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jueves, 8 de mayo de 2025

El barón fantástico (1961). La Luna es de los soñadores

 


En cualquier producción reciente, lo mínimo que es espera es que los efectos especiales sean realistas. Que los ejércitos  parezcan de verdad, que  podamos contar las escamas de los dragones, y que  en las explosiones se distingan  hasta el cascote más  pequeño. Una  exigencia de hiperrrealismo no  sabemos si relacionada con que  lo que  nos cobran  por  la entrada esté justificado, o  con que   sorprender al público es cada vez más difícil. Y que en el cine de  bajo  presupuesto tiene su contrapartida en los efectos digitales  creados  con poco más que el Movie Maker del móvil. El uso de lo digital (en este último caso, en mi opinión carente del más mínimo de esfuerzo, como buena consumidora en su día de muchas cintas de videoclub), ha hecho que el valor de muchas películas recientes  sea la presencia de efectos  ”artesanales”, donde de algún modo, lo mecánico   sea algo tan tangible como los actores con los que comparten plano. Lo artesanal, la importancia no de lo realista  sino de la capacidad de reflejar la realidad de forma creativa, es algo que muchas veces se convierte en algo más importante que esa sensación de realidad aumentada que el cine parece buscar a menudo. Una creatividad  que  muchos animadores,  especialmente  los que pudimos conocer  del otro lado del Telón de acero, han tenido en cuenta. Si  Jan Svankmajer es el primer nombre que  viene a la  cabeza, en este caso  Karel Zeman también utilizo la animación para recrear  las aventuras de un personaje para el que la veracidad siempre fue algo muy sobrevalorado:  el militar, estratega y hombre de mundo, el  Barón Munchausen.


Cuando el hombre llegó a la Luna, descubrió que no era el primero: allí lo esperaban el profesor  Barbican,  Cyrano de Bergerac y el Barón munchausen, quienes ya habían soñado con llegar al satélite mucho antes  que la ciencia diseñara el primer cohete. Sorprendido por la presencia de un personaje embutido en un traje espacial, el barón,  confundiéndolo con un selenita, decide  llevar a Tonik, el sorprendido astronauta, de vuelta a la tierra e instruirlo sobre todo lo que necesita saber del planeta. Su regreso no será el hogar de Tonik, sino el mundo conocido por el barón, en el que una visita al sultán de Turquia se saldará  con el rescate y  huida con  Bianca, una joven cautiva en el harén del gobernante,  donde un viaje en barco terminará en  un naufragio,  una visita a las profundidades del mar, así como del interior de una ballena capaz de alojar varias embarcaciones en su tripa, y su llegada a un castillo asediado  por el enemigo.  Mientras,  Tonik  y el Barón intentan  conquistar a Bianca,  quien   para sorpresa de este último, muestra más preferencia por el visitante de la Luna que por el héroe conocido en todo el globo terráqueo.



La película adapta de forma muy libre las aventuras del personaje de Raspe, conocido por  su capacidad fabuladora y hazañas como sobrevolar las líneas enemigas a lomos de una bala de cañón, un capítulo que no faltará en esta versión de Zeman. Al igual que Alicia,  o Peter Pan,  este se convierte en la personificación de una idea: en este caos, la fabulación, la capacidad de inventar,  la fantasía frente a la razón y la lógica. Una idea que está presente en toda la trama, desde la llegada de su protagonista a la Luna, donde se establece que si bien el hombre han podido poner un pie sobre ella, esta ya había sido conquistada por los soñadores, representados por los personajes de Verne o el propio Barón, o como se muestra en el desenlace, los enamorados.


Esta mantiene en todo momento ese tono de ensoñación, muy inocente, donde la supuesta  rivalidad por el afecto de Bianca  es poco menos que una anécdota (o más bien, una competencia únicamente en la cabeza del barón, atónito ante la posibilidad de ver rechazados sus encantos). Y que se olvida pronto en favor de la última aventura de este:  tras  haber recorrido océanos, incluso surcar los cielos  atrapado en las patas de un ave Roc, retoma sus hazañas militares en el castillo que servirá de escenario a la última parte de la película.


Este constituye uno de los últimos escenarios en una trama concebida de forma episódica,  donde se suceden la llegada a la luna, el palacio, la huida en una embarcación y  el momento donde el protagonista, por un solo tornillo (como muestra el gag), no consigue inventar la navegación a vapor.  Una serie de situaciones ilustradas mediante stop motion y  gravados, extraídos en su mayoría de las ilustraciones de Doré  e invirtiendo la coloración  con una técnica similar a la empleada en el cine mudo donde precisamente, la intención no es mostrar algo fiel, sino el carácter artístico de unas secuencias que sirven de marco a una narración muy cercan al cuento de hadas, donde la realidad  tienen tan poco cabida como en las historias que narra el barón a lo largo de la cinta. Porque esta, en gran parte, se centra en lo visual,  con más presencia de los monólogos que los diálogos,  sobre todo los pronunciados por  Milos  Kopecký como Barón. Y donde, a través de los escenarios, es inevitable no reconocer la técnica, e incluso algún dibujo, que los Monty  Python utilizarían posteriormente.

Seguramente, las aventuras de este barón fantástico sean también más conocidas por la reinterpretación del personaje que dirigiría Terry Gillian. Pero, donde este reflejaba  una oposición más cruda entre la fantasía y una realidad casi despiadada, la  película de Zeman muestra un enfoque más centrado en esa capacidad de ensoñación, en la poesía de las imágenes, y en ese futuro casi brillante que su desenlace sugiere.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

Otra más que no he visto. Qué buena pinta tiene. De la nueva ola checoslovaca me he visto algunas, las que más me gustaron fueron "El incinerador de cadáveres", "Valerie y su semana de las maravillas" y la fumada de "Las margaritas". Normal que la URSS los acabara invadiendo xD. Si quieres salir del clásico gótico europeo de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra y Bégica, Checoslovaquia tiene buenas pelis.

Renaissance dijo...

De momento, mi plan para el viernes es buscar la película del Incinerador de cadáveres XD.
Tampoco tengo muy controlado lo que se hacía en Europa del Este , más allá de los pocos recuerdos que me quedaran de las películas que echaban en La linterna mágica ..bueno, y la versión del Viyi, con la mejor escena de monstruos que he visto nunca.
Esta versión del Baron Munchausen es sencillamente entrañable. Mucho más para todos los públicos, es fácil ver de donde cogió Terry Gillian muchas referencias, y la verdad, con el plan quinquenal que llevamos, un mensaje esperanzador que falta nos hace XD.

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