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lunes, 12 de septiembre de 2016

La maldición de las brujas (1990). Cuando el cine infantil chocó con Roald Dahl


Dahl no es un extraño a las adaptaciones cinematográficas. De hecho, cuenta con más de las que conocía, al haberse dedicado también a escribir relatos para un público adulto. Pero las más conocidas siguen siendo sus novelas para niños, siempre marcadas por un gran conocimiento del mundo infantil, no siempre idílico y a veces un poco macabro, y por una buena dosis de mala baba. A veces se capturó perfectamente en versiones como Matilda o James y el melocotón gigante, pero otras no convencieron a su autor pese al éxito de público. Es difícil estar de acuerdo con él cuando Gene Wilder siempre será nuestro Willy Wonka, pero la versión cinematográfica de Las brujas es uno de esos casos en que todo va bien hasta que aparece de lleno el motivo de disgusto de su autor.

 


Las brujas de Roald Dahl no son como las de los cuentos. No se distinguen de cualquier mujer normal, salvo por un detalle: son calvas, aunque cualquier peluca puede disimularlo fácilmente. Y también odian a los niños. Tanto, que dedican sus vidas a eliminaros de un modo u otro: las brujas están detrás de los niños que desaparecen y de los que no vuelve a saberse, cuando no buscan maneras más creativas de aniquilarlos. Muy poca gente sabe de su existencia y toma las precauciones necesarias, como la abuela del protagonista, quien procura que su nieto conozca todo lo relativo a estas y a su organización, como la existencia de la Reina de las Brujas y sus reuniones periódicas donde comparten métodos e ideas para eliminar a los niños. Lo que no imaginaban ambos es que unas aburridas vacaciones en un hotel, recomendadas por el médico de la familia, los llevaría a encontrarse con la convención que estas celebran en el mismo lugar y comprobar, de primera mano, el sistema definitivo que estas han ideado contra los niños.

 



Como adapción en general, no habría ninguna queja: la historia, destinada a un público muy joven, se mantiene dentro del rango de los 90 minutos, que entonces era habitual. Suficiente para incluir los elementos clave de la trama: una introducción sobre las brujas y su mundo, los personajes y sus aventuras. Estas transcurren con rapidez, sin alargar las escenas de acrobacias o cómicas para alardear de medios técnicos, pero sin que impidan apreciar la artesanía de sus efectos o determinadas secuencias donde se muestra el aspecto más grotesco de las brujas. No es una versión completamente literal, al quedarse fuera un capítulo introductorio mucho más largo, descripciones de pócimas tan estrafalarias como las que solía inventar Dahl e incluso las canciones de las brujas, que forman parte del libro. Pero en su mayor parte, conserva perfectamente el espíritu de la historia, su humor e incluso sus toques de terror, de una manera tan efectiva que me hace preguntarme por qué las 250 páginas de Harry Potter necesitaron un guión de dos horas y media.

 


A nivel de producción, tampoco se escatimó calidad. Solo el reparto adulto cuenta con la actriz sueca Mai Zetterling como una abuela entrañable y decidida, además haber sido elegida con bastante ingenio (la acción transcurre entre Noruega e Inglaterra). Rowan Atkinson muestra una comicidad como prototipo de inglés servil y estirado, pero el papel más memorable es el de Anjelica Huston como Reina de las brujas. Con un acento digno de una película de espías, alterna sus apariciones caracterizada de mujer fatal con la de bruja de cuento bajo capas de latex. Todo un personaje al que no le falta, como a buena bruja, un rollizo gato negro al que adora…¡Si es que estas señoras dedicarán su vida a borrar a todos los niños de la faz de la tierra, pero tienen muy buen gusto a la hora de elegir a sus mascotas!  Los actores infantiles, unicamente dos, no salen tan bien parados en comparación: si bien el papel de Bruno Jenkins es bastante más natural y divertido, el protagonista mantiene en muchos momentos una voz bastante neutra o forzada, algo más propia de un dibujo animado.

 
Lo mismo puede decirse de los efectos especiales, algo de esperar con el equipo de Jim Henson: desde la reina de las brujas hasta las transformaciones, donde no se escatiman diseños monstruosos, hasta las escenas de los dos ratones, donde la movilidad que muestran las marionetas es todo un ejercicio de artesania. Estas, combinadas con el trabajo de caracterización de las brujas, el carácter de fábula que se mantiene, e incluso las dosis de humor negro para los adultos (cortesía del gerente interpretado por Rowan Atkinson y una de sus empleadas)  la convierten no solo en una buena película para todos los públicos, sino en una buena adapción.

 
 



O la habrían convertido. Porque pese a todo lo que se muestra y establece previamente, como la maldad de los personajes  o lo irremediable de la situación, el guión opta por un final feliz completamente opuesto al original y que hace perder los matices que este tenía. Frente al protagonista convertido en ratón, y a la espera de una vida donde, como él expone, no tendrá que crecer, ni, como se intuye,  afrontar la muerte de sus seres queridos, se sustituye por un giro de último momento donde este es mágicamente devuelto a su estado inicial. Por un personaje creado específicamente con esta función y que nisiquiera tiene demasiados motivos para sufrir esa trasformación.

 

Dicen que los niños prefieren ver un final feliz, o al menos, uno que puedan comprender mejor y que no les inquiete. Seguro que algún pedagogo apoya esta teoría. Pero cuando ví La maldición de las brujas con poco más de 8 años, conociendo el libro de antes, la sensación que me produjo fue la contraria: que me estaban mintiendo, dándome otra versión porque se supone que la verdadera no era adecuada. Esto no quiere decir que sea una mala película. En realidad es fantástica, no solo una buena adapción sino que hoy podría ser un clásico del cine infantil. E incluso en ese final montado procuran aportarle los soportes necesarios para que no resulte tan forzado. Pero le queda, en los últimos minutos de metraje, esa impresión de haber podido ser una historia más auténtica.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

¡Mitiquísima película! Creo que con ésta y 'Matilda' muchos nos acercamos a la obra de Roald Dahl. Mención aparte sus relatos, con un humor negrísimo muy mala leche.

Renaissance dijo...

Precisamente el otro sábado me encontré con Matilda a punto de empezar, y ahí me quedé a verla. Ambas me gustaron mucho pese al cambio de final que se marcaron en La maldición de las brujas. También pude encontrar hace algunos años un tomo recopilando todos los relatos del autor, que disfruté muchísimo.

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