Hubo tiempo en que la gente vigilaba el cielo con atención. El avistamiento de OVNIS, la posibilidad de contactar con visitantes de otros planetas, se mezclaban con todo tipo de teorías sobre viajes astrales, civilizaciones ancestrales incluso vida más allá de la muerte. Un conjunto de creencias que pasaría a ser una parte de más de la España de los setenta y principios de los ochenta, a veces ridículas, a veces estrafalarias, y a menudo ingenuas. Y sobre todo, una parte más , con sus luces y sombras, de la cultura popular, quizá una algo más minoritaria, de los últimos cuarenta años. Un conjunto de teorías y sobre todo, de personalidad, que aunque hoy parezcan lejanas y seguramente extintas (sustituidas por otro tipo de frikis en televisión a lo largo de los años) que Chema García Ibarra trasladaría a la actualidad, en una película que mezcla de una forma muy peculiar la creencia en lo paranormal, lo insólito. Y una serie de personajes tan extraños que cualquier a podría cruzárselos en el descansillo del edificio.
Una reportera de la televisión local de Elche acude a casa de Charo y Verónica, hija y hermana gemela de estas, y desaparecida hace más de un mes. José Manuel, hermano de Charo, pasa sus días entre el bar que regenta, cuidando de su madre aquejada de Alzheimer, ayudando a su hermana o reuniéndose en la asociación OVNI Levante, a la que pertenece junto a otros vecinos. La muerte repentina de Julio, el presidente, no solo deja a estos sin un lugar donde reunirse sino también con un vacío en sus vidas, en la que , en el caso de José Manuel, , empezará a suceder cosas extrañas. Su madre, una antigua médium, ahora carente de consciencia por su enfermedad, le previene, una y otra vez, acerca de unos ojos que la vigilan y un león que entrará en su casa. y un extraño personaje, que asegura ser la encarnación de Julio, su mentor, aparece para anunciar que su sobrina debe cump.ir un papel crucial en el destino de la humanidad.
Esta película es una de esas producciones inclasificables. Quizá misterio, quizá ciencia ficción con esa trama sobre ufología, y sobre todo, de búsqueda de algo en lo que creer, e esta está marcada por un fuerte carácter costumbrista. Aunque con un reflejo de lo cotidiano y un tipoi de personajes que casi podrían ser considerados descendientes directos del esperpento. José Manuel, su hermana, su sobrina, sus compañeros de la asociación o esas vecinas que deambulan por su bar, a veces recomendando remedios caseros, a veces haciéndose eco de noticias alarmistas, como ese pánico a “los delincuentes de Europa del Este”, son, además de extraños, tanto o más reales que los que podrían reflejarse en una película realista. Estos parecen moverse por el escenario sin saber muy bien como comportarse, sin los estallidos de emotividad que podrían esperarse de una mujer cuya hija ha desaparecido (esta se limita a aparecer en la televisión local, estoicamente, y a manifestar que “mientras trabaja, no le da vueltas a la cabeza”). Que parecen envarados y recitan, en vez de hablar, en entornos sociales como esa asociación de aficionados a la ufología formada por gente de todo tipo, cada cual más extraña. Y de la que pese a ello, es imposible reírse porque puede apreciarse la presencia de la soledad, mitigada por esos cursos del ayuntamiento y actividades vecinales que una de ellos enumera de forma mecánica.
Estos van conformando un retrato en el que esa trama sobre una niña desaparecida y la existencia de los ovnis es solo una parte más, una muy extraña, en la vida de una ciudad que se ve reflejad a través de esos anuncios y noticias que retransmite la televisión, y los planos, casi estáticos, mediante los que se refleja un entorno que parece congelado en el tiempo entre esas tomas fijas, a menudo enfocadas en personajes que aparentan no pensar en nada, con ese ruido propio del ambiente a veces, y otras, con una música de sintetizador deliberadamente anacrónica, la película parece buscar, y consigue, una atmósfera un tanto intemporal. Pero ya lejos de esa intemporalidad machacada hasta el exceso de los ochenta y noventa. Esta parece perdida en algún punto de la década del dosmil, donde la presencia de los smartphones es el único elemento moderno en un lugar que parece haber quedado congelado hace diez años, en un barrio que convive con la crisis /y a loa que recuerda esa noticia sobre las protestas sobre las trabajadoras del calzado), pero que todavía mantiene elementos que han quedado atrás. El piso, decorado con motivos egipcios, un cd de música nativa a o esa radio de diseño hortera que el protagonista utiliza en un intento de c comunicarse con el más allá.
Todo ello junto a un a fotografía muy luminosa, casi quemada, donde la iluminación refleja la luz de la zona levantina, así como los escenarios, entre edificios de barrio y tomas de exterior donde la pobreza de la vegetación sirve como excusa para, desde hacer excursiones comunales, hasta para encontrar lugares donde esconderse (reconozco que esa cantidad de luz y esos descampados con cuatro hierbajos mal contados me han recordado un poco al Vallés Occidental. El fartón de Proust).
Estos elementos hacen que sea una película muy atmosférica…pero no en el sentido al que estamos acostumbrados. Esta, a con su sensación de extrañeza y familiaridad, con unos personajes que se mueven entre lo real, lo patético, y cierto punto de comedia involuntaria deliberadamente buscada, hace que su desenlace se mantenga, pese a los giros, dentro de es realismo que por momentos roza con los límites de lo fantástico. Aunque, al igual que La mesita del comedor, es preferible no saber nada más allá de la desaparición de una niña y como afecta a la vida de sus protagonistas. Pero es posible también recordar la frase de Conan Doyle: una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.
La semana pasada con el fallecimiento de Donald Sutherland, los medios ilustraban la noticia para disgusto de muchos, con un papel tan reciente y poco representativo de su carrera como el de Coriolanus Snow en Los juegos del hambre. Un ejemplo que hace muy poca justicia al villano de Novecento, al padre atormentado de Dont´ Look Now, a uno de los últimos supervivientes de la invasión de los ultracuerpos…pero también al doctor Hawkeye en MASH, Vernon en Doce del Patíbulo…una carrera tan amplia en el tiempo como en variedad. Y aunque sus papeles en el cine fantástico fueran suficientes como para recuperar alguna de sus películas a modo de homenaje, decidí elegir algo distinto y quedarme con una bélica que si bien ese sale un poco del tono épico o dramático habitual en estas producciones, su planteamiento y reparto son suficientes como para quedarse con esta entre todas.
Los Aliados han desembarcado en Normandía, y la guerra parece a punto de terminar. Aunque la victoria no interese a los hombres del teniente Kelly, que solo quieren llegar a cualquier ciudad donde poder disfrutar de un baño, una comida caliente, y algo de diversión. Cuando tras capturar a un coronel alemán, y comprobar el poder del alcohol a la hora de extraer información del enemigo, este les revela la existencia de más de quince mil lingotes de oro almacenados en un banco de Clermont, tras las líneas enemigas, Kelly, tan cansado de la guerra como el sargento Big Joe y los solados de su pelotón, planean aprovechar los recursos de esta para llegar hasta la ciudad y hacerse con el oro. Aunque para llevarlo a cabo sea necesario contar con la ayuda, además de repartir el botín, de Crapgame, el sargento de aprovisionamiento, y Oddball, el excéntrico comándate de un tanque Sherman que dará el apoyo necesario para atravesar la barrera alemana. Aunque el enemigo no es el único problema que los hombres de Kelly deberán evitar: los altos mandos estadounidenses, creyendo que la maniobra se trata de un valeroso avance de sus tropas, organizan también su llegada a la misma ciudad.
La película desarrolla de forma simultánea una trama bélica bastante simple (como todas las guerras, vaya. Que por mucha estrategia que planeen los generales, todo se reduce a “si el enemigo se mueve, le disparas”), y una sobre “heist” que gira en torno al planteamiento y ejecución del golpe. Apara ello, cualquier pretensión épica se ve anulada, haciendo que sus protagonistas sean un grupo de soldados y oficiales de rango medio, cansados de la guerra e indiferentes a esta. De ahí el irónico “héroes” de Kelly en el título original, frente a un grupo de generales más preocupados por las entradas triunfales y la simulación de liberar un país que por el bienestar de sus solados o por la propia naturaleza del conflicto. De esta forma, con la que consiguen suavizar también un tema controvertido como los expolios de guerra, hacen que el grupo protagonista genere una mayor simpatía, planteando cierta oposición entre esos altos mandos, que no pisarían jamás una zona de guerra hasta que esta haya sido debidamente desmilitarizada, y los solados de a pie, con preocupaciones mucho más cotidianas a quien les es más sencillo llegar a un acuerdo con otro soldado enemigo que con un capitán de su propio ejército.
Junto a varios de los temas comunes del cine bélico, esta sigue la estructura habitual en el cine sobre robos, donde cualquier obstáculo en la ejecución del plan se verá superado para finalmente, llevarlo a cabo con éxito. En este caso, los problemas que encontrarán los protagonista serán el ser confundidos con una unidad enemiga y atacados, cruzar un campo de minas o tener que ser más rápidos en llegar que sus propios generales.
El éxito, no solo de este atraco sui generis, sino de sus protagonistas, se debe también al reparto elegido. El trío protagonista, interpretado por Clint Eastwood, Telly Savalas y Donald Sutherland, se complementa con caras igualmente conocidas como Harry Dean Stanton o para los que vimos mucha tele en los noventa, Len Lasser (el tío de Jerry Seinfeld, para ser más exactos). Si los dos primeros interpretan a sus personajes con cierto estoicismo, entre el pragmatismo y el desengaño, el Oddball de Sutherland y su equipo es un contrapunto, más que cómico, estrafalario, donde la personalidad de este, un tanto lunática pero no carente de astucia y sus hombres, asentados en un improvisado campamento, recuerda más a la de una comuna hippy que a la de un batallón de soldados veteranos, y contrasta con la actitud más cercana al cine bélico clásico de la pareja formada por Eastwood y Savalas.
El tono aportado por Sutherland sirve también para mantener el estilo ligeramente cómico de la cinta, donde determinados momentos el retrato que hace de los solados es más una reinterpretación de la época en la que se filmó que un reflejo pretendidamente histórico: la película se estrenó en pleno conflicto con Vietnam, y aunque este evite posicionarse sobre la guerra, , transmite esa sensación de absurdo y adaptación a un medio hostil. Pero manteniendo siempre una atmósfera ligera y consciente de no ser una producción dramática. En la que incluso hay espacio para las referencias cinematográficas, como la negociación entre el trío protagonista y el soldado enemigo, que no duda en homenajear directamente al spaguetti western en el que Eastwood había actuado previamente.
Con un grupo de protagonista entre los pragmático, lo buscavidas y lo estrafalario, es inevitable, no pensar, salvando las distancia de estilo e incluso de ejército protagonista, en el batallón penitenciario sobre el que Sven hassel había escrito más de una docena de libros. Aunque Porta, Hermanito y el Legionario también fueran adaptados al cine durante los ochenta, es posible ver a estos héroes de Kelly como una versión, del otro lado, de esas batallón que también recorrió Europa en las líneas enemigas. Y que, pese a todo, también inspiraría de forma bastante evidente la última novela del escritor danés: en El comisario, los personajes abandonan toda pretensión de narrativa bélica para lanzarse, esta vez en el frente oriental, a una trama muy similar sobre un cargamento de oro almacenado en una cámara acorazada.
Aunque todavía parezca que hace muy poco las estanterías de la sección de fantástico y terror se limitaban a las hileras de copias de King y Koontz (este ultimo, trasladado a la parte de atrás de las baldas de las tiendas de segunda mano), el cambio de siglo, de te4ndencias narrativas y de generación de escritores se dio hace mucho más tiempo. Laird Barron, Stephen Jones o Paul Tremblay tienen ya suficientes novelas a sus espaldas para ser escritores consagrados. Que fueran publicados en España especialmente gracias a editoriales más de nicho y arriesgadas, era solo cuestión de tiempo. En gran parte, gracias a La biblioteca de Carfax, quien no solo se encargó de traer los slashers de Stephen Jones sino de recuperar a Barron desde que hace años Valdemar publicar El rito. E incluso probar, primero con la novela, y después con una colección de relatos, con uno de sus colegas. Cuya vida quizá no sea tan peculiar como la del señor tuerto de Alaska, pero también representativa de una hornada de terror nacida a partir del 2009, donde la disparidad de temas (desde el weird hasta el costumbrismo, pasando por el horror cósmico) no impide que gran parte de estos, habiendo comenzado en publicaciones independientes, se conozcan entre si de una forma que hace imposible no pensar en H. P. L. y sus colegas. Al menos, los años veinte “malos” y las redes sociales algo positivo han aportado.
Bocadaver y otras autobiografías es una colección de once cuentos donde Langan aborda lo monstruoso, el cuento lovecraftiano, los vampiros e incluso los fantasmas o las líneas temporales alternativas. Narraciones que, pese a lo dispara en apariencia c por sus temas, tienen en común una inspiración biográfica que el propio Langan reconoce y explica en el postfacio. Aunque él mismo bromea con el hecho de que ninguna de estas fuentes de inspiración llegara a un resultado tan dramático como sus cuentos. Aún sin las notas posteriores, sesta carga personal puede seguirse a lo largo del libro: las referencias a la figura paterna y el trabajo de este, la ascendencia escocesa de sus padres, que a empleará en los cuentos con mayor componente de horror folk y tradición celta. Ay sí como referencias a actividades como la pesca (a a la que su hijo es aficionado) e incluso su amistad con Laird Barron, quien aparece como protagonista, de forma muy poco velada, en El ancla. Y el hecho de que Langan no solo se ocupara de él cuando estuvo a punto de fallecer hace varios meses sino que lo hubiera alojado en su casa durante años, demuestra que, o bien este tipo e es el mejor amigo que uno puede tener, o Barron lleva una racha pésima.
Esta presencia de aspectos familiares casi comunes a la vida de cualquiera como pueden ser recuerdos de juegos, fallecimientos de familiares, o el mero hecho de envejecer, hace que los cuentos tenga un ritmo muy pausado, pero también muy cercano, cuya emotividad e importancia de los retazos de la vida de sus protagonistas hacen que el enfoque sea muy similar a l de Stephen King a la hora de reflejar lo cotidiano y como puede verse alterado en cualquier momento.
Una premisa que comienza con Kore, en una inofensiva casa del terror para los niños del barrio en el que la mujer del narrador juega un papel extraño, o en la venganza sobrenatural o no, que e l protagonista de Monstruos caseros puede llevar a cabo ante ese amigo un tanto nefasto que todos hemos tenido en un momento de la infancia. Esta aparición de los extraño aumenta en cada relato, donde comienza a aparecer referencia a los mitos de Cthulhu como en Las fauces abiertas de Caribdis o entrando de lleno en la fantasía oscura y la mitología, inventada por él, en este caso. Es a partir de Sombra y sed, el cuento más dinámico, en el que aparecen también referencia a esa mitología propia (la ciudad al lado de un océano negó y sus guardianes) que se repetirá en Vigilando a los cuervos, el suplemento, y en su novela El pescador.
Lovecraft será también una de las referencias que aparecen en los cuentos. El libro es en realidad una colección de piezas publicadas en antologías temáticas, varias de ellas a cerca de los Mitos de Cthulhu. Pero su interpretación del horror cósmico queda muy lejos del pastiche y resulta una aproximación muy depurada, en la que se queda con lo esencial y reinterpreta los elementos lovecraftianos de una forma muy abstracta, como en ese Innsmouth oculto en los pliegues de la realidad o una reinterpretación de la aportación a las criaturas de los Mitos que hiciera Ramsey Campbell con su ciclo del valle del Severn, donde la aparición de Glaaki es mucho más elaborada que la mera descripción de monstruos. Y, que en el relato que da título a la recopilación mezclará esa presencia del horror cósmico y las referencias a las creencias mitológicas, así como al elementos que resulta común a gran parte de estos cuentos: la familia, o más bien, los sentimientos ligados a esta (lealtad, protección, amor o la capacidad de sacrificio).
Aunque sea esta concepción del terror algo que se convierte en el hilo principal de los cuentos, el enfoque de este es muy distinto al que podría haber tenido en los inicios de su concepción con Lovecraft, o el que harán Ligotti, Padgett o Mark Samuels: los personajes de Langan no son esbozos anónimos sino personas de carne y hueso, con vidas y familia de la que preocuparse, y sobre todo, seguir luchando aunque eso suponga su sacrificio o verse condenados a repetir eternamente una confrontación que evite el avance de un final inevitable. Un enfoque que parece absurdo en un concepto tan despiadado como el terror cósmico, pero que hace que sus personajes, por pequeña que sea la oportunidad, decidan sacrificarse ante el morador de una torre surgida de la nada, luchar una y otra vez contra un guardián de naturaleza mística o frenar la encarnación debilitada de un dios que hace milenios recorría las tierras de Escocia. E incluso, plantearse si no merece la pena perderlo todo para poder atisbar lo que puedo haber sido en otra vida. Situación que se refleja en Sombra y sed, El ancla, Bocadaver o el suplemento, pero que también estarán presentes, en mayor o menor medida, en el resto de cuentos.
Bocadaver y otras autobiografías por el momento, el segundo libro de Langan que ha publicado La biblioteca de Carfax, es todavía una muestra pequeña de lo que puede ofrecer. Con una novela inédita en el país y otras tres antologías, junto a lo que todavía tiene que contar, espero que pueda verse traducido con más frecuencia.
Wes Craven fue junto a Carpenter, Tobe Hooper y Raimi, un director que acompañaría a los aficionados al cine de terror durante los ochenta y parte de los noventa. Uno de esos realizadores que si bien queda un poco a la sombra de su saga más conocida, Pesadilla en Elm Street, y ya en los noventa, mediante la revisión de los tópicos del slasher con Scream, cuenta en su carrera con películas tan perturbadoras, destacables o clásicas como La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos o La serpiente y el arco iris. Y también alguna floja, o considerada así en comparación a las anteriores. Y es que tanto La cosa del pantano (bueno, a esta hay que ponerle ganas), como Vuelo nocturno, siguen siendo igual de divertidas e incluso, una rareza mal interpretada por el público. Como una producción que a principios de los noventa, merece las mismas oportunidades, o más, que cualquier secuela de Scream.
El sótano del miedo, inspirada de forma muy libre en un caso real, como ya había hecho con Pesadilla en Elm Street, cuenta como Dexter, un niño apodado Loco en referencia a uno de los arcanos del Tarot, asiste impotente al cercano desalojo de su familia y a la enfermedad de su madre. Animado por uno de los vecinos del barrio, quien necesita un cómplice que pueda pasar desapercibido a la hora de cometer un delito, se cuelan en la casa de sus caseros, sobre los que se circulan rumores siniestros y de los que también se asegura que guardan en su hogar una valiosa colección de monedas antiguas. Unos propietarios, en apariencia una pareja un tanto conservadora y desconfiada del entorno que les rodea, que esconden en su sótano algo mucho peor que el dinero obtenido mediante la avaricia y la explotación de los más desfavorecidos.
Según asegura Craven, su fuente de inspiración sería una noticia donde se revelaba la existencia de un matrimonio que había encerrado a sus hijos durante años. Quizá, algo anecdótico, porque no sería hasta un par de años después cuando se descubriría el sótano de los horrores de Fred y Rosemary West, que todavía le da mil vueltas al punto de partida de su guion (después llegarían los 2010, Kampusch, Amstetten, y ya dejamos de esperar nada bueno de la humanidad). Pero en realidad lo que está mucho más presente es la crítica social que este a menudo incluía en sus guiones. Este muestra los primeros efectos de la especulación, mediante un edificio ruinoso sobre el que sus propietarios no dudan en imponer cláusulas abusivas hasta que no de más de sí y pueda ser vendido a un fondo inmobiliario. Los responsables de la situación son una pareja caracterizada de forma impecable con atuendos de los años cincuenta, década primero idealizada que pasó después a representar lo peor de la doble moral, la avaricia y la p paranoia, pero que tras su aspecto clásico, esconde un secreto que va más allá de la codicia. El trato a su presunta hija en los primeros minutos, los niños, robados y ocultos en el sótano, desechados al no ser lo que estos querían, algo tan propio de la mentalidad conservadora como la tenencia de armas o ese detalle cargado de humor negro como es el grotesco traje sadomaso que Padre, dado que nunca se da el nombre de ambos, guarda en su cuarto y utiliza para dar caza al protagonista y a los niños del sótano.
Detalles que junto a otros que aportan la pareja formada por Everett McGill y Wendy Robie, cuentan con cierta comicidad: algunas de las persecuciones, con distintos tropiezos causados por las trampas y mecanismos escondidos en la casa, son más cercanos al cartoon que al cine de terror al uso, y la película mantiene cierto tono humorístico en los momentos de mayor tensión que puede resultar chocante.
Otro aspecto, uqizá el que hizo que no fuera de las producciones mejor recibidas e Craven, es el tono de esta. Concebida más como un cuento de hadas moderno que como una película de terror realista, esta emplea diversas referencia a este tipo de narración. El protagonista, además de su apodo, cuenta con una hermana “bruja”, o en su versión actual, lectora de tarot. La pareja de antagonistas es descrita, y caracterizada, como dos ogros, incluyendo el detalle de comer carne humana, tanto en su sentido metafórico (su sustento es la gente) como el literal. La distribución de la casa es similar a la de una fortaleza, incluso con la aparición de un foso, o estanque en esta versión. Un planteamiento que si bien está presente desde los primeros minutos del metraje, su ejecución resulta algo torpe con un desenlace en el que el enfrentamiento final se soluciona mediante una carga de explosivos, de nuevo, más propia del cartoon que del tono oscuro que buscaban, y un cierre con una pieza musical hiphop que resulta bastante fuera de lugar en comparación a la atmósfera que habían intentado mantener hasta entonces.
El sótano del miedo, más que una película fallida, es una producción menor de Craven. Hoy, todavía más recuperable al plantear temas que se utilizarían en el terror moderno, de forma muy similar a Barbarian, aunque con un enfoque este último más realista. Aunque, a estas alturas, todos odiamos a los especuladores inmobiliarios ¡no hace falta que nos convenzan con el añadido tenebrista!
Mariana Enríquez ha demostrado el merecer la fama como una de las escritoras argentinas más influyentes de los últimos años, además de la principal representándote del fantástico que varias escritoras han venido desarrollando desde el continente. Este, influenciado por el terror foráneo (definitivamente, si hay un sitio donde pueda haber una colonia de profundos, será en un meandro del Paraná, y no en una localidad costeara explotada hasta la saciedad), la historia de inestabilidad política, incertidumbre y la visión desde el punto de vista femenino, más vulnerable en muchos sentidos, pero también más agudo, supone una evolución del “realismo mágico” que supuestamente caracterizaba a una parte de la literatura sudamericana. Y una visión también muy distinta al fantástico anglosajón y continental. Escenarios que producen una extraña sensación de familiaridad y desconocimiento, la atmósfera de inseguridad permanente como algo cotidiano y la introducción de los fantástico de una forma tan sutil que parece que siempre ha estado ahí se convierten en el tono con el que Enríquez empezaría a hacerse notar ante el público mayoritario hasta el punto de ser una de las escritoras de una editorial tan seria como Anagrama). Con sus dos colecciones de relatos al que seguiría una obra tan ambiciosa como extensa, Nuestra parte de noche, su crónica familiar de ocultismo e historia de Argentina, en su siguiente libro regresa a los textos cortos de sus primeras obras. Esta vez, en lugar de tener al fuego como título, como sería en Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, lo hace mediante referencias a la luz y sombras.
Un lugar soleado para gente sombría es el relato que da título a una colección de doce cuentos en los que escenarios ya familiares para sus lectores, como los barrios de Buenos Aires, se desplazan a momentos y lugares más recientes. En este, caso, el hotel Cecil y la muerte de Elisa Lam, ahora convertido en centro de reunión para creyentes en lo paranormal, sirve de trasfondo para la historia de su protagonista sobre el regreso a su pasado, el rencuentro con amigos, recuerdos dolorosos, y la presencia de lo sobrenatural en una ciudad como Los Ángeles.
Las referencia a fenómenos recientes también tienen su lugar en Chicos de ojos negros, el último relato que, de vuelta a Buenos Aires, desarrolla su propia versión de aquel curioso fenómeno del que hace varios años, se habló en internet: la presencia de dos niños, cuyos globos oculares son de color totalmente negro, y que en el medio de la noche piden a los testigos poder entrar en casa o su vehículo. En este caso, Enríquez sugiere lo que puede pasar si alguno es tan imprudente como para permitir el paso.
Algunos aspectos de la cultura argentina, real o mitológica, aparecen de nuevo. La dictadura y sus consecuencias, con un país lidiando todavía con su memoria histórica, vuelven como fantasma en Los himnos de las hienas, un relato que toma el aspecto más clásico del cuento de fantasmas para regresar a los centros de detención y lo que queda de ellos. Incluso criaturas de la mitología como el silbón tienen su aparición, en La desgracia en la casa. Y con este, también lo hace uno de los temas recurrentes de Mariana: la familia como trasfondo último de problemas o desgracias.
Esto será algo que aparece en mayor o menor medida en su narrativa, y en esta colección tiene un mayor peso: toda referencia a la maternidad será algo negativo, marcada por la locura de los progenitores, especialmente, los trastornos de la figura materna, por los hijos vistos como desgracia o fuente de problemas económicos (algo que es uno de los temas principales de Julia) e incluso las relaciones de pareja parecen condenados al fracaso o a la tragedia. El vínculo de los protagonista de Los himnos de las hienas quedará marcado por lo que sucede en ese cuento, un viaje de pareja, aparentemente bien avenida, provoca que los protagonistas de Un artista local acaben viviendo una situación lovecraftiana en un pueblo perdido. E incluso la más positiva, quizá porque todavía se refleja solo el comienzo, es la de los personajes de Chicos de ojos negros, a los que un encuentro con la muerte los llevará a acabar juntos.
En gran parte de los cuentos de esta colección, lo sobrenatural aparece de forma directa, duendes como ese silbón, criaturas monstruosas deudoras de los mitos de Cthulhu o monstruos más modernos surgidos de los testimonios de internet, junto con la presencia de los fantasmas en distintas facetas. A menudo, como ecos de un pasado condenado a repetirse, a veces, como un simple añadido a un barrio que ya es lo bastante peligroso, como algo que puede afectar a la vida de sus vecinos. Estos, sin embargo, parecen descritos como una parte más de un entorno que, aún sin ellos, sería lo bastante deprimente pero que sus personajes optan por encogerse de hombros y seguir con sus vidas. Y que son solo una parte de lo que puede encontrarse en esa docena de cuentos, que, sin llegar al nivel que alcanzó con Las cosas que perdimos en el fuego, demuestra que el ámbito en el que mejor se defiende la autora es en el relato corto. Aunque, entre esa descripción de Argentina y las noticias recientes, hacen pensar que esta señora en realidad, puede con todo. Y que ese presidente que habla con su perro va a ser parcialmente responsable de los horrores que refleje en su próximo libro.