Es un poco difícil entrar a una serie de novelas una vez empezadas. Bueno, al menos lo es tratándose de una saga con continuidad y creo que a nadie se le ocurriría empezar Canción de hielo y fuego desde Tormenta de Espadas. Pero sí es algo más sencillo cuando, más que una historia, lo que existe en común en cada tomo es un personaje, o el mundo en que se desarrolla. Con estas últimas, además de aportar cierta independencia entre libros, es posible encontrar un punto en el que el argumento, los protagonistas o el estilo se han pulido mucho más que en los primeros tomos.
Este ha sido también el caso de la detective Parabellum, la detective a la que conocí por su segundo libro, Los muertos no pagan IVA (hay que reconocer que, aunque solo sea por deformación profesional, el título prometía) y cuya presentación es El dios asesinado en el servicio de caballeros. Con nombres así, no es difícil suponer que su trabajo es el de investigadora de casos paranormales, pero que, como toda autónoma, un trimestre de IVA le produce más inquietud que cualquier licántropo. Un trabajo más anodino de lo que nadie podría esperar y cuya mayor dificultad, a menudo, es el mantener la naturaleza de su negocio a escondidas de su pareja. O lo era, hasta que, sin recordar como, descubre el cadáver de un dios griego se encuentra en el maletero de su coche, y que, en un mundo donde los panteones mitológicos son tan reales como los hombres lobo, los centauros, las medusas y las valkiryas, es posible que muy pronto estalle una guerra entre facciones mitológicas.
De Verónica Guerra, alias Parabellum, puede decirse a su favor que se trata de una detective muy cercana, pese a su profesión. A menudo los autores de fantasía urbana intentan crear protagonistas con los pies en la tierra, como contrapunto a su entorno, pero acaban cayendo en el cliché de los secretos ocultos y convertir a sus personajes en series únicos, con destinos y misiones que estos desconocían. La detective de Sergio S. Moran, de momento, evita esta situación con éxito, siendo más o menos una persona normal y corriente que cuenta con una familia, amigos y pareja normales, tirando a anodinos y donde solo su trabajo resulta extraordinario. Recopilar información sobre un caso, pagar a tiempo su seguro de autónomos o intentar hacer creer a su pareja que un coche destrozado ha sido cosa de un accidente en carretera y no por la embestida de un minotauro (esto último es bastante sencillo, porque el chico tiene la capacidad de atención de una polilla) son una parte de su vida tan importante como el tener las balas de plata necesarias en su arma. Verónica no es especialmente deslumbrante, ni ágil o fuerte, pero tiene la constancia y la intuición necesaria para alguien que quiera dedicarse a su trabajo. Y mucha sorna a la hora de describir su entorno, despojando a las criaturas sobrenaturales de cualquier halo de misterio o amenaza excesiva que pudieran tener.
Si el segundo libro puede ser bastante como para dar a conocer a un lector nuevo el personaje, y seguramente, para convencerlo a seguir con las aventuras de Parabellum, el primero sí adolece de algunos defectos típicos de una primera novela larga, y sobre todo, del exceso de clichés típicos de la fantasía urbana. El estilo en primera persona no sería uno, ya que precisamente la voz de la protagonista y sus apreciaciones son lo que le aportan tono y carácter a la historia, pero sí da la sensación inicial de querer transitar por caminos muy trillados. No falta un detective paranormal sin un bar habitual, y en este caso, el Rainbow´s Arse es el pub irlandés donde se reúnen todas las criaturas sobrenaturales de Barcelona. Medusas, centauros o minotauros ocultos por hechizos que los hacen pasar por humanos en cualquier entorno, y que quizá por eso, recuerda demasiado al local, un tanto trillado, donde se reunían los secundarios y habituales de la serie Lost Girl. No es un entorno que se extrañe en demasía en comparación con el bar Raimundita que la protagonista frecuentó en su segunda aventura, donde un local de barrio en el que la santa compaña y una xana se pueden tomar un café y un pincho de tortilla resulta mucho más cercano y más propio de los casos que seguirá investigando Parabellum. En cambio, resulta más convincente la trama que desarrolla posteriormente, relacionada con la mitología, la condición temporal de los dioses, y sobre todo, una vinculación bastante ingeniosa con los futbolistas y personajes televisivos que, como reflexiona Verónica, reciben una veneración que no tendría nada que envidiar a cualquier habitante del Olimpo.
El dios asesinado en el servicio de caballeros es en principio la primera de las aventuras de una detective de lo sobrenatural. Una novela con más aciertos que fallos, y a la que, si se ha conocido el personaje con posterioridad, es posible leer a modo de precuela y con la misma cantidad de diversión que sus aventuras siguientes.
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