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jueves, 3 de julio de 2025

Autopista al infierno (1991). Orfeo en cuatro latas

 


El descenso de Orfeo al Hades es la historia de esta figura mitológica que ha permanecido en la cultura. El viaje a través de la oscuridad por amor, en vano al final por un gesto inocente inspiraría, del mismo modo que lo haría Prometeo, Pandora o la poesía de Homero, narrativas posteriores en las que pese a las variaciones introducidas, se adivinaba ese mito original. Un mito que no quedaba limitado a la narrativa más elevada, sino que podía verse en un guion de serie B, tan aparentemente absurdo y falto de prejuicios como tremendamente creativo como solo podían serlo esas producciones hechas con más ingenio que medios. Y en la que ese Hades original se transformaba en un escenario tan improbable como una carretera que atravesaba el desierto de Nevada.


Charlie y Rachel son dos enamorados, pero demasiado jóvenes, que deciden tomar una arriesgada decisión a espaldas de sus padres: huir a las Vegas y casarse en secreto. Aunque su camino a través de una carretera secundaria que recorren intentando no llamar la atención es interrumpida por una monstruosa figura, vestida como un policía , que se lleva a Rachel. Aconsejado por el empleado de una gasolinera, quien los había advertido sobre la naturaleza de aquel camino, Charlie cruza el umbral entre ambos mundos para poder salvar a su novia. Aunque el infierno sigue sus propias reglas .y una de ellas es que deberán salir de allí ante de que amanezca.





En España, el infierno sería un bar con serrín en el suelo y garrulos gritando con un partido de fútbol de fondo (al menos para mí)


Esta es una de esas películas cuya realización se encuentra a caballo entre ambas décadas: aunque estrenada en 1991, cuando el cine de entretenimiento comenzaba a derivar hacia el blockbuster espectáculo y los efectos digitales se iban abriendo paso, mantiene los códigos de la serie B de los años anteriores, mezclando el terror con la comedia alocada, utilizando efectos especiales artesanales y con una premisa tan extraña como es esa revisión del mito de Orfeo y Euridice desprovista de todo atisbo trágico y trasladada al microcosmos de las carreteras que cruzan Estados Unidos y la cultura popular que el país fue desarrollando durante el siglo XX.
El guion de Brian Hegeland, responsable también de historias mucho más serias y recordadas como L. A. Confidential y Mystic River, adopta en clave de fantasía y humor, la leyenda del viaje al Hades, aquí transformado e n un paraje desértico en el que los escenarios tradicionales han sido sustituidos por referencias, tan inesperadas como bien traídas. El purgatorio es un bar de carreteras, donde la condena es escuchar la charla de una camarera que nunca sirve café, un local de alterne bautizado como Hoffa´s, en honor al sindicalista (y probablemente, como guiño a la franquicia de bares con tetas family friendly Hooters), y donde estos escenarios conviven con guiños a frases hechas como que El infierno está pavimentado de buenas intenciones…En este caso, literalmente. Tampoco falta una sala donde ciertos personajes ilustres, como Imelda Marcos o Gadafi, tenían un asiento reservado. Toda una versión estrafalaria del recorrido por el infierno en el que el personaje de referencia será esa primera figura, Hellcop, con gafas de espejo y el rostro marcado con citas bíblicas, que cumple su cometido de forma tan implacable como muchos asesinos de series entonces populares. Una sucesión de escenas en equilibro con las situaciones que viven los protagonistas, tales como morir y regresar, replantearse la decisión que los ha llevado a ese lugar, o un momento en el que el héroe es tentado por un grotesco súcubo que si bien no desentonaría en una historia más seria, aquí se plantea desde su enfoque más cómico y solo son una parte más de esa particular odisea.


El reparto, al menos en cuanto a ala protagonista, es el aspecto más flojo: la pareja d formada por Chad Lowe y Christy Swanson son lo más pavisoso que podría haberse elegido (además de ser etas última la primera y también más aburrida encarnación de Buffy), y la aventura que ambos viven mantiene su interés gracias al guion, su ejecución visual y sobre todo, al elenco de secundarios. Desde toda la familia Stiller interpretando distintos cameos, y donde podemos ver a Ben caracterizado como Atila, hasta el personaje de Richard Fansworth, muy breve pero con interés. Y especialmente, el diablo encarnado por Patrick Bergin, con una moral ambigua, mucho más próximo a la figura burlona, pero ciertamente amistosa con los humanos, en lugar de la encarnación del Grran Adversario de la religión oficial. Y es que este personaje, Beezle, a modo de guiño para el público, resulta, como el diablo de las creaciones populares, mucho más cercano, buen perdedor y amable, que la zarza ardiendo con tendencias autoritarias que lo desterró al infierno.
Con un dúo protagonista tan poco carismático, el aspecto más destacable, además del resto del reparto, son su s efectos especiales: entre unos exteriores de aspecto lunar se mueven desde extras con disfraces más sencillos hasta caracterizaciones más cuidadas y tangibles como ese Policía del infierno o directamente exagerados como un súcubo, diseñado en puro látex y en el que no escatiman detalles grotescos para su diseño. Se asoma también, muy poco, esos primeros efectos digitales, que entre el presupuesto y lo primerizo, destacan terriblemente para mal, como ese coche atravesando un abismo en el que la infografía canta como poco. Y todavía lo hace más en comparación a secuencias como un Cerbero, casi recuerdo de otra época, filmado en stop motion.




Entre cruces de caminos, cactus, desierto y bares de carretera, esta autopista al infierno es, tanto una de esas películas un poco perdidas entre dos décadas, como una revisión de un mito clásico, donde la tragedia es sustituida por el humor y lo fantástico.







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