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jueves, 13 de marzo de 2025

Los ojos sin rostro (1960). Los límites de la ciencia

 


El cine evoluciona, a nivel estético y de contenido, junto con su público.  El terror, el suspense, y todo aquel que se separe un poco del realismo, también. Aunque determinados elementos prevalecen, adaptándose a ese cambio y convirtiéndose en cierto modo, en un reflejo de cada época. Si los monstruos los que consideramos clásicos han sido objeto de esa adaptación al medio, también lo han hecho  otros elementos presentes en el género.  Uno de ellos ha sido la máscara: esta sirvió para ocultar la identidad del malhechor, pero también para esconder la  monstruosidad física, no necesariamente  moral…que con el tiempo se convertiría en en el rasgo más reconocible de los asesinos en serio que con los años, sustituirían a  los monstruos que  conocía el público.


Fue precisamente en una época en la que estos cambios empezaban a aparecer en pantalla, comenzando a olvidar los monstruos y  escenarios conocidos, cuando una producción francesa recurría a estos últimos coletazos de los clásico para contar, a través de estos, una historia que  quizá más  más moderna, pero que se movería entre ese mundo conocido, en vías de dejar paso a lo nuevo, y el cambio que se avecinaba.



El doctor Genessier es un brillante cirujano  que ha sido tocado por la tragedia. Viudo, este pierde a su hija poco después de que esta quedara horriblemente desfigurada en un accidente de tráfico. Un  golpe doloroso para un médico especializado en la recuperación de tejidos y cicatrices, pese a lo cual, no pudo librar a su hija de las marcas que la atormentaba n y al habían llevado a alejarse del resto del mundo. Refugiándose en el trabajo  de su clínica junto a Louise, su secretaria, y Jaques, el prometido de su hija, la entereza con la que ha asumido su perdida es solo una fachada. En un quirófano construido en su mansión, el doctor intenta  una y otra vez conseguir un rostro nuevo par a su hija, dada por muerta, quien soporta una y otra vez las operaciones fallidas  mediante las que su padre intenta trasplantar la piel de distintas jóvenes, de rasgos similares a los suyos, sin que hasta la fecha estos hayan tenido éxito. Christiane, desesperada, se somete a cada operación  sintiéndose como un sujeto más de unos experimentos obsesivos que solo conducen a la muerte de inocentes. Y la  policía ha empezado a ser consciente de los rasgos que comparten las jóvenes que han estado desapareciendo  los últimos meses.


Adaptando una novela  corta de Jean Redon, este guion de Boileau y Narcejac cuenta con un punto de partida que sorprende por su simpleza: el arquetipo de científico loco, quien su obsesión por conseguir  restaurar una tragedia personal lo lleva a traspasar los límites de la legalidad y al ciencia. La estructura  hoy conocida, en al que una sucesión de crímenes da paso a la explicación de su motivo y la consecuente detención  o muerte de su autor, se reinterpreta en este caso de forma en al que se da a conocer una parte de los hechos: la película comienza con una secuencia nocturna a en al que la ayudante del doctor se deshace del cadáver que  harán pasar por su hija. La trama, a partir de entonces, se centrará únicamente en el  mostrar el modus operandi de la pareja formado por el Doctor Genessier y Louise para conseguir material para sus  operaciones. La sucesión de victimas como parte de la historia se ve aquí sustituida por la filmación con todo detalle, del proceso de caza que ambos  llevan a cabo, así como del procedimiento quirúrgico que no dudan en mostrar mediante una secuencia rodada con lentitud y detalle. Una situación, precedida por la escena en la que se muestra el rostro desfigurado de Christiane, que  recrea el proceso de extracción de esa nueva cara para su hija, en una secuencia tan directa que si bien hoy parece de lo más simple, en 1960 supuso un problema con la censura. El tiempo dedicado a  este proceso sirve para establecer el tono de la película, muy pausado, y que  refleja  lo que supone cada intervención del doctor: la captación de una víctima, un complejo procedimiento quirúrgico y el sufrimiento de su hija, para quien  se supone que es todo el sacrificio pero que ella misma se reconoce d como una víctima ´más de un personaje  megalómano, incapaz de asumir un fracaso  personal y que establece sus relaciones mediante la jerarquía  y la lealtad ciega. Christiane, dada por  muerta, está sometida a un encierro del que solo podrá salir una vez su padre tenga éxito. Louise, su secretaria, le obedece  ciegamente al deberle  su rostro gracia a una operación exitosa, ocultando las cicatrices  con un grueso collar que servirá de indicio para que la policía involuntariamente, ponga  en manos del doctor una nueva víctima. incluso Jacques,  novio de su hija,  no es más que un médico a su servicio. Es a partir de los diálogos entre estos mediante los cuales se  podrá con9ocer la situación previa, tal y como la responsabilidad del doctor en el accidente o la existencia de varios intentos previos de recomponer su rostro.


Esta película se encuentra a caballo entre lo clásico y  el enfoque moderno que empezaba a verse.  Era la época  en la que los monstruos de la Hammer  sustituirían a los de la universal, cuando Psicosis supondría un antes y un después en el cine de sus pensé pero también cuando Mario Bava  presentaba su reinterpretación  de la bruja con La máscara del demonio. Los ojos sin rostro   juega  de la misma forma con la figura del mad doctor, sin  escatimar  secuencias escabrosas, pero a la vez con un escenario tan clásico como la mansión en al que  este  lleva a  cabo sus experimentos y donde transcurre gran parte de la trama. A través de escenarios  decorados con muebles propios dé otra época, de grandes escalinatas, de pasadizos y espacios abiertos que contrastan con las secuencias urbanas, de planos más cerrados y  escenas  más bulliciosas, se mueve unos de los personajes principales: Christiane,  interpretada por Edith Scob que oculta en todo momento su cara mediante una máscara que pretende  reproducir sus rasgos, pero carece de expresión a haciendo que esta  solo pueda manifestar su estado de ánimo mediante su minada y sobre todo, su expresión corporal. Esta, ataviada en todo momento con vestidos blancos  y vaporosos, le dan un aspecto fantasmagórico (y que la fotografía en blanco y negro, muy contrastada, se encarga de resaltar),  desplazándose mediante movimientos lánguidos, muy exagerados, que la convierten una criatura extraña, casi un fantasma en ese caserón pero también  en una figura cargada de simbolismo: la última escena del personaje, desapareciendo en el medio de la noche acompañada de los pájaros ha los que ha liberado de su jaula, es más propia del fantastique, de un relato donde lo irreal tiene un mayor presencia, que de una película de suspense  al uso donde, seguramente, al policía habría sido un poco más perspicaz que esos dos agente que no dudan en descartar cualquier pista. De este modo, la historia se salda de una forma más poética y personal, con al liberación de las dos últimas víctimas y el final del médico a manos, de forma indirecta, de su propia  hija por la cual había sacrificado varias vida, así como  la de ella misma.


Pese a la simpleza del argumento, al menos en apariencia, la carga simbólica de esta y el impacto de sus imágenes supusieron una influencia para el cine posterior. La máscara de su protagonista, sencilla pero inquietante en su inexpresividad, sería una referencia  en la de Michael Myers. Guillermo del Toro la reconoce como una de sus películas favoritas y  La piel que habito, de Almodovar, se inspira más en Los ojos sin rostro que  en la novela de Thierry Jonquet que adapta. Incluso  Billy idol la usaría como  inspiración para su canción del mismo nombre.


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