Nada
menos que 35 años se cumplen de una de as sagas más memorables y
más breves de los ochenta. Tres décadas, rumores desmentidos sobre
una tercera parte y un reboot que quizá tuvo peor recibimiento del
que merecía, al que ahora hay que sumar un nuevo anuncio de
esa secuela. Suficiente tiempo como para creérmelo cuando lo vea y
de momento, seguir disfrutando con la pirmera.
Los
cazafantasmas son un grupo de científicos, interesados en la
parapsicología, que tras ser despedidos de la universidad,
encuentran la oportunidad que habían estado esperando: la prueba
definitiva de la existencia de los espectros, la posibilidad de
capturarlos y de paso, el poder empezar un lucrativo negocio
dedicándose a la expulsión de entidades sobrenaturales. Pero la
actividad paranormal que se manifiesta sobre Nueva York parece ser el
preludio de algo mucho peor: manifestaciones demoniacas, la
proximidad del fin del mundo…y un funcionario del ayuntamiento muy
cabreado además de competente.
De
la película lo más recordado es su grupo protagonista: las
personalidades de Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie
Hudson que desarrollan unos personajes cínicos, asombrados,
sesudamente científicos y el que podría ser el ciudadano de a pie.
Quizá este último es el que menos destaque, pero también es el que
fue concebido como representación del público que asistía a la
película y participaba de las aventuras de estos. Los tres primeros,
conocidos previamente por su papel de cómicos, se adueñan de sus
personajes, sin resultar histriónicos ni limitarse a repetir gags.
Es curioso que en una comedia haya un alivio cómico, pero en este
caso existe y es el contable interpretado por Rick Moranis, que en
una serie de apariciones secundarias aporta varios momentos
humorísticos a costa de todos los clichés habidos y por haber sobre
los contables (la mayor parte de ellos, infundados. Conozco a varios
y son una gente francamente simpática)….y de las posesiones. Un
repertorio humorístico que comparte patalla con Sigourney Weaver,
cuyo personaje, más comedido y cabal resulta un contraste con el
resto.
La
película fue un blockbuster de su época y hoy, una de las más
recordadas de los ochenta. También, una de las que resume mejor la
actitud, gustos y forma de pensar de entonces. No tanto por la
estética, que en realidad es un poco más neutra, y los vestuarios,
muy clásicos, como correspondería a un reparto adulto y unos
escenarios donde lo que tiene que brillar son los efectos especiales
artesanos. Pero sí lo son los cambios iniciales de guión, a menudo
motivados por razones presupuestarias muy lógicas (la infografía
todavía era ciencia ficción), la actitud profundamente optimista y
también rebelde y defensora del individualismo hasta el absurdo.
Pocas cosas la representan tan bien como la personalidad sinvergüenza
de Peter Venkman, y la caracterización de su antagonista, un
funcionario empeñado en cumplir las normas y del que siempre se
recordarán dos cosas: su presentación caricaturesca del burócrata
enfadado, y que el público, unos años después, se da cuenta que su
personaje solo se limita a hacer bien su trabajo en un entorno donde
todos parecen estar divirtiendo sin pensar en las consecuencias.
Los
efectos especiales, hoy más que superados, consisten en su mayoría
en actores disfrazados, superposiciones en pantalla, decorados a
escala y un croma que ha soportado bastante bien los años. No son,
ni de lejos, impresionantes ni realistas, pero si cuidados y llenos
de inventiva. A fin de cuentas, este fue el guión al que se le
ocurrió utilizar un muñeco gigante como villano final.
Hoy
los Cazafantasmas es, al igual que Legend, La princesa prometida y
muchas otras, una de esas películas que tarde o temprano vuelven a
emitirse en los canales dedicados al cine. Y que tarde o temprano, a
punto de comenzar o ya por la mitad, acabamos viendo de nuevo.
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