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jueves, 9 de octubre de 2025

Le seuil du vide (1972). El otro lado de los subarriendos

 


El escenario, o la ausencia de este, puede convertirse en un elemento  propio del mundo sobrenatural. Si hoy hemos incorporado la idea de los espacios liminales al imaginario popular moderno gracias a las backrooms, esta idea de lo  cotidiano como concepto anómalo viene de mucho antes. El mundo de las hadas, el limbo, el purgatorio, y más adelante,  con la incorporación de la ciencia como elemento fantástico, la cuarta dimensión  daba nombre a ese espacio ajeno al nuestro convertido en lugar de paso entre realidades, o en una localización con sus propias reglas. Un lugar que en el mundo de la palabra escrita sería  fácil de describir  (o de no hacerlo, como   buen espacio no sujeto a las normas de la lógica), pero  que  en un medio audiovisual  parecía más difícil de plasmar de forma adecuada.  Después de todo, ¿Cómo  mostramos lo incomprensible? Una pregunta que una película de los setenta, hoy prácticamente, desconocida, conseguía  responder en parte.


Wanda Leibowitz  es una joven pintora que tras despedirse de su amante, seguramente para siempre, emprende un viaje de Estrasburgo a París con la intención de continuar su carrera artística. En un golpe de suerte, una anciana de aspecto amable  le informa de una habitación disponible en su casa. un cuarto en una mansión antigua, pero con un precio irrisorio  y lo bastante amplio y céntrico  como para trabajar allí. Este,  como  muchas casas señoriales venidas a menos, tiene una puerta cerrada, cuyo uso Wanda desconoce,  pero la advertencia de su casera es tajante: siempre  ha estado cerrada, y debe permanecer así. Una advertencia que  Wanda desobedece pronto, para descubrir que  al otro lado de esa puerta hay un espacio sumido   en la oscuridad, sin coordenadas ni dimensiones medibles,  hacia el que esta se siente atraída. Pero en mundo real se  vuelve también más extraño cuando, tras visitar a un médico, amigo de su familia, encuentra la foto de una mujer cuyos rasgos guardan un extraordinario parecido con los suyos.


La película adapta la novela del mismo nombre de Kurt Steiner, seudónimo de André  Ruellan y publicada en los  años cincuenta por  Fleuve Noir. Un detalle de interés  al tratarse de una colección de títulos populares, donde cabían el policiaco, el fantastique y el suspense  y de un autor que fue traducido al español un par de veces:  el escritor de  La llama y la sombra  ya  planteaba en esta novela corta la idea sobre la irrupción de lo irreal como una fuerza incomprensible en la vida de sus personajes, sin lógica aparente ni desenlaces felices. No he podido encontrar la novela  en la que se inspira este Umbral del vacío, y una lástima porque me hubiera gustado conocer cual era el tono y la explicación a  la trama que  Steiner  planteó inicialmente aunque  de todas formas también colaboró en el guion). En todo caso,  tanto el formato del libro como el estilo del autor da una idea previa de  que la ejecución de su versión cinematográfica será similar: la torpeza y lo irreal acaban haciendo que funcione.

Aunque en su momento contó a un premio a la interpretación  principal en un festival de cine, esta es hoy tan desconocida  como ese galardón que recibió.  No hay  acaras destacadas, su director haría  carrera posteriormente en el cine para adultos, el de dos rombos, no el de subtítulos  en el cineclub) e incluso la realización de esta es muy irregular.  Con una duración de una hora y cuarto, esta tiene un desarrollo muy lento, haciendo que los primeros veinte minutos parezcan interminables y la última media hora, comience a  resolver todo de forma precipitada.  Las interpretaciones, y de ahí lo chocante de ese premio, parecen forzadas y artificiales.  Primeros planos mirando a cámara, diálogos   forzados donde los pronuncian sus líneas en el momento que la trama necesita que algo pase…incluso una situación como la conversación  casual entre la protagonista y un camarero tiene esa actitud forzada, de recitar algo de forma expresa porque será necesaria más adelante.   No faltan secuencias donde los figurantes miran a la protagonista fijamente sin motivo aparente ¿por qué?  Bueno, cosa del cine europeo, que es mucho de planos fijos para reflejar  alguna cosa…o que involuntariamente,  consiguen reflejar ese progresivo enrarecimiento de la atmósfera que rodea a la protagonista.  Casi una aproximación, dentro de sus limitaciones, a La semilla del diablo o El quimérico inquilino, de una manera un tanto patosa pero en la que refleja ese malestar.

Sospecho que La Femme ha visto esta película

La lentitud, la evidente  torpeza en el ritmo, las interpretaciones recitadas, funcionan por esa feliz coincidencia   que también hacía funcionar las películas de Lucio Fulci: porque  lo que se cuenta es  anomalía, es una historia de pesadilla, y las pesadillas no tienen sentido. Es precisamente por esa  sencillez por lo que, el momento en el que lo sobrenatural hace su entrada, funcione.  Este elemento es bastante evidente, aunque en un momento dado el guion parece querer jugar con la ambigüedad entre la locura de la protagonista y la existencia de una amenaza real,  descartándose rápidamente 8º igual de atropellado que su desenlace) a favor del enfoque fantástico. Y en el que  en una película sin  apenas medios, consigue utilizar  estos a su favor para recrear ese espacio ilógico in más  recursos que la oscuridad, la imposibilidad de hallar referencias espaciales en el lugar, un juego de luces y una secuencia filmada en negativo,  mediante  escenarios pintados y en la que deliberadamente  se nota su falsedad. Un limbo recreado de forma artesanal, ciertamente falso,  pero que resulta igual de aterrador y  digno de recordar que  escenas tan poco realista como  el desenlace de El más allá  o la aparición final de el Viyi, y cuyos elementos visuales serían utilizados posteriormente en otras producciones: ahora, el limbo sumido en la oscuridad que  mostraron en Insidious, no parece tan novedoso como sus predecesores.

Le seuil  du vide es una de esas escasas muestras de cine fantástico francés de una época en la que este no destacaba ni  por calidad, ni por la consideración que se le tenía. Sin embargo, la aparente torpeza, lo forzado de las interpretaciones y la ejecución de una trama  en espacios cerrados de forma casi teatral hace que se convierta en una curiosidad, una escasa hora y cuarto que  merece la pena conocer, aunque solo sea por descubrir una historia inquietante, muy propia del fantastique francófono, y en la que juega de forma  inesperadamente  hábil, que no innovadora, con temas como el temor a envejecer, la locura, el paso del tiempo, existencia de espacios entre realidades…y  que los rentistas son una gente tan poco de fiar como en nuestro siglo.



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