En muchos casos, la literatura popular aguanta bastante mejor el paso del tiempo y si no, es un reflejo muy fiel de lo que preocupaba o interesaba a la gente hace ya más de cien años. Generalmente pensamos en el folletín (especialmente, en Francia y su profusión de enmascarados y túneles subterráneos), y en el optimismo y sencillez del pulp. Pero las publicaciones británicas de finales del siglo XIX supusieron un referente posterior para el género de aventuras, y la aparición de una serie de personajes que, bien, por su nombre propio o por sus características, influirían en la ficción posterior.
Bajo la apariencia de un hombre despreocupado y sin más intereses que el cricket, se esconde, en Arthur J. Raffles, un consumado ladrón que se toma cada uno de sus delitos como una mera estrategia deportiva. En el momento de la narración de sus aventuras, este se encuentra a compañado por Harry Bunnny Manders, un antiguo compañero de escuela, caído en desgracia y al que este salva del suicidio ganándose un cómplice y un narrador de sus hazañas. Estas, para desgracia de Manders, ahora convertido en cómplice a su pesar, consisten en distintos golpes en los que los robos se llevan a cabo en entornos en los que nadie sospecharía de su autor. Reuniones de aficionados al cricket, clubes sociales e incluso un viaje en barco. Pese a la reticencia de su socio a ser partícipe, estos se caracterizan por cierto sentido de la justicia: Raffles nunca se manchará las manos de sangre inocente y en muchos casos, sus víctimas han conseguido sus fortunas mediante delitos peores que el robo.
Reconozco que el nombre de Raffles me sonaba al principio por el personaje de 13 Rue del Percebe y no por el original de Hornung, desarrollado a partir del arquetipo de caballero ladrón que, si bien para el público será mucho más conocido mediante Arsène Lupin, sería la referencia que Maurice Leblanc utilizó para su personaje.
El autor crea, a lo largo de varias narraciones (el libro, The Amateur Cracksman es una recopilación de textos cortos, y en el que abarca la historia completa), una especie de reflejo delictivo de Sherlock Holmes: igual de brillante, este cuenta con un asistente y narrador, así como un agente de las fuerzas del orden que aparece de forma recurrente. Salvo que Raffles es mucho más pragmático, menos cerebral pero también más amoral. Su relación con Manders es mucho más desigual, tratándolo a menudo con ironía y condescendencia mientras este, en muchos casos, se ve como una víctima de las circunstancias arrastrado al delito. Del mismo modo, Mackenzie es eses policía que jamás logrará capturarlo. Esta personalidad no está libre de tener una parte más positiva. Raffles es capaz de reconocer el valor y la ayuda que su socio le presta, no duda en ayudar a aquellos que se han visto obligados a cometer un delito llevado por la desesperación o la codicia de otros, como en A Willful Murder. E incluso, pese a delinquir sin violencia, es capaz de vengarse de enemigos tan despiadados como el noble italiano que en uno de los capítulos, asesina a la mujer que ama. Esta última situación es al que muestra el lado más humano del protagonista, y también el más cargado de emotividad y defectos, formando parte de unas serie de relatos que mantienen cierta continuidad entre sí. A lo largo de cinco historias, en las que Hornung hace desaparecer a su personaje de una forma similar a Holmes en las cataratas de Reichenbach, desde The Gift of the Emperor, Non secure, Jubilee Present y The Last Laugh. A lo largo de estos, tras ser descubierto como culpable en un crucero, su estancia en un pequeño pueblo de Italia, y su enemistad con un conde que mantiene relaciones con la Camorra.
Esta trama, además de contrastar con los primeros relatos, independientes entre sí y con un carácter más autoconclusivo, refleja esa visión exótica que parecen tener en la isla de su continente vecino: Italia aparece como un lugar pacífico, pero demasiado simple, quizá poco ambicioso en comparación con la eficiente Inglaterra, que no está libre de costumbres un tanto bárbaras y peligrosas para los ciudadanos del Imperio británico como esos miembros de la Camorra que se infiltran en territorio inglés para llevar a cabo su venganza. Del mismo modo, la mujer de la que Raffles se enamora (su pérdida supone el punto de inflexión y comienzo en una evolución del personaje) es una joven italiana, mucho más libre que las damas inglesas que describe en comparación, y en especial, de la mujer con la que se compromete posteriormente, y cuyos planes para liberarse de ese potencial matrimonio constituyen una de las últimas aventuras, en las que mantiene un tono más cómico.
El carácter anti heroico del personaje choca con el destino que Hornung decide darle: este, alistado en la segunda guerra de los Boers, fallece en el campo de batalla no sin antes desenmascarar a un espía enemigo. Un final aparentemente redentor que poco tiene que ver con el Raffles de los primeros relatos aunque seguramente desconcierte, por el tono e intención, al lector actual: nos siguen engañando en muchos casos, pero ahora, por suerte, lo de morir por la patria ya no cuela. Un final que no impediría que, al igual que Holmes, este reapareciera en novelas posteriores, siendo el personaje más famoso de Hornung. El paralelismo con el detective no termina aquí, ya que ambos autores no solo no solo crearían unos personajes que pueden verse como reflejos opuestos, sino que se conocían y eran nada menos que cuñados. No sé cómo se llevarían ambos, pero me gusta pensar que esta ha sido el primer “quita que lo hago yo” entre hermanos políticos del que hemos sacado algo bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario