Lo mas parecido que te encuentras a gatos y robot en 2025 y que no sean imágenes IA
Deformar la realidad para convertirla en una sátira es muchas veces, una forma de reflejar la manera más fiel. Una vía de entender el entorno, y de interpretarlo, muy útil teniendo en cuenta que el mundo parece regirse desde hace bastante por la Ley de Poe. Las sátira, ese espejo deformante que devuelve una imagen demasiado nítida, sirve también de filtro para tratar temas cuya dureza sería mayor sin ese filtro de la exageración: la violencia, si no se convirtiera en caricatura, sería algo más duro de mostrar. Quizá por ello una de las películas de acción más recordadas de los ochenta es precisamente una sátira de todo lo que narra: el estilo de vida al que se aspira, la desaparición de este, los encargados de mantener el orden establecido desde una óptica poco halagadora y como todo, absolutamente todo, puede convertirse en una propiedad empresarial.
En algún omento del futuro, las noticias sobre las tensiones entre potencias nucleares y las catástrofes en países lejanos son recibidas con indiferencia por los habitantes de un Detroit convertido en un feudo de bandas organizadas y delincuentes ante los que la policía, sobrepasada y sin medios ni efectivos, poco puede hacer. Es una recién llegado, el agente Murphy, una de las últimas bajas cuando es salvajemente tiroteado por un grupo de delincuentes. Su muerte se convierte en un oportunidad para uno de los ejecutivos de la OCP, la empresa propietaria de la policía de Detroit que propone, como medio de sustituir a las fuerzas del orden, el uso de agentes caídos, reconvertidos en ciborgs, como nueva policía que no solo serán propiedad de la OCP, sino q que los obedecerán ciegamente. Murphy, o lo que queda de él, se convierte en el primer agente mecánico de Detroit y una esperanza para reducir la delincuencia. Pero en su memoria, reseteada por los científicos, todavía conserva retazos de su vida pasada y de su muerte. Y la consciencia de que los responsables de esta todavía están en la calle.
La llegada de Paul Verhoeven al cine estadounidense comenzó con esta película considerada hoy como un clásico cyberpunk, y en el que se muestra uno de los peores escenarios posibles a través de la sátira y una exageración que sin embargo, siguen pareciendo muy reales. El Detroit conflictivo y sin fuerzas del orden era solo el comienzo de la ciudad fantasma que conoceríamos a principios del siglo XXI. La ligereza con la que los presentadores de televisión dan las noticias, alternando con publicidad y programas de entretenimiento, favorecen esa atmósfera de caricatura hiperrealista que contrasta con las calles en las que se mueven los personajes (curiosamente, los escenarios no se rodaron en Detroit sino en Dallas). Un trasfondo que transmite esa sensación de falsedad, de parodia, frente al escenario principal en el que, si bien la violencia también es retratada de manera exagerada, buscando el gore y el humor negro, sigue resultando perturbadora: los últimos minutos del agente Murphy, a manos de unos delincuentes armados, es filmada con explosiones gráficas, miembros arrancados u unos antagonistas que, entre carcajadas, resultan aterradores (aunque pertenezca a la generación que tuvo pesadillas con el villano arrojado a la cuba de residuos tóxicos que aparecerá al final). Esta marcará el comienzo de forma más gráfica, de una trama en al que, tratándose de una historia de policías en el futuro, el crimen a parecerá posteriormente, pero ya mostrado de forma más grotesca y con más tendencia a ese mismo humor negro. Y que continuará alternándose con las secuencias de televisión, que rompen un poco la pretensión de realidad, y dando más información sobre el escenario y es e posible futuro. Un recuro que aunque Verhoeven utilizaría también en Starship Troopers, aquí resulta menos cómico que en la cinta posterior y mucho más efectivo.
los hijos de los ochenta nos pasamos por el forro la calificación por edades
El uso de la violencia como recurso paródico es solo uno de los aspectos de la trama, aunque sí el más recordado. El guion, rodado finalmente como sátira, refleja de manera irónica la era Reagan y esa extraña convivencia entre los últimos coletazos de la guerra fría, de la desaparición del estado de bienestar y del todo vale de la cultura yuppie que aparece reflejada como los propietarios oficiales de la policía, pero también de otros cuerpos del estado, y para los que el crimen organizado es solo una rama más del tejido empresarial. Lejos del tono satírico mantenido durante toda la cinta, el diálogo entre Clarence, el criminal y asesino de Murphy, y uno de los empresarios, repartiéndose las áreas del negocio (el ilegal y el inmobiliario ) para un futuro cercano, es uno de los más pausados, pero también uno de los más reflexivos.
La presencia de los dos temas principales, esa violencia exagerada como motor satírico, hace que parte de otros aspectos de la trama queden en un lugar secundario: sobre las connotaciones acerca de la consciencia y humanidad de Murphy tras su transformación se pasa de forma muy somera, siendo poco más que un tema secundario para un personaje que parece más vivo y complejo en su versión robótica que en su encarnación previa. Así como esa huelga de policía que, aunque por un momento muestra un escenario propi de La Purga, acaba pasándose de puntillas en favor de la trama de venganza y el desenlace en el que, adecuadamente, las cosas acaban como al principio.
Es complicado referirse a las interpretaciones cuando su personaje principal se pasa parte del metraje recurriendo a las expresión de solo una parte de su cara, pero Peter Weller Como Murphy encarna a ese androide de movimientos estáticos que solo, en los últimos minutos, recupera esa parte de expresividad de un rostro humano. Destaca, sobre todo, Kurtwood Smith como delincuente, con un caracterización totalmente sádica y cierto punto psicopático,así como , en la parte más paródica, Miguel Ferrer como ejecutivos agresivo y farlopero que, más que parodia, parece un yuppie cualquiera, en cualquier momento de los ochenta.
En su realización, marcada no solo por ese enfoque de la violencia sino por lo artesanal, destaca precisamente los efectos especiales de Rob Bottin: su policía robótica, las explosiones de escenarios y miembros amputados….o señores que se derriten en uno de los momentos más enloquecidos del desenlace. La banda sonora de Basil Poledouris, una composición que, si no es de las que más se recuerdan, si que se reconoce. E incluso la animación, mediante Stop Motion, de uno de los prototipos de policía robotizado, en la que participó Phil Tippett (me pregunto s i ya entonces estaba recogiendo trastos para ir rodando Mad God a ratos muertos), pausada, fotograma a fotograma, pero tan real como permitía esa técnica. Un equipo, una filmación y unos efectos que no se cortan a la hora de reflejar una estética muy extrema que hoy puede parecer normalita, pero que en 1987 supuso más de un problema en cuanto a distribución.
Robocop se convertiría en una película de acción que marcaría el final de la década y el comienzo de una carrera ligada a la ciencia ficción y a los futuros poco esperanzadores y a los personajes implacables. Pero también de una muestra de como esa Ley de Poe puede manifestarse de las formas más extrañas: Robocop, la creación de una corporación despiadada que considera la vida humana un producto más, un reflejo de ese capitalismo llevado al extremo, se convertiría en una franquicia con dos películas más, una serie de televisión e incluso una de dibujos animados, en una decisión tan extraña como pudo serlo sacar una de Rambo o de los vengadores tóxicos. En esa época, solo era cuestión de cambiar las balas por rayos laser y ya había una alternativa familiy friendly.
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