Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 25 de abril de 2024

Lecturas de la semana. De franceses y saldos

 


En las últimas visititas a tiendas de segunda mano, además de antologías de Martínez Roca o de Bruguera, he podido encontrar libros un poco más  difíciles de localizar. M-as de una vez, entre decenas de copias de J. J. Benítez, Dean Koontz, y recientemente, de Stephenie Meyer y Charlaine Harris,  han aparecido  ejemplares impecables de la colección de fantasía de Círculo de lectores ,copias de la colección  Marabout  fantastique (informo que  varios de estos se encuentran  a salvo en mi casa), y también novelas policiacas de Bruguera  que podían ser de todo, menos rutinarias…además de algunos libros  de los que solo cabe preguntarse de dónde demonios han salido. Estos, sin duda son los más desconcertantes y divertido a a la hora de  encontrarlos. Y es que, ¿a quién no le va a gustar una novelita de terror de una editorial perdida, con publicidad en las contraportada más que dudosa? porque esta semana viene un poco de ambas.



Pierre Véry. El traje de los domingos. Cada sábado por la noche,  un estrafalario personaje se cuela entre las paredes de una villa de Senecay, para realizar una visita a dos hermanas que lo aguardan  con intenciones muy distintas_: una está dispuesta a matarlo  antes de que este acabe con ella. Otra lo aguarda perdidamente enamorada de él. Sin dejar tras de sí más rastro que una carta para cada una, las visitas vespertinas del señor Domingo se repiten en la casa desde hace años. Naturalmente, ambas hermanas, como sabe todo el pueblo, están locas de remate, al cuidado de la mayor de estas y la fiel criada de la casa. El señor domingo no es sino la invención de dos pobres neuróticas…pero cuando una mañana, un hombre  cuya descripción coincide con la del misterioso visitante, aparece  muerto en las inmediaciones del pueblo, el suceso pone patas arriba la vida cotidiana de una comunidad, que apenas  empieza a recuperarse del final de la guerra. Pero, aunque el  cadáver del enigmático señor domingo haya sido visto por varios de los vecinos, María Eva, una de las dos hermanas, asegura que ese es un impostor.

Las novelas de Véry  siempre han sido una rareza dentro del noir. Desde  textos para un publico más joven, hasta las saga familiar de los Goupi, sus tramas, que transcurren en los aledaños de París o en ciudades de provincia, se caracterizan por una atmósfera extraña, opresiva, y por personajes que con toda su banalidad rozan lo siniestro, a veces, dotados de cierto patetismo y humanidad. El traje de los domingos describe un entorno cerrado, una mansión de familia bienvenida a menos, con tres mujeres atrapadas: dos en una locura compartida, y una en su papel de cuidadora o carcelera, algo que no queda claro hasta el desenlace. Y un pueblo donde la aparición de un cadáver desencadena cierta locura que parecía estar latente y una nueva ola de asesinatos.


Una trama tan retorcida en su apariencia que esconde en realidad motivos  tan simples para ponerla en marcha como  los que  impulsan todo crimen: la venganza, la envidia o la frustración es lo que mueve a esos protagonistas aparentemente grises, pero que  esconden tras su apariencia de normalidad matices tan complejos  como el sentimiento de culpa y la desesperación de una solterona, las habilidades detectivescas de un instalador de gas (paradójicamente, es el personaje ajeno a ese entorno el que aporta lucidez y esclarece el caso), y sobre todo, la explicación a esa locura compartida, que no es sino causada  por una périida tan real como la de un ser querido en la guerra, que en la novela se menciona como algo reciente. Pese a su tono intemporal (y que leída hoy hace pensar únicamente en “algún momento de la segunda mitad del siglo XX”), men

ciona todavía a jóvenes regresando de los campos de prisioneros, de desaparecidas y de viudas.
Entre lo real y lo fantástico, la historia presenta un relato donde la campiña francesa queda muy lejos del entorno idílico o costumbrista. Entre giros inesperados, personajes marcados por comportamientos extraños, la sensación continua de estar ante un secreto que el lector no puede descifrar hasta la última página, y donde permanece cierto toque de humor negro que prevalece desde el primer capítulo


José Michel. El asesino está en casa. Tras sufrir un accidente mientras presencia el atraco a un banco, una joven queda sumida en un extraño coma. Incapaz de moverse, de hablar y comunicarse de cualquier modo, su familia se ocupa de ella mientras afrontan otros problemas: su padre ha encontrado una nueva pareja que parece haberse adueñado de la casa. Su hermana menor frecuenta cada vez más a menudo, compañías poco recomendables junto a su novio. Mientras, Elizabeth, encerrada en su propio cuerpo, presencia impotente como esos desconocidos que se han adueñado de su hogar, no son sino los responsables del atraco donde se vio reducida a su estado catatónico.

La novela es en realidad un relato de suspense, donde de una forma un tanto arbitraria (no queda claro de dónde viene la catatonia de la protagonista. Si del golpe, la indigestión, o las necesidades del guion), relegan al personaje principal a un papel de observadora importante y donde la tensión se construye  a través de la imposibilidad de actuar mientras  presencia como su familia se ve alterada  por las actuaciones de los antagonistas. Limitación que desaparece de forma tan conveniente como vino, y que servirá, junto con la ayuda  del policía de turno, para detener a los malhechores.

Un polar muy breve y sencillo, donde lo más entretenido en muchos casos e encontrarse con indicios inesperados de un pasado que queda un poco lejos ya…como ese Simca que conduce la protagonista.

Otras de las curiosidades viene en realidad de la edición española. Publicada por la desconocida Geasa, bajo la colección “relatos terror”. La impresión es tirando a pobre, con hojas de papel de estraza y varias erratas, y que expone en su contraportada la intención de publicar obras “no solo de calidad, sino que hayan vendido gran número de ejemplares”. Vamos, que calidad si, pro que hayan vendido a cholón.

Aunque  los libros de esta colección no son otros que los publicados en Francia por Fleuve Noir, dentro de la línea de misterio y terror, donde aparecieron nombres conocidos por allí como Alphonse Brutsche, que también fue traducido para un par de números.

jueves, 18 de abril de 2024

Halloween Ends (2022). Dont´fear the reaper, que la gente es peor

 


Todo tiene un final, incluso los monstruos que llevan más de cuarenta años  asustando al público. Y que aunque hayan sobrevivido a decenas de muertes, no son  inmunes al paso del tiempo. Michael Myers, el asesino que cada Halloween acechaba Haddonfield, y a su némesis, Laurie Strode, lo saben, y aunque viera una vez más hace seis años, lo hacía más bien como comienzo de un cierre digno a la franquicia estrenada en 1978.  Ahora, cuatro años después de su último enfrentamiento, no solo con Laurie Strode, sino  con todos los habitantes de Haddonfield, regresa una vez más, pero de una forma casi crepuscular, y también  hay que reconocerlo, un tanto irregular.



Un año más tarde del linchamiento y desaparición  del asesino que supondría la leyenda negra de la ciudad, sus habitantes  parecen haberse recuperado y continúan con sus vidas. Laurie ha superado el trauma arrastrado desde hace décadas y vive con su nieta, quien trabaja de enfermera. El resto parece haber vuelto a la normalidad, pero en todo pueblo existe un paria. Corey, quien hace años provocó la muerte accidental del niño al que cuidaba, sobrevive ahora como mecánico  en el taller local, perdida ya la esperanza de ir a la  universidad. Las Strode  supervivientes han pasado de ser  heroínas a ser vistas con recelo, y culpables indirectas de  todas las muertes sucedidas en  el último Halloween.  Tres personas, rechazada s por distintos motivos, que inevitablemente a acaban cruzando sus caminos. Laurie siente simpatía por ese chico, víctima del rechazo d y de la burla de los matones. Allyson se siente atraída por el. Pero en Corey parece haber también algo oscuro, quizá provocado por lo que ha pasado  en su vida, o q algo que había estado allí latente. Y que s a Laurie comienza a recordarle al propio Michael, aunque sete haya desaparecido y solo sea  una obsesión que continúa persiguiéndola por mucho que intente olvidarlo. O quizá no. Fuera de la ciudad, entre las alcantarillas abandonadas, la basura y los deshechos, una figura se mueve  acechando, tras una desgastada más cara de Halloween.



Esta última entrega tiene un tono muy distinto a las anteriores. Como trilogía, se situá bastante tiempo después respecto de las otras, que transcurrían en el  espacio de la misma noche, cubriendo un  espacio de tiempo mucho más amplio. En esta puede verse qué ha sido de los protagonistas, así  como desarrollar la relación entre Allyson y Corey e sir estableciendo una atmósfera que se irá enrareciendo a medida que se conoce algo más de ese nuevo personaje y de la reaparición, esta vez muy breve, de Michael Myers.

El ángulo con el que presentan al pueblo   es ahora también muy distinto: lejos de esos  personajes que se iban conociendo, brevemente,  antes de ser asesinados, pero  por los que era imposible no sentir terror y pena ante  víctimas inocentes, ahora se muestran como gente más mezquina,  que todavía intenta asimilar lo sucedido pero que  no duda en buscar nuevos culpables a los que señalar, haciendo que la caracterización de estos sea mucho más gris. Las víctimas, esta vez, son niñatos agresivos, jefes déspotas e incluso el niño que fallece de forma  accidental…bueno, seguramente todos los que vimos  el comienzo de la película consideramos que una bofetada a tiempo no le hubiera venido mal!.


El lapso de tiempo y ese cambio en el tono sirve para establecer el tema de esta entrega. Si la primera era el trauma del superviviente, la segunda la histeria colectiva, esta serían los juicios públicos  y la cultura de la cancelación:  un solo error, por parte de uno de los personajes principales, supone ser  condenado y rechazado por su entorno, siendo el público  el que puede conocer las dos versiones d la historia y tener una visión más amplia, planteando la duda de si ese hombre del saco no se hace, si la historia que conocíamos hasta entonces de Michael Myers no sería también la que han contado la mayoría, y no la verdad.


Pero este es también uno de los problemas de la película. Nos  solo no es un slasher, ni una entrega de Halloween al uso, lo que en realidad es interesante, sino que el desarrollo de la trama planteada acaba resultando irregular, dedicando demasiado  tiempo a la cotidianeidad  de los protagonistas y a sugerir que el personaje de Corey tiene un lado oscuro, lo que no termina de estar claro (o eso, o es que en realidad los del pueblo me caen bastante mal) y donde Michael Myers e o más bien, la idea que  prevalece de Michael Myers, se convierte en una presencia que  afecta a los vecinos,  pero cuya aparición real resulta un tanto extraña. Esta se ha limitado a estar escondido, convertido en una criatura de instintos animales…pero que por algún motivo decide  perdonar la vida a alguien que parece reconocer como sucesor.  

No parece tener claro en este caso, lo que quieren. Por un lado, termina con el enfrentamiento final, casi crepuscular, entre Laurie y Michael, a quien consigue vencer porque pese a todo, este es humano, y el tiempo hace mella en sus  capacidades. Por otro,  el establecimiento de ese posible nuevo Michael, más  humanizado, resulta lento  c casi con una hora antes de que suceda algo levemente relacionado con la historia, dedicando más metraje al pueblo y sus dinámicas, marcadas por el rencor, que al monstruo que lo puso en el mapa.


Una idea que si bien resulta original, no ha sido ejecutada correctamente, haciendo que   las casi dos horas de película resulten excesiva y que este cambio de enfoque se quede solo en una buena intención, pero no en el resultado que esperaban. Algo que sí consiguen en los que respecta a los protagonistas clásicos de la saga:  como buen cierre, definitivo parece, el guion hace un guiño al espectador y  termina  con el Michael de la forma más lógica posible, haciendo que su regreso  sea imposible, y permitiendo, por fin, que ese primera final girl que fue Laurie Strode pueda disfrutar de un merecido descanso,. Lamentablemente, este final no está a la altura de  las películas anteriores, por lo que  lo máximo que se le puede agradecer es ese final adecuado para los habitantes de Haddonfield. Y esperar que Michael no vuelva en ningún reboot de la saga, aunque parece difícil.

jueves, 11 de abril de 2024

Lecturas de la semana. Lo real y lo imaginario.

 


Volvemos a las colecciones de relatos, aunque esta vez se correspondan con selecciones de un solo autor. Dos, en este caso,  que  salvo compartir idioma no podían ser más distintos. Uno, escritor de novelas y relatos fantásticos, poco conocido en España por desgracia. El otro es nada menos que el ejemplo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el Realismo del siglo XIX y junto a Molière,  el terror de los estudiantes franceses de varias generaciones.


Thomas Owen. Cérémonial nocturne. Seudónimo empleado por Gérald Bertot, es junto a Jean Ray (además de ser familia política de este) uno de los principales autores de ficción extraña (¡como si todo lo fantástico no fuera raro!) en lengua francesa durante los cincuenta y sesenta. Habitual junto a Ray y Marcel Brion en las colecciones de Marabout Fantastique, sus relatos, muy breves en su mayoría, se caracterizan por la aparición de lo insólito en la vida de los protagonistas, si bien a veces tienen una forma más tradicional, desde los fantasmas, los vampiros o el doppelgänger, está, la mayoría de las veces, marcada por lo absurdo. El ritual nocturno que abre la colección, describe una esxtraña costumbre que el protagonista debe cumplir cada vez que regresa a la casa familiar de noche, y cuyo inclumplimiento da lugar a un fenómeno tan aterrador como inofensiv. Los sueños premonitorios, el ser textigo de un hecho del apasdo que se mezcla incomprensiblemente con el presente, relatos sobre veladas donde altgo ocurre o la autoestopista cuya existencia  todos niegan hace que los personajes que los protagonizan sean poco menos que tesgigos de lo extraño, gente  de a pie que por un momento ha presenciado esa ruptura en lo cotidiano que puede darse en una calle vacía, en un pasillo en medio de la noche o en un parque iluminado.

También hay  espacio para el humor, como Un pequeño niño hermoso, donde da una vuelta a los niños siniestros  haciendo aparecer a una criatura que no tendría que envidiar nada al Damian de La profecía. Y que En el cementerio de Bernkastel hace aparecer como protagonista a Jean Ray, enfrentándose a vampiros y posesiones como al autor le gustaba hacer en sus relatos: a puñetazo limpio, que no hay criatura sobrenatural que no se achante ante eso.

La colección se cierra con la novela corta Extranjero en Tabiano, un relato bastante largo y tono pausado  donde descr4ibe las costumbres de un país extraño que recuerda tanto  a Kafka como a los cuadros del Bosco.
Actualmente, salvo un recopilatorio muy corto publicado por La bilbioteca del laberinto, no ha sido traducido al castellano. Una pérdida, tanto en su caso como en el de la prolongada ausencia de Jean Ray  en las editoriales españolas, visto que estos, desde las Narraciones terroríficas de Acervo, no ha aparecido en las librerías. ¡y no podemos vivir solo de señoras victorianas!

Esto entra en el examen

Gustave Flaubert. Tres cuentos.  Una recopilación de los relatos aparecidos en prensa en su primera publicación: Un corazón  simple, La leyenda de San Julián el Hospitalario y Herodias, narran, respectivamente, una biografía realista, una leyenda medieval y un episodio bíblico. La temática de estos, aparentemente diversa, se caracteriza por  un tema común; la religiosidad desde distintas perspectivas, mítica, bíblica y una visión más mundana en el caso del primer relato, en el que el personaje de Felicité, criada al servicio de la misma familia durante años, cuya devoción a estos, así como a un elemento tan extraño como el loro que le regalan como mascota, y sus últimos días en soledad, la convierten en una especie de santa moderna, condenada a una vida de sufrimiento y ascetismo. Muy similar a las hagiografías, pero marcada por la visión más realista, casi social, que  Flaubert hace de la vida real.

l estilo, sin florituras detalla a modo de crónica la biografía de cada uno de los protagonistas: irrelevantes unos marcados por lo inevitable los otros. Aunque este, si es para leer en el idioma original, si que puede resultar un poco más cuesta arriba.

De Flaubert puede decirse que es uno de los escritores con menos probabilidades  de aparecer en mi lista de lecturas, pero a veces, es inevitable no acabar en algún momento, leyendo acerca de sea realidad, anodina, cruda y sin matices ni grises imaginarios, que el reflejaba perfectamente.

jueves, 4 de abril de 2024

Karel Capek. La guerra de las salamandras. Que el fin del mundo nos coja pescando salamanquesas

 


El siglo XX  ha dado el término  distopía c como narración literaria (o  como realidad, según tengamos de alegre el día): un escenario en el que una situación improbable se convierte bien  en un reflejo de la realidad o en un relato moral sobre lo que puede convertirse esta si  la humanidad cede a la codicia, al fanatismo o a la l violencia. Si 1984  o Un mundo feliz  son el  paradigma de lo que puede llegar a ser  ese futuro, Mercaderes del espacio, e incluso Neuromante, ahonda todavía más en ese posible escenario en el que el capitalismo y la libertad de mercado  devoran, literalmente, hasta el último de los bienes necesarios. Y si bien estos entran dentro de la ciencia ficción, se aprecia en ellos cierta sorna, muy leve, mediante la que todos los personajes se limitan  a aceptar la realidad que les ha tocado, pero  sin que esta  fuera lao bastante evidente como para que  pudieran ser consideradas una sátira. Tema al que en cambio, sí recurre el checo Karel Capek, , que si bien  ha abordado la ciencia ficción y sido el responsable del término robot, afrontó  con cierto sentido del humor, de una forma que podría considerarse más bien un “me río por no llorar”, y que también está presente en su  novela de 1936, una de las más conocidas en las que se plantea: ¿qué pasaría sin en este siglo, donde nos hemos  peleado con todos, colonizado todo lo colonizable, pudiéramos aprovechar el trabajo de unos  simpáticos anfibios con habilidades motrices? ¿qué podría salir mal?


La guerra de las salamandras comienza con el descubrimiento del capitán Van Toch, en una remota isla del sudeste asiático: una población de criaturas bípedas, similares a una extinta especie de salamandra, que sorprenden al capitán con su habilidad de imitar sonidos humanos, pero, sobre todo, de manejar pequeñas herramientas, y que suponen para este toda una oportunidad en el negocio de la recolección de perlas.  Las salamandras, trasladadas de isla en isla  por el capitán como parte  de su  iniciativa  mercantil, se  convierten primero en una curiosidad circense, en un ejemplar zoológico, y posteriormente, en una oportunidad empresarial  para quienes sepan aprovecharlo, como  ha hecho el Sindicato de Salamandras dirigido por H. H. Bondy y sus socios, quienes a  partir de entonces, dirigirán el  mercado  y distribución de salamandras como fuerza de trabajo para todo el mundo. Pero con la proliferación de estas, a parecen nuevas cuestiones en la sociedad: desde trabajadores  indignados, pasando por ciudadanos preocupados por el bienestar de los bichitos, e incluso  una nueva clase de reptiles educados, gracias a la labor humanitaria y la  preocupación de muchas damas por su bienestar espiritual, que aprenderán a comunicarse con los humanos e incluso uta utilizar con ellos sus mismas técnicas para enriquecerse.



La novela se plantea como una crónica en la que un punto de partida improbable se emplea para mostrar un reflejo muy acido de la sociedad. De una forma similar a la que  Pierre Boulle llevaría a cabo años después  con El planeta de los simios. Salvo que en el libro de Capek opta por un enfoque mucho más irónico, y que oscila entre la narrativa coral, la crónica y la novela experimental. Una parte de la trama avanza mediante las acciones de determinados personajes, como el capitán Van Toch o el señor Povondra, el portero que  en un momento concreto, permite el acceso de este al despacho de quien financiará el comienzo de la explotación de las salamandras. La presencia de estos supone una aplicación muy particular del efecto mariposa: acciones muy pequeñas supones un cambio de gran importancia en el mundo, como el caso del señor Povondra quien llega a  lamentar una decisión que pone en marcha los hechos que condenarían a la humanidad años después. Y es también, a través de los recortes de periódico recopilados por él,  con los que Capek hace avanzar la trama a nivel global. Estos narran el desarrollo del comercio, los conflictos y los cambios en la sociedad que suponen, pero también reflejan  con ironía e imitando un estilo  periodístico complaciente, situaciones que son muy similares a las reales. Los conflictos con las salamandras y la modificación de la geografía global por el beneficio económico no esconden si no el colonialismo, la esclavitud, el racismo y la creencia ciega en el campitalismo como feneficios inagotables que estaban presentes en aquella sociedad de los años treinta, y que casi cien años después, continúan estándolo.

Alternando entre esos  capítulos con personajes identificado, a través de los cuales se puede intuir el paso de los años, y los textos a modo de crónica periodística, la novela adquiere un tono un casi experimental, mitad crónica, mitad narrativa, y gran parte sátira, llegando incluso, en el desenlace, a romper la cuarta pared entre la ficción y el aturo cuando este se plantea que es lo que puede hacer para salvar a sus personajes. La solución de Capek, cargada de reflexiones, no es otra que recordar que la historia siempre se repite, y que las salamandras han aprendido tan bien de los humanos que estas, con el tiempo, acabarán cayendo en los mismos errores. Teniendo en cuenta la fecha de publicación, su desenlace abandona rápidamente ese tono de humor absurdo que había mantenido como herramienta para reflejar los defectos de la sociedad para acabar con una advertencia casi apocalíptica.

La guerra de las salamandras, recurriendo a un sentido del humor muy propio de Capek, y también deudor del Buen soldado Svejk de  de Jaroslav Hasek, es tanto una sátira de ciencia ficción  como un reflejo de una sociedad que, desde 1936, parece no haber cambiado tanto. 


jueves, 28 de marzo de 2024

Kafka: la verdad oculta (1991). Al despertar el insecto de un sueño agitado, se encontró sobre su cama convertido en un horrible oficinista.

 


A menudo se habla de la necesidad de separar al autor de su obra. En algunos casos, sucede lo contrario: el escritor se confunde con lo que ha escrito de tal forma que acaba convirtiéndose en una figura muy distinta a quien era en realidad, o en un personaje más. Los lectores de Lovecraft pasamos por ello, imaginando a un recluso, un friki muy distinto del Howard Philips real, que llegaría, años después, a convertirse en el protagonista de novelas posteriores. Una idealización que no se limita al fantástico o a los autores de nicho, sino que una de las figuras más importantes de la literatura moderna ha sufrido esa metamorfosis póstuma. El autor de La metamorfosis, El proceso, y quien recreó de forma más fiel  la burocracia moderna y el vacío del sistema, era muy distinto a la figura atormentada cuya foto observa fijamente a los turistas en los puestos de souvenirs en Praga. Franz Kafka se convertiría para el público en alguien muy similar a sus personajes, e incluso en uno más.


A principios de los años veinte, Kafka trabaja como oficinista en una compañía aseguradora. Entre hileras de empleados inclinados sobre legajos y máquinas de escribir, este nota la ausencia de uno de sus compañeros: Eduard Raban, quien aparece muerto poco después. La policía está convencida del suicido de este, pero Franz  tiene sus dudas. Gabriela, la amante de Raban, cree que se trata de un asesinato ordenado por el Castillo, el órgano de máxima autoridad en Praga, para acabar con la célula anarquista a la que pertenecen. Franz  rechaza las teorías del grupo de Gabriela y la petición de este para  poner sus escrito al servicio del ideal anarquista, decidiendo averiguar, mediante las herramientas que su trabajo le proporciona, lo que le sucedió a su amigo. Entre miles de documentos almacenados en su oficina, un archivo, acerca de la tragedia sucedida en una fábrica, parece esconder la clave entre la desaparición de Raban y las figuras que entre aullidos dementes, salen cada noche acompañados por los agentes del castillo.



El guion no es una adaptación directa de ninguno de las obras del escritor checo, pero abundan las referencias directas y figuradas, a varios de sus relatos y novelas inacabadas, en forma de ese Castillo en el que, al contrario que en el texto original, el protagonista sí consigue entrar. Tampoco es una biografía, aunque salga el oficinista y escritor  llamado Franz Kafka, porque este es en realidad el Kafka introvertido y melancólico que imaginan los lectores, inmerso en este caso, en una trama policiaca con tintes propios del fantástico de entreguerras.

Un anarquista como los de toda la vida 

Sin querer ser una cinta abiertamente fantástica 8es de la época en la que  se pensaba que  el cine serio no hacía esas cosas), esta  consigue moverse entre el thriller y lo irreal gracias a recurrir a ese tono propio de los años posteriores a la primera Guerra Mundial, donde una trama policiaca se entremezcla con  la visión del mundo administrativo y burocrático que s e extendería después de la publicación de novelas como el Proceso. Todo ello, junto a científicos locos  e incluso sugerencias orwellianas como la búsqueda de ese método  para moldear  a gusto de un poder anónimo la conciencia individual humana.


Las referencias a la vida de Kafka, sus compromisos, la relación con sus padres, comparte espacio con las mencionas a la Metamorfosis,  La colonia penitenciaria, Carta al Padre  o el castillo, pero también es fácil encontrar guiños a la literatura de evasión y al cine de la época en momentos como la Fábrica Orlac o el doctor Murnau. Todo ello rodado alternando  el blanco y negro y el color, reflejando un poco la  oposición entre un mundo cotidiano y gris, condenado a la repetición, y otro donde  se esconde la verdad, aunque esta no tiene q porque resultar agradable y suponga  despojar a su protagonista de la seguridad que les proporciona un espacio aparentemente mediocre.

Pese a incluir un gran número de ideas sugerentes y contar con un protagonista que ha sobrepasado  su carreara literaria, el resultado no es el más brillante que podría haberse alcanzado. La adición, atropellada, de anarquistas, mad doctors europeos y distopías  queda demasiado grande para un guion en el que el Kafka de Jeremy Irons parece demasiado  timorato como para ir por ahí  arriesgando su trabajo investigando un asesinato o paseando una maleta  con explosivos en el laboratorio de un castillo que sirve de ministerio y de laboratorio para experimentos médicos. Personajes como  los interpretados por Theresa Russell, el grabador de tumbas Bizzlebek  que  Jaroen Krabbe representa brevemente o el chupatintas chivato y pelota de Joel Grey (¡que levante la mano quien  haya tenido  un compañero de trabajo así!) parecen mucho más vivos y reales que este  Kafka que, quizá en un intento demasiado forzado por ser una biografía ficticia, despide la película con los primeros síntomas de la tuberculosis que se lo llevaría pocos años después. Y  en la que algunos elementos  serían, un poco más adelante,, como la trama sobre la naturaleza  del alma o la percepción entre el color y el gris, aprovechados en películas de corte fantástico como Dark city o Historia de lo oculto. 




Kafka, la verdad oculta, no serviría tanto como biografía fantástico sino como una historia de realismo extraño, una producción que podríamos considerar como cine fantástico, aunque a Steven Sodergbergh no le gustaría esa comparación, y una de esas películas de los noventa no demasiado conocidas, pero que merece la pena rescatar. 



jueves, 21 de marzo de 2024

Fantomas (1964) ¡Atrapen a ese enmascarado!

 


No es raro que los villanos acaben siendo más famosos que los héroes. Sin irse a figuras recientes como Darth Vader, o,  cosas que nos pillen más lejos como los fans de Draco Malfoy o Coriolanus Snow, Fu Manchu era más importante que los esfuerzos de Nayland Smith para detenerlo. Rocambole encarnaba los planes más retorcidos que acababan fracasando (aunque  este iría evolucionando hacia una figura positiva), todos esperábamos que Lupin triunfase una vez más e incluso figuras más siniestras, como el personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre a principios del siglo XXi sería más importante en la ficción que su némesis el inspector Juve. Sus tropelías conocerían la fama, precisamente, en la época donde la idea de maldad individual, el malhechor al que culpar de los problemas en la sociedad, era mucho más viable en 1900 de lo que  sería, 15 años más tarde, cuando los genios del mal se quedarían cortos ante las atrocidades que traería el primer gran conflicto bélico del siglo. Esto no sería suficiente para hacerlos desaparecer de la imaginación colectiva, pero si para convertirlos en una figuras casi nostálgicas, algo más amable que en sus comienzo, y en el caso de Fantomas, que continuaría sus andanzas literarias hasta los sesenta, su versión cinematográfica sería mucho más cómica y amable que su primera aparición cincuenta años antes.


Fantomas es, como asegura el inspector Juve en una entrevista de televisión, una de las peores amenazas a las que se enfrenta Francia actualmente. Pero, como asegura este, las fuerzas del orden pronto pondrán fin a su carrera delictiva, aunque para la opinión pública, especialmente el reportero Fandor y su prometida Helene, este no es más que un chivo expiatorio conveniente, un invento al que culpar de todos los problemas recientes. Intentando conseguir notoriedad, Fandor inventa una entrevista con el temido Fantomas, lo que supondrá  poner en peligro su vida el a de su prometida: usurpando las personalidad del periodista, este pretende  cometer una serie de delitos que supondrán la caída de Fandor y la del propio Juve,  seguramente incapaz de detenerlo. Pero ese policía minúsculo, de gestos neuróticos y aspecto irascible, es mucho más inteligente de lo que Fantomas cree.  O quizá solo tenga un poco de suerte y buenos aliados.



La película es una versión libre del  personaje original, desarrollada con el permiso de Allain, que finalmente no estuvo de acuerdo con el enfoque cómico de la historia. No adapta ninguna aventura previa sino que se trata de un guion original del estilo de la comedia de aventuras, para la que  contaba en los papeles  protagonista con Jean Marais y un Louis de Funes  ya conocido, pero todavía no tan famoso como lo sería a partir del Gendarme de Saint Tropez o La gran  Juerga. Esto hace que el humor gestual de cómico sea algo  secundario y que  Marais tenga más tiempo en pantalla. Y por partida doble, dado que se encarga de interpretar a Fandor y al propio Fantomas. Algo muy bien traído, y donde se aprovecha, no se sabe si de manera involuntaria, ese juego de identidades: si primero el periodista se hace pasar por el criminal, será después este quien usurpe la personalidad del reportero, llegando incluso a robar su vida. Como buen villano clásico, también se le ha antojado quedarse con la novia de este. Aunque por desgracia, el personaje de Helene, al igual que la mujer fatal cómplice de Fantomas, Lady Beltham, tienen una presencia muy anecdótica, un mero apoyo frente a la pareja protagonista.  


Una pareja que gracias al enfoque del guion y la diferencia de celebridad entre ambos,  supone que tienda más hacia la aventura. Donde las secuencias de acción son muy básicas, pero sorprendentemente bien rodadas: la coreografía de Marais peleando contra los sicarios de Fantomas a puñetazo limpio, o la accidentada conducción de un deportivo sin frenos en una carretera de montaña resultan muy efectivos, mostrando que pese a ser una comedia, esta sabe tomarse en serio a sí misma. Y seguramente sorprenda al público reciente si está acostumbrado únicamente a las secuencias de acción posteriores a los ochenta.


El personaje de Fantomas sigue siendo el eje central de la trama: no tanto por su presencia sino por su condición de amenaza permanente, suponiendo este todos los contratiempos que enfrentan los protagonistas. Este se convierte en un antagonista de naturaleza invencible, capaz de adelantarse a los planes de los héroes o superar cualquier obstáculo puesto por ellos. Y que sin embargo, pese a la amenaza que supone, especialmente para Fandor, se plantea como una figura casi benigna: sus crímenes, por retorcidos que sean, se limitan a robos de joyas donde nadie resultar herido y de atracos a casinos vetados para  la gente a de a pie. Y en general, a cometer delitos que, salvo por esos explosivos lanzados de forma aleatoria y absurda, no afecta para nada a alguien que solo debe preocuparse para llegar a fin de mes. Sus planes, grandilocuentes y casi teatrales, acaban resultando tan dignos de admiración como los de Lupin o el contemporáneo de este Fantomas, Diabolik: malvados, pero no tanto.


Este Fantomas supone una película para todos los gustos, y también opiniones: para unos, una adaptación fallida muy lejos del personaje original, donde Louis de Funes hace lo que sabe hacer, si bien más comedido que en sus siguientes apariciones. Para otros, es una comedia de aventuras clásica, dinámica y con un humor que hoy puede verse como amable e inofensivo. Para mí, no podría pedir más a esta mezcla de folletín, de la percha de Jean Marais y de los gestos de deFunes. Además de confirmar lo que ya sabía: prefiero a Fantomas, a Mabuse, a la Sombra Amarilla o al Doctor Nikola antes que a Doc Savage, Tony Stark, o su intento de equivalente real, el fantoche de Elon Musk. Al menos, los primeros no pretenden hacerse pasar por héroes.




jueves, 14 de marzo de 2024

The Poughkeepsie Tapes (2007). El asesino siempre saluda en la escalera

 


Si el objetivo de la ficción en contar una historia, independiente de si usa recursos realistas o no, una de las alternativas que dispone es el emplear un medio tan vinculado a lo real como el documental. Quizá, retorciendo un poco los medios de este para usarlos a su favor, es posible hacer con ellos lo contario para lo que habían sido pensados:  narrar algo que no ha sucedido, presentándolo como si fuera verídico. ...en la mayoría de los casos,  este factor despiste se aprovecha de forma que  no se sepa si  eso ha sucedido o no, como sucedió con El proyecto de la Bruja de Blair. En otros casos, se juega  con el lenguaje  para recrear una historia alternativa, como en Estados Confederados de América. El falso documental (aunque su traducción en inglés, mockumentary, suene mucho mejor) se mueve a menudo en ese campo y a veces, emplea recurso de otro género, tan agotado ya como es el metraje encontrado, para recrear  temas donde precisamente lo inmediato, lo oscuro y lo escabroso tienen un peso importante, como pasa a menudo en el true crime. Una idea que en 2007, pasada ya hace mucho la sorpresa de El proyecto de la Bruja de Blair, pero cuando todavía quedaba lejos la afición masiva por la crónica negra (de la que me declaro seguidora. Algunas de mis mejores liquidaciones surgieron al amparo de las tropelías de Landru), se mezclaban en una cinta donde seguían, aparentemente,  el descubrimiento de los crímenes cometidos  con impunidad por un asesino, en una pequeña ciudad de Nueva York.


El reportaje sobre las cintas de video encontradas en una casa de Poughkeepsie, cientos de cintas domésticas abandonadas por su propietario, describía el descubrimiento de estas por la policía y a partir de su examen, la revelación de algo peor: la existencia de un asesino que no dudaba en registrar todas sus atrocidades y que había campado a sus anchas por toda el área, siendo tan meticuloso a la hora de desarrollar su modus operandi como despiadado a la hora de ejecutarlo.
Mediante distintos testimonios, desde la propietaria de la casa donde estas fueron encontradas hasta los agentes encargados de su revisión,  pasando por familiares de las víctimas e incluso una superviviente, la voz en off del narrador reconstruye  los pasos del asesino, su capacidad para ocultarse a simple vista, de eludir a la justicia y sobre todo, de crear las pistas falsas necesarias para acusar a un inocente, que este sea condenado, y de una forma retorcida, convertir al sistema en asesino y cómplice. Y también, en parte por reflejar esa investigación, o en parte por la curiosidad malsana de su público, se revelará una pequeña muestra de lo que contenían esas cintas.




La estructura de la película emula en todo momento al formato de reportaje televisivo.  No es tanto un documental al uso como un informativo largo, similar a 60 Minutos, o salvando las distancias, uno de los especiales de sucesos de Equipo de investigación. Las entrevistas se intercalan para hacer avanzar la narrativa desarrollada en una trama en la que el relato de los asesinatos  es paralelo a la investigación y el seguimiento de pistas falsas. Esta última, donde describen el juicio paralelo a ese falso culpable preparado especialmente por el criminal, supone  no solo una subtrama bastante interesante que refleja uno de los defectos de la fascinación por el true crime, sino también una manera de caracterizar  a ese asesino al que no se le ve la cara, pero que es posible imaginar como alguien de una inteligencia sobrehumana, pero retorcida, carente de moral y tan aterradora como solo puede serlo  el monstruo que se oculta a simple vista.


Algo me dice que estas no son las cintas de la boda de los cuñados

Pese a su formato  documental,  la cinta consigue  resultar inquietante,  por ese aire de veracidad que mantiene. Sin momentos  excesivamente gráficos, crea una atmósfera de amenaza muy realista, mediante esos testimonios en los que se sugiere lo que han visto los agentes de policía, y sobre todo, el epílogo en el que  la única superviviente es entrevistada. Una idea de  “sugerir y no mostrar” que se consigue a través de secuencias muy cortas de esas supuestas cintas, escenas muy extrañas en sótanos mal iluminados, con máscaras y contrapicados de rostros aterrorizados ( y que curiosamente, serían utilizadas posteriormente para acompañar creepypastas), pero también con la labor de unos actores que desarrollan un trabajo muy creible. No hay caras conocidas, pero estos reflejan el envaramiento propio de quien no está acostumbrados a aparecer  ante una cámara, y su repertorio se centra en mostrarse confuso y afectado.


Debido a lo limitado de la trama, el recurso, hacia mitad del metraje, empieza a agotarse e un poco y cae, por un momento, en lo derivativo: todo es terrible, aterrador e inhumano, y la parte  central donde se explayan  con las tropelías cometidas por ese protagonista al que el espectador no llega a ver empiezan a resulta run poco agotadoras. Una situación que  corrigen adecuadamente con el cambio de enfoque, al centrarse en las labores de investigación, y sobre todo, en un desenlace donde el horror que habían estado sugiriendo durante los primeros sesenta minutos golpea con fuerza, haciendo que   el cierre de esta crónica imaginada resulte desasosegante.

El éxito de la idea radica precisamente en esa mezcla entre metraje encontrado y falso documental, logrado a la perfección. Las actuaciones, bien calculadas, el ritmo y desarrollo de los hechos, que imita a la  perfección los tiempos y recursos audiovisuales de la crónica de sucesos televisiva, o el  emplear elementos analógicos mediante una cintas que sugieren un periodo de tiempo prolongado, y en el que no es posible encontrar solución  en las explicaciones que podrían dar la policía científica actual. Esta hacen que aunque presentado como una ficción, parezca mucho más real y sea posible, en algunos momentos, olvidar que más adelante los títulos de crédito revelarán que todo es una ficción.


Con una premisa tan simple como “un asesino tremendo anda suelto, no tenemos ni idea de cómo detenerlo, y lo que es peor, tampoco sabemos donde se ha metido”, las Cintas de Poughkeepsie juega hábilmente con el formato documental mediante una narración que emplea los recursos de la crónica negra y consigue inquietar con un arquetipo tan básico, pero tan aterrador como esa persona sin rostro, que puede acechar a cualquier inocente. Sin mostrar su presencia, sin dotarlo de una personalidad más allá de sus sadismo e inteligencia, crean una figura imposible de olvidar e incluso de igualar.Salvo por…el carnicero de Rostov. El hijo de Sam. El petiso orejudo. El asesinato de Jinko Furuta, o el caso de Hello Kitty. Es probable que haya alguien ahí fuera que haya superado con creces al asesino imaginario de Poughkeepsie.

jueves, 7 de marzo de 2024

Qué fue de Baby Jane (1962). No es país para viejas

 


El terror no tiene por qué centrar únicamente en lo sobrenatural. Muchos aspectos  de la mente son ya lo bastante aterradores, y en 1960, Psicosis sería una de las producciones que seguiría esa línea donde la frontera entre el terror y el suspense era mucho más difusa. Y donde era posible generar inquietud sin trucos de cámara ni efectos, contando, a menudo, solo con la capacidad de sus actores de transmitir esa sensación de peligro. Una idea que en 1962 Robert Aldrich, con un presupuesto exiguo y contando con dos antiguas estrellas de cine,  ahora lejos de sus días de gloria, no solo reflejaría perfectamente, sino que  se convertiría  de forma involuntaria en una corriente cinematográfica. Después de todo, una de las cosas más inquietantes que puede haber es el paso del tiempo y la pérdida de contacto con este.


Estamos en la actualidad. Al menos, en la de los sesenta, donde nadie se toma ya en serio el código  Hays, al que le quedan muy pocos años en activo, y donde la televisión vive sus momentos de expansión. La pequeña pantalla, necesita da de contenido, recupera viejas películas de los años 30. En las que Blanche  Hudson destacó como  actriz de cine, antes de que su carrera se viera truncada por un accidente tras el que quedó confinada a una silla de ruedas. Ahora, su tiempo transcurre entre ver con nostalgia sus antiguas películas, limitando su vida al piso superior en la casa  en la que vive con su  hermana, quien también conoció el éxito mucho antes. Jane, Baby Jane Hudson, estrella infantil de teatro  quien pronto fue eclipsada por la carrera dramática de su hermana y sus propios problemas con el alcohol, y que ahora  se ve obligada a ser mantenida económicamente por esta, recordando a menudo sus primeros años de éxito y los momentos en los que la pequeña Baby  Jane era quien mantenía a toda su familia. En un entorno cerrado, sin más contacto exterior que una asistenta y unos pocos vecinos curioso por la cercanía de una antigua estrella recluida en su domicilio, la vida de ambas transcurre  en medio de una relación tensa, llena de reproches por el accidente que las llevó a ser apartadas del cine  y de odio contenido. Un polvorín en el que un mínimo cambio, como puede ser la intención de Blanche de deshacerse de la casa familiar, puede  hacer que todo el odio acumulado entre ambas estalle finalmente.



Es difícil pensar en las actrices protagonistas, Joan Crawford y Bette Davis, sin relacionar su actuación con la rivalidad y la tensión existente entre ambas, de la que se dice que llega a estar presente en cada escena al margen de la capacidad interpretativa de ambas. Una situación  en la que las historias sobre el rodaje  llevan a eclipsar un poco  a la propia película, del mismo modo  en que esta llegó a ser más conocida que la novela de Henrry Farrell. Lo cierto es que la elección de ambas a la hora de interpretar sus personajes, e s igual de opuestas. Crawford como Blanche, realiza una interpretación más comedida, recordando cierta dignidad de diva de los años treinta y una severidad que la acompaña en todo momento hasta que la violencia acaba haciendo mella en ella. Su primera aparición como niña, silenciosa y sufridora, parece presagiar la situación que vendrá después y las palabras que la madre de esta pronuncia se convierten en un presagio: un día  ella será el centro de atención de todos.


Davis, en cambio, opta por abrazar al monstruo. Exagera su papel hasta lo grotesco, caracterizada con una peluca de tirabuzones, un vestido de repollo, y un maquillaje excesivo con el que intenta imitar la apariencia de la niña que fue. Esto, acompañado por los gestos de Davis, la convierten en un personaje  monstruoso e impredecible, pero a medida que avanza la trama, es posible  comprobar que no es deliberadamente malvado: su  comportamiento se parece más al de una niña  caprichosa que  no está acostumbrada a ser contrariada, pero que al mínimo problema pide ayuda a la hermana mayor a la que hace un momento maltrataba física y psicológicamente. Una hermana y víctima que como se verá posteriormente, no está libre de culpa y ha retroalimentado igual que ella esa relación fraternal enfermiza.


El peso del guion recae sobre dos aspectos: por un lado, lo femenino. Todos los personajes principales y gran parte de los secundarios son mujeres, donde la presencia de lo masculino es algo casi inexistente y racional, incapaz de intuir nada (como el médico de la protagonista) o inútil y anulado, como el estafador de poca monta que intenta rondar a Baby jane. Se crea un entorno limitado, ceñido exclusivamente al ámbito doméstico, algo todavía eminentemente femenino en la época, pero también opresivo y marcado por esa tendencia a negar la realidad de su protagonista.

Por otro lado, se encuentra la unidad familiar. Desprovista en la mayoría de caso, también, de esa figura masculina (salvo el padre de las  hermanas, y el personaje de Edwin Flagg), y donde se muestran distintos enfoques. Las vecinas, una madre e hija con una relación más sana y complicidad entre ambas, posiblemente el más positivo que se verá en el metraje. En menor medida, Elvira la asistenta (cuya desaparición es denunciada por una pariente cercana), las hermanas Hudson, centro de todo, y como aparición secundaria, la familia compuesta por Edwin Flagg y su madre, quizá un entorno menos violento  pero igual de malsano al sugerir una situación en la que ese hijo único malvive de pequeñas estafas y siendo mantenido por una madre que también parece preferir ignorar la realidad que la rodea. Una serie de grupos que sirven como reflejos, similares y opuesto, de distintos entornos que en algún omento contactan con las protagonistas. Hasta que inevitablemente estas deben salir al exterior y presentarse ante la verdad que han negado…sin que ello quiera decir que vayan a aceptarlo. El desenlace, con Bette Davis bailando en un entorno tan luminoso como una playa a la luz del día, incapaz de asumir lo sucedido, es casi tan aterrador como las escenas en la casa familiar.


Qué fue de Baby  Jane pasó a ser no solo un clásico  y uno de los papeles más memorables de Davis, quien  retomaría roles similares en Canción de cuna para un cadáver o Pesadilla diabólica, sino también el nacimiento de un tipo de guion muy concreto: el de la decadencia psicológica de la vieja gloria, mostrado de una forma mucho más directa de lo que se había hecho en El crepúsculo de los dioses y donde  este toma un cariz terrorífico. Y que, aunque también acabarían convirtiéndose en algo repetitivo, pueden encontrarse título tan interesantes como ese mismo Canción de cuna para un cadáver o Quien mató a tía Roo. Y que no duda en explotar en mayor o menor medida esa fascinación que despierta el deterioro de un ídolo. Ya lo cantaban lo Héroes del Silencio: yo no tengo la culpa de verte caer..

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