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jueves, 30 de mayo de 2024

Lecturas de la semana. Lo mejor de cada casa


 Han vuelto las colecciones de relatos, porque he adaptado una norma muy simple: si tiene las páginas amarillas por el tiempo, ha sido  publicado por una editorial desaparecida y cuesta menos ce cuatro euros, se viene para casa. Estas, que tampoco se caracterizan por ser muy voluminosas, suelen ser lecturas intermedias entre novelas o antologías más recientes y seguramente, más complejas, y en las que lo aleatorio de la selección parece haber sido el criterio dominante. Pero  encontrar un libro de menos de trescientas páginas a Walter Scott conviviendo con un oscuro autor  pulp, no  es motivo para protestar, más bien al contrario.



A. Van Hageland. Las mejores historias de hechicería. El belga Albert  van Hageland fue publicado varias veces en la coleción Libro Amigo de Bruguera. Sus antologías, traducidas como  Las mejores historia s de fantasmas,  de ultratumba, diabólicas, e incluso de ciencia ficción, incluían una variedad de autores anteriores a 1850 y unos cuentos desconocidos en España, y seguramente, hoy en sus casas también,  de los países bajos. La traducción en este caso de “las mejores historias de hechicería” es un añadido de la editorial, porque la intención de Hageland había sido únicamente reunir trece relatos de esa temática. Y estos, muy cogidos con pinzas. Aunque el prólogo haga alguna mención a magos, brujas y fenómenos sobrenaturales, su presencia se refiere más bien a lo último, y a que el tema brujeríl aparece en menos de la mitad de relatos, curiosamente de forma más evidente en los cuentos francófonos de Odile y La hija del diablo. Estos, contemporáneos a la publicación original, son historias de brujerías donde el punto de vista europeo, muy similar al que podría verse en La máscara del demonio de Mario Bava (hasta es posible imaginar una versión cinematográfica de estos, en colores  chillones o con Barbara Steele poniendo ojos como faros de camión), dotados de un tono trágico y cierta perversidad fatalista.

Las aportaciones anglosajonas son clásicos en su mayoría, como El legado del moro de Irwing, una buena forma de abrir una angiología de magia, o El cuento del espejo misterioso de Walter Scott. Se incluyen relatos  donde inevitablemente, aparecerá lo sobrenatural o la magia: La momia sin nombre, o  El cerco negro de Bron Fane en el que un periodista (seguramente protagonista de alguna serie de  narraciones) se enfrenta a un caso de posesión. Hay barcos fantasma o piezas pulp donde lo mismo  cabe un grupo  de Papua que un malvado mongol como representante del peligro amarillo, junto a una visión mucho más cercana al folk horror, de Robert Bloch. E incluso  la aportación de Eckman-Chatrian que, siendo abiertamente fantástica, presenta una visión mucho más amable y pacífica de aquellos fenómenos que los protagonistas no  pueden comprender.

La selección de Van Hageland leída hoy día, más que ecléctica resulta desquiciada. Queda muy lejos todavía  el Cuentos de brujas victorianas de Peter Hainging o del Bienvenidos al Sabbath de Valdemar… ni se acerca a la calidad de esas antologías, ni lo necesita: es otro tipo de colección, con unos criterios y opiniones muy particulares  que garantizan dos cosas: es muy difícil que ninguno de los relatos se haya leído anteriormente, y divertida, lo es un rato. Si alguien ha querido leer un libro  que  empieza con un cuento romántico clásico, termina con uno de folk horror y pasa por barcos fantasmas y  un señor del crimen mongol que se dedica a trasplantar los cerebros de sus víctimas a n animales de la selva, este es el libro que estábamos buscando.


Christine Bernard. La araña y otros relatos de horror. La Biblioteca Oro de Molino decidió, en vez de asegurar que eran los mejores (me pregunto quien compraría un libro  que anunciara “los peores relatos”…bueno, probablemente yo lo haría), traducir  The Second Fontana Book of Great Horror Stories por el título del primer cuento. Que no es el de Ewers sino de Elizabeth Walter, aunque la araña en su faceta sobrenatural y la analogía entre esta y los depredadores femeninos, también está presente, hasta el punto de preguntarme si  Walter habría leído algo del borrachín de Ewers.  El tono, en cambio, no podría ser más distinto. Diez relatos modernos, al menos cuando se publicó la colección, discretos y muy básicos en sus escenarios, casi todos dotados de un giro final, o en algunos casos, de cierto humor negro. Estos, por su minimalismo y confianza en el giro inesperado, podrían ser perfectamente un capítulo de Alfred Hitchcock presenta o La dimensión desconocida. Incluso el relato de Kingsley Amis, además de ser uno de los nombres más reconocibles de la edición, deriva más hacia la ciencia ficción que al terror.

Del mismo modo, el cuento de Hjalmar Bergman es una historia de venganza en los últimos días de la segunda  guerra mundial en el que el lector  sin encontrar una sola referencia a fechas o nacionalidades, podrá reconocer sin problema. El resto de los cuentos, más cercano a lo sobrenatural, son muy breves, poco ocupan en una antología que no llega a los 200 páginas, y  se aproximan de distinta  forma l fantástico. La brujería, en el caso de  Margaret Irwin,  los cambiaformas en El circo de Satanás de Eleanor Smith, las extremidades con  vida propia de  W. F. Harvey o  la clarividencia  reinterpretada por Joan Aiken, otra de las más conocidas que aparece en el libro pero que tampoco ha sido publicada en español muy a menudo.

La antología, en su intención de ser una selección de “buenos relatos” o frece una  muestra variada del fantástico un tanto clásico de los sesenta, y que hoy resulta  lejano después de  sesenta años de diferencia, y de las renovación y excesos que llegaría en los ochenta. Pero como  recopilación en su momento, no es una mala idea para leer  en el hipotético caso de sufrir nostalgia sesentera…que después de casi veinte años añorando los ochenta, casi se agradece.

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