Los fantasmas, si son un elemento que ha aparecido en la narración fantástica desde el principio de esta, el probar su existencia también se convirtió en un objetivo desde que en la era de la razón (sea cual sea esa) muchos de los fenómenos entonces atribuidos a las hadas, al manas en pena y otros seres sobrenaturales encontraran una explicación racional basada en la ciencia. Los fantasmas, como el enigma de lo que pasa después de morir, serian estudiados por quienes querían probar su existencia, bien como un fenómeno físico todavía no explicado, o como la prueba de que quedaba de nosotros algo más que una esquela.
En muchos ensayos se intentaba encontrar esta posible explicación, o la prueba definitiva sobre lo incorpóreo. No so lo reflejaban la manera de pensar de su autor sino también su enfoque de la ciencia según los conocimientos recientes. Estudios donde se e defiende el éter como un elemento, o la electricidad como mayor descubrimiento científico y la apertura de un mundo de posibilidades pueden leerse c hoy con la misma sensación de inocencia y optimismo que las novelas de John Carter de Marte.
Para otros, la figura del fantasma se queda en una curiosidad un mero interés personal mediante el cual recopilar relatos ligados a las leyendas familiares y a los lugares, más una forma de imaginar que pudieran ser reales y de disfrutar de una velada junto al fuego. Dos enfoques distintos, en dos libros que tiene en común la nacionalidad de sus autores: un reputado astrónomo y un escritor de ciencia ficción, franceses ambos, que en un momento de su carrera, decidieron escribir sobre una faceta distinta de lo inexplicable.

Camille Flammarion. Les Maisons Hantées. A través de los testimonios remitidos a Flammarion y mediante el análisis de estos, el astrónomo francés defiende la existencia del alma como entidad separada del cuerpo, así como la permanencia de esta. Distintos fenómenos como la aparición a kilómetros de distancia ante sus seres queridos de aquellos que están a punto de morir, fenómenos extraños en castillos y hogares, poltergeist, personas altamente sensitivas a los fenómenos ultraterrenos e incluso posibles posesiones espirituales son recogidas en un ensayo a través del cual intenta dar una explicación que justifique la veracidad de fenómenos tan improbables y subjetivos como espectros de recién fallecidos que anuncian su muerte, que se aparecen para denunciar agravios e incluso sucesos físicos como ruidos inesperados y objetos lanzados desde la nada.
La carrera de Flammarion como astrónomo y divulgador científico brilla por su ausencia en este ensayo centrado exclusivamente en sus creencias espiritistas, que defiende a capa y espada con poco o ningún argumento c científico más allá de exponer que hay fenómenos que todavía no comprendemos, que el magnetismo es una fuerza física a tener en cuenta en esta clase de sucesos, así como la electricidad fenómeno al que no duda en recurrir a la hora de argumentar en cuanto a hechos inexplicables y descubrimientos recientes (menos mal que no vivió para ver la fisión del átomo. Hubiera alucinado mucho pero no en el buen sentido). Una serie de explicaciones que poco sustento tendrían como argumentos científicos más allá de justificar los testimonios enviados por sus servidores y transcritos e a lo largo del texto. Porque si una señora asegura que un antiguo no vio se presentó en forma astral para despedirse antes de morir, un señor explica que en su casa llovían misteriosamente céntimos belgas o en unas cas a de Coimbra, en un castillo de Calvados o en una habitación de la Auvernia tenían lugar todo tipo de fenómenos extraños, tienen que ser total y absolutamente cierto. No hay ni un solo ápice de escepticismo, ni contraste de los hechos, solo esos testimonios y un profundo a fan de seguir creyendo en lo que expone.

No puedo ver a la tierra lusa como hogar de espectros sino como el de la música pimba
No es un libro para ser tomado como ensayo científico, sino como una lectura bastante amena durante la cual, lo más interesante son esos casos de poltergeist y fenómenos atribuidos a fantasmas. Estos abarcan varios lugares de Francia, siendo uno de los más antiguos hacia 1880 y el más reciente, durante el abandono de París en la Gran Guerra. Otros aportan casos más recientes y en lugares incluso más lejanos, no solo en Portugal sino en ciudades coloniales de Asia. Estos nunca llegan a ser completamente teatrales: ruidos, golpes, objetos que se mueven cuando convenientemente no hay nadie, que sirven de fundamento a eses intento de Flammarion de justificar sus creencias. Una lecturas curiosa, con el mismo valor probatorio que un programa sobre fenómenos extraños emitido por la radio de madrugada pero con la misma validez que este: no son tanto las pretensiones científicas, ni ese tono de divulgación un tanto obsoleto, que lo convierte ya en ficción, sino ese momento de suspensión de la realidad que la lectura de estos casos produce. Además de ciertos momentos involuntariamente cómicos derivados de una mentalidad muy distinta a la actual: para el sufrido testigo de un poltergeist en Indochina, lo peor no ha sido el susto, sino que su asistente salió por patas ¡Con lo bien que cocinaba!

George Langelaan. Diez fantasmas. Langelaan, el escritor anglofrancés conocido por La mosca e Historias del Antimundo (menudo miedo me dio en su día La dama de ninguna parte) se consideraba también un cazador de fantasmas. Pero lejos de buscar estos mediante evidencias, solo aspiraba da conseguir todo tipo de historias sobre ellos, tarea que este libro lleva a cabo recopilando distintas narraciones de Escocia, Irlanda, Inglaterra y Bretaña. Comenzando por una primera anécdota de su infancia, narrada con mucho sentido del humor, en la que su abuelo quitaba hierro a una aparición en el baño de su casa, porque “solo era un fantasma”, los relatos escritos por Langelaan a partir de las historias narradas por conocidos y amigos recogen la figura del fantasma en su acepción mas clásica. Un eco de un suceso traumático que ha marcado un lugar para siempre. Estos, como crímenes pasionales, suicidios, ejecuciones, venganza y duelos a muerte, son las historias recibida en el libro. Muchas, caracterizadas por ese componente tráfico, como todas las leyenda locales. Algunas, no exentas de cierto humor e incluso con la aparición de algún falso espectro.
La primera curiosidad de este libro es el cambio realizado por la edición española: Noguer redujo los Treize Fantômes originales a diez, sin saber a donde han ido los otros tres (¿estarán en el éter?¿los habrá exorcizado un editor?). Una pérdida un tanto fastidiosa cuando no se puede encontrar la edición francesa. Al menos, los diez relatos de los que disponemos compensan esta desaparición. Ya el prólogo, con ese humor, sirve para que Langelaan exponga el comienzo de su interés por lo sobrenatural. No como algo verídico sino por la fascinación que despiertan a todos los que nos gusta que nos cuenten historias. Los relatos siguientes, desde la tragedia romántica en una aldea de pescadores bretona, los fantasmas que habitan todo castillo que se precie o uno sobre salteadores de caminos, cuyo desenlace es muy similar a la leyenda del cazador, la loba y la esposa del castellano. Y en los que es posible ver aspectos comunes según el origen de estos: los fantasma irlandeses son los que sin duda tienen un componente más trágico y fatalista, más marcado por l o pasional y lo inevitable. Escocia será el ligar dela nobleza, las traiciones y los duelos. Pero todos siguen eses estilo informal, donde presentan el escenario, a su narrador, generalmente un a anfitrión y esa historia ligada al lugar o a la familia.
Algo así como una guía de viajes de lugares reales y hechos imaginario, sonde la existencia o no de los fantasmas no es importante: estos serán reales en la medida en que su historia siga siendo narrada y escuchada.
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