Thomas Ligotti se ha tomado demasiado en serio su fama de recluso. Hace más de dos años que una búsqueda de resultados ofrece más artículos sobre él que noticias sobre su próximo, no libro, sino al menos, relato. Pero a efectos prácticos se ha ganado el puesto de autor referente y con su propia escuela de seguidores. Probablemente True Detective no habría sido lo mismo sin la sombra del autor de Detroit pululando por las esquinas.
Jon Padgett es uno de ellos. En concreto, editor de una revista dedicada a la obra del primero y además, ventrílocuo profesional. Que aunque en España la actividad nos haga pensar en cosas tan anticlimáticas como Doña Rogelia y las galas de Noche de fiesta, esta siempre se ha percibido como algo anacrónico, de cabaret en vías de extinción, y ciertamente inquietante. Además de muy vinculado a la obsesión de Ligotti con los maniquíes y lo inanimado. Aunque, pensándolo bien, también hay algo estremecedor en aquellos interminables números de cómicos presentados por Jose Luis Moreno, pero ¡Por otros motivos!
La ventriloquia es lo que da título a la primera antología de Padgett. A partir de una afición un tanto extraña desarrolla un grupo de relatos que, salvo por la existencia de un nexo común que anuncian en la contraportada, es difícil encontrarlo si no es avanzando entre las páginas: la ciudad de Dunnstown, El Pantano Cubierto, Kroth el estudioso y el accidente de avión sucedido hace algunos años son el transfondo de una serie de historias independientes donde las ciudades se transforman en algo irreal, los sueños en una realidad paralela de la que es difícil salir, o discernir cual es la que corresponde, y la ventriloquía, en una extraña nigromancia donde el desarrollo de la voz necesaria para animar un muñeco sirve como una herramienta para alterar el entorno. Una mezcla tan variada, y sin intención de coherencia, que se completa con textos, más que relatos, escritos como guías de meditación inspiradas directamente en Eckhart Tolle, cuyo estilo, monótono y casi hipnótico hace que un simple ejercicio de respiración se convierta en una parodia macabra.
El prólogo, donde se presenta brevemente al autor, insiste curiosamente en la ventriloquía pero no como curiosidad, sino su relación con el encontrar una voz, la propia de cada autor y que los hace únicos. Sea voz o tono, aunque también podría considerarse la falta de definición de esta como uno de los problemas de Padgett: su labor como seguidor de Ligotti todavía es muy evidente, y algunos de los relatos parecen demasiado miméticos con los de este. Apreciables, fascinantes para todos aquellos que puedan tener un interés morboso en la descripción de un paisaje extraño, pero que acaba produciendo la impresión de haber leído una imitación bien llevada, casi un fan fiction de un relato existente, y no algo propio. No es demasiado grave teniendo en cuenta que es su primera antología, y que incluso Ramsey Campbell empezó describiendo el valle del Severn e inventando sus propios primigenios antes de lanzarse a escribir por su cuenta.
Breve, quizá demasiado incluso para ser una antología, El secreto de la ventriloquía es un ejercicio interesante. Uno primerizo, pero prometedor y donde es necesaria cierta indulgencia a la hora de comenzar sus primeros relatos. Pero suficiente como para esperar con curiosidad su novela corta, todavía inédita en castellano, y con un título tan prometedor como The Broker of Nightmares.
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