Durante los sesenta, y unas décadas más, la población convivió con su propia versión del temor de los galos a que el cielo cayera sobre sus cabezas. El pánico a la guerra nuclear, cuya consecuencia inevitable sería la inexistencia de ningún vencedor, supondría el fin de una especie, la primera extinción masiva causada de forma voluntaria, y fue reflejada a menudo en la ficción en forma de hipótesis o relatos morales. A l menos, en gran parte de las producciones occidentales. España, en cambio, permanecía en cierta inopia, o al menos, ese temor se percibía como algo más lejano en comparación a la percepción que podían tener sus vecinos, debido a l filtrado informativo vivido durante la época. Sin embargo, los misiles atómicos estaban ahí, algo real, que podía suceder en cualquier momento, y en cualquier lugar, como advertía una producción española en la que se narraban nada menos que las horas previas a la caída de un misil nuclear en algún punto de la geografía.
Una ciudad es evacuada apresuradamente cuando un cohete atómico, errado en su trayectoria, caerá sobre ella en unas pocas horas. Pero sus calles no han quedado completamente vacías, sino que algunas personas han permanecido allí por distintos motivos: algunos, que desconocían las noticias, se sorprenden de ser el único habitante. Otros a provechan la situación para robar lo que pueden y marcharse antes de que esta sea destruida. Y algunos han tomado la decisión de permanecer ahí en busca de un final voluntario a una vida en la que no tienen otra salida. A lo largo de esas horas, estos se irán encontrando, y quizá, demasiado tarde, hallando entre ellos un motivo por el que sobrevivir más allá de esa noche.
Una de las cosas más sorprendentes de esta película de ciencia ficción especulativa no es solo su temática, sino encontrar que su director no es otro que Mariano Ozores. El mismo de Pajares y Esteso, de alguna de Paco Martinez Soria, el de ¡No hija, no! Y de Hacienda somos casi todos…pero sobre todo, conocido como director y guionista de un cine de consumo rápido muy pensado para dar al público lo que pedía (fueran desnudos o chistes con sal gruesa) y principal excusa para impulsar en lo ochenta la Ley Miró sobre cine. Pero pese a esta filmografía de batalla, un profesional cuya figura sería mucho más reconocida posteriormente y que con esta película intentaba acerarse a un cine menos complaciente, más serio, pero que le supondría un fracaso económico lo suficientemente estrepitoso como para redirigir su carrera hacia la seguridad. Una lástima porque la película es una muestra de lo que podía alcanzar la ciencia ficción patria y en la que sin más elementos que un escenario y el trabajo de los actores el guion consigue tanto reflejar ese posible apocalipsis nuclear como evitar otro problema habitual en la industria cinematográfica: la censura.
Hacía solo dos años que la crisis de los misiles había sido uno de los momentos más tensos de la historia contemporánea. Un par de años tras el estreno de La hora incógnita, la bomba de palomares se taparía con el esperpéntico baño de Fraga en una playa distinta a la del accidente. España venía recuperándose poco a poco de una durísima posguerra de la que apenas habían pasado 20 años, más una tímida apertura al exterior. La crisis nuclear de Ozores es una versión más modesta, en la que ese fin del mundo sería limitado a la destrucción de una ciudad por un cohete “que debía darla vuelta al mundo y ha fallado su órbita” como aclara uno de los personajes. Suficiente para que este error ponga en marcha este pequeño apocalipsis previa evacuación cuyas imágenes, en blanco y negro, de trenes funcionando a carbón, militares y paisanos abarrotando los andenes, se parece todavía, y mucho, a ese mismo país veinte años atrás. Algunos personajes, como la prostituta, hablando de su profesión con una sutileza imposible a día de hoy. Otros responden a situaciones y arquetipos de su tiempo, como la pareja de amantes casados que ven el suicidio como única salida (Ozores no haría su versión paródica del divorcio hasta los ochenta, para ponerse en situación) o las viejas cotillas, casi salidas de un comic bruguera, cuyo motivo para quedarse es poder husmear en las vida de sus vecinos con la certeza de a que habrá un ultimo tre en el que podrán irse ,y que quizá parecen más fuera de lugar en un reparto donde la otra figura cómica es el ladrón, interpretado por Antonio Ozores, y que formará dúo posteriormente con el borracho, su hermano José Luis. Son estos, al tener más peso, especialmente al principio de la película, los que hacen que esta adquiera un enfoque cómico, en ocasiones desconcertante, en comparación con el resto de protagonistas. Si bien la interpretación de Antonio Ozores, más orientado a la comedia, gana a día de hoy puntos positivos después de ver como años después muchas producciones adoptarían ese enfoque humorístico en el mismo tema (haber comprado papel higiénico como posesos previo a un encierro de tres meses también ayuda a ver un poco el lado gracioso de todo).
Estos son una parte de un elenco coral, siendo los otros personajes tan variados como un fugitivo, un marido harto de su vida, un policía o el posible romance otoñal entre un huraño empresario y una de sus empleadas, y que aunque este se mantiene equilibrado, es por el exceso de estos por lo que varios quedan un poco desplazados o de relleno: de nuevo, tanto las vecinas cotillas como el marido calzonazos son los que sufren tanto su poca atención en el guion como el paso del tiempo. Esta además, presenta hacia la segunda parte un tono muy conservador, desde la aparición de la iglesia y el párroco, un Fernando Rey muy envarado, , donde el guion parece querer cubrirse las espaldas con un discurso muy pacato sobre la fe, el sacrificio y los juicios morales. Este de nuevo, se salva mediante una reflexión sobre la superioridad que, aunque sigue notándose la moralina, se las arregla para poder adecuarse al tono crepuscular del guion.
La producción, sin efectos especiales, se mantiene por sus actores, una buena fotografía en blanco y negro, y unos escenarios, gracias a los exteriores y de Alcalá y Guadalajara, vacíos y rodados de noche, casi fantasmagóricos: las calles del casco antiguo, los coches volcados, la tecnología analógica hace que este hoy ofrezca más aspecto de posguerra del siglo XX, y la sensación de presenciar como sería si ese fin de todo hubiera llegado décadas antes de que muchos hubiéramos nacido.
La hora incierta es toda una rareza. Una película maldita, al menos para un Ozores que redirigió su carrera a partir de entonces. Una muestra de ficción especulativa, tan pesimista como podría serlo producciones posteriores y una muestra de como la España del desarrollismo, del humor chusco, las suecas y del todo va bien se asomó, por un momento, a ese miedo a que un destello en el cielo fuera lo último que pasara ante nosotros.
Gracias por el descubrimiento. Ciencia ficción española de principios de los sesenta y dirigida por Mariano Ozores O_O Tendré que dejar Japón e Italia y bucear un poco más en el cine español.
Lo de que aprovechen la situación para robar me parece tan español xD.
Yo tampoco la conocia pero como no funcionó muy bien, fue la película que hizo que Ozores dijera "no hija, no", y se pasara a las comedias y a lo que diera dinero XD. Una pena, porque es muy del estilo de Quien puede matar a un niño o la ciencia ficción de Juan José Plans. Además, aprovechan la situación para robar, y para tomarse un chato en el bar de al lado. Con el apagón de abril todavía cerca, me ha parecido el mejor retrato nacional jamás hecho nunca.
2 comentarios:
Gracias por el descubrimiento. Ciencia ficción española de principios de los sesenta y dirigida por Mariano Ozores O_O Tendré que dejar Japón e Italia y bucear un poco más en el cine español.
Lo de que aprovechen la situación para robar me parece tan español xD.
Yo tampoco la conocia pero como no funcionó muy bien, fue la película que hizo que Ozores dijera "no hija, no", y se pasara a las comedias y a lo que diera dinero XD.
Una pena, porque es muy del estilo de Quien puede matar a un niño o la ciencia ficción de Juan José Plans.
Además, aprovechan la situación para robar, y para tomarse un chato en el bar de al lado. Con el apagón de abril todavía cerca, me ha parecido el mejor retrato nacional jamás hecho nunca.
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