El cine evoluciona, a nivel estético y de contenido, junto con su público. El terror, el suspense, y todo aquel que se separe un poco del realismo, también. Aunque determinados elementos prevalecen, adaptándose a ese cambio y convirtiéndose en cierto modo, en un reflejo de cada época. Si los monstruos los que consideramos clásicos han sido objeto de esa adaptación al medio, también lo han hecho otros elementos presentes en el género. Uno de ellos ha sido la máscara: esta sirvió para ocultar la identidad del malhechor, pero también para esconder la monstruosidad física, no necesariamente moral…que con el tiempo se convertiría en en el rasgo más reconocible de los asesinos en serio que con los años, sustituirían a los monstruos que conocía el público.
Fue precisamente en una época en la que estos cambios empezaban a aparecer en pantalla, comenzando a olvidar los monstruos y escenarios conocidos, cuando una producción francesa recurría a estos últimos coletazos de los clásico para contar, a través de estos, una historia que quizá más más moderna, pero que se movería entre ese mundo conocido, en vías de dejar paso a lo nuevo, y el cambio que se avecinaba.
Adaptando una novela corta de Jean Redon, este guion de Boileau y Narcejac cuenta con un punto de partida que sorprende por su simpleza: el arquetipo de científico loco, quien su obsesión por conseguir restaurar una tragedia personal lo lleva a traspasar los límites de la legalidad y al ciencia. La estructura hoy conocida, en al que una sucesión de crímenes da paso a la explicación de su motivo y la consecuente detención o muerte de su autor, se reinterpreta en este caso de forma en al que se da a conocer una parte de los hechos: la película comienza con una secuencia nocturna a en al que la ayudante del doctor se deshace del cadáver que harán pasar por su hija. La trama, a partir de entonces, se centrará únicamente en el mostrar el modus operandi de la pareja formado por el Doctor Genessier y Louise para conseguir material para sus operaciones. La sucesión de victimas como parte de la historia se ve aquí sustituida por la filmación con todo detalle, del proceso de caza que ambos llevan a cabo, así como del procedimiento quirúrgico que no dudan en mostrar mediante una secuencia rodada con lentitud y detalle. Una situación, precedida por la escena en la que se muestra el rostro desfigurado de Christiane, que recrea el proceso de extracción de esa nueva cara para su hija, en una secuencia tan directa que si bien hoy parece de lo más simple, en 1960 supuso un problema con la censura. El tiempo dedicado a este proceso sirve para establecer el tono de la película, muy pausado, y que refleja lo que supone cada intervención del doctor: la captación de una víctima, un complejo procedimiento quirúrgico y el sufrimiento de su hija, para quien se supone que es todo el sacrificio pero que ella misma se reconoce d como una víctima ´más de un personaje megalómano, incapaz de asumir un fracaso personal y que establece sus relaciones mediante la jerarquía y la lealtad ciega. Christiane, dada por muerta, está sometida a un encierro del que solo podrá salir una vez su padre tenga éxito. Louise, su secretaria, le obedece ciegamente al deberle su rostro gracia a una operación exitosa, ocultando las cicatrices con un grueso collar que servirá de indicio para que la policía involuntariamente, ponga en manos del doctor una nueva víctima. incluso Jacques, novio de su hija, no es más que un médico a su servicio. Es a partir de los diálogos entre estos mediante los cuales se podrá con9ocer la situación previa, tal y como la responsabilidad del doctor en el accidente o la existencia de varios intentos previos de recomponer su rostro.
Esta película se encuentra a caballo entre lo clásico y el enfoque moderno que empezaba a verse. Era la época en la que los monstruos de la Hammer sustituirían a los de la universal, cuando Psicosis supondría un antes y un después en el cine de sus pensé pero también cuando Mario Bava presentaba su reinterpretación de la bruja con La máscara del demonio. Los ojos sin rostro juega de la misma forma con la figura del mad doctor, sin escatimar secuencias escabrosas, pero a la vez con un escenario tan clásico como la mansión en al que este lleva a cabo sus experimentos y donde transcurre gran parte de la trama. A través de escenarios decorados con muebles propios dé otra época, de grandes escalinatas, de pasadizos y espacios abiertos que contrastan con las secuencias urbanas, de planos más cerrados y escenas más bulliciosas, se mueve unos de los personajes principales: Christiane, interpretada por Edith Scob que oculta en todo momento su cara mediante una máscara que pretende reproducir sus rasgos, pero carece de expresión a haciendo que esta solo pueda manifestar su estado de ánimo mediante su minada y sobre todo, su expresión corporal. Esta, ataviada en todo momento con vestidos blancos y vaporosos, le dan un aspecto fantasmagórico (y que la fotografía en blanco y negro, muy contrastada, se encarga de resaltar), desplazándose mediante movimientos lánguidos, muy exagerados, que la convierten una criatura extraña, casi un fantasma en ese caserón pero también en una figura cargada de simbolismo: la última escena del personaje, desapareciendo en el medio de la noche acompañada de los pájaros ha los que ha liberado de su jaula, es más propia del fantastique, de un relato donde lo irreal tiene un mayor presencia, que de una película de suspense al uso donde, seguramente, al policía habría sido un poco más perspicaz que esos dos agente que no dudan en descartar cualquier pista. De este modo, la historia se salda de una forma más poética y personal, con al liberación de las dos últimas víctimas y el final del médico a manos, de forma indirecta, de su propia hija por la cual había sacrificado varias vida, así como la de ella misma.
Pese a la simpleza del argumento, al menos en apariencia, la carga simbólica de esta y el impacto de sus imágenes supusieron una influencia para el cine posterior. La máscara de su protagonista, sencilla pero inquietante en su inexpresividad, sería una referencia en la de Michael Myers. Guillermo del Toro la reconoce como una de sus películas favoritas y La piel que habito, de Almodovar, se inspira más en Los ojos sin rostro que en la novela de Thierry Jonquet que adapta. Incluso Billy idol la usaría como inspiración para su canción del mismo nombre.
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