El escenario, o la ausencia de este, puede convertirse en un elemento propio del mundo sobrenatural. Si hoy hemos incorporado la idea de los espacios liminales al imaginario popular moderno gracias a las backrooms, esta idea de lo cotidiano como concepto anómalo viene de mucho antes. El mundo de las hadas, el limbo, el purgatorio, y más adelante, con la incorporación de la ciencia como elemento fantástico, la cuarta dimensión daba nombre a ese espacio ajeno al nuestro convertido en lugar de paso entre realidades, o en una localización con sus propias reglas. Un lugar que en el mundo de la palabra escrita sería fácil de describir (o de no hacerlo, como buen espacio no sujeto a las normas de la lógica), pero que en un medio audiovisual parecía más difícil de plasmar de forma adecuada. Después de todo, ¿Cómo mostramos lo incomprensible? Una pregunta que una película de los setenta, hoy prácticamente, desconocida, conseguía responder en parte.
Wanda Leibowitz es una joven pintora que tras despedirse de su amante, seguramente para siempre, emprende un viaje de Estrasburgo a París con la intención de continuar su carrera artística. En un golpe de suerte, una anciana de aspecto amable le informa de una habitación disponible en su casa. un cuarto en una mansión antigua, pero con un precio irrisorio y lo bastante amplio y céntrico como para trabajar allí. Este, como muchas casas señoriales venidas a menos, tiene una puerta cerrada, cuyo uso Wanda desconoce, pero la advertencia de su casera es tajante: siempre ha estado cerrada, y debe permanecer así. Una advertencia que Wanda desobedece pronto, para descubrir que al otro lado de esa puerta hay un espacio sumido en la oscuridad, sin coordenadas ni dimensiones medibles, hacia el que esta se siente atraída. Pero en mundo real se vuelve también más extraño cuando, tras visitar a un médico, amigo de su familia, encuentra la foto de una mujer cuyos rasgos guardan un extraordinario parecido con los suyos.
La película adapta la novela del mismo nombre de Kurt Steiner, seudónimo de André Ruellan y publicada en los años cincuenta por Fleuve Noir. Un detalle de interés al tratarse de una colección de títulos populares, donde cabían el policiaco, el fantastique y el suspense y de un autor que fue traducido al español un par de veces: el escritor de La llama y la sombra ya planteaba en esta novela corta la idea sobre la irrupción de lo irreal como una fuerza incomprensible en la vida de sus personajes, sin lógica aparente ni desenlaces felices. No he podido encontrar la novela en la que se inspira este Umbral del vacío, y una lástima porque me hubiera gustado conocer cual era el tono y la explicación a la trama que Steiner planteó inicialmente aunque de todas formas también colaboró en el guion). En todo caso, tanto el formato del libro como el estilo del autor da una idea previa de que la ejecución de su versión cinematográfica será similar: la torpeza y lo irreal acaban haciendo que funcione.
Aunque en su momento contó a un premio a la interpretación principal en un festival de cine, esta es hoy tan desconocida como ese galardón que recibió. No hay acaras destacadas, su director haría carrera posteriormente en el cine para adultos, el de dos rombos, no el de subtítulos en el cineclub) e incluso la realización de esta es muy irregular. Con una duración de una hora y cuarto, esta tiene un desarrollo muy lento, haciendo que los primeros veinte minutos parezcan interminables y la última media hora, comience a resolver todo de forma precipitada. Las interpretaciones, y de ahí lo chocante de ese premio, parecen forzadas y artificiales. Primeros planos mirando a cámara, diálogos forzados donde los pronuncian sus líneas en el momento que la trama necesita que algo pase…incluso una situación como la conversación casual entre la protagonista y un camarero tiene esa actitud forzada, de recitar algo de forma expresa porque será necesaria más adelante. No faltan secuencias donde los figurantes miran a la protagonista fijamente sin motivo aparente ¿por qué? Bueno, cosa del cine europeo, que es mucho de planos fijos para reflejar alguna cosa…o que involuntariamente, consiguen reflejar ese progresivo enrarecimiento de la atmósfera que rodea a la protagonista. Casi una aproximación, dentro de sus limitaciones, a La semilla del diablo o El quimérico inquilino, de una manera un tanto patosa pero en la que refleja ese malestar.
Sospecho que La Femme ha visto esta película
Le seuil du vide es una de esas escasas muestras de cine fantástico francés de una época en la que este no destacaba ni por calidad, ni por la consideración que se le tenía. Sin embargo, la aparente torpeza, lo forzado de las interpretaciones y la ejecución de una trama en espacios cerrados de forma casi teatral hace que se convierta en una curiosidad, una escasa hora y cuarto que merece la pena conocer, aunque solo sea por descubrir una historia inquietante, muy propia del fantastique francófono, y en la que juega de forma inesperadamente hábil, que no innovadora, con temas como el temor a envejecer, la locura, el paso del tiempo, existencia de espacios entre realidades…y que los rentistas son una gente tan poco de fiar como en nuestro siglo.
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