La última temporada de Channel Zero ha llegado con algunas diferencias: la tercera entrega se ha adelantado varios meses, frente a su emisión anterior durante octubre. Y pese a seguir basándose cada vez en distintos creepypastas, esta ha sido la versión más libre que ha podido verse hasta ahora.
Estos seis episodios han sido probablemente los que han contado con un componente más sangriento, pese a no parecer que les hayan subido el presupuesto. Para la serie, con las bases ya asentadas, esta falta de medios parece sentarle muy bien: la calidad de imagen poco saturada, el recurrir a exteriores con muy pocos figurantes y unos efectos especiales digitales, normalitos en el peor de los casos, y muy escasos en el mejor, van muy acorde con el estilo breve y el “puede ser o tal vez no” de los creepypastas. Aunque esta vez, comparado con las anteriores, han tirado la casa por la ventana en lo que a efectos se refiere: el argumento tira mucho más hacia el gore, pero también hacia el horror cósmico, por lo que no se escatiman disparos, degüellos, unos cuantos planos de tripas y sobre todo, mucho chroma (o, bueno, su alternativa infográfica) para recrear pasillos interminables y entradas a otras dimensiones. Ha sido la temporada con mayor componente visual de las tres, lo que, en una serie con tantas limitaciones, hace que su atmósfera resulte más extraña: al público tendrá que gustarle mucho esa mezcla de inventiva y efectos limitados, aunque de nuevo, con tres temporadas y una premisa tan concreta, los que se hayan quedado a verla habrán quedado satisfechos en este aspecto.
La historia, creada casi desde cero, también es una mezcla de influencias y temas. O más bien, han metido en la batidora el horror físico de Clive Barker, las referencias a su relato Lo prohibido y a Candyman, a David Cronenberg y como todavía les quedaba sitio, el horror cósmico de H. P. Lovecraft e incluso un par de referencias a Alicia y A través del espejo. Esta última, quizá la más curiosa y a base de guiños: uno de los personajes se llama Alice, pasa hacia otro lado, y mantiene alguna conversación con un secundario que se comunica mediante adivinanzas. El batiburrillo parece un poco inesperado, aunque consigue mantener bien el equilibrio entre dos tramas muy distintas: el terror más realista, mediante el escenario compuesto por la parte más deprimida de una ciudad y la enfermedad mental que pesa sobre las protagonistas, y el sobrenatural, encarnado por una familia de caníbales que, además de ofrecer una completa parodia del entorno idílico de los cincuenta, están muy bien dibujados para el poco tiempo que pueden tener cada uno en pantalla. Si ver a Rutger Hauer como patriarca de la familia es un lujo, también es divertidísimo la interpretación que ofrece uno de sus hijos mayores, encarnando a la versión más monstruosa de los antagonistas.
In Heaven, everything is fine…
La temporada acaba sufriendo los mismos defectos que las anteriores. Por un lado, los seis episodios se hacen demasiado largos para lo que quieren contar, y acaban perdiendo uno y medio con secuencias oníricas donde pretenden lucir no se sabe muy bien el qué, y donde, por lo limitado de los medios, acaba haciendo que este pase de lo interesante a lo cutre. Además de contar con unas protagonistas que, pese a estar correctamente caracterizadas, es difícil empatizar con ellas, acabando por llevarse las simpatías de la trama los secundarios.
Lo que empezó con una premisa muy pensada para poder sacar adelante una serie de terror sin demasiadas dificultades ha conseguido no solo sacar tres temporadas, sino que la última haya sido de lejos la mejor de todas. Aunque para esto tuvieran que separarse casi por completo de la historia original. Por lo menos, una cuarta temporada está asegurada.
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