Hacía bastante tiempo que no encontraba, o más bien, no me acercaba a una novela con temática zombies. También es cierto que la presencia de estas se ha ido reduciendo en las novedades editoriales y que es un poco difícil seguir ofreciendo argumentos en los que muchos escritores se limitan a una formula muy escueta de “epidemia-ciudad- supervivientes”. Pero no tienen por qué desaparecer, sino adaptarse, convertirse en una presencia tangencial e incluso regresar a sus orígenes, como sería el del aparecido o resucitado. Algo que Carlos Sisi, después de una saga literaria bastante amplia de zombies, y una carrera posterior más variada, ha decidido utilizar.
El nigromante del título apenas tiene presencia si no es como una amenaza en la pequeña aldea de Entrerríos. La tierra ha empezado a morir, las cosechas escasean y el cadáver de uno de sus habitantes ha sido visto deambular por las inmediaciones de las casas. Miles Steur, el jefe, sabe que los cuchillos y las herramientas del campo poco pueden hacer contra una magia que desconocen y que proviene de una época antigua donde esta, llegó a alcanzar prodigios imposibles. Poco se conserva de entonces, si no es en boca de uno de los escasos herederos de ese conocimiento, y a quien acuden buscando una solución para salvar su hogar. Las posibilidades de lograrlo parecen muy escasas: el causante de los males es un nigromante, un hechicero capaz de resucitar a todo tipo de criaturas muertas y usarlas para su provecho. Con los no muertos avanzando hacia la aldea, un pequeño grupo de hombres decide adentrarse en las montañas e intentar detenerlo.
La historia, a grandes rasgos, se caracteriza por un argumento que, a día de hoy, no podía considerarse más simple: un hechicero, en un entorno hostil o de difícil acceso, al que los protagonistas deben encontrar, bien para solicitar su ayuda, bien para detenerlo. En este caso, sería el último, pero el desarrollo sería muy similar independientemente de las opciones narrativas: la novela es en realidad sobre el viaje de los protagonistas, siendo la situación, su entorno o incluso el villano, aspectos secundarios. En este sentido, una vez la trama principal se pone en marcha, recuerda muchísimo a El Hobbit, siendo incluso la composición del grupo protagonista muy similar: el reparto es bastante coral, teniendo más peso el personaje del jefe del aldea, aunque su presencia no llega a destacar demasiado entre el resto si no es como líder de la expedición, y siendo el resto un grupo con un par de rasgos característicos: la esposa del jefe, también como líder y aportando sentido común y prudencia, el más joven, fascinado por la magia, el más gordo y con mejor humor, el más anciano o el viajero de profesión. Es imposible que, hacia la segunda mitad del libro estos no recuerden a cierto grupo de enanos que se dirigían a una montaña…¿Poco innovador? Puede ¿Copia? De ningún modo: estos tienen su propio mundo y su propia historia que contar, y si esta recuerda a otras previas, es por el bagaje del lector o por las influencias del escritor.
Aunque el peso de la trama recaiga sobre el viaje de los protagonistas, destaca el trabajo que se ha hecho sobre el entorno y escenario de estos. Un trabajo que podría resumirse en no detallar nada, y que funciona por eso: se habla de una aldea, de un bosque y de montañas, podría ser cualquier escenario en la literatura fantástica, pero que en realidad, es el que los protagonistas conocen, del único que se habla durante muchas páginas y que acaba convirtiéndose en el único mundo que se da a conocer al lector. El trabajo que se hace no en describir un mundo, sino en reducirlo al punto de vista que tienen los protagonistas, supone una caracterización muy interesante para estos como grupo, y que provoca un contraste bienvenido cuando uno de los secundarios introduce en su narración la existencia de otras aldeas, ciudades, o que existan idiomas distintos, recibido todo ello con asombro por parte de los personajes principales. Y que, si bien el escenario donde transcurre todo se mantiene tan reducido, y quizá genérico, sí que se le dota en conjunto de una característica propia: la historia, en principio, habla de magia, pero en las referencias a la historia del mundo en que transcurre, donde los personajes hablan de los antiguos, sus conocimientos perdidos, o las estructuras y accidentes geográficos que se conservan de esa época, es fácil que el lector reconozca un trasfondo más cercano a la ciencia ficción, o que lo vea venir desde la tercera página.
Para tratarse de una novela sobre un viaje, el mayor problema con el que cuenta Nigromante es el ritmo. El comienzo es bastante lento, es difícil tomarle el pulso a los primeros capítulos donde los personajes se dedican a reunirse, discutir e ir de un lado a otro, y necesita su tiempo, quizá más del que le correspondería, hasta que esta comience avanzar y pueda decirse que mejora, o que engancha. Podría haber uno más, no relacionado con el estilo ni la narración, sino con la decisión que el autor ha tomado para caracterizar a sus personajes: algunas criticas acentúan de forma negativa la presencia eminentemente masculina y el vocabulario que estos emplean. Personalmente, el que una aldea aislada en un mundo muy distinto, sus habitantes utilicen a menudo expresiones como “hembra” o “quejarse como una mujer” me parece, únicamente, un buen trabajo de caracterización en el que se hace evidente el pequeño mundo en que estos viven, que se va ampliado, transformado por la presencia de la amenaza que deben vencer, y de una forma de pensar que, precisamente, si se hace tan evidente durante muchos diálogos, no es sino para hacer evolucionar a los protagonistas hacia una actitud muy distinta.
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