El pasado viernes se anunciaba el fallecimiento de Narciso Ibañez Serrador. Aunque retirado desde hacía varios años del mundo de la televisión y de las apariciones públicas por motivos de salud, fue uno de los nombres más memorables dentro de la televisión en España. El interminable Un, dos, tres, las tardes con Waku Waku, la severidad de Hablemos de sexo y la más olvidada El semáforo, salvo por el descubrimiento de Cañíta Brava. Pero, sobre todo, y para los aficionados al fantástico, Historias para no dormir.
Para alguien posterior a los setenta, conocer a Chicho Ibañez era hacerlo a través de referencias. Es imposible no haber visto, en algún momento, una de las distintas temporadas de Un, dos, tres. Pero en alguna conversación, cuando todavía era imposible hablar de manera informal e incluso con pasión sobre series de televisión, era probable que alguien dijera "hace mucho había un programa de terror…se llamaba Historias para no dormir. Te hubiera gustado…"era probable que sí, en las escasas ocasiones en que esta, o Mis terrores favoritos tenían un segundo pase en la televisión o en algún canal secundario de TVE (todavía echo en falta el canal Nostalgia en su época de emisión por satélite). A menudo, más que las historias que se retransmitían en el programa, era más recordada la introducción de Chicho, dotada siempre con un gran sentido del humor negro. y de nuevo, gracias a los paseos por librerías de segunda mano, era posible encontrar la revista editada con la misma cabecera, y que contenía relatos cortos de terror, desde clásicos anglosajones hasta algún guión adaptado, y tiras cómicas protagonizadas por enterradores o vampiros. Junto a una curiosa decisión de incluir únicamente publicidad de medicamentos, por lo que entre relato de Clark Ashton Smith e ilustración, era posible encontrar anuncios de vasodilatadores, ansiolíticos y antieméticos.
Hablar de Narciso Ibañez es hablar de una parte de la televisión española, e incluso del cine fantástico nacional, habiendo dirigido La residencia o Quien puede matar a un niño. Pero sobre todo, por su afición al terror, al fantástico, su imaginación y esa capacidad de reírse un poco de lo que al principio nos asustaba.
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