Insidious, como
franquicia, ha aportado dos elementos interesantes: un universo
sobrenatural marcado por una estética muy concreta (y habitado por
unos fantasmas que si no te matan del susto, te ponen la cara del
revés a guantazos), y al grupo de investigadores paranormales
formado por Elise Rainier, Tucker y Specs como protagonistas
definitivos. Y a quien, desde el cierre del segundo capítulo, tal y
como enumeran, acaba por pertenecer la saga. Que, también desde
entonces, sigue un orden cronológico distinto al que se esperaría
el público: en lugar de continuar con casos posteriores, estos
actúan como precuelas relatando los primeros pasos de sus
protagonistas y sus enfrentamientos con lo sobrenatural, además de
centrarse en aquellos casos que afectan personalmente a su
protagonista, desgranando su historia previa.
Si el capítulo 3
solo tocaba de refilón alguno de estos hechos, la última llave se
refiere en exclusiva al pasado de Elise Rainier en el pueblo de Five
Keys, donde creció y tuvo sus primeros encontronazos con el mundo de
lo sobrenatural. Varias décadas de haber huido de su hogar, regresa
cuando el nuevo ocupante de la casa solicita su ayuda ante la
presencia que continúa allí. Pero su vuelta no supone unicamente
reencontrar a los fantasmas que la atormentaron en su niñez, sino a
su familia, quienes, sin saberlo, también pueden correr peligro.
Para ser una cuarta
entrega, sigue manteniendo muy bien los puntos fuertes de la serie,
aún sin contar con la presencia de James Wan. El haber convertido la
franquicia, de una forma muy natural, en los casos de Elise Rainier y
compañía, funciona y le proporciona una gran independencia de una
secuela a otra. Un triunfo que también se debe a la protagonista
interpretada por Lin Shaye, quien aporta carisma al personaje de una
forma muy natural, convirtiéndola en alguien creíble sin tener que
recurrir a una caracterización más estrafalaria. En cierto modo, es
el elemento más cuerdo en un escenario en el que lo sobrenatural
existe, y es un peligro. Además de contar con la contrapartida que
suponen sus dos asistentes, que siempre se mantuvieron entre lo
eficiente y una comicidad un tanto desconcertante cuando el tono de
las entregas está marcado por la seriedad. Y que al menos esta vez,
tiene mucho más peso, quizá demasiado. Pero no queda claro si es
por ser la primera vez en la que estos aparecen durante tanto tiempo
en pantalla, o una concesión a tratarse de su segunda aparición en
orden cronológico. Si van a seguir con la saga, espero que se trate
de lo segundo.
Lejos de contar con
un villano definido, la estética, y quizá los fantasmas de un modo
muy genérico, siguen siendo la característica principal de la
serie, y que junto a sus protagonistas, la que mejor sigue
funcionando. Su atmósfera, en general, es la de un escenario de
terror de manual: aunque previamente establecieron que este puede
tener lugar en cualquier espacio, aquí optan por lo más llamativo
posible,como sería una vivienda habilitada para el personal
trabajador de una prisión de los cincuenta, que ofrece el mayor
número de salas y recovecos posibles (además de una ingente
cantidad de polvo y telarañas. El paraíso de los asmáticos) que a
su vez, sirve de reflejo para las escenas en las que aparece el Limbo
que se ha visto previamente. En este caso, representado mediante los
pasillos de una prisión (que, si bien se sabe que llegó a existir
una, no llega a verse su contrapartida real). Un escenario poblado
por unos espectros cuya presencia se caracteriza por lo físico,
tanto que en algún momento resulta difícil distinguirlos de lo
real, algo que se convierte en uno de los elementos principales de la
trama. Pero que en realidad, van perdiendo terreno frente al diseño
de los demonios que, desde el capítulo 3, se han convertido en los
villanos de cada secuela. Mucho más cercanos a un monstruo que a la
idea que podía tenerse de algo fantasmagórico, también estos se
van perfilando con unos rasgos muy distintos con los que se presentó
al espantajo colorado que hizo sus primeras apariciones en Insidious.
En cambio, esta
podría considerarse como la entrega más floja. Con cuatro
películas, puede empezar a considerarse una franquicia de las
largas, pero en la que han optado por ir a lo seguro. Si las primeras
se caracterizaban por explotar un equilibrio muy difícil entre lo
terrorífico y el provocarle un infarto al público, aquí
directamente han caido en el terreno del susto fácil: cada esquina
alberga un fantasma, y una subida del volumen de la música, por si
hay algún despistado que no se enteró. A partir de la segunda mitad
es casi imposible verla sin estar esperando que salga cualquier
fantasmón de la esquina que esté menos iluminada. Si bien es un
tipo de película al que se va a disfrutar de los sustos, esta no
constituye su mejor logro.
La última llave tiene el riesgo de considerarse un poco más de lo mismo. Hay abuso de lugares comunes, de sustos fáciles y de todo lo que pueda resultar macabro, sin la contención que al menos, procuraban tener sus entregas anteriores. Además, uno de los personajes hace sospechar que de haber un Insidious 5 este supondrá el relevo de Elise Rainier en favor de su sobrina medium. Y teniendo en cuenta que el trío protagonista sigue siendo lo méjor de esta secuela, un cambio en su composición supondrá una decisión bastante difícil.
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