De la primera Pacific Rim me pilló por
sorpresa que pudiera tenerme prestando atención de principio a fin
una película de las de “robots gigantes”. No iba a ser imposible
porque el que estaba detrás de la idea era Guillermo del Toro, quien
se las arregla bastante bien con esto de acercarse a las temáticas
que le gustaban de niños y que su público le siga la historia.
Ahora, lo de la secuela parecía un poco más complicado al no contar
con él como director. Quedaba esa duda sobre si la secuela sería al
menos entretenida, una sucesión de robots sin más, o directamente,
un sacacuartos con infografía. Pero cuando entra en juego el día
del espectador, me vuelvo mucho más arriesgada a la hora de decidir
qué voy a ver al cine y qué no.
Si el guión de Del Toro había sido
planteado como una historia independiente, en la que la brecha entre
la tierra y el mundo de los kaijus había sido cerrada y ganada la
lucha entre ambas especies, su secuela aprovecha el truco de ser
siempre posible continuar una historia. Como sea. En este caso, han
pasado diez años desde el último combate. La economía mundial vive
una época próspera gracias a las tareas de reconstrucción (me
imagino que en España los contratistas se estarían poniendo las
botas. Y los ayuntamientos, haciendo rotondas como si no existiera un
mañana), salvo en las zonas más afectadas por la fuerza destructiva
de los kaijus: en la costa del Pacífico sobreviven cientos de
traficantes y contrabandistas de antiguas piezas de jaegers entre los
que se cuentan algunos tan dispares como Jake Pentecost, hijo del
piloto que sacrificó su vida para poder salvar la tierra, y Amara,
una niña capaz de construir y pilotar por sí sola un jaeger. La
suerte de estos cambia cuando son reclutados como piloto y cadete en
uno de los momentos más difíciles para el destino de los jaeger:
estos serán sustituidos por un sistema de drones, haciendo que su
manejo directo sea innecesario y más seguro para los pilotos. Hasta
que nuevos kaijus aparecen haciendo temer que, o bien la brecha se ha
abierto de nuevo, o estos han sido creados por manos humanas.
El guión, en términos generales, no
ha ido del todo mal. Si en la primera parte tenían la habilidad de
expandir un poco el mundo de los kaijus más allá de los robots
gigantes, mostrando de pasada cómo la gente se adaptaba a la
situación, aquí comienzan dedicándole su tiempo a este mismo
aspecto. Si bien de una forma muy ligera, y con bastante sentido del
humor, las zonas más afectadas por lo sucedido son similares a un
área de posguerra donde los límites de la legalidad no están muy
claros. Se nota que pese a quererse tomar el género tan en serio
como se hizo previamente, el enfoque está mucho más pensado hacia
el entretenimiento y todos los públicos: puede haber por ahí un
robot de metros tirando edificios abajo, pero aquí no va a morir
nadie y ante la duda, los personajes no dudan en anunciar que todos
los ciudadanos han sido puestos a salvo. En este caso, no han querido
complicarse con ninguna trama sobre daños colaterales y las batallas
de monstruos son tan limpias como las que podían verse en las series
de los ochenta.
De hecho, esta entrega es la que es
mucho más similar en cuanto a modismos y guiños a su origen
japonés: los nombres son una mezcla muy diversa de raices asiáticas
y alemanas, buscando más la sonoridad que otra cosa, se gritan los
nombres de las armas antes de atacar (aunque en este caso, parece
quedarle al público más claro el motivo que el que podía ser en un
Mazinger Z), e incluso, en un momento dado, la figura de un robot
corriendo con una espada recuerda directamente a una secuencia de
Neon Genesis Evangelion. De los secundarios, en este caso cadetes, se
menciona la conveniencia de su edad para poder adaptarse a sus
máquinas (justificación que se empleaba a menudo en varios animes),
aunque la presencia de estos se queda un poco en la de unos
secundarios correctamente construidos pero que no tienen más
objetivo que el de pilotar un robot para las secuencias finales.
Teniendo en cuenta la temática principal de la pelicula, tampoco
tendría demasiado sentido protestar por eso.
Comparados con estos, cuentan con un
peso mayor dos secundarios de la primera entrega, cuya presencia
tenía cierto punto cómico y que ahora se ve ampliada hasta el punto
de ser el desencadenante de la secuela, aunque también su carácter
en este caso ha sido exagerado desde la última vez, volviéndolos
mucho más estrafalarios: Aunque Gotlieb y Geizler funcionan y acaban
siendo un poco los cerebros que consiguen salvar el día, la forma de
convertir a uno de ellos en antagonista resulta bastante arbitraria,
además de hacer muy evidente algo que se sospechaba desde los
primeros minutos de metraje: la secuela no hacía falta. La historia
estaba cerrada, y hubo que retorcer mucho lo que quedaba de la
anterior para poder justificar una nueva aparición de kaijus y lo
que es peor, directamente asegurarse una puerta abierta a posibles
entregas posteriores.
Pacific Rim: Insurrección era
innecesaria. Pero esto no está reñido con ser una secuela más que
correcta, que sigue perfectamente la estela de su predecesora y
adapta con mucha maña el género de robots y kaijus para un público,
que, si bien nos acercamos a la primera por el nombre de Guillermo
del Toro, no habríamos seguido de la misma forma una saga de robots.
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