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jueves, 5 de agosto de 2021

El emperador y sus locuras (2020). Cuando Disney se soltó el pelo

 


Es difícil de hablar de etapas bajas en una productora como Disney, que se han mantenido presente desde hace 100 años (y desde hace algún tiempo, es posible vivir dentro de la compañía), pero esta tuvo sus altos y bajos, cuando los estrenos de Aladdin y El rey León quedaban un poco lejos y Dreamworks despuntaba. Pero, igual que en los ochenta, cuando sus cintas menos conocidas resultaban las más rescatables, en verano del 2000  lanzaron una alocada producción cuyo estilo y animación se alejaba bastante del dramatismo, e incluso de la comicidad más blanca a la que el público se había acostumbrado.



Ese año, El emperador y sus locuras narraba la historia de Cuzco, el joven gobernante de un país dispuesto a cubrir todos sus caprichos. El ultimo supone destruir un pequeño pueblo de montaña donde instalaría su residencia de verano,  sin importar  lo que suceda con sus habitantes, pese a las quejas del representante de estos. Pero ubicar su palacio con piscina se convierte  en la menor de sus preocupaciones cuando Yzma, su consejera, decide avanzar en la jerarquía deshaciéndose del emperador y ocupando su lugar. Aunque su plan para sacarlo de en medio sea objeto de un error y Cuzco sea eliminado no por un veneno, sino por una poción que lo convierte en llama.  Perdió en la selva, y sin tener muy claro lo que ha sucedido, no tendrá más remedio que pedir ayuda a Pacha, a quien esa misma mañana no había dudado en echarlo de su hogar. Y con bastante esfuerzo, quizá consiga adquirir un poco de empatía por los demás.


Frente a otras producciones anteriores, la película opta por un enfoque cómico, y uno muy alocado. Su juego con los anacronismos y los diálogos rápidos. Recuerda mucho a las apariciones del genio en Aladdin, quien sigue siendo el más recordado de todos los personajes de la fábula, y que en este caso esta actitud se ve reflejada en todo el metraje. Los protagonistas, con su diseño y caracterización, son más cercanos a los secundarios cómicos previos que a los personajes principales que el público había conocido anteriormente. Y el tono de esta hace que el problema de su protagonista parezca algo muy poco grave, o más bien, una situación que él mismo ha provocado. Cuzco es un soberano egocéntrico, sin compasión y preocupado por si mismo, hasta el punto de no dudar en castigar a quien “le ha cortado el rollo” tropezándose con él o despachar sin miramientos a todas las candidatas a princesa. Si es traicionado por su consejera, se debe a que esta es despedida sin miramientos. Una actitud  que aunque reprobable y pensada para sentar las bases de la fábula moral de la trama, se plantea de forma tan exagerada, y al ritmo de una canción de Ton Jones, que es imposible verlo como algo serio y no hacer otra cosa que disfrutar de cada situación.  Incluso los antagonistas han sido caracterizados con una actitud más caricaturesca que amenazadora, donde  los venenos se cambian por pociones para transformar en animales, y las trampas del castillo, en un viaje digno de un parque de atracciones donde no falta una iluminación que roza lo psicodélico.


El tono, pese a lo ligero y abiertamente cómico, también es muy distinto a lo que Disney había acostumbrado. El humor es muy alocado, y desde el estilo de Aladdin va acercándose más a los cortos de Tex Avery y la Warner: hay caídas kilométricas, transformaciones, disfraces y porrazos, pero también una gran cantidad de sketchs anacrónicos (del que el mejor, sin duda, sería el restaurante de carretera en el medio de la selva) y de rupturas de la cuarta pared, que el protagonista emplea insistentemente para recordar que esa es su historia, y no la del resto. .


A este humor más alocado y libre se le une también un rasgo de comicidad adulta que, sin ser demasiado evidente, sí sorprende por el enfoque: en la primera aparición de la protagonista se plantea, sin otra lectura posible, acerca de la preferencia por la edad de sus ayudantes, y en concreto de su nuevo asistente Kronk, junto al resto de gags que no dudan en explotar el aspecto huesudo de esta, su carrera laboral y su particular dinámica con su asistente. Que, pese a su papel como secundario del malvado, su desarrollo y momentos en la trama hacen que se haya convertido en uno de los más queridos de la película, incluso por encima del que sería la conciencia y amigo del protagonista.

El emperador y sus locuras es una de las comedias más centradas en su género y con más libertad que Disney había producido en los últimos años. Sin el bombo de los estrenos más conocidos, sin números musicales  cantados por sus protagonista y con u aspecto más anárquico que otras cintas de animación, y aún teniendo el inevitable consejo moral sobre la amistad y mejorar como persona, es imposible no divertirse con ella.

3 comentarios:

Rocío G. Tizón dijo...

Y además, el dibujo era bastante estilizado, tipo Hércules.
Un abrazo.

Anacrusa dijo...

Me recuerda a las producciones de finales de los noventa principios de los dos mil, rollo Atlantis o El Dorado. No sé, será por el humor, algo que ya estaba en otras producciones. O será cierta ligereza de no tomarse muy en serio. ¿El virus Pixar?

Renaissance dijo...

Rocío G Tizón: Sí, de esa época solían variar el estilo de dibujo de una producción a otra, aunque en este se nota que estaban probando cosas nuevas.


Anacrusa: Bueno, Atlantis era más de aventuras que de humor, y tuvo el problema de ser sospechosamente parecida al manga de Nadia, el misterio de la piedra azul (que por cierto, por el rollo folletinesco francés que se traía me encantaba. Parece mentira que fuera de los mismos que Neon Genesis Evangelion). Y lo más divertido es lo poco que se toma en serio: despues de varias producciones tirando a grandilocuentes, con mucho número musical, y quizá demasiado ambiciosas, esta es diversión y absurdo puro.

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