Uno de sus ensayos fue un texto alabando la elegancia de los gatos.
Algo pasa con Howard Phillips Lovecraft. Un escritor de
relatos y novelas cortas para revistas de a duro, en plenos años veinte, se
convierte en un referente de la literatura de terror posterior. Sus criaturas,
ciudades y libros de magia, en un universo propio a la altura de la propia
Tierra Media de Tolkien o del Sherlock Holmes de Conan Doyle (además, en más de
un pastiche a este también lo han mezclado con el mundo de Lovecraft). Es cierto
que no fue solo obra suya, que sus colegas escritores aportaron nuevos
elementos, y que fue August Derleth quien puso más empeño en sacar adelante su
producción tras su muerte. Pero de poco valdría este esfuerzo si no fuera por
el talento, o la fascinación que este acabaría despertando en sus lectores. Fascinación
bastante contagiosa, porque no puedo evitar emocionarme cuando veo a algún
chaval de 15 años interesándose por el autor o preguntándome por cual debería empezar.
Sí, queda un poco rancio, pero si no me siguiera gustando, ni me habría leído
toda su bibliografía, unos cuantos pastiches, ni estaría escribiendo esto.
Hoy, lo que más me sorprende, incluso más que los Mitos de
Cthulhu o cómo el Necronomicon, ese libro de hechizos inventado, llegó a
figurar como ficha en alguna biblioteca, es la figura del propio Lovecraft. Y cómo
un tipo, al que describen como recluso, asocial, racista hasta el extremo,
amante de los gatos (solo por eso me cae el doble de bien), pero también con un
gran sentido del humor y buen amigo de escritores como Robert E. Howard llegó a
convertirse en parte de los propios Mitos de Ctulhu. Muchos autores se animaron
a incluir no solo a los monstruos creados por él, sino al propio escritor como
parte de este universo. Esto es algo que se ha dado con otros escritores: Edgar
Allan Poe resolvía crímenes en The Raven, del 2011 y Franz Kafka se enfrentaba
a sus pesadillas burocráticas en La verdad oculta (película que recomiendo, y
mucho). Pero estos son casos muy puntuales y no han llegado a tener el carácter
tan habitual como el de H. P. Lovecraft, que ha debido aparecer como
protagonista o personaje, en más de una docena de libros, comics y películas,
que recuerde. Algunas, por desgracia, malas con avaricia, y eso que en
Necronomicon, era Jeffrey Combs el que se encargaba de interpretarlo….disfrazado
de Indiana Jones y leyendo historietas del propio libro de los muertos como si
de un tebeo de Cuentos de la
Cripta se tratase.
Al empezar a leer Los nombres muertos, de Jesús Cañadas, me
acordé de todas estas apariciones anteriores del autor, y en concreto, de un
libro en el que H. P. L. también aparecía como protagonista en una historia un
tanto improbable. El libro de Lovecraft,
de Richard A. Lupoff, opta por un argumento realista, olvidándose de los Mitos
y de cualquier elemento fantástico…aunque ahí se queda el realismo. En realidad
se trata de una novela de aventuras y un poco de ciencia ficción. En ella,
Lovecraft recibe la oferta de publicar sus cuentos en volúmenes, con el
reconocimiento y los ingresos extra que esto implica. A cambio, tendría que escribir
un manifiesto de carácter fascista que debería convertirse en el Mein Kampf
estadounidense. Sabiendo las tendencias xenófobas del escritor, un poco
idealizadas por él, no le parece una mala idea. Pero sus compañeros conocen un
poco más estas corrientes que se desarrollan durante los años treinta, y no
dudarán en advertirle contra su benefactor. El cambio de opinión a este último
no va a sentarle muy bien.
Después de haber visto y leído bastante material de carácter
fantástico, la novela de Lupoff resulta bastante más original: no recurre a
mezclar realidad y ficción sino que crea una aventura protagonizada por un
escritor de novelas pulp, que resulta ser el autor al que todos conocemos. Y,
al menos hasta la parte final, esta resulta bastante adecuada a cómo podría
comportarse un tipo normal (tirando a raro) ante una situación que pasa de
convertirse en algo corriente, relacionado con temas políticas, a un escenario
pulp con espías, persecuciones e incluso secuestros que, tomando como base la
historia oficial, nadie acaba conociendo excepto los propios personajes. Pero
estos tienen un defecto: la aparición excesiva de gentes relacionadas con el protagonista: escritores
pulp, su exmujer e incluso el propio Houdini (para quien H. P. L trabajó como
negro y describe como un tipo insufrible). Era de esperar que en una historia
ambientada en esta época concreta, aparecieran sus allegados, pero lo de
recurrir también a famosos, u otros que poco tuvieron que ver, es un truco que
no funciona muy bien. El propio Lovecraft, aunque tiene una caracterización
bastante correcta, resulta bastante neutro a la hora de actuar y hablar, por lo
que se hubiera agradecido algo más de esfuerzo a la hora de darle vida a su
protagonista.
Aún con sus defectos, cuenta con detalles que me parecieron
tremendamente divertidos, tiene muy buen ritmo y el hecho de que todavía la
recuerde pese a haberla leído hace unos nueve años habla a favor de ella. Y si
me he enrollado tanto hablando de Lovecraft, es porque en un principio pretendía
hablar al menos de dos de los libros protagonizados por el escritor, pero con
todo esto, la entrada se me ha alargado un poco.