Es difícil dar una definición exacta del término fantastique. El título hace pensar en el continente, en una atmósfera más marcada por el absurdo y lo extraño que el enfoque que se da a lo sobrenatural en el mundo anglosajón, y la irrealidad que parece estar a un paso de lo c9tidiano. El fantástico continental, especialmente vinculado a los países de habla francesa, y del cual jean Ray es el primer nombre que viene a la cabeza. Pero no es solo el autor de Malpertuis y La ciudad del miedo indecible, sino también Thomas Owen, Gerard Prevot, y también su contrapartida audiovisual durante los sesenta y setenta. Desde la surrealista adaptación de Malpertuis pasando por Le seuil du Vide, a una presencia más sutil como podía serlo la atmosfera de Providence o El año pasado en Marienbad de Resnais. O una producción belga, de nuevo, una de esas películas olvidadas y restauradas hace relativamente poco donde se mezcla lo extraño, el drama psicológico y lo más anodino.

En una mansión de algún lugar de Bélgica, una mujer embarazada se recupera de una crisis de amnesia. Tras ser encontrada en la calle, portando un cuadro del que no puede recordar su procedencia, continúa desde su hogar su trabajo como restauradora, sintiéndose cada vez más fascinada por ese lienzo encontrado, en el que un ave rapaz se posa sobre una mujer inconsciente. Al preocupación por su salud que muestran su marido y su madre aumenta cuando empieza a recordar lugares de esas horas perdidas e insiste, ante la incredulidad de su familia, en que en la desde la mansión abandonada que ve desde su casa, un hombre la observa día y noche.
Bajo el curioso título de Trampantojo, el guion se mueve entre el fantástico y el drama psicológico. El largometraje, únicamente interpretado por cinco actores, refleja un entorno opresivo para su protagonista, en la que se adivina desde el primer momento algún tipo de trastorno (o quizá esa sensibilidad de quien puede percibir otras realidades) favorecido por una situación familiar en ela que el personaje de la madre de esta sirve como reflejo de sus temores y rechazo al exterior. El esposo, interpretado por Max von Sidow (uno de los más prolíficos, sin duda, el más patilargo del cine europeo) se mueve entre la incapacidad de comprender, la compasión y el rechazo q que esta siente hacia él cada vez que muestra sus emociones, o intenta llevar la vida de un matrimonio normal. La personalidad de Anne, interpretada por Marie France Bonin, con su figura escuálida, en la que apenas se adivina el embarazo que el resto de personajes tienen que recordar al espectador, recuerda en su naturaleza paranoica y temerosa a la Mia Farrow de La semilla del diablo o Liv Ullman de La hora del lobo: alguien al borde de la locura, cuya actitud des ignorada pero que esconde cierto grado de certeza.

La caracterización de su protagonista sirve de excusa (así como para incluir un poco de drama realista por sin nos pasamos con lo fantástico) para la aparición de lo anómalo: la figura que la vigila, de cuya realidad el espectador está seguro al ser uno de los personajes secundarios quien lo ve por primera vez, pero se niega en todo momento lo lógico de su aparición ¿cómo va a haber nadie asomándose desde una casa deshabitada hace mucho? Es a partir de esta situación cuando la trama se mueve hacia lo extraño: el tema del cuadro que ha encontrado tiene tan poco sentido como lo que sucede a su alrededor, una de las pistas la lleva a una galería de arte, llamada irónicamente “Second Sight”, la persecución, casi ridícula por lo breve y por el escenario en que transcurre, que esta sufre en una calle completamente vacía. Un elemento que se repetirá en todo momento en la película: no hay ni un solo figurante ni extra, más allá de los cinco personajes. Las escasas cenas exteriores se desarrolla en calles pequeñas y vacías (además de filmar de una forma en la que la actriz parece superpuesta en una pantalla, sin encontrarse realmente en el exterior), así como los planos de la mansión familiar, una casa señorial que tiene su contrapartida en la vivienda deshabitada, ruinosa y llena hasta la bandera de libros y papeles, dando a los momentos previos al desenlace esa sensación de entrar en el terreno de lo onírico.

Es esta irrealidad la cualidad que se mantienen durante todo el metraje, y que hace que este, pese a lo escaso de su contenido, funcione. De un modo muy similar a Suspiria, el valor de este es eminentemente visual, tanto en las tomas del interior de la casa donde juegan con la composición de cámaras y espejos, como en las exteriores, así como su desenlace, una secuencia que no duda en aprovechar ese componente surrealista para cerrar la historia diciendo "mira, interprétalo como quieras”. Una atmósfera acompañada por un ritmo muy pausado en su primera parte, que acaba contrastando con un desenlace en comparación a la parte previa, más dinámico, sin que llegue a acelerarse, y que lo acompañan unas interpretaciones un tanto rígidas, como si las instrucciones proporcionadas por el director fueran “actuad como si estuvierais contrariados, pero estáis intentando que no se os note”.
Trompe-l´oeil, jugando con la superposición entre el drama real, el fantastique, la explicación propia del folletín y el surrealismo funciona, aún en su lentitud, por esa combinación de elementos y del peso de lo visual sobre el contenido, donde los tono opacos del exterior contrastan con la viveza de los rojos y azules de los decorados, restaurados en la versión de Arte TV y de los que resulta extraña esa nitidez y falta de grano setentero al que estamos acostumbrados en las películas de esa década.
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