Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 26 de septiembre de 2019

Agallas, el perro cobarde. La granja de los horrores


Imaginemos por un momento una serie de dibujos destinada al público infantil donde no se cortan a la hora de hacer referencias cinéfilas, situaciones no aptas para todos los públicos y mezclar medios audiovisuales de forma que la animación tradicional se vea sustituída por un escenario un tanto extraño Hoy es fácil imaginarlo,  pero la respuesta no es Hora de aventuras.




Agallas el perro cobarde fue una de las múltiples series, emitida hacia el final de la década que, si bien no resulta tan recordada como las anteriores, sí que contaba con una temática concreta: un perrete, tremendamente miedoso, se enfrenta en cada episodio a todo tipo de espectros, muertos vivientes y criaturas que desafiaban la lógica y la cordura para proteger a sus dueños, Muriel y Eustaquio Habichuela, granjeros residentes en el medio de Aquímismo, Arkansas, de unas amenazas de las que poco o nada suelen enterarse, para desgracia de Agallas y sus preocupantes niveles de ansiedad.







La idea no era nueva, y en cuanto pensamos en un perro cobarde, personajes fijos y pautas de guión muy rígidas, es imposible no acordarse de Scooby Doo y sus miles de iteraciones. El usar monstruos en un programa infantil tampoco lo era, y hay muchas producciones donde no faltaba algún vampiro o un Frankenstein, como Groovie Ghoulies, el conde Duckula o los cazafantasmas. La diferencia, con la primera, era que los monstruos eran reales, y con las últimas, que, aunque siguieran manteniendo una perspectiva humorística, siempre tuvo un tono más macabro, más capaz de causar terrores infantiles y recrear episodios que se quedarían en la memoria de muchos niños que las anteriores.




El dibujo de Agallas no era de los más "feos", ni grotescos que podían verse en esa época. La línea, por comparación, era clara y no se detenían demasiado en crear caricaturas excesivas. No recurría al humor asqueroso de un Vaca y Pollo, y en cambio, contaba con chistes bastante adultos donde, tras los dibujitos y los monstruos, se podían entrever referencias al asesinato, transtornos mentales, violencia doméstica, las relaciones del mismo sexo (era una época en la que Steven Universe quedaba muy lejos) y miedos muy reales. Además de unas cuantas a la cultura popular, como el cine de terror de serie B, el suspense e incluso el mismísimo Tarantino.




La estructura de los capítulos era muy simple, y hoy se consideraría repetitiva: era un estilo muy clásico en el que solían ceñirse a la aparición en la granja de un nuevo monstruo, a los que los Habichuela no reconocían como tal, Agallas pese a estar aterrorizado conseguía encontrar una manera de expulsarlos, o incluso de ayudarlos, ya que había algunos que no eran malos como tales, para terminar siendo vilipendiado y asustado por Eustaquio, quien, siendo igual de poco avispado que Muriel, su rasgo principal era el tenerle verdadera inquina al perrito. Además de ser el tipo de personaje que hoy no pasaría un corte como ejemplo de personaje empático y compasivo.

Con una trama tan limitada, la serie no podía dar de sí durante mucho tiempo, y más con una competencia mucho más variada que la que pudieron tener argumentos similares en los años anteriores. Dio, al menos, para cuatro temporadas, una de ellas en la que decidían innovar y en lugar de llevar los monstruos a Aquimismo, eran los protagonistas los que solían encontrarse con ellos en distintos viajes y excursiones. Y que, quizá por contradecir un poco la premisa original, también resultaba la más floja en comparación al resto. Y, sin un argumento lineal, tampoco costó mucho darle un final en el que, en el fondo, seguía manteniendo el mismo estilo que en toda la serie, pero servía de despedida y confirmaba que, los personajes, con sus defectos, fueran cobardes, no muy avispados, o terriblemente gruñones, eran también cómicos, un poco ridículos, pero también entrañables y dignos de simpatía.



jueves, 19 de septiembre de 2019

Child´s Play (2019). Chucky ya no es diabólico


Puede que Annabelle sea hoy uno de los muñecos malvados más conocidos del cine, pero en los ochenta, junto a Freddy y Jason, hubo un juguete que pudo competir con ellos en cuanto a número de asesinatos, humor entre cutre y sarcástico, y también, en cantidad de películas de la franquicia. Chucky, el muñeco poseído por el asesino Charles Lee Ray, quien transfirió su alma a un objeto inanimado a la espera de poder conseguir un nuevo cuerpo, lo intentó durante varios años mientras dejaba por el camino unas cuantas víctimas. La saga, a lo largo de casi 30 años, pasó del terror a la comedia negra referencial, y como suele pasar con los personajes a los que se le toma demasiada familiaridad (o, en este caso, a uno que no llega al medio metro y va por ahí correteando con un cuchillo), al desbarre absoluto donde cualquier atisbo de horror o coherencia fue sustituído por chistes sobre juguetes, rupturas de la cuarta pared, y un intento, no muy exitoso, de salir del desaguisado en el que se habían metido. Un reboot, a estas alturas, se convertía, sino en una buena idea, en la posibilidad de eliminar fallos previos y darle una visión nueva a un tema donde lo más evidente era el cambio de intereses y forma de percibir la idea de un juguete capaz de moverse por sí solo.



En Child´s Play, que dudo que vuelva a ser Muñeco diabólico, Chucky no es un ejemplar de la línea de muñecos Goodguy, sino de Buddi, una serie de juguetes dotados de un sistema de inteligencia artificial sincronizado con los teléfonos móviles de su propietario. Algo así como un Siri o un Alexa en el cuerpo de una muñeca repollo (espero que a ningún fabricante se le ocurra esta idea) y que, como toda novedad tecnológica, está a punto de ser sustituida por su segunda generación…y ha sido fabricada en algún oscuro taller de Asia. Donde un operario, harto de su trabajo, introduce en uno de ellos un software defectuoso. Poco se sabe de lo que pudo haber programado alguien como venganza antes de suicidarse, pero cuando este Buddi defectuoso se convierte en el regalo de cumpleaños de Andy, Chucky se convierte en su mejor amigo. Y estará dispuesto a acabar con todo el que se interponga entre ambos.





Si el primer Muñeco diabólico jugaba con el consumismo y las inseguridades potenciales de la producción en masa, su reboot cuenta con una posibilidad mucho más amplia y mejor aprovechada: los sistemas de inteligencia artificial vinculados al ocio y su obsolescencia programada, así como los agresivos sistemas de producción de los que el público es consciente, pero de los que no se habla. De este modo, la trama se mezcla con el lanzamiento de una nueva gama de productos, cuya situación resultará muy familiar, y que aquí sirve para ofrecer un desenlace muy dinámico y tenso, que recuerda un poco a todas las series B sobre la rebelión de las máquinas y a referencias más recientes como pueden ser los animatronics de Five Nights at Freddy´s.


Cuando el villano principal es alguien que tiene una movilidad limitada por unas articulaciones de plástico, hay dos opciones: procurar que no se mueva mucho ante la cámara, como Annabelle, o directamente aprovechar esa cualidad y la que ofrecen, de forma involuntaria, todos los juguetes de moda que incluyen algo de tecnología: la expresión del nuevo Chucky, más que grotesca, entra en el Valle de lo desconocido, ese concepto según el cual, lo que intenta parecer demasiado humano se convierte en algo inquietante. Pero que aquí también sirve para justificar con facilidad que un juguete mecánico deambule por el escenario sin que nadie se sienta extrañado, o resulte ridículo, porque esa es la forma que tendría de actuar desde un principio.


Aunque el antagonista no deje de ser un muñeco, este es también la cara, o más bien, la voz más reconocible de todo el reparto: Mark Hammill se encarga de darle vida, y en algún momento, expresión. Y cuando alguien se encargó de ser durante varios años la voz del Joker en una de las mejores historias sobre Batman, va a hacer bien su trabajo. Aunque sigamos recordando la voz de Brad Douriff como protagonista de la franquicia anterior. El resto del reparto cumple su cometido con  unos papeles que se pueden dividir entre víctima que está pidiendo a gritos que la maten, y secundarios correctamente escritos, que al menos se comportan de forma coherente. También, sorprendentemente, es uno de esos casos en los que, contando con un reparto infantil bastante amplio, estos personajes no resultan irritantes y sí que están pensados para contar con la simpatía del público y aportar algo a la trama.

Child´s Play consigue ser, igual que su predecesora, una buena película de terror de serie B. Actualiza la idea del muñeco con vida propia, añade un tanto de crítica de andar por casa a la tecnología y sobre todo, consigue reiniciar de forma muy digna una franquicia que se había echado a perder de las formas más inesperadas. Y, al igual que esta, procura que la historia quede cerrada de forma bastante satisfactoria. Pero siempre hay sitio para sugerir una secuela.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Innatural (1985). El yogur de la locura



Hay alimentos que son un peligro. No me refiero al colesterol, al mercurio ni al aceite de palma, sino a aquellos que, pese a saber que son el equivalente a inyectarse la grasa de una churrería en vena, una porción “tira” de la otra. Sean patatas fritas, o el peor de todos ¡la nocilla! La única explicación viable es que haya  una inteligencia exterior anulando la voluntad de su consumidor. Podría dar al menos para una comedia de ciencia ficción pero a Larry Cohen se le ocurrió la idea hace unos treinta años.

 
 

The Stuff pasó por el mercado de habla española por un par de títulos: Innatural en España, y Sustancia maldita para Hispanoamérica. En su idioma original, hace referencia a material, de forma genérica, cosa, de manera informal, y quizá, por similitud con “stuffed”, relleno. En todo caso, es el nombre que dan a una misteriosa sustancia, de buen sabor, y que sin conocer poco más deciden ponerla a la venta con un éxito arrollador: llamada sin más Stuff, se vende como rosquillas debido a su sabor y quizá a cierto punto adictivo que hace que sus consumidores pidan cada vez más. Pero esta tiene un efecto secundario peor que el colesterol o el aceite de palma: convierte a sus usuarios en zombies, rellenos de una sustancia blanquecina, que harán lo que sea por seguir consumiéndola.





Concebida como una serie B de ciencia ficción, con comedia negra y mucha crítica social, gran parte de la comedia parece involuntaria. El punto de partida, con una adictiva sustancia intraterrenal (John Scalzi habría escrito un guión sobre un yogur megalómano para Love, Death and Robots, pero no inventó nada nuevo) y un protagonista a sueldo del cártel repostero intentando descubrir el orígen de la sustancia, hace que la cosa parezca que no la han tomado en serio desde un principio. Pero los diálogos pretendidamente ingeniosos resultan lo contrario, los personajes rozan un absurdo propio de El ataque de los tomates asesinos, y en general, el guión acaba más cerca de esta que del Están vivos de Carpenter.
 

Aunque la limitación presupuestaria está presente desde el principio, la película no se defiende precisamente bien con sus medios:un montaje brusco, donde casi parece que las escenas han sido editadas a cuchilla, y ochenta minutos que dan para presentar a un espía industrial muy sobrado, una especialista en marketing, un niño y hasta una milicia que se desplaza en taxi, por citar solo algunos de los momentos más destacables que no incluyan toneladas de yogur en chroma persiguiendo a los protagonistas. Lo más recordado, y quizá rodado con más arte (comparado con los efectos especiales, al menos), son los spots publicitarios sobre el stuff que aparecen durante el metraje. A estos consiguen cogerle el punto del estilo publicitario de la década, chillón y excesivo,  donde la invitación al consumo brillaba por todas partes. Tan clavado, que más que como una crítica, es más sencillo entenderlo como una parodia muy acertada, parte de un guión en el que no queda claro  si querían ser este tipo de comedia o si les salió así.

 

Es difícil decir que Innatural sea una mala película…bueno, es mala como ella sola. Pero también es breve, divertida y enloquecida como solo consiguieron algunas producciones de esa época y que los de Asylum intentan, pero ya no es lo mismo. Es un guión para hacer doblete con el bebé mutante de Estoy vivo, también de Larry Cohen, que no contento con los infantes monstruosos, se metió con la repostería industrial, con los alienígenas de Night of the Creeps o, si ya lo que queremos es ver algo sin pies ni cabeza, con el monstruazo viscoso de Terrorvisión. Un tipo de películas que se ven por pura diversión, por pasar el rato, y por qué no, por un poco de nostalgia menos matizada que la que ofrecen producciones recientes.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Daniel O' Malley: La Torre. Al amnésico servicio de Su Majestad


Como todo género, el espionaje y las agencias del gobierno siempre tienen un sitio para su vertiente sobrenatural. Especialmente en Reino Unido, siendo la cuna de James Bond, Le Carre o de  la Lavandería de Charles Stross. Aunque, bueno, este último ya entra en el terreno de lo fantástico.




Myfawny Thomas ha muerto, y ahora hay otra persona por ahí paseándose con su cuerpo. O al menos, esto es de lo que le informa una nota que una joven amnésica encuentra en su bolsillo, poco después de despertar magullada y rodeada de cadáveres de los que ella parece ser la responsable. Quizá amnésica no sea lo más adecuado, ya que toda memoria de su vida anterior ha desaparecido por completo y ahora no cuenta más que con las notas que la propia Myfawny ha dejado para ella. Es a partir de estas con las que reconstruye su historia: es una Torre, uno de los miembros dotados de poderes del Checquy, organización dedicada a proteger a Inglaterra de todo tipo de amenazas sobrenaturales y donde conviven agentes comunes con otros capacitados con habilidades un tanto extrañas. Desde formar parte de una entidad colectiva de cinco cuerpos, transformar los metales, o poder controlar las reacciones corporales de los demás, como la propia Myfawny. Excepto que, lejos de ser una espía, su carácter le ha garantizado un puesto en la administración donde puede pasar desapercibida, salvo por los enemigos que pueda haber hecho en el Checquy y se hayan propuesto hacerla desaparecer. Sin más ayuda que un montón de notas donde irá conociendo su pasado, su trabajo y a sus compañeros de oficina, ahora deberá encargarse de llevar a cabo su trabajo diario sin que nadie note diferencia con su antigua identidad, descubrir al traidor, y por si fuera poco detener una conspiración de alquimistas capaces de modificar el tejido orgánico y que se han empeñado en acabar con el Checquy desede hace siglos.


Dentro del género, sobresaturado como la mayoría, de espías y organizaciones fantásticas, hay millares de series, sagas y opciones. Para pillarle el truco solo es necesario tener cierto interés por las historias de espionaje y organizaciones, y buscar lo suficiente como para encontrar algo que se adapte a los gustos del lector. En este caso, O´Malley opta por un enfoque un tanto humorístico, no abiertamente cómico pero sí manteniendo un punto de no tomarse todo en serio y que, por la forma de describir el mundo burocrático puede recordar un poco a la serie de Thursday Next: funciona, muchas de las cosas que le suceden a los personajes son aterradoras y peligrosas pero lo que cuenta, y la ironía de la protagonista hace que sea difícil tomárselas en serio al cien por cien. El mundo del Checquy convive con traiciones, peligros reales y una estructura un tanto deshumanizada con situaciones en las que la organización pierde un activo tan valioso como a un pato adivino, o dedica su tiempo a buscar animales con habilidades precognitivas (sin mucho éxito. El conejito mascota de la protagonista fue uno de los investigados).
Aunque cuente con una trama principal concreta, el libro incluye capítulos de carácter episódico, que sirven para darse una idea general del entorno de la protagonista y conocer una organización que ya desde el principio, se sospecha que va a formar parte de una serie. Estas sirven tanto como para conocer su historia y funcionamiento, como para ofrecer situaciones aisladas donde las notas hablan de casos anteriores, algunos siniestros, algunos con un punto un tanto absurdo. Además de servir para evitar de una forma muy curiosa uno de los tópicos habituales: el uso de la primera persona. La novela, en general, está narrada en tercera, que sería el tono general, salvo por las notas escritas donde se conoce de primera mano su carácter y forma de expresarse. Al menos, la de la anterior Myfawny, porque lo más interesante ha sido el tratamiento de una protagonista sin recuerdos previos: en ningún momento esta se considera como tal si no como alguien completamente distinto, dado que el enfoque que se le da no es la amnesia sino la eliminación total de la memoria y la manera de ser de esta, una “muerte” al uso y quien toma su lugar es alguien completamente distinto, o que, como dicen en un momento dado, ha nacido hace muy pocas horas.
La torre, por el momento, cuenta con una segunda entrega, donde, como suele pasar en las tramas de espías, la frontera entre enemigos y aliados es muy difusa, el peso de los personajes varía de una entrega a otra y puede que las nuevas protagonistas, o el cambio de rumbo, hagan que Stiletto pueda no gustar tanto. Además de una adaptación televisiva que por su aspecto, parece ser un poco distinta del material original. O por lo menos, a ese trailer parecía que le faltaban alquimistas belgas.

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