Dahl no es un extraño a las adaptaciones cinematográficas.
De hecho, cuenta con más de las que conocía, al haberse dedicado también a
escribir relatos para un público adulto. Pero las más conocidas siguen siendo
sus novelas para niños, siempre marcadas por un gran conocimiento del mundo
infantil, no siempre idílico y a veces un poco macabro, y por una buena dosis
de mala baba. A veces se capturó perfectamente en versiones como Matilda o
James y el melocotón gigante, pero otras no convencieron a su autor pese al
éxito de público. Es difícil estar de acuerdo con él cuando Gene Wilder siempre
será nuestro Willy Wonka, pero la versión cinematográfica de Las brujas es uno
de esos casos en que todo va bien hasta que aparece de lleno el motivo de
disgusto de su autor.
Las brujas de Roald Dahl no son como las de los cuentos. No
se distinguen de cualquier mujer normal, salvo por un detalle: son calvas,
aunque cualquier peluca puede disimularlo fácilmente. Y también odian a los
niños. Tanto, que dedican sus vidas a eliminaros de un modo u otro: las brujas
están detrás de los niños que desaparecen y de los que no vuelve a saberse,
cuando no buscan maneras más creativas de aniquilarlos. Muy poca gente sabe de
su existencia y toma las precauciones necesarias, como la abuela del
protagonista, quien procura que su nieto conozca todo lo relativo a estas y a
su organización, como la existencia de la Reina de las Brujas y sus reuniones
periódicas donde comparten métodos e ideas para eliminar a los niños. Lo que no
imaginaban ambos es que unas aburridas vacaciones en un hotel, recomendadas por
el médico de la familia, los llevaría a encontrarse con la convención que estas
celebran en el mismo lugar y comprobar, de primera mano, el sistema definitivo
que estas han ideado contra los niños.
Como adapción en general, no habría ninguna queja: la
historia, destinada a un público muy joven, se mantiene dentro del rango de los
90 minutos, que entonces era habitual. Suficiente para incluir los elementos
clave de la trama: una introducción sobre las brujas y su mundo, los personajes
y sus aventuras. Estas transcurren con rapidez, sin alargar las escenas de
acrobacias o cómicas para alardear de medios técnicos, pero sin que impidan
apreciar la artesanía de sus efectos o determinadas secuencias donde se muestra
el aspecto más grotesco de las brujas. No es una versión completamente literal,
al quedarse fuera un capítulo introductorio mucho más largo, descripciones de
pócimas tan estrafalarias como las que solía inventar Dahl e incluso las
canciones de las brujas, que forman parte del libro. Pero en su mayor parte,
conserva perfectamente el espíritu de la historia, su humor e incluso sus
toques de terror, de una manera tan efectiva que me hace preguntarme por qué
las 250 páginas de Harry Potter necesitaron un guión de dos horas y media.
A nivel de producción, tampoco se escatimó calidad. Solo el
reparto adulto cuenta con la actriz sueca Mai Zetterling como una abuela
entrañable y decidida, además haber sido elegida con bastante ingenio (la
acción transcurre entre Noruega e Inglaterra). Rowan Atkinson muestra una
comicidad como prototipo de inglés servil y estirado, pero el papel más
memorable es el de Anjelica Huston como Reina de las brujas. Con un acento
digno de una película de espías, alterna sus apariciones caracterizada de mujer
fatal con la de bruja de cuento bajo capas de latex. Todo un personaje al que
no le falta, como a buena bruja, un rollizo gato negro al que adora…¡Si es que
estas señoras dedicarán su vida a borrar a todos los niños de la faz de la
tierra, pero tienen muy buen gusto a la hora de elegir a sus mascotas! Los actores infantiles, unicamente dos, no
salen tan bien parados en comparación: si bien el papel de Bruno Jenkins es
bastante más natural y divertido, el protagonista mantiene en muchos momentos
una voz bastante neutra o forzada, algo más propia de un dibujo animado.
Lo mismo puede decirse de los efectos especiales, algo de
esperar con el equipo de Jim Henson: desde la reina de las brujas hasta las
transformaciones, donde no se escatiman diseños monstruosos, hasta las escenas
de los dos ratones, donde la movilidad que muestran las marionetas es todo un
ejercicio de artesania. Estas, combinadas con el trabajo de caracterización de
las brujas, el carácter de fábula que se mantiene, e incluso las dosis de humor
negro para los adultos (cortesía del gerente interpretado por Rowan Atkinson y
una de sus empleadas) la convierten no
solo en una buena película para todos los públicos, sino en una buena adapción.
O la habrían convertido. Porque pese a todo lo que se
muestra y establece previamente, como la maldad de los personajes o lo irremediable de la situación, el guión
opta por un final feliz completamente opuesto al original y que hace perder los
matices que este tenía. Frente al protagonista convertido en ratón, y a la
espera de una vida donde, como él expone, no tendrá que crecer, ni, como se
intuye, afrontar la muerte de sus seres
queridos, se sustituye por un giro de último momento donde este es mágicamente
devuelto a su estado inicial. Por un personaje creado específicamente con esta
función y que nisiquiera tiene demasiados motivos para sufrir esa
trasformación.
Dicen que los niños prefieren ver un final feliz, o al
menos, uno que puedan comprender mejor y que no les inquiete. Seguro que algún
pedagogo apoya esta teoría. Pero cuando ví La maldición de las brujas con poco
más de 8 años, conociendo el libro de antes, la sensación que me produjo fue la
contraria: que me estaban mintiendo, dándome otra versión porque se supone que
la verdadera no era adecuada. Esto no quiere decir que sea una mala película.
En realidad es fantástica, no solo una buena adapción sino que hoy podría ser
un clásico del cine infantil. E incluso en ese final montado procuran aportarle
los soportes necesarios para que no resulte tan forzado. Pero le queda, en los
últimos minutos de metraje, esa impresión de haber podido ser una historia más
auténtica.
2 comentarios:
¡Mitiquísima película! Creo que con ésta y 'Matilda' muchos nos acercamos a la obra de Roald Dahl. Mención aparte sus relatos, con un humor negrísimo muy mala leche.
Precisamente el otro sábado me encontré con Matilda a punto de empezar, y ahí me quedé a verla. Ambas me gustaron mucho pese al cambio de final que se marcaron en La maldición de las brujas. También pude encontrar hace algunos años un tomo recopilando todos los relatos del autor, que disfruté muchísimo.
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