Como dijo Roy Batty, he visto cosas que vosotros no creeríais. Y lo de las naves más allá de Orión es una minucia comparado con poder volver al cine por menos de 500 pesetas. O 2.90 €, que es como ha quedado el precio de las entradas hasta este miércoles, con una promoción que intenta mantener un mínimo de gente en las salas. La cosa algo de truco tiene, coincide justo cuando no se estrena nada que pudiera interesarme: Insidious 2 va el viernes, Thor, la semana que viene, y como Hewl es un soso, tampoco podía ir a hacer el cafre en Las brujas de Zugarramundi. En realidad en cartelera ya había un par de películas de las que irán a los Oscars y alguna otra con buenas críticas, pero parece que el cine de calidad y yo no vamos en la misma dirección.
La cosa quedaba en dos opciones: Una cuestión de tiempo, la comedia romántica con viajes temporales, y Prisioneros, un thriller policiaco. De la primera no me gusta el género, y tuve suficiente con La mujer del viajero en el tiempo para comprobar que la ciencia ficción y las historias de amor no funcionan bien juntas (a menos que te llames Stefe Moffat y trabajes de guionista en Doctor Who). De la segunda, tampoco es que haya visto muchas de investigación pero, con el truco de la entrada reducida, es imposible no acordarse de una época en la que se podía ir al cine como alternativa para pasar la tarde.
La trama de prisioneros es bastante adecuada para inquietar a los padres que se encontraran en la sala: dos matrimonios celebran acción de Gracias junto a sus hijos, cuando en un corto paseo de las dos niñas pequeñas, desaparecen. El único sospechoso es el dueño de una caravana, un chico retrasado del que la policía retira pronto los cargos. Uno de los padres, carpintero de profesión y aficionado al supervivencialismo, tiene motivos para creer que este miente y decide encontrar a su hija por su cuenta. Tras secuestrarlo, intenta por todos los medios y torturas posibles obtener una confesión, mientras el policía encargado del caso encuentra una serie de pistas indicando que este, y otros secuestros en décadas anteriores, están relacionados entre sí.
El argumento, a grandes rasgos, podría pasar por un guión de telefilme de los del domingo por la tarde. La diferencia con estos es cómo se desarrollan los elementos principales, desde su ambientación, trasfondo y caracterización de los personajes, que sin duda es lo más interesante. Lo más notable es la interpretación de Hugh Jackman como protagonista, con las referencias a la cultura
supervivencialista, un poco suavizada, su obsesión con proteger a su familia y cómo esto hace que sea capaz de saltarse unos cuantos principios éticos. El policía a cargo de Jake Gyllenhaal tiene su parte mediante detalles acerca de su vida y personalidad que se van filtrando a través de los diálogos y su caracterización: la referencia a su infancia en un orfanato, su pinta de exmacarra y su carrera profesional en casos de niños desaparecidos, hacen pensar un poco si este personaje no daría para una serie de dos o tres thrillers. Y Paul Dano, el sospechoso y dueño de la caravana, interpretó el año pasado al protagonista de
Ruby Sparks, aunque desde entonces ha debido comer bastante bien porque me ha costado bastante reconocerlo.
Una de las partes más disfrutables es la ambientación, en un pueblo de Pennsylvania bastante desierto. O más bien, desvencijado: las casas se caen a pedazos e incluso los personajes tienen bastante pinta de estarlo pasando mal con la crisis económica. Además, la investigación del agente lo lleva a recorrer las casas de unos cuantos pederastas que aporta un miedo bastante real a la película. Parte de la trama principal es el elemento religioso, que forma parte de varios personajes, bien como forma de no perder la esperanza, o retorciéndola de forma que se vuelva algo amenazador (de hecho uno de los pederastas a los que interroga el policía es un sacerdote).
Aunque el drama correspondiente al protagonista y su interrogatorio mantenga el interés durante todo el metraje, la parte policiaca acaba perdiendo fuelle una vez que se terminan de atar los cabos. Podría haber tenido una resolución algo más concreta, pero optan por alargarla incluyendo las correspondientes secuencias de tensión con la policía a punto de no llegar que solo sirve para que empiecen a sobrar minutos. Y aunque la escenografía tuviera su interés, en cierto punto este se pierde por abusar demasiado: a la cuarta o quinta casa estaba bastante perdida y con la sensación de estar viendo un capítulo de Tu casa a juicio o Reformas a lo bestia.
Aún con el final que se alarga demasiado, Prisioneros consigue mantener bastante interés y sobre todo, alejarse del punto de vista telefilmero que me temía en un principio. Además, se trata de una película que probablemente no hubiera visto si no fuera por las circunstancias y el descuento en el cine.
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