Hubo un tiempo en la que fui una gran observadora de cubiertas. De cubiertas, sobrecubiertas y carátulas de todos aquellos libros y películas para las que todavía era demasiado joven, pero cuyas ilustraciones resultaban fascinantes y facilitaban el que una niña se imaginara qué tipo de historias ocultaban aquellos dibujos de mansiones decrépitas, espectros y cadáveres revenidos. Después me hice mayor, tuve la comprensión lectora suficiente para poder encadenar frases en letra minúscula y libros sin ilustraciones, para alquilar películas, y comprobé que en muchos casos, la calidad o el interés poco tenía que ver con los dibujos que lo anunciaban. Pero algo estaba claro: que aquella labor de ilustrar obras de ficción con dibujos sugerentes y colores chillones como reclamo funcionaba, y probablemente habría muchos lectores cuyos primeros libros de terror hubieran sido adquiridos gracias a estos.
Grady Hendrix era uno de ellos, y decidió llevar a cabo un ensayo sobre la edición de literatura terrorífica durante los setenta y ochenta, en el mercado anglosajón donde cada ilustración de portada destacaba por ser la más sugerente, la más terrorífica o la más chillona, y también la más elaborada, empleándose el trabajo de sus dibujantes para acompañar a autores cuya calidad no llegaría a la de un bolsilibro, o cuyo momento de superventas ha pasado hoy al olvido, pero también para escritores de renombre: donde Graham Masterton o los testimonios de los horrores de Amitivylle compartían edición económica con Richard Matheson y Shirley Jackson. Más de veinte años de historia donde su recopilador habla de publicaciones, clasifica en subgéneros como casas embrujadas, pueblos malvados, mutaciones, experimentos médicos, la posterior derivación hacia los asesinos en serie, y también bastante humor, algo necesario a la hora de enfrentar una tarea que implica recopilar un montón de portadas a veces recargadas, a veces grotescas, un poco hilarantes…y una cantidad de novelas que hacen pensar cómo es posible que existan tantas formas de adorar al maligno y tantas sectas satánicas por metro cuadrado.
El libro, en conjunto, no es tanto un análisis de las tendencias artísticas en el mundo de la ilustración popular como un repaso al de la narrativa que podíamos calificar como Serie B. Autores que, sin llegar al nivel de superventas como King, desarrollaron una carrera estable en el mundo de la literatura de bolsillo. James Herbert, TED Klein y nombres que posteriormente se harían tan conocidos como la saga vampírica de Anne Rice. Y otros, que en España tuvieron una publicación de relleno, como Shaun Hutson, o inexistente, como el caso de William F. Johnstone. Que hasta entonces no tenía ni idea de su existencia pero tras el resumen proporcionado por Grady Hendrix, me limité a pensar que a alguna gente la publicaban porque el papel iba barato y su editor estaba de resaca.
El trabajo realizado por Grady es muy conciso, ciñéndose exclusivamente a esa edad de oro de la narrativa de bolsillo, aportando información muy curiosa sobre las tendencias editoriales, su agotamiento, y su sustitución posterior por los thrillers a raíz de El silencio de los corderos, así como la renovación del terror y la llegada del weird. Pese a su limitación al mundo anglosajón, es una lectura aprovechable para cualquier lector, especialmente aquellos que conocimos muchas novelas y antologías que aquí mencionan de la mano de Martinez Roca y Timun Mas. Además de descubrir un poco una tendencia editorial que aquí era menos conocida: la ilustración artesana y un poco chillona de esos "paperbacks" aquí se vio prácticamente representada por las cubiertas de los bolsilibros, porque en su mayoría, el resto de editoriales parecían fascinadas con los fotomontajes que podían verse en las colecciones de Selección Horror de Bruguera o las portadas de Harry Dickson de Júcar.
Paperbacks from Hell, por desgracia, no cuenta de momento con traducción al castellano. Y, a menudo hace referencia a tendencias y subgéneros que tampoco tuvieron demasiada repercusión en España, si no era por las miguitas que alguna editorial más pequeña podía raspar en cuanto a publicar nombres anglosajones que no jugaban en la misma división que un King o un Koontz en cuanto a ventas. En cambio, con un objetivo tan claro como el de hacer un recorrido por la literatura de kiosko de dos o tres décadas clave para la ficción fantástica popular, el libro resulta un ensayo divertidísimo, además de todo un éxito: además de ediciones especiales recuperando las portadas de los ochenta de algunos libros que se habían quedado en un fondo editorial hasta ahora, Hendrix prepara un segundo volumen, dedicado, en este caso, a la literatura juvenil. Que, por el adelanto, promete ser un ensayo tanto o más desconcertante que el dedicado a sus hermanos mayores.
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