Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 19 de diciembre de 2019

El monje (2003). Pelea de cables


Después de varios años escribiendo, hay un tipo de películas que poco o nada se asoman por aquí: acció, tiros o golpes, salvo que se trate de una cosa muy especialista como Bunraku o muy puntual como Los mercenarios. Y en esta última jugaba más el factor de ver a los héroes del videoclub, maduritos y combatiendo el mal, que cualquier valor artístico…¡asi de claro! La sde golpes no me empezaron a hacer gracia hasta que no las vi desde una perspectiva nostálgica. Y no hay nada mejor para eso que una tarde de las de frío, manta y dos gatas haciendo su tradicional danza felina sobre una superficie textil mullidita . con este panorama (o más bien, porque nunca debes interrumpir a un gato que amasa mantas) no quedaba otra que agarrar el mando como pudiera y disfrutar de la película de artes marciales que comenzaba..Salvo por un detalle: una producción del 2.003 no se puede considerar nostálgica. A menos que nos demos cuenta que han pasado 16 años desde entonces y es un buen momento para buscarse canas.




Con El monje daría tiempo. De buscarlas, mirar el móvil o incluso quedarse un poco traspuesta, porque la historia de fantasía y artes marciales no da para mucho en cuanto argumento: 1.943, uno de esos nazis que andaban por Asia buscando artefactos para hacer el mal, llega a un monasterio donde se encuentra un pergamino que otorgará la inmortalidad a aquel que lo guarde. Este, un monje recién nombrado protector del texto, consigue escapar, comenzando una persecución que llegará hasta nuestros días. 60 años después ese mismo monje se oculta en Estados Unidos, siendo perseguido por su antagonista, hoy un anciano que oculta sus intenciones tras una organización filantrópica un tanto ambigua. Pero ha pasado ya demasiado tiempo y el pergamino necesita un nuevo guardian, alguien anunciado en una profecía tan críptica como suelen serlo esos textos y cuyo principal candidato no parece el más adecuado: un joven carterista, acostumbrado a vivir en la calle y sin más conocimientos de lucha que los que ha aprendido en el cine.





El cine de artes marciales estaba entonces en un buen momento de público. Tigre y Dragón habían triunfado en los Oscars y al menos a nivel estético, siempre resultaba mejor orquestada una pelea cuerpo a cuerpo que una sucesión de explosiones. Además Chow Yun Fat es el protagonista de ambas, y en el caso de esta última, es su principal reclamo para un guion que parece un poco una excusa para encadenar peleas.


Este no debería ser algo negativo en una película de artes marciales (además de estar basada en un comic que, por lo visto, ha sido adaptado de una forma muy libre) pero en este caso, la historia que la motiva resulta un tanto endeble, sumando clichés y tópicos de la cultura popular que han sido probados eficazmente: los (en este caso el) nazi, villano socorrido donde los haya, que desaparece a los cinco minutos para no aparecer hasta más adelante con una motivación muy cogida por los pelos y una infraestructura todavía menos explicada. La organización benéfica lleva el genérico título de "organización por los derechos humanos" , su única actividad consiste en montar una exposición de fotos siniestras y aportar escenario para la confrontación final, y poco más hace que sacarse una maquinaria cienciaficcionera que..bueno, está ahí porque los nazis no serían lo mismo sin su tecnología malvada.






El resto de protagonistas caerían en este mismo saco: chico de la calle es entrenado para el bien por un misterioso monje. Chica especialista en artes marciales que resulta albergar un secreto que como mucho sirve para recordarnos que estamos a principios del 2.000 (en este caso, hija de un mafioso ruso. Porque tampoco viene mal justificar la presencia de una buena cantidad de armas y explosivos). Ambos un tanto planos y cuyo interés romántico se veía venir desde el minuto uno. No es que la caracterización del protagonista sea especialmente brillante sino que con lo que tiene al lado, le es más fácil sobresalir.

Las tendencias de la década en cuanto a montaje y escenografía también se notan. No solo respecto al cine de artes marciales sino que la trilogía de fin de siglo, Matrix, todavía seguía influyendo: hay bullet time para aburrir, cámara lenta, montajes de peleas a ritmo de videoclip y sobre todo, una cantidad de cables y saltos con estos mismos que roza el empacho. Seguramente el truco de borrarlos digitalmente estaba muy en boga, pero la producción tiene sus límites y la presencia de estos se hace muy evidente en las secuencias donde estos saltan o salen disparados…como si los arrastrara un cable invisible.

El monje acaba siendo una mezcla de fantasía, acción y artes marciales con todas las modas, pero también los defectos de su época. Desde el argumento hilvanado hasta lo típico como la pelea exclusiva de personajes femeninos, además de alguna tendencia estilística de las que sorprende el poder fijarse en ellas y por su comicidad, después de relativamente tan poco tiempo. Pero, con una trama tan esquemática, da hasta tiempo de prestar atención en todos los peinados con gomina y pelopincho, y en los pantalones de campana que se sufrieron durante esos años.


jueves, 12 de diciembre de 2019

Lecturas de la semana. Sin traducción a la vista

 

 
Durante mucho tiempo, lo que más aparecía en la sección de terror de cualquier librería eran tres nombres: Stephen King, a ser posible en grande, Dean Koontz, como secundarios, y más adelante, Anne Rice, aunque lo de esta última sería un poco cuestionable. Esto no quiere decir que no hubiera más variedad, al contrario, muchas editoriales más pequeñas conseguían hacerse con algún nombre menor pero con obras que resultan de lo más rescatable o incluso que se han convertido en pequeños clásicos, y cuando menos, Martinez Roca no dudaba en publicar toda antología que pillara por ahí. Estrategias que servían para que algunos escritores pudieran contar con la traducción de alguno de sus textos y quizá, más adelante, que fuera más sencillo acceder a sus libros. En este caso, serían un par de novelas cortas separadas entre sí por casi treinta años y que, de momento, no han tenido publicación en España. Con cosas como esta, el inglés no se nos oxida…
 

Thomas F. Monteleone. Night Train. Monteleone es uno de esos autores que han aparecido muy de cuando en cuando en España. Algún relato en antologías, y un par de novelas suyas en los tiempos de La Factoría de Ideas. Su carrera, en cambio, es mucho más amplia que eso, llegando a contar con el premio Bram Stoker que ganó por esta novela de terror ambientada en los túneles de metro de Nueva York. Unos subterráneos que ocultan una historia llena de accidentes durante su construcción, vagones perdidos, y otras leyendas que van más allá de la fundación de la ciudad y que implican la presencia de una orden de brujería, entradas a otra dimensión y criaturas prehumanas, cuya aparición intentan evitar a toda cosa un grupo formado por una reportera de televisión, un policía y un profesor de universidad experto en historia.


Escrito en 1984, es una de esas novelas que representa perfectamente el estilo de horror de esa década (además de una portada en la edición original que no desmerecería una entrada en Paperbacks from Hell), con unos personajes que en muchos casos rozan el tópico y donde desde el minuto uno, resulta predecible la trama romántica entre ambos protagonistas. No es precisamente la complejidad y profundidad la que le hizo ganar el premio en su momento, pero sí lo hizo, probablemente, un desarrollo muy pulp donde no faltan todo tipo de monstruosidades e incluso siniestros enanos encapuchados deambulando por las entrañas del metro. Hay que reconocerle que desde 1940, no esperaba encontrarme un subterráneo tan transitado, y que sigue manteniendo esa impresión de que el desborde de escenarios coloridos en el desenlace es una forma de suplir lo que entonces resultaba imposible de reproducir en un medio audiovisual.


Brian Evenson. Last Days. Si Monteleone aparecía poco, Evenson es prácticamente un desconocido: sus novelas cortas y recopilaciones de relatos, que podrían englobarse en la categoría de New Weird, permanecen en Estados Unidos pese a las críticas favorables que ha recibido de autores consagrados como Peter Straub. Tengo que reconocer que este hombre no me sonaba de nada hasta que Dilatando Mentes anunció que se encargaría de publicar una de sus novelas cortas aparecida ya en 2.009: Last Days, una historia de detectives en la que un antiguo policía es contactado por un grupo religioso con el fin de que este encuentre una reliquia perdida. El detective endurecido, la actitud casi fanática de sus empleadores, el entorno, un tanto intemporal en el que ambientan la narración…todo podría recordar un poco a un Halcón Maltés, si no fuera porque toma un giro un tanto retorcido. Sus contactos se hacen llamar a si mismos la Hermandad de la Mutilación, una secta que cree que la autoamputación de miembros los acerca más a la divinidad, y la elección de Kline, el policía retirado, responde a las circunstancias que supusieron su jubilación prematura: una pelea con un delincuente, un machete afilado, y la sangre fría suficiente como para que este, tras perder su mano, fuera capaz de cauterizar la herida y acabar con su agresor de un solo disparo. Algo que estos consideran una señal divina y que Kline deberá ayudarlos, quiera o no. Aunque para poder seguir avanzando en sus investigaciones sea necesario anestesia, bisturí y continuar perdiendo algún otro apéndice.


La historia cuenta en un principio con todos los elementos propios del noir, donde no faltan traiciones, pistas falsas, y un detective casi de manual. Pero este es poco más que un guiño para ofrecer en realidad una narración que podría considerarse, según el día, una comedia muy negra, a veces surrealista, donde los personajes lo mismo discuten acerca de lo que puntuaría más a la hora de ascender, más que hacia la santidad, en la jerarquía de la secta (¿Qué es más? ¿Perder los cinco dedos o una mano entera? Los secundarios, si los dejas, echan varios párrafos meditando sobre esto), o donde suceden pasajes tan perturbadores como un club de strip tease donde el número termina con la intérprete retirando todas sus prótesis ortopédicas entre los aplausos del público. Unos escenarios favorecidos también por tratarse de una novela corta, más bien un experimento donde lo importante es el humor negro y el jugar con las implicaciones que suponen una teoría religiosa llevada hasta el extremo. Y quizá, la impresión que produce en muchos casos en el lector, donde es imposible no reírse de lo macabramente absurdo de muchos pasajes.

jueves, 5 de diciembre de 2019

El barco de la muerte (1980) Quien maneja mi barca que a la deriva me lleva


Uno de los momentos más divertidos de asomarse a la estantería de un videoclub era fijarse en las carátulas. Entonces todavía se consideraba cierta tradición de realizarlas mediante ilustraciones y no montajes fotográficos, y era con las primeras donde era posible ofrecer más posibilidades. Especialmente en la sección de terror, en la que se compensaban unos valores de producción tirando a escasos con unas ilustraciones que prometían más de lo que había: zombies con crestas punk que parecían montar guardia ante una tumba. Manos putrefactas que flotaban  mientras pulsaban el timbre de una casa, payasos siniestros…ilustraciones que acababan quedándose más en la memoria que su contenido. Que en el mejor de los casos podía ser una serie b divertida, y algo olvidable en el peor.


Uno de los momentos más divertidos de asomarse a la estantería de un videoclub era fijarse en las carátulas. Entonces todavía se consideraba cierta tradición de realizarlas mediante ilustraciones y no montajes fotográficos, y era con las primeras donde era posible ofrecer más posibilidades. Especialmente en la sección de terror, en la que se compensaban unos valores de producción tirando a escasos con unas ilustraciones que prometían más de lo que había: zombies con crestas punk que parecían montar guardia ante una tumba. Manos putrefactas que flotaban  mientras pulsaban el timbre de una casa, payasos siniestros…ilustraciones que acababan quedándose más en la memoria que su contenido. Que en el mejor de los casos podía ser una serie b divertida, y algo olvidable en el peor.






Salvando las distancias y el presupuesto, es fácil que el comienzo de la película haga recordar las producciones de desastres que todavía mantenían su éxito: el crucero de lujo, y los personajes, uno que se perfila como antagonista y el resto representando diversos rangos de edad y características. Esta se liquida de forma muy brusca, pasando rápidamente del naufragio a la llegada de los protagonistas al siguiente escenario. Al menos, hay que reconocerle que va rápido al tema principal de la trama. Esta no se caracteriza por unos efectos especiales llamativos, sino por unos recursos muy básicos en los que el barco “fantasma” actúa mostrando una maquinaria accionándose por sí misma y lo inquietante que esto puede resultar (para alguien de tierra y que no se ha subido en nada más complejo que un catamarán, mucho). Al menos, en algunas ocasiones: el agua de una bodega, donde flotan restos humanos o la apariencia fantasmal del barco son algunos que sí lo hacen. Otros, como una secuencia donde una ducha empieza a verter sangre, parece más propia de una trama de casa encantada, y no muy buena, que de una historia de horror ambientada en el mar.

Tampoco se puede decir que el guión haya conseguido capturar las atmósferas fantasmales de un William Hope Hodgson: el trasfondo de la historia se soluciona convirtiéndolo en un buque nazi, cosa que tampoco termina de decir mucho salvo por justificar la naturaleza “malvada” del barco y los personajes resultan bastante olvidables: están ahí para ofrecer una variedad de gente que vaya cayendo uno a uno, de forma no demasiado grotesca pero sí vistosa, hasta llegar al núcleo de protagonistas que consiguen llegar al desenlace, y la limitación de presupuesto hace que tampoco pueda competir en cuanto a situaciones vistosas. En cambio, consigue funcionar empleando muy bien el recurso de un número limitado de personajes y un escenario que se convierte en algo claustrofóbico.

El barco de la muerte es una de esas producciones medio olvidadas pero que supone una sorpresa poder encontrarlas, no ya en un videoclub pero sí en el escaparate de una plataforma de streaming. Es modesta, entretenida, y al menos la trama ofrece una situación distinta a otros clichés más trillados. Y, puede que aquí juegue la debilidad por lo artesano, pero acaba funcionando mejor el chroma de un barco desvencijado flotando entre la niebla que la infografía de cualquier fantasma.   

jueves, 28 de noviembre de 2019

Lecturas de la semana. De saldos


¡Han vuelto! ¡Las reseñas de libros han vuelto! ...Bueno, en realidad no se habían ido, pero había ganado la costumbre de quedarme con libros más voluminosos o que era posible pasarse más tiempo escribiendo sobre ellos. También es cierto que había pasado tiempo desde que había vuelto por uno de los sitios donde conseguía la mayoría de lecturas breves: la segunda mano. De esta última visita he descubierto dos cosas: que las colecciones que podían encontrarse a montones hace unos diez años, están desapareciendo o alcanzando precios inesperados. Pero que es posible, sobre todo cuando están un poco maltrechos (no lo suficiente para acabar con ellos, porque parece que cualquier cosa editada en bolsillo durante los ochenta y setenta son indestructibles), encontrar alguno perdido.




Las mejores historias de terror II. Hay portadas con ilustraciones feas y después están las de la colección Super Terror de Martinez Roca. Las de ciencia ficción eran todavía más lisérgicas y la Gran Super Terror fue capaz de imprimir cosas realmente horribles, pero a los dibujos distorsionados, rostros grotescos y colores chillones de aquellos libros diminutos había que reconocerles una cosa: eran llamativos, y todavía no recurrían al truco, un tanto irritante de plasmar el nombre de Stephen King en letras grandes aunque su aportación se limitara a un solo relato a un prólogo.

En esta recopilación, titulada Nightmares en versión original, también cuenta con uno de sus relatos encabezándola. El resto corresponde a nombres relativamente conocidos, como Dennis Etchinson o Chelsea Quinn Yabro, junto a otros, que pueden resultar vagamente familiares en el mejor de los casos, o haber tenido una carrera muy breve, en el peor. Estos no tienen ningún tema en común entre sí, salvo el de la temática terrorífica y el haber sido incluidos en el mismo libro. Y es posible encontrar niños monstruosos, casas encantadas, criaturas provenientes de la mitología isleña e incluso uno, muy breve, sobre venganzas musicales. Ninguno sorprende demasiado, ni resultan tampoco demasiado memorables una vez cerrado el libro. Pero el estilo es bastante clásico e incluso comedido, si se los compara con lo que se estaba empezando a publicar por esas fechas, y al menos, acaba convirtiéndose en una colección de relatos breve, entretenida, y que parece haber sido pensada exclusivamente para aparecer en formato de bolsillo.





Kenneth Robeson. El hombre de bronce y La tierra del terror. Lejos de haber encontrado por ahí un original perdido en un cajón de a un euro, se trata de una edición en fascimil de las dos primeras novelas de Doc Savage, el héroe escrito por…desde luego Kenneth Robeson no, porque se trataba de un seudónimo, sino, al menos en las primeras entregas, por Lester Dent, que se encargó de escribir una gran parte de la saga.

Clark Savage Jr, brillante cirujano, químico, atleta incomparable, ejemplo ejemplar de la especie humana y benefactor incansable de esta…¿Qué suena redundante? Pues más o menos es la primera descripción que espera al lector en las primeras páginas de cada novela, junto a un breve resumen de su grupo de compañeros de aventuras, cada uno especializado en un campo científico pero que nunca, nunca sobrepasarían en capacidades al protagonista. El personaje, apodado también como El hombre de bronce por su tono de piel, es el personaje principal de una serie de peripecias en las que se ve envuelto de forma personal como excusa para poner en marcha una historia que entra de lleno en el terreno del pulp: invenciones científicas imposibles en el primer caso, y un viaje a lo más profundo del continente americano en el segundo.

Con ambas novelas es fácil comprender la popularidad del personaje y su posterior presencia en los comics: aunque la caracterización de este, en un principio, no haya envejecido bien y su descripción pueda definirse como la de una mary sue antes de que se inventara el término, pero los secundarios que lo rodean son carismáticos, y la narrativa acaba funcionando también hoy por el atractivo del pulp y cierta nostalgia. Ahora, puestos a contar con protagonistas con imposibles habilidades que son reverenciados por el resto de personajes, sigo prefiriendo el punto absurdo y algo más desvergonzado de Harry Dickson.




jueves, 21 de noviembre de 2019

Zombieland 2: mata y remata (2019). Hogar es donde están tus amigos. Y donde haya un arsenal

Si películas de zombies clásicas, o buenas, pero con mayúsculas, hay relativamente muy pocas (aunque para qué engañarnos, ¡las flojitas también me gustan!), comedias hay todavía menos. En un género donde es muy fácil derivar al humor grueso, Shaun of the Dead sigue siendo la primera comedia romántica, con zombies, y en el caso de una producción de 2.009, una road movie donde aportan una serie de normas con las que sobrevivir a un apocalipsis zombie.


Tendrían que pasar diez años para volver a ver a Tallahashee, Columbus, Wichita y Little Rock, el mismo tiempo que ha pasado para los protagonistas: asentados en la Casa Blanca como residencia permanente, llevan una vida tranquila sin más problemas que los derivados de la convivencia: Columbus quiere formalizar su relación con Wichita y Little Rock ya no es una niña, sino que ha alcanzado la mayoría de edad y empieza a preocuparle el no haber encontrado más gente que la de su entorno. Bueno, y en el exterior los zombies han evolucionado en distintas clases, siendo algunos de ellos más astutos o tremendamente difíciles de matar. Pero eso es algo de lo que tendrán que preocuparse cuando Wichita decida fugarse aterrorizada ante una inesperada pedida de mano y Little Rock se marche junto a un hípster hacia una comuna pacifista, teniendo que volver a la carretera una vez más. 


Zombieland es una de esas películas  de las que transcurren varios años, muchos para la tendencia actual, antes de poder ver una secuela. En su caso, fue una década, muchos rumores y un piloto de tv para Amazon que no terminó de cuajar. Quizá en parte por la ausencia de sus personajes principales, o en su caso, por los interpretados por Woody Harrelson y Jeese Eisenberg, que siguen formando equipo principal y en el caso de este último, su voz en off resumen lo sucedido en los últimos años, recuerda las reglas, marca de la casa, para sobrevivir y los cambios que también han sufrido los zombies. Al menos, los que él conoce, porque los muertos vivientes también cuentan con alguna sorpresa.
Antes de Z Nation, la primera entrega presentó una versión de las epidemias zombie muy poco serias: las normas, los personajes propios de una road movie y algunos secundarios a los que esto del fin de la civilización les importa tan poco como a los protagonistas, sino que es una parte más de un entorno que ha cambiado. Y sobre todo, un humor bastante negro (normal, habiendo cadáveres descompuestos por ahí), donde no se duda en romper la cuarta pared haciendo referencia al cameo de Bill Murray de 2.009, convertido para los personajes en un incidente y en una leyenda popular para el resto.

Aunque al pasar tanto tiempo entre ambas películas se corría el riesgo de perder mucho por el camino, ya fuera el enfoque de la original, el tono, o la frescura, aquí han sabido mantenerlo, y sobre todo, integrar los años que han transcurrido como parte del trasfondo y como varios guiños al espectador: los personajes pueden mencionar que tal comentario o actitud es “muy del 2.009”, y en la última parte hacen toda una parodia a base de los tópicos ligados a los millenials.




El tono sigue siendo similar a la anterior: para ser una historia de zombies, no se muere nadie. Y si se muere, se trata de cameos donde no da el tiempo suficiente como para que estos resulten dramáticos. Durante la mayor parte del tiempo, se mantiene la impresión de seguridad y que todos los protagonistas van a llegar al desenlace ilesos, habiendo, únicamente, unos pocos momentos de tensión hacia el final y que también resulta menos dramático que las secuencias similares en la primera parte. En el fondo, los personajes han desarrollado ya tanta simpatía que se esperaba algo así.

Zombieland 2 es de esas secuelas que se ha hecho esperar, pero que ha conseguido que el tiempo transcurrido juegue en su favor e incluso tener la ventaja de poder contar con todo su reparto, especialmente de la pareja protagonista. Y, viendo los resultados, sería interesante que esta llegara a ser una trilogía…incluso con otra década en medio. 

jueves, 14 de noviembre de 2019

Are you Afraid of the Dark? (2019). Reviviendo el Club de Medianoche

Una de mis series preferidas durante los noventa era, como no, de terror. Entonces, una producción de esa temática destinada al público juvenil, en una cadena tan minoritaria como podían serlo las escasas franjas horarias de emisión libre de Canal + era todavía menos conocida y muy difícil que alguien coincidiera conmigo como espectador. Lo que no sabía es que se trataba de una de las más populares de Nickelodeon y que, aprovechando la ola nostálgica de los noventa (¿¡Cómo!? ¡Pero si ayer por la tarde estábamos echando de menos los cardados y las hombreras!) ha tenido su remake emitido, convenientemente, durante las últimas semanas de octubre.



El Club de Medianoche era el título, muy libre de “¿Tienes miedo a la oscuridad?”, una serie antológica donde un grupo de chicos de no más de 14 años se reunían cada noche para contar historias de terror. Estos solo actuaban como narradores y enlace con el público para unos relatos caracterizados, como era habitual entonces, por unos efectos especiales muy escasos, un presupuesto limitado, y unos giros finales que, aunque eran marca de la casa, a menudo me parecían mejor traídos que los de los libros y serie de R. L. Stine. Casi treinta años después, un grupo de chicos continúa con la tradición, a la que se les une como nuevo miembro Rachel, una chica recién llegada a la ciudad y con una gran capacidad para fabular historias aterradoras. Como la que narra en su entrada al club, sobre una siniestra feria ambulante que recorre las ciudades llevándose a los niños y haciendo que todos olviden su paso por el lugar. Salvo que, unos días después, ese mismo festival hace su aparición en la localidad, y Rachel teme que las pesadillas que inspiran sus dibujos y relatos puedan tener una base real, y que solo ella, y quizá sus amigos, puedan detenerlas.




Aunque el formato anterior funcionaba perfectamente, y más tratándose de una serie (hace unas semanas Creepshow lo demostró, sin más enlace que el muñecote que unía los dos guiones de cada episodio) para la nueva versión han optado por convertir a los protagonistas en los verdaderos héroes de la historia: en la serie original, estos, pese a su papel de narradores, eran bastante queridos por el público, y si contaban con unos personajes con el suficiente carisma, la idea podría funcionar. El cambio no es algo nuevo y se utilizó previamente en la adaptación cinematográfica de Historias de miedo para contar en la oscuridad, aunque es en esta miniserie donde parece haber funcionado mucho mejor. Limitándose a un único arco argumental, se sirven para contar la misma historia dos veces: el relato original, que sería un homenaje a los capítulos de la primera serie, es en realidad muy simple, pero también presentado de forma muy ingeniosa como la historia de terror que podría haber ideado alguien muy joven. Y a partir de esta se desarrolla la trama principal que también es todo un homenaje a los estereotipos de muchas series de la época: las bicicletas, el club secreto y con un acceso nocturno que, a todas luces, sería imposible que cualquier crio pudiera acceder, el tópico de los carnavales siniestros y un grupo de chicos dispuestos a detener una amenaza sobrenatural que solo ellos han descubierto. Los nombres de estos, donde se encuentran apellidos como Carpenter, Coscarelli o Raimi, son también un guiño a los espectadores adultos que crecieron con la serie y que serían después aficionados al cine de terror.



Pese a todos estos factores que apelan al pasado, está pensada para ser disfrutada por el público que la conocía y los espectadores nuevos, sin que resulte un paseo continuo por la nostalgia (lo siento pero ¡Stranger Things siempre me pareció un catálogo de tópicos idealizados de los ochenta!) y los clichés habituales, que en muchos casos evitan con agilidad: se evitan las tramas sobre matones de instituto, despachándose con poco más de un guiño, los protagonistas cuentan con unos entornos más variados que los habituales de “marginados”  y aunque algunas de sus aficiones parezcan un poco pensadas para ser reconocidas por los espectadores más mayores, tales como las referencias a ciertos grupos de los ochenta y a escritores clásicos, resultarían perfectamente posibles para cualquier chico con hobbies un poco distintos y en un momento donde es mucho más sencillo acceder a toda esa información.

El regreso de Are you Afraid of the Dark, además de una miniserie divertida y que funciona para su público anterior y las generaciones nuevas, parece, con su brevedad, un tanteo sobre sus posibilidades de volver a la pantalla, aunque solo fuera como evento durante las semanas previas a Halloween. Visto el resultado, no estaría mal una siguiente entrega en el 2.020. Y ya puestos, quizás un regreso de Eerie Indiana, serie que en su momento nunca pude ver: poco después de los créditos de El Club de Medianoche, la llegada de unas rayitas grises y un susurro anunciaban que la programación en abierto se había terminado.



jueves, 7 de noviembre de 2019

Creepshow (2019). Viñetas desde la cripta

Las películas antológicas siempre han mantenido un hueco en el cine de terror, sin terminar de desaparecer nunca, e incluso contando con un par de producciones bastante conocidas ya a principios de 2010. Desde la época de este formato explotado por la Amicus hasta las entregas de V/H/S después del 2010, siempre ha habido alguna colección de guiones cortos, que no darían para un largometraje pero sí encontraban su sitio como segmento de una película. Y, entre las cuales, seguramente la más recordada sea la versión no oficial, en forma de homenaje, a los comics de terror de la EC, que George Romero dirigió a principios de los 80.


Desde aquella primera entrega de Creepshow (junto a una secuela en la misma década y otra en la del 2000 que ni sabía que existía y de la que todos echan pestes), tendrían que pasar más de 35 años para poder tener una continuidad. Salvo que esta vez, el formato elegido era la televisión, lo que daba para poder ofrecer más historias cortas y centrarse muchísimo más en el estilo del comic: en cada capítulo, el guardián de la cripta, por llamarlo así, hace su aparición y da lugar a los dos relatos que componen cada episodio, sin ninguna conexión entre sí y, como pretendían, de una forma muy parecida a la de los comics de terror a los que emulan. 


Esta nueva versión se caracteriza por dos cosas, que la hacen muy reconocible: la primera, es el uso de los efectos especiales artesanos, en los que el que se noten los efectos visuales, los juegos de luces, la mecánica, los maquillajes, y sobre todo, las marionetas monstruosas, parece ser un factor muy importante. Aquí no es importante el despliegue de medios ni lo realista, sino que todo tenga un aspecto más irreal y clásico: a fin de cuentas, el espectador es muy consciente que está viendo una historia de terror y el realismo no es tan importante como el que los monstruos le recuerden, quizá, a alguna imagen de televisión o de comic medio olvidada de su infancia. El trabajo de Tom Savini, en este caso, se combina en los guiones que dependerían más de los efectos monstruosos con iluminaciones muy irreales, donde a menudo se busca que las figuras queden en sombra. Destaca, sobre todo, la figura del Guardián de la cripta (creo que todos debemos referirnos a él de esa forma), un diseño caricacturesco, mucho menos expresivo que la marioneta que presentaba los segmentos de Cuentos de la cripta en la serie de los 90, pero que recuerda mucho más a su homónimo de comic.


La segunda sería, precisamente, el comic: una parte de la serie se combina con el formato de imagen, y a menudo las secuencias intermedias se sustituyen con páginas, viñetas y cuadros de diálogo. Incluso con la animación, de una manera muy similar a la que lo hicieron en la primera Creepshow, aunque el resulta ha sido bastante flojo: seguramente intenten recordar directamente a las secuencias animadas de la película, donde el detalle del dibujo y el movimiento no destacaba por lo elaborado. Aquí, en cambio, la línea, más que a los dibujos originales, acaba pareciéndose demasiado a las animaciones flash de principios del 2.000.


Como en toda antología, la calidad de los guiones varía de un episodio a otro. En este caso, todos se caracterizan por ser relatos breves, muy deudores del terror clásico con mutaciones inesperadas, venganzas sobrenaturales, hombres lobo e incluso algún que otro relato moral sobre los peligros de la ambición. Casi todos, basados en relatos de autores con nombres conocidos desde los ochenta: Stephen King, David J. Schow, John Skipp (estos sonarán mucho de las antologías de relatos más sangrientas de la década) e incluso Joe Hill, con el episodio que, muy en su estilo, sea el menos pensado para producir miedo. Algunas muy buenas, otras clásicas, alguna que otra tirando a normalita, un par de giros a los tópicos del género e incluso alguna historia realmente original con muy pocos medios, como la que cierra el primer episodio. Y es que, historias de casas encantadas hay muchas. De casas de muñecas siniestras, alguna que otra. Ahora, el mezclar ambas todavía da para alguna sorpresa.

Creepshow ha sido una vuelta más que digna de una producción muy querida por el público, donde han aprovechado muy bien la nostalgia e incluso las fechas de estreno. Después de todo, ¿qué otra cosa sería mejor para haber estrenado durante el mes de octubre que una miniserie con seis historias de terror?

jueves, 24 de octubre de 2019

Blood Drive (2017). La carrera de la muerte del año 1999


Syfy no se caracteriza por sacar adelante series especialmente cuidadas o de un presupuesto holgado. Los logros de Battlestar Galactica quedan ya muy lejos y lo habitual en su producción suelen ser emisiones tirando a modestas, a menudo, muy conscientes de sus limitaciones y que cuando menos, cuentan con un público fiel gracias a esta falta de pretensiones. Aunque en este campo es posible encontrar cosas bastante originales, capaces de sacar partido a su falta de medios, o directamente, donde son capaces de contar lo que sea de forma improvisada como si no temieran a las cancelaciones. Channel Zero consiguió tres temporadas de terror, modesto y efectivo. Cinco años con Z Nation oscilando entre el terror de serie Z, la comedia y el desvarío…y si esta última no fuera poco, todavía son capaces de atreverse a producir una con más vocación de parodia y comedia salvaje que de continuar episodios en el tiempo.





Es el año 1.999. Las actividades de fracking en el corazón de Estados Unidos han desembocado en un movimiento sísmico que ha provocado la apertura de una gigantesca falla conocida como La Gieta. La población se ve obligada a desplazarse a las costas, la economía se desploma, las calles se ven inundadas por nuevas drogas de diseño e índices de criminalidad nunca vistos. Algunos oportunistas, como los directivos de Heart Enterprises, aprovechan la situación para hacerse con el mercado y poco a poco, con el gobierno del país disponiendo de una tecnología que incluye desde el desarrollo de la robótica hasta los portales espaciales...Naturalmente, esto, ni tiene mucho sentido, ni tiene mucho que ver con lo importante: en un mundo donde los combustibles fósiles se han convertido en un bien inaccesible, el principal entretenimiento es una carrera a través de unos Estados Unidos fracturados, donde el ganador se llevará un importante premio en metálico y donde solo los más desesperados se atreven a participar. Entre ellos, una joven que intenta conseguir el dinero para salvar a su hermana, un agente de policía con la integridad y optimismo suficiente como para intentar acabar con la corporación Heart y muchos otros, movidos por la codicia o el sadismo. Una carrera donde los coches funcionan no con gasolina, sino con sangre humana:¡¡Blood Drive!!


(Y sí, reconozco que he escrito la última frase unicamente para emular al enloquecido maestro de ceremonias del espectáculo)





La serie, concebida como una comedia negra, es un homenaje al grindhouse, un estilo de cine muy específico caracterizado por las producciones de serie B, Z, argumentos un tanto extraños, o cuando menos, poco cuidados, se explotan los éxitos cinematográficos del momento (sean asesinos en serie, ciencia ficción o post apocalíptico) y no se escatima en violencia y situaciones escabrosas. Algo que ya hicieron hace diez años Tarantino y Robert Rodriguez con Planet Terror y Death Proof, y que aquí desarrollan durante trece capítulos que, con el transfondo de una violenta carrera por etapas, aprovechan para recorrer todo tipo de escenarios propios de este género y con tan pocos escrúpulos como estos: una carrera donde a los perdedores se les hace explotar sin miramientos, una ciudad tomada por mutantes con ojos luminosos (los brillos verdes, siempre necesarios en las películas de quinta regional), un restaurante regentado por caníbales, un manicomio asaltado por los propios internos o una civilizacion integrada por amazonas son solo algunos de los lugares por los que los protagonistas transitan. Mientras que en las tramas secundarias es posible encontrar una corporación malvada, todo tipo de experimentos, implantes cibernéticos e incluso algún androide. Una auténtica locura que no duda en recurrir a todos los clichés del género con intención cómica, empleándolos como argumento o utilizándolos como parte del humor de la serie, como sucede con el sistema para censurar los desnudos que pueden aparecer en los capítulos y que son presentados unicamente para explotar las situaciones más torpes que podían verse en aquellas producciones de principios de los ochenta.



Aunque hubo otras comedias que recurrieron a tendencias audiovisuales obsoletas como fuente de un humor muy referencial y un tanto complicado, Blood Drive opta por usarlo como punto de partida para crear una comedia negra llena de guiños y donde el género al que parodia también sirve de excusa para no poner limites a los guiones, a la calidad de las interpretaciones, al buen gusto o incluso la coherencia....más o menos, como pasaba a menudo con el auténtico grindhouse. Mientras Garth Marenghi´s Darkplace se mimetizaba por completo con el estilo de realización de las series de los ochenta, y se apoyaba en el trabajo de cómicos muy capaces, la serie de Syfy no se corta a la hora de retorcer al máximo el material con el que trabaja: actuaciones irregulares, donde lo mejor que se puede decir de su protagonista es que se le nota que fue modelo, pero es probable que no gane ningún Emmy este año y que contrasta con su antagonista, histriónico y carismático hasta lo indecible. Y unos argumentos donde a veces, el número de capítulos se hace excesivo para lo que quieren parodiar. Esto resulta en algunas situaciones donde parecen haber decidido tirar para adelante, poner la primera burrada que les venga a la cabeza, y seguir así hasta que lleguen los créditos. Algo así como pasaba a veces con Z Nation, pero con más ganas y quizá, con mayor presupuesto.


Blood Drive, como pasa a veces con las comedias que parodian algo tan expecífico, se quedó en una sola temporada. Suficiente, en realidad, cuando son capaces de meter en pantalla una cantidad de tripas como no se había visto desde que se canceló Ash vs Evil Dead, coches carnívoros, raves post apocalípticas y empresas malvadas. Y cuando, algunos de los capítulos más flojos hacen pensar que quizá esta broma no habría dado para seguir un año más en pantalla.




jueves, 17 de octubre de 2019

Robert Marasco: Holocausto. La casa se vende con todo y con duende

Hay una serie de lugares de los que un lector ha sacado una conclusión: es mejor mantenerse alejados. Hill House, la mansión Belasco, Malpertuis (no, espera, esa última era un poco rara pero estaba muy bien). El cine también se ha encargado de recordarlo, llevando todas estas casas y a sus desafortunados habitantes a la gran pantalla. Pero pese a lo revisitado de este tema, siempre parece quedar alguna que no es tan conocida en comparación con las anteriores, y que incluso es capaz de modernizarse con los tiempos y, en lugar de limitarse a ser un caserón siniestro, es capaz de atraer nuevas víctimas no con la promesa de un hogar, sino con algo mucho más breve: ¿quién no querría pasar unas vacaciones en una casa de ensueño a precio irrisorio?


Holocausto, el título en castellano vendría a ser ofrenda o sacrificio, y aunque hoy la acepción haya variado mucho, sigue siendo la más adecuada de Burnt Offerings, y también una suerte que hubiera sido este, y que no se hubiera terminado llamando “Vacaciones infernales” o cualquier otra traducción libre de las que se hacían. Es, también, cómo podría considerarse la condición bajo la cual la familia Rolfe consigue alquilar durante las vacaciones una mansión de ensueño por una cantidad nimia: como inquilinos, en las semanas que dure su estancia, deben encargarse de subir tres comidas diarias a la señora Allardyce, la anciana propietaria de la vivienda y que, según explican sus hijos, se niega a abandonar la casa. Con varias plantas, habitaciones, jardines, piscina y un lago, el compartir espacio con una mujer a la que no verán durante todo ese tiempo no parece un problema cuando pueden abandonar la ciudad e instalarse temporalmente en un entorno privilegiado. La oferta, demasiado buena para ser cierta, parece levantar sospechas a causa de la actitud de los hermanos Allardyce, cuyos cuchicheos, medias sonrisas e insistencia en que la casa debe ser alquilada a la gente correcta hace pensar, al menos, que estos no están muy en sus cabales. Y, cuando tras unos días en los que la rutina de la familia, especialmente de Marian, se convierte en recorrer  los pasillos de la mansión, limpiando, ordenando, y en cierto modo, en consumir energía devolviendo un ápice de vida a un caserón vacío, es probable que las sospechas fueran ciertas.


El libro, muy breve, recoge gran parte de lo que hoy se han convertido en clichés del género de casas encantadas: entre ellos, la oferta tentadora. No para adquirir una casa sino como alojamiento temporal. Un detalle que, teniendo en cuenta la tendencia en los arrendamientos de temporada en los últimos años, supone que en este momento la historia resulte más cercana de lo que podía ser en otra situación. Es lo único, y de forma involuntaria, porque el resto de elementos cotidianos que se mencionan en la historia resultan chocantes en la manera de ser presentados como algo molesto, o que pone de manifiesto los escasos recursos disponibles de los protagonistas: la esposa, para poder pagar lo que el autor da a entender como caprichos, consigue trabajos temporales con la misma facilidad con la que los abandona una vez conseguido el dinero que necesita, lo que visto hoy hace que…bueno, más que terror, por desgracia, todo parezca ciencia ficción.
El recorrido por el aspecto más anodino de la vida de los protagonistas puede hacerse un poco tedioso, pero se nota que Marasco insiste en este como manera de desarrollar una característica del personaje principal que después será de importancia en su relación con la casa, y que enseguida supone un choque frontal con su primer encuentro con la mansión y lo que sucederá después. Los Rolfe, tan normales y con problemas de día a día, encuentran un caserón propiedad de dos ancianitos que harían saltar las alarmas de cualquiera, a veces de forma demasiado evidente. Y a partir de ahí, se desarrolla un ambiente opresivo, donde se termina de desarrollar la obsesión de su protagonista con admirar todo aquello que no puede tener, y, en cierto modo, su relación con la casa se convierte en algo parecido a la adoración a una divinidad a la que, de forma mecánica, y después obsesiva, los almuerzos que se le presentan a la invisible dueña de la casa se convierten en algo parecido a ofrendas.

Holocausto es una interesante visión del tema de las casas encantadas. O no exactamente. Quizá de las casas “malvadas”, si aceptamos ese concepto para lo que no puede comprenderse, “hambrientas” también podría ser más adecuado. Una visión un tanto distinta a la que podía encontrarse en otras historias más famosas, pero igual de interesante y capaz de conseguir lo mismo que estas: la casa, lo amenazador que hay en ella, o lo extraño, solo es una forma de sacar a la luz los miedos y las obsesiones de sus habitantes.

jueves, 10 de octubre de 2019

Agentes de Dreamland y Black Helicopters. Los mitos de Kiernan


Cuando alguien decide escribir una historia sobre los Mitos de Cthulhu, puede haber dos resultados: el pastiche, que se limita a transitar por lugares conocidos (cuando deciden recurrir a Arkham o a Dunwich, literalmente) y a enumerar la serie de consonantes impronunciables que componen los nombres de los primigenios. O bien, conservar únicamente la idea y crear algo nuevo, que le haga justicia al adjetivo lovecraftiano. No voy a quejarme del primer caso, porque cada lectura tiene su momento y reconozco que las novelitas sacadas a raíz de los juegos de Arkham Horror me han entretenido e incluso recordado a mis tiempos de lectora despreocupada, donde lo mismo era feliz con los cuentos de Edgar Allan Poe que con los de Brian Lumley. El segundo suele ser un campo en el que la creatividad de sus autores, las influencias literarias posteriores y el cambio de sensibilidad e intereses de las últimas décadas ofrece piezas realmente interesantes.



Caitlín R. Kiernan estaría en el segundo grupo. Una autora que cuenta con una carrera bastante amplia, pero para la que Lovecraft es una influencia muy patente y no desdeña acercarse de cuando en cuando al mundo de los Mitos. A veces, de una forma más directa y cercana al pastiche, como pudo ser El otro modelo de Pickman. Otras, mediante una historia mucho menos lineal, y por qué no, donde la irrealidad está presente en todo momento.

Los casos en los que se ha visto envuelto el Guardavías podrían perfectamente responder la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si David Lynch dirigiera un capítulo de expediente X cuyo guión estuviera basado en una historia de Lovecraft? Este agente ha presenciado, que no protagonizado ni resuelto, situaciones en las que las paredes de la realidad se han agrietado, dejando entrever lo que hay al otro lado: la transformación sufrida por los miembros de una secta instalada en Salton Sea, el papel que dos hermanas, sometidas a extraños experimentos, pueden jugar en el fin del mundo o lo que ha sido de un pueblo costero en el que esa barrera se ha roto y ha tenido lugar aquello que en La llamada de Cthulhu solo fue sugerido. La organización para la que trabaja el Guardavías parece ser un grupo anónimo, apátrida, que a veces es testigo, otras evita, y a veces corrige, de manera poco ética, lo que podría haber sucedido o sucedió.



 A favor de ambas novelas cortas hay que decir que precisamente, son breves: sería muy difícil poder mantener el interés de una historia cuya clave es la atmósfera y la falta de linealidad en algo más de las cien páginas que ocupan. Seguramente, la historia no sería la misma si el lector no pudiera visualizar los lugares anónimos de cualquier ciudad, los paisajes que pueden verse en las áreas del Lago Salton e imaginar el tipo de gente que puede atraer un lugar así.  Por esas páginas deambulan personajes un tanto fantasmagóricos, que apenas tienen caracterización y parecen contar con ciertas habilidades inexplicables, a menudo relacionadas con prever un futuro que se adelanta en las líneas de la novela y que puede no corresponderse con el hilo principal. Estos cuentan con diálogos escasos, donde cada frase deja entrever un universo vacío, y un mundo donde los humanos carecen de empatía.

El juego que se propone Kiernan es peligroso: un experimento que funciona en Agentes de Dreamland, pero que se pasa  de ambicioso en Black Helicopters donde a las distintas líneas temporales se les juntan una serie de personajes un tanto extremos, a un nivel que roza la gratuidad, y excesos como incluir capítulos escritos en francés (por suerte, la edición incluye un apéndice donde traduce la broma).

Los casos del Guardavías, por llamarlos de algún modo, quedan muy lejos de la ficción lovecraftiana o de acción que podría encontrarse en otras series. Breve, sin apenas personajes, irreal, a veces fallida pero fascinante, dudo mucho que la idea de Kiernan fuera la de establecer una continuidad o una nueva saga. Aunque a veces me imagino lo que podría ser una tercera novela corta. Otras, no.

jueves, 3 de octubre de 2019

Marianne (2019). Pesadillas, brujería y un caso de exoftalmos bastante grave


Empezar algunas series es tan difícil como no encontrar todo un revuelo alrededor de ella. Tanto, que a menudo acabo esperando a verla cuando este se ha calmado un poco, siendo imposible seguir un ritmo en el que cuando la gente se está pasando el susto de Hill House, se acelera con el estreno de Cristal oscuro, y empieza a emocionarse con la segunda temporada de Desencanto. Pero fue en un margen de horas cuando de nuevo, en un titular aparecía…¡La serie de la que todo el mundo está hablando! ¡Ha aterrorizado a miles de espectadores! ¡No la veas solo! También parecía bastante exagerado, aunque era imposible no quedar intrigado por  los fotogramas que acompañaban la noticia, y por tratarse de una producción francesa: desde Au-delà des murs no había vuelto a ver ninguna serie fantastique, y por desgracia, esta había pasado sin pena ni gloria por los primeros días del canal Dark. 




Marianne es el nombre de la bruja titular de dos historias: primero, la antagonista de la serie escrita por Emma Larsimon, quien la convirtió en la enemiga principal de la heroína Lizzie Lark como una forma de enfrentarse a las pesadillas recurrentes que la atormentaban desde su adolescencia, además de asegurarse una exitosa carrera como autora de novelas Young adult. Y también, la entidad, posiblemente real, que parece estar detrás del suicidio de una de las amigas de juventud de Emma. Es a partir de este suceso cuando decide regresar a Elden, su pueblo natal, e investigar sobre la existencia de Marianne. Lo que parecía un ente de ficción se convierte en un ser que pudo ser real y tuvo su origen en los procesos de brujería que vivió Europa durante el final de la Edad Media, y que parece mantener un vínculo con Emma que se hace más fuerte cada vez que esta escribe sobre Marianne. Algo que debe llevar a cabo si no quiere que la hechicera, espectro o quizá demonio, dañe a sus seres queridos, como hizo ya hace quince años. 


El revuelo que ha levantado la serie ha sido alabando el terror que esta es capaz de provocar y que viene recomendada por nada menos que Stephen King. Lo último no dice mucho (muchas veces este hombre recomendaba cada cosa…), y lo primero, es tan relativo como la percepción del propio miedo. Pero sí resulta novedosa en un área tan difícil como el fantástico en televisión. Concebida como una historia cerrada, aunque ya se habla de segunda temporada, se compone de un montaje muy rápido donde los cambios de plano bruscos se llevan a cabo con una serie de elementos vinculados a la trama: las páginas de un libro que se mueven velozmente, la presencia de un agujero en ellas que pasa a convertirse en uno en la tierra, a la manera, un tanto ilógica de los sueños, y planos muy breves, que se han calificado como imágenes subliminales, donde se puede atisbar la  monstruosa figura de Marianne, caracterizada por su silueta negra y ojos saltones. Y donde, como parece ser tendencia en los últimos años, también tienen cabida las referencias a obras posteriores, especialmente a It, guiño al impermeable amarillo incluido, o al videojuego de Alan Wake. Aunque de esta última no puedo estar segura al cien por cien porque me la han chivado.

Fuera de la expectación generada y de las referencias, la historia consigue ofrecer algo. No diferente, pero sí interesante. Pese a tratarse de un relato de brujería, errores del pasado y pueblos que ocultan un secreto, cuenta con una buena dosis de humor, negro a veces, y una de las protagonistas más insoportables que se han podido ver en mucho tiempo. Emma Larsimon caracterizada como alcohólica, egoísta y atrapada permanentemente en una adolescencia que no avanza, cambia radicalmente, o al menos, la percepción de esta, una vez llegada la parte final de la serie, donde su actitud se revela como algo impuesto por motivos altruistas y quizá por miedo. Esta no está hecha para caer bien a nadie, para eso están los secundarios y sobre todo, el inspector Ronan, todo un detective de manual y, como señala esta en un momento dado, aficionado a libros para adolescentes, sino para presentar una caracterización y desarrollo que acompañan a la historia. Y sobre todo, la propia Marianne, no como tal, sino en el papel de una de sus víctimas: la señora Daugeron, el personaje interpretado por Mireille Herbst Meyer ha sido capaz de ofrecer uno de los papeles de poseído más memorables de los últimos años…y unas sonrisas aterradoras que se recordarán en el fantástico durante mucho tiempo.

Marianne, sin duda, es una buena serie de terror. La historia atrapa, los personajes consiguen despertar algo en el público, sea miedo, simpatía, o en el caso de la protagonista, una irritación bastante persistente, utiliza las referencias de forma hábil y es capaz de jugar adecuadamente con las secuencias reales y las escenas oníricas que se convierten en una parte importante de la trama. Pero no es el fenómeno de horror e insomnio que anunciaron hace una semana, ni tampoco lo necesita para poder disfrutarla. 

Y como detalle curioso, el transfondo creado para  la serie incluye a un demonio cuyo sobrenombre es El rey de los Gatos. Es una suerte que se trate de mitología inventada expresamente, porque si no me estaba planteando en pedir una excedencia y dedicarme a la brujería a tiempo completo...

jueves, 26 de septiembre de 2019

Agallas, el perro cobarde. La granja de los horrores


Imaginemos por un momento una serie de dibujos destinada al público infantil donde no se cortan a la hora de hacer referencias cinéfilas, situaciones no aptas para todos los públicos y mezclar medios audiovisuales de forma que la animación tradicional se vea sustituída por un escenario un tanto extraño Hoy es fácil imaginarlo,  pero la respuesta no es Hora de aventuras.




Agallas el perro cobarde fue una de las múltiples series, emitida hacia el final de la década que, si bien no resulta tan recordada como las anteriores, sí que contaba con una temática concreta: un perrete, tremendamente miedoso, se enfrenta en cada episodio a todo tipo de espectros, muertos vivientes y criaturas que desafiaban la lógica y la cordura para proteger a sus dueños, Muriel y Eustaquio Habichuela, granjeros residentes en el medio de Aquímismo, Arkansas, de unas amenazas de las que poco o nada suelen enterarse, para desgracia de Agallas y sus preocupantes niveles de ansiedad.







La idea no era nueva, y en cuanto pensamos en un perro cobarde, personajes fijos y pautas de guión muy rígidas, es imposible no acordarse de Scooby Doo y sus miles de iteraciones. El usar monstruos en un programa infantil tampoco lo era, y hay muchas producciones donde no faltaba algún vampiro o un Frankenstein, como Groovie Ghoulies, el conde Duckula o los cazafantasmas. La diferencia, con la primera, era que los monstruos eran reales, y con las últimas, que, aunque siguieran manteniendo una perspectiva humorística, siempre tuvo un tono más macabro, más capaz de causar terrores infantiles y recrear episodios que se quedarían en la memoria de muchos niños que las anteriores.




El dibujo de Agallas no era de los más "feos", ni grotescos que podían verse en esa época. La línea, por comparación, era clara y no se detenían demasiado en crear caricaturas excesivas. No recurría al humor asqueroso de un Vaca y Pollo, y en cambio, contaba con chistes bastante adultos donde, tras los dibujitos y los monstruos, se podían entrever referencias al asesinato, transtornos mentales, violencia doméstica, las relaciones del mismo sexo (era una época en la que Steven Universe quedaba muy lejos) y miedos muy reales. Además de unas cuantas a la cultura popular, como el cine de terror de serie B, el suspense e incluso el mismísimo Tarantino.




La estructura de los capítulos era muy simple, y hoy se consideraría repetitiva: era un estilo muy clásico en el que solían ceñirse a la aparición en la granja de un nuevo monstruo, a los que los Habichuela no reconocían como tal, Agallas pese a estar aterrorizado conseguía encontrar una manera de expulsarlos, o incluso de ayudarlos, ya que había algunos que no eran malos como tales, para terminar siendo vilipendiado y asustado por Eustaquio, quien, siendo igual de poco avispado que Muriel, su rasgo principal era el tenerle verdadera inquina al perrito. Además de ser el tipo de personaje que hoy no pasaría un corte como ejemplo de personaje empático y compasivo.

Con una trama tan limitada, la serie no podía dar de sí durante mucho tiempo, y más con una competencia mucho más variada que la que pudieron tener argumentos similares en los años anteriores. Dio, al menos, para cuatro temporadas, una de ellas en la que decidían innovar y en lugar de llevar los monstruos a Aquimismo, eran los protagonistas los que solían encontrarse con ellos en distintos viajes y excursiones. Y que, quizá por contradecir un poco la premisa original, también resultaba la más floja en comparación al resto. Y, sin un argumento lineal, tampoco costó mucho darle un final en el que, en el fondo, seguía manteniendo el mismo estilo que en toda la serie, pero servía de despedida y confirmaba que, los personajes, con sus defectos, fueran cobardes, no muy avispados, o terriblemente gruñones, eran también cómicos, un poco ridículos, pero también entrañables y dignos de simpatía.



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