Al pensar en las criaturas literarias que nos han acompañado desde el siglo XIX, es imposible no pensar en Frankenstein ,en Edward Hyde como la mitad oscura de Jeckyll, en Griffin descubriendo el secreto de la invisibilidad y por supuesto, en el Conde Dracula pensando en expandir su dominio en Londres desde la ruinosa abadía de Carfax. Reimaginados desde hace ya dos siglos, los seres que han acompañado al lector han hecho que sea fácil olvidar a los que se quedaron en el camino. Algunos de ellos, en su momento, llegaron a ser más famosos que los coetáneos que perduraron. ES más difícil recordar a Raffles que a Sherlock Holmes, y en el caso de Richard Marsh, su novela más conocida, superior en ventas a Dracula, desapareció de las imprentas durante años.
El escarabajo comienza con un hombre que deambula por las calles de Londres en busca de refugio. Los albergues están llenos y la ciudad no es lugar para los desfavorecidos (ahora, tampoco). Una casa vacía en las afueras le ofrece el cobijo que necesita, pero también es el comienzo de la venganza que ha tramado durante años la criatura que se oculta allí. Tras convertir al desafortunado Holt en su esclavo mediante algo parecido al hipnotismo, o una extraña fuerza de voluntad, este llevará al político Lesshingam el mensaje del que este ha huido hasta ahora: el regreso del escarabajo. El hijo de Isis, una criatura andrógina e inhumana que pondrá en peligro su vida, pero también la de su prometida y la de Sidney Atherton, el científico que compite por el afecto de la joven y que deberá dejar de lado su rivalidad si quieren acabar con la amenaza que se esconde en las zonas olvidadas de Londres.
Publicada anteriormente por entregas antes de su recopilación, y conocida la proximidad temporal de esta con Dracula, es inevitable no pensar en las similitudes existentes entre ambas, un reflejo de los gustos y tendencias de los lectores de la época. Dividida en cuatro partes, cada una narrada en primera persona por los protagonistas que se ven afectados por los sucesos, esta estructura se cierra con una parte final narrada por un personaje secundario en comparación al resto, el detective Augustus Champnell, recurrente en los relatos policíacos del autor, que hace que su desenlace resulte un poco fuera de lugar respecto al desarrollo de la trama, al incluir una cuarta voz desconocida hasta ahora y que cambia bastante el tono que venía manteniéndose en la narración. Esta última parte, además, no resulta un final demasiado satisfactorio, constituyendo una sucesión de persecuciones en Londres donde el antagonista se limita a huir y coger el tren como un vulgar ratero, y que da la impresión de buscar un final un poco porque había que ir terminando la historia.
El mayor parecido con la obra de Stoker es precisamente el villano. Al igual que el Conde, este representa la amenaza del exterior (especialmente, de los países no civilizados según su visión del mundo). Uno, además de monstruoso, profundamente perturbador en su naturaleza indefinida e insectoide, donde la forma de arrastrarse sobre sus víctimas, en su encarnación de coleóptero, da lugar a un doble sentido más que evidente. Y que sin duda, hoy es lo más rescatable de la novela. De este no llega a quedar claro su origen ni aclaración de sus facultades, sino es el de venir de un lugar antiguo, desconocido y con gran fascinación para los lectores británicos como era Egipto y que, una vez descubierto, solo le queda regresar a su entorno original, desarrollando de esta forma una trama que comienza con el descubrimiento de un mal externo oculto en el interior de la ciudad que es finalmente expulsado.
Uno de los aspectos más interesantes en la trama, dentro de lo que el autor podía permitirse, es mostrar las grietas en un sistema y en la moralidad de sus personajes. El detonante de la narración es el desamparo de una persona víctima primero de un entorno despiadado, y después de una criatura monstruosa. La aparición de esta misma ha sido provocada por la imprudencia juvenil de un eminente político, hoy perseguido por las consecuencias de esta. El avance técnico del científico, cuya caracterización roza la sociopatía, no es otro que una nueva arma, que solo supondrá una mejora a la hora de eliminar enemigos en masa. Aunque en el caso de este último, su papel cono inventor y su creación es uno de los elementos que se olvidan rápido en la trama para convertirlo en uno de los tres héroes improvisados que persiguen al villano.
En esta aproximación a la parte más sombría del entorno de la historia, sorprende también la elección del escenario donde se desarrolla el desenlace, menos conocido para el lector actual: no son las calles del East End, ni un elegante parque salón victoriano, sino las afueras de Londres, descritas como un área despoblada, en vías de urbanización donde edificaciones baratas conviven con terrenos en obras y describe un entorno bastante desolador. E inquietantemente parecido a muchos barrios actuales, cuyo paisaje acaba compuesto por complejos urbanísticos de nueva construcción, descampados pendientes de edificar y carteles que anuncian residenciales en un entorno de ensueño a cinco minutos de la ciudad, creando una extraña familiaridad entre escenarios que hace que su irregular desenlace cuente, aunque sea, con una parte recordable.
Hoy resulta fácil comprender por qué Dracula es el clásico y El escarabajo fue cayendo en el olvido. La obra de Stoker acaba resultando superior en estilo literario, complejidad, y por qué no, en interés de los estudiosos. Pero el silencio en el que fue sumida la novela de Richard Marsh también está injustificada: es sin duda una obra menor y bastante más irregular, pero también una interesante novela de terror con elementos fascinantes. Y cuya lectura produce la impresión de que, además de ser el mejor de los tiempos, y ser el peor de los tiempos, también es uno que sigue pareciéndose al nuestro más de lo que debería.