Pocas cosas llaman más la atención a un lector con preferencia por lo insólito que un comienzo inesperado. Bien porque Gregorio Samsa se despertó tras un sueño agitado convertido en un horrible insecto, porque están tomando la casa, o porque, (en muchos casos, en novelas a las que les cuesta mantener un desarrollo a la altura), los protagonistas no saben como han llegado allí ni qué hacen en ese lugar. Una situación suficiente para poner en marcha una historia que después podrá defenderse bien, caer en lo absurdo o tirar de Deus ex Machina, pero que han dado los primeros pasos para que el lector avance la página.
En este caso, es un recuro empleado tanto en un policiaco francés de los años treinta como en una novela de terror de hace muy pocos años. Y tanto un señor francés del siglo pasado como uno de la Irlanda contemporánea aplican a un escenario que en ambos casos, es muy cercano al misterio de la habitación cerrada.
Pierre Vèry. El testamento de Basil Crookes. Durante la parada de un tren que recorre los pueblos de Inglaterra, un extraño personaje lanza, sin miramientos, un libro y una carta al interior de los vagones, un poco antes de quitarse de en medio...tanto de su propia existencia como de la historia. Una llena de lugares que poco tienen que ver con ese incidente del tren, donde un matrimonio a punto de separarse, el capitán de un barco permanentemente atracado en puerto, un médico y el dueño de una casa de empeños se verán implicados en un misterio inexplicable, donde cada sospecha provocará un nuevo asesinato y donde, para disgusto de las desconcertadas fuerzas del orden, un personaje, detective por aburrimiento, parece tener la clave de todo lo que sucede.
Véry, además de vivir por las librerías de segunda mano en la sección de ejemplares a un euro o en las estanterías de policiaco, se caracteriza por su preferencia por los crímenes en apariencia imposibles de resolver, las situaciones extrañas y las resoluciones enrevesadas donde la máxima de Holmes, sobre quedarse con lo que reste, una vez descartada toda solución imposible, se retuerce hasta lo insospechado. Una forma de tratar el género policiaco que mantuvo a lo largo de los casi treinta años de su carrera literaria, y de la que este Testamento de Basil Crookes es una de las primeras obras.
Esta, escrita en 1930, recurre a un escenario del país que inventó un subgénero policiaco propio: una aldea en la costa británica, aislado y rodeado de bosque y pueblos pequeños, donde la sensación de inmovilidad supone que un asesinato sacuda a toda la comunidad donde los personajes residen. Este evolucionaría con los años al cozy crime (el equivalente literario de hacernos bolita bajo una manta y esperar a que todo pase de una vez), pero que en manos de Véry toma un matiz casi irreal, donde los personajes, más que peculiares, son extraños, sus decisiones más anodinas pueden conducir a la complicación del misterio y donde ese detective protagonista con sus deducciones y conocimientos surgidos de la nada, es tanto o más sospechoso que el resto.
Este escenario, lejos de los entornos rurales y urbanos de la Francia natal de Véry, recuerda hoy por su extrañeza a esa Inglaterra deliberadamente irreal y de decorados que acompañaba los guiones de John Steed y Emma Peel en Los Vengadores: sabemos que la solución va a ser tan simple como enrevesado va a ser el camino hasta ella. Un recurso habitual en el autor, ( y que, o te gusta este tipo de misterio surrealista, o lo odias), en el que esa complicación artificiosa para llegar a un desenlace solucionado a base de deducciones razonadas en el último momento responde, seguramente, a la necesidad de mantener al lector en vilo en una lectura muy sencilla, de la de kiosko, pero que también utilizará a menudo, y superaría con creces a Pierre Véry, Jean Ray en sus novelitas de Harry Dickson: lo que importa en este caso no es la complicada trama ni la lectura psicológica de los personajes, sino ese microcosmos que el autor desarrolla, donde el crimen más extraño y la solución más inesperada, pueden ser posibles.
A. M. Shine. Los vigilantes. Cuando una noche Mina conduce su coche, una avería lo detiene en medio de algún lugar perdido de Irlanda. esta, sin más orientación que una luz que brilla entre los árboles, se dirige hacia una construcción donde tres figuras la apremian para entrar en su refugio poco antes de que este sea asediado por unas criaturas de aspecto humano que parecen, en todo momento, mantenerse alejadas de la luz que cada anochecer, se enciende en el interior de ese bunker convertido en hogar y prisión de sus habitantes. Esa será la primera de muchas noches en las que Mina, Danny, Ciara y Madeleine, quien ha tomado el mando del lugar, se refugian de unos series que se ocultan bajo tierra durante el día e incansablemente, cada oscurecer, atacan esa extraña construcción, en medio del bosque, que oculta las respuesta a lo que sucede. Una respuesta que Mina y sus compañeros deberán encontrar antes de que el hambre, o el cristal que los separa de sus perseguidores, ceda y acabe con ellos.
Con este punto de partida Shine presenta en su primera novela una historia de terror con elementos tan simples como un escenario fuera de lugar, el enigma que lo rodea, y la supervivencia de sus protagonista en peligro por fuerzas desconocidas La novela, aprovecha su brevedad (no llega a novela corta pero es escasa para los estándares actuales) para establecer la rutina de sus protagonistas, haciendo avanzar el tiempo de forma que esta no se haga tediosa, y reflejando así otra de las amenazas que supone un problema a largo plazo: sin medios para sobrevivir al invierno en Irlanda, ni conocimientos para cazar o conseguir agua, la desnutrición se convierte en un factor tan peligroso como la progresiva fragilidad del refugio. Este se mantendrá el tiempo necesario de la trama para que puedan descubrir el origen de lo que sucede y llegar, al menos, los que puedan, a un desenlace que no solo supone la salvación y relativa seguridad, sino la puerta abierta a una continuación que de momento no ha sido publicada en España.
Estos vigilantes no es una novela demasiado compleja: aprovechando el golpe inicial del misterio planteado, y recurriendo a la tradición de las criaturas feericas en Irlanda (de las chungas, de las de preguntarse "¿pero donde estaban cuando Oliver Cromwell hacía de las suyas?"), desarrolla una narración que adecua bien los tiempos: no se explaya en las partes más monótonas, mantendrá un ritmo acelerado en la última parte, y se centra lo necesario en su epílogo. La sencillez de la idea, además del número limitado de personajes, hace que recuerde mucho a las producciones de terror británicas de principios del 2000, desde El bunker, Deathwatch o Dog Soldiers que narraban historias un poco claustrofobicas, la acción estaba dosificada e iban al grano. Algo que no se si habrá conseguido Shyamalan en su adaptación cinematográfica, pero al menos, esta novela ha sido lo bastante interesante como para continuar leyendo su segunda parte.
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