 


A menudo se habla de la necesidad de separar al autor de su obra. En algunos casos, sucede lo contrario: el escritor se confunde con lo que ha escrito de tal forma que acaba convirtiéndose en una figura muy distinta a quien era en realidad, o en un personaje más. Los lectores de Lovecraft pasamos por ello, imaginando a un recluso, un friki muy distinto del Howard Philips real, que llegaría, años después, a convertirse en el protagonista de novelas posteriores. Una idealización que no se limita al fantástico o a los autores de nicho, sino que una de las figuras más importantes de la literatura moderna ha sufrido esa metamorfosis póstuma. El autor de La metamorfosis, El proceso, y quien recreó de forma más fiel  la burocracia moderna y el vacío del sistema, era muy distinto a la figura atormentada cuya foto observa fijamente a los turistas en los puestos de souvenirs en Praga. Franz Kafka se convertiría para el público en alguien muy similar a sus personajes, e incluso en uno más.


A principios de los años veinte, Kafka trabaja como oficinista en una compañía aseguradora. Entre hileras de empleados inclinados sobre legajos y máquinas de escribir, este nota la ausencia de uno de sus compañeros: Eduard Raban, quien aparece muerto poco después. La policía está convencida del suicido de este, pero Franz  tiene sus dudas. Gabriela, la amante de Raban, cree que se trata de un asesinato ordenado por el Castillo, el órgano de máxima autoridad en Praga, para acabar con la célula anarquista a la que pertenecen. Franz  rechaza las teorías del grupo de Gabriela y la petición de este para  poner sus escrito al servicio del ideal anarquista, decidiendo averiguar, mediante las herramientas que su trabajo le proporciona, lo que le sucedió a su amigo. Entre miles de documentos almacenados en su oficina, un archivo, acerca de la tragedia sucedida en una fábrica, parece esconder la clave entre la desaparición de Raban y las figuras que entre aullidos dementes, salen cada noche acompañados por los agentes del castillo.



El guion no es una adaptación directa de ninguno de las obras del escritor checo, pero abundan las referencias directas y figuradas, a varios de sus relatos y novelas inacabadas, en forma de ese Castillo en el que, al contrario que en el texto original, el protagonista sí consigue entrar. Tampoco es una biografía, aunque salga el oficinista y escritor  llamado Franz Kafka, porque este es en realidad el Kafka introvertido y melancólico que imaginan los lectores, inmerso en este caso, en una trama policiaca con tintes propios del fantástico de entreguerras.

Un anarquista como los de toda la vida 

Sin querer ser una cinta abiertamente fantástica 8es de la época en la que  se pensaba que  el cine serio no hacía esas cosas), esta  consigue moverse entre el thriller y lo irreal gracias a recurrir a ese tono propio de los años posteriores a la primera Guerra Mundial, donde una trama policiaca se entremezcla con  la visión del mundo administrativo y burocrático que s e extendería después de la publicación de novelas como el Proceso. Todo ello, junto a científicos locos  e incluso sugerencias orwellianas como la búsqueda de ese método  para moldear  a gusto de un poder anónimo la conciencia individual humana.


Las referencias a la vida de Kafka, sus compromisos, la relación con sus padres, comparte espacio con las mencionas a la Metamorfosis,  La colonia penitenciaria, Carta al Padre  o el castillo, pero también es fácil encontrar guiños a la literatura de evasión y al cine de la época en momentos como la Fábrica Orlac o el doctor Murnau. Todo ello rodado alternando  el blanco y negro y el color, reflejando un poco la  oposición entre un mundo cotidiano y gris, condenado a la repetición, y otro donde  se esconde la verdad, aunque esta no tiene q porque resultar agradable y suponga  despojar a su protagonista de la seguridad que les proporciona un espacio aparentemente mediocre.

Pese a incluir un gran número de ideas sugerentes y contar con un protagonista que ha sobrepasado  su carreara literaria, el resultado no es el más brillante que podría haberse alcanzado. La adición, atropellada, de anarquistas, mad doctors europeos y distopías  queda demasiado grande para un guion en el que el Kafka de Jeremy Irons parece demasiado  timorato como para ir por ahí  arriesgando su trabajo investigando un asesinato o paseando una maleta  con explosivos en el laboratorio de un castillo que sirve de ministerio y de laboratorio para experimentos médicos. Personajes como  los interpretados por Theresa Russell, el grabador de tumbas Bizzlebek  que  Jaroen Krabbe representa brevemente o el chupatintas chivato y pelota de Joel Grey (¡que levante la mano quien  haya tenido  un compañero de trabajo así!) parecen mucho más vivos y reales que este  Kafka que, quizá en un intento demasiado forzado por ser una biografía ficticia, despide la película con los primeros síntomas de la tuberculosis que se lo llevaría pocos años después. Y  en la que algunos elementos  serían, un poco más adelante,, como la trama sobre la naturaleza  del alma o la percepción entre el color y el gris, aprovechados en películas de corte fantástico como Dark city o Historia de lo oculto. 




Kafka, la verdad oculta, no serviría tanto como biografía fantástico sino como una historia de realismo extraño, una producción que podríamos considerar como cine fantástico, aunque a Steven Sodergbergh no le gustaría esa comparación, y una de esas películas de los noventa no demasiado conocidas, pero que merece la pena rescatar. 



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