Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 30 de julio de 2020

Gretel y Hansel (2.020). Reinventando el mito



De los cuentos tradicionales se sabe que en su mayoría, las narraciones actuales son versiones muy suavizadas del material original que los hermanos Grimm, en su labor de recopiladores, tenían parte de una responsabilidad que años después continuaría Disney en sus producciones animadas. Pero siempre es posible volver a los orígenes de estas, que para los estándares de hoy muchas podrían considerarse verdaderas historias de terror, e incluso reimaginarlas desde una perspectiva adulta o un enfoque distinto al cuento moral que fue en sus comienzos, pero conservando una visión del mundo amenazadora.


Si Hansel y Gretel fue uno de los cuentos adaptados por los Grimm, Gretel y Hansel es la historia de la hermana mayor, obligada a cuidar del pequeño  durante una terrible hamruna que asola su aldea. Obligados a abandonar la casa por su madre, incapaz de mantenerlos, los únicos lugares a los que pueden acudir en busca de sustento son un convento o una colonia de leñadores. Opciones que en todo caso siempre supondrán la peor parte para Gretel. Pero para ello, deberán atravesar primero el bosque. Donde esta vez no habrá una casa hecha de pastel, pero sí una acogedora cabaña cuya propietaria les invita a quedarse indefinidamente sin esperar nada a cambio. Algo muy extraño dado que esta parece capaz de hacer aparecer los mejores manjares sin necesitar acudir a ningún lugar a buscarlos, y que parece muy interesada en que ambos niños se alimenten bien y recuperen fuerzas.


Dirigida por el responsable de The Blackcoat´s Daughter y Soy la bonita criatura que vive en esta casa, quien ha demostrado ser muy hábil rodando historias que incluyan a un elenco de no más de tres o cuatro actores, no es tanto una recreación del cuento de hadas original sino una visión que toma como protagonista a la que hasta ahora había sido una secundaria (después de todo, la bruja parecía empeñada en comerse solo a uno de los dos hermanos y el trato dado a la otra era bastante indiferente, según las versiones), y a la que se presenta en un escenario desolador. Desde el primer momento, a base de monólogos, se la caracteriza como cuidadora principal de su hermano, menor que ella, a quien quiere pero que no deja de ser un niño con todas las consecuencias negativas:  es egoísta, demandante y pese a que ambos se quieren, la protagonista manifiesta más de una vez que su hermano le arrebata demasiado. Sus alternativas de supervivencia también suponen un sacrificio, desde la primera entrevista con el siniestro (e igualmente venido a menos) terrateniente local hasta la alternativa sugerida por uno de los personajes cuando mencionan la existencia de un asentamiento de leñadores, convirtiéndola en el personaje más desprotegido pese a ser el que lleve la voz cantante.  Quizá por eso la caracterización de la bruja, y de la magia por extensión, sea mucho más ambigua y una alternativa menos amenazadora. Esta se plantea desde una perspectiva más abierta, como algo amoral que dependerá del uso dado por su poseedor, además de una caracterización de la bruja como algo más profundo que “una mujer que vive sola es calificada como bruja o hereje” y que todavía alberga algún giro hacia el desenlace.


Pese a algún giro, no es una película dinámica: más centrada en la atmósfera, esta acaba por centrarse en la ambientación proporcionada mediante monólogos, amplios planos de bosques y mansiones desvencijadas, y un vestuario y secundarios intemporales, en los que parecen mezclarse épocas, lugares y razas de una forma en la que solo podría definirse como el lugar en el que transcurren las historias, y que, si bien hacen que la estética sea uno de sus mejores valores, también la convierten en una historia sorprendemente lenta. Una primera impresión haría pensar en La bruja, pero mientras que esta se agarra a la precisión histórica incluso en los díalogos, esta opta por la fantasía. Y por lo que parece, por gestionar un poco peor su duración: con noventa minutos escasos, esta se hace tremendamente lenta, y en más de una ocasión parece que la intención es que el público mire sus bonitos planos que en que la historia pueda contarse a través de silencios y atmósfera.


Gretel y Hansel no resulta una película redonda. Más que terror atmosférico, a veces parecen ser secuencias de algún videoclip artístico, aunque en su mayor parte, lo acertado de su atmósfera se debe también al trabajo llevado a cabo por Sophia Lillis en el papel de Gretel. 

jueves, 23 de julio de 2020

Lecturas de la semana. Los ochenta y sus clásicos



Pese a dedicarle mucho tiempo a la literatura de terror, hubo muchos libros que en su día gozaron de cierta popularidad, o en su defecto, de publicación en España, que acabé ignorando. Por no haberlos encontrado ni de saldo, por no interesarme mucho el argumento, o porque en su momento, estaba un poco saturada de su autor. Tampoco tenía muchos motivos para recordarlos ahora, salvo el haberlos visto mencionados (o sus portadas) en Paperbacks from Hell, el tener tiempo y que estuvieran disponibles, o quizá también un poco de nostalgia inventada a media de la época de Martinez Roca y de las cubiertas con el nombre de Stephen King en grande



El ejecutivo. Thomas M. Disch. Más conocido en el campo de la ciencia ficción con Campo de concentración, su novela sobre asesinos, apariciones sobrenaturales, el cielo, y sus salas de espera forma parte de una trilogía de narraciones independientes llamada Minnesota Sobrenatural. Un adjetivo que sí le va mucho mejor que el calificarla de terror. Porque el asesinato cometido por Bob Glandier, un despiadado ejecutivo que despacha a su esposa brutalmente, y el deambular de esta entre el purgatorio y la tierra, es más una comedia negra donde se dan cita una visión muy paródica de las entradas al cielo, los espíritus con tareas pendientes en el mundo, e incluso de las posesiones demoniacas y de otras creencias como la reencarnación, haciendo que el más allá que describe el autor sea muy difícil de tomárselo en serio y su tono, sin ser deliberadamente humorístico, hoy recuerda mucho al que podría encontrarse en muchas de las temporadas de American Horror Story.

Este es uno de esos casos en los que la contraportada resulta muy engañosa, planteando desde el primer momento una narración como algo de terror cuando esta, desde las dos primeras líneas, no pretende serlo. Cuanto menos, extraña, con un tipo de comicidad que no resulta tampoco para todos los gustos pero que resulta toda una curiosidad. Además Disch es uno de esos autores que ha tenido la suerte de ver al menos una de sus obras adaptadas al cine…aunque en este caso se tratara de La Tostadora Valiente.



El misterio de Salem´s Lot. Stephen King. Sí, hemos llegado hasta el 2.020 sin leer el que se considera uno de los más populares de su primera época (y Cementerio de animales, tampoco) y en el que se puede apreciar por qué empezó a apodárselo “rey del terror” en esa década. Este se aproximó a muchos elementos propios del género, como lo fueron la locura, los fantasmas y los hombres lobo, correspondiéndole a Salem´s Lot los vampiros. Porque lo que hay en el pueblo, pese al título en castellano, de misterio no tiene mucho: los personajes, al menos los más avispados, se dan cuenta que la llegada del señor Barlow a la ciudad coincide con las desapariciones y muertes de varios de sus habitantes. La historia, con sus personajes siendo perseguidos o persiguiendo, según la hora del día, no muertos, podría ser un tópico en manos de otro, pero es en la descripción del pueblo y de sus personajes, donde se nota su talento como escritor: este destina más tiempo a dotar de vida una localidad que describe como cualquier otra, con sus cotidianeidades, su gente normal y también sus pequeñas miserias con las que se han acostumbrado a convivir, y su tratamiento del vampirismo recuerda un poco al que se describía en Drácula: unas criaturas con la inteligencia suficiente como para engañar a sus allegados y seres queridos, pero dominados por el instinto animal y cuya única idea es la de continuar extendiendo su especie. Incluso la descripción de la progresiva desaparición del pueblo guarda cierto parecido con lo que podría pasar en cualquier lugar a causa de una crisis: las tienda cierran. La gente se va, o simplemente, desparece, y al final no queda nada.


La narración, al menos en su prólogo, mantiene un tono crepuscular, donde los dos personajes principales deambulan de un lugar a otro hasta descubrir que este no es otro que el epílogo (un recurso que también se había utilizado en Fantasmas de Peter Straub) y a partir del cual, se desarrolla la narración con un estilo muy distinto, casi costumbrista, en el que lo sobrenatural va apareciendo paulatinamente. Breve, comparada con lo que vendría después, muy clásica, dado que el antagonista no es otro que un vampiro, es fácil comprender por qué esta fue una de las más populares de King y casi una lectura obligatoria para conocer al autor.

jueves, 9 de julio de 2020

El señor de las bestias (1.982). Espada y brujería. Con animalitos

El estreno en 1.982  de Conan el bárbaro supuso el nacimiento de un nuevo género en el cine: la espada y brujería. Con pocos medios y a menudo, menos guion, surgieron decenas de Ator, Krotar y unos cuantos bárbaros genéricos en taparrabos, dispuestos a enfrentarse a todo tipo de brujos malvados y hechiceras secundarias ligeras de ropa. Alguno de estos conseguía estar a la altura del imitado y convertirse en serie B más que digna de ser recordada. Y en algún que otro caso, no quedaba claro donde terminaba la imitación y empezaba la coincidencia afortunada.


El señor de las bestias es una de esas situaciones. Estrenada dos meses después de la película de Millius, esta sería la historia de espada y brujería estándar:  en algún lugar de la imaginación, o cuando la tierra aún era joven, o si se quiere, en algún mundo distinto al nuestro (porque a fin de cuentas nunca está claro), el hijo del rey Zed es arrebatado del vientre de su madre para ser ofrecido en sacrificio a una oscura deidad. Salvado en el último momento por un granjero, se cría como uno más hasta descubrir que cuenta con un extraño don: la facultad de comunicarse con los animales. Poco después de ver como su pueblo es arrasado por una banda de mercenarios, comienza un viaje que lo llevará a conocer a sus compañeros, que lo ayudarán con sus cualidades: la fuerza de una pantera, la vista de un águila y la agilidad de dos hurones que, además de robar llaves y objetos de valor, son muy monos. Pero también se reencontrará con el reino que un día perteneció a su padre, ahora gobernado implacablemente por un malvado hechicero.



Con un presupuesto más limitado que la épica del cimerio, la película a veces hace ll que puede, otras se defiende de la misma forma y en algunos casos, sorprende con lo que puede conseguir con tan pocos medios. No en vano el director es Don Coscarelli, que unos años antes y un importe de risa había conseguido rodar Phantasma. La diferencia es que entonces contaba con un entorno real y sobre todo, con la presencia de Angus Scrimm, capaz de convertir en un mal sueño cualquier escena solo con mirar fijamente a la pantalla. En esta versión de marca blanca de la era hiboria  tenemos a Mark Singer en taparrabos. Y a una chica con unos ojos azules muy bonitos. Y a Rip Thorn con una caracterización un tanto penosa a base de un par de trencitas con calaveras colgadas y una nariz postiza  que lo dota con inesperado parecido con Gargamel.  Además de unas interpretaciones sobreactuadas que a veces rozan lo ridículo y a veces son capaces de parecer buenas comparadas con las de la mayoría de secundarios, que parecen consistir en  poner caras de asombro ante cualquier situación y desorbitar mucho los ojos.

El apartado técnico tampoco destaca por su brillantez. Con algún efecto de iluminación que es mejor no mirarlo, resulta especialmente flagrante el tratamiento dado a los animales en la película. La pantera, en realidad un tigre pintado de negro para hacerlo pasar como tal, falleció a causa de la toxicidad del tinte y resulta especialmente angustioso  el ver como en distintas secuencias el tono de su pelaje parece desteñir por momentos. La acción parece transcurrir en un desierto y el reino de Zed debe ser la civilización más desangelada y cartón piedra jamás filmada. Sin embargo, y pese a muchas situaciones que no han conseguido aguantar el paso de los años, pasada la primera media hora, la película consigue funcionar mejor a base de aprovechar el potencial estético de los paisajes desérticos, una consciencia de lo que pueden y no pueden mostrar, y seguramente, el contar con un público que también sabía lo que podía esperarse de una serie B. además, pese a la cantidad de tópicos  del fantástico de los que se compone el guión, estos son utilizados de forma bastante hábil para ofrecer una historia entretenida. Me atrevería a decir que, en algunos casos, resulta más coherente que muchas situaciones que podían verse en la película del cimerio estrenada el mismo año.


El señor de las bestias podría definirse como un clásico del videoclub: no tan memorable como Conan, pero mucho mejor que cualquiera de las imitaciones de esta, con un toque muy particular y, dentro de sus limitaciones, más cuidada a nivel de guión. También, con una aproximación más para todos los públicos, esta supuso que muchos niños nos quedáramos asombrados  con los trucos de una pareja de hurones y aterrorizados con aquellos extras que ataviados con una parca coraza de pinchos, braceaban a través de un pasillo de atrezzo bajo la descacharrante denominación de “guardia de la muerte”.

jueves, 2 de julio de 2020



No falta ningún año una película de terror ambientada en un elemento propio de Halloween. O bien todo lo relacionado con el 31 de octubre, o bien todo lo que puede suceder en la recogida de caramelos puerta a puerta. Y por qué no, lo que puede llegar a ser un pasaje del terror donde nada es lo que parece. Lo llamativo de estos casos serían esas producciones que dentro de lo limitado de los argumentos, pueden desarrollarlos bien y hacer que el público se interese por lo que le han contado mil veces. Y, en este caso, también lo es el qué demonios hago escribiendo sobre oscuridad y disfraces cuando todavía estamos terminando los restos de coca de Sant Joan. La respuesta, es tan sencilla como ser la primera novedad nada más abrir una plataforma de streaming, ofrecer un metraje corto, un argumento digerible, y quizá un poco la publicidad en la que la anunciaban como obra de los guionistas de Un lugar tranquilo.



La casa del terror empieza con una situación mil veces vista: un grupo de universitarios se prepara para salir de fiesta la noche de Halloween, que deciden terminar visitando uno de los muchos pasajes del terror que aparecen de forma casi amateur en distintos puntos de la ciudad. Esta, casi oculta en una carretera secundaria, parece ser una de esas atracciones extremas donde se lleva al límite los temores y la seguridad de sus visitantes. En ella, la decoración mediocre se mezcla con escenas de un inquietante realismo, y donde empieza a quedar poco claro quien está detrás de una atracción que ha dejado de ser un simulacro, qué es lo que pretende, o si sus visitantes podrán salir de allí.




En un momento donde la temática de las atracciones estacionales ofrecía espectáculos vistosos pero muy limitados en cuanto a lo que podía hacerse para aterrorizar a su público, las casas del terror extremas se saltaban las normas y, previa autorización firmada, traspasaban los límites en cuanto a contacto con los asistentes, repugnancia y a la sensación de seguridad que estos podían tener. Una vertiente que también supuso una variación en sus equivalentes de la ficción, donde lo ambiguo de estas servía para dar una nueva vuelta al cliché de los personajes atrapados en una atracción que resulta ser una trampa. En este caso, partiendo de cierta suspensión de la credibilidad, donde los espectadores ponen algo de su parte y aceptan que una situación así puede ser tan creíble como las cuchillas escondidas en los caramelos o los asesinos que rondan por las calles, desarrollan un guión que se caracteriza por lo directo: a los protagonistas se los presenta rápido, con unos pocos rasgos exceptuando a la principal, a la que se le da un trasfondo con el que intentan justificar su condición de heroína final (en este caso, un pasado de maltrato aportando un poco de fábula moral a la trama), y un grupo de personajes desconocidos, sin más motivaciones que los de crear un escenario y convertirse en el monstruo. Porque, en muchos casos, y especialmente cuando se recurre bien a otros recursos, como la tensión o el entorno, este no necesita más justificación que ser lo que puede suceder a la vuelta de la esquina.


Uno de los aspectos que más se agradecen es el de los protagonistas: el cine reciente ha abandonado la tendencia de crear víctimas planas o de las que se desea que sean eliminadas cuanto antes, y en este caso, salvo el escaso tiempo que dedican en caracterizarlos, constituyen un grupo que, si bien no genera ninguna simpatía, tampoco despierta lo contrario: personajes que se comportan como lo harían sus equivalentes una noche de fiesta, sin cruzar al ridículo ni lo desagradable, y a los cuando menos, no se les desea lo que les acaba sucediendo. Que, tras ver a Eli Roth en los créditos, no sorprende que no sea agradable, pero sí lo hace el que las víctimas, esta vez, no sean un grupo de jóvenes insoportables.



El nivel de violencia también está por debajo de lo que podría esperarse. Gráfico, pero sin entrar de lleno en el gore, optan por centrarse más en la impresión que puede producir un corte inesperado, o un primer plano de un pie acercándose a un suelo de clavos, que en recrearse mostrando torturas escabrosas. Gran parte de los noventa minutos están más centrados en mostrar los esfuerzos de los protagonistas en escapar, o en mostrar algún detalle de sus perseguidores, que en ofrecer efectos especiales detallando lo más sórdido.

La casa del terror puede no ofrecer nada nuevo, pero sí sabe trabajar con aquello que le han dado. Es breve, cuenta con todos los escenarios comunes de la época y ofrece los momentos de terror gráfico justos como para incomodar pero sin resultar desagradable a un parte de su público. Seguramente, habría sido una película de lo más disfrutable de verla en la época para la que se pensó. Aunque para una tarde de verano en sábado también lo ha sido.

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