Si el paso del tiempo y el miedo a envejecer es un temor ya asumido, este tiene mucha más presencia, o más bien, supone una idea constante entre las mujeres: si un hombre envejece como el buen vino o se convierte en un madurito interesante, la alternativa femenina será la de solterona, conservarse bien, o el mundo más vulgar MILF. Al crapulilla de Dorian Gray le podía fastidiar que sus excesos se reflejaran en su rostro, pero el rechazo derivado de haber dejado atrás los mejores años, es mucho mayor para cualquier actriz o modelo. En La muerte os sienta tan bien, el personaje de Meryl Streep visitaba con frecuencia su cirujano plástico, y años después de liftings, botox, hialurónico y colágeno, de pactos fáusticos relatados en clave de comedia, Coralie Fargeat explora, de4sde el horror pero también de forma muy directa, el precio que cualquier mujer está dispuesta a pagar para poder seguir mostrando al mundo su imagen más joven.
Elisabeth Sparkle hace tiempo que ha perdido su chispa. La que antes contaba con una estrella en el paseo de la fama, y un exitoso programa de fitness en televisión, ha sido despedida por su productor, quien le comunica directamente que busca a alguien más joven y deseable. Un accidente de tráfico, ese mismo día, y del que sale afortunadamente ilesa, el ofrece una nueva oportunidad. Pero lejos de tratarse este de un “haber nacido de nuevo”, lo hace en forma de un misterioso conocido como La Sustancia: un activador celular que generará una nueva y mejor versión de quien se lo administre. Como todo tratamiento, este tiene una serie de normas: cada una de las dos versiones podrá mantener una vida autónoma durante siete días, ni más ni menos. Lo que se toma de más una de las dos, se verá reflejado en su otra parte, y pese a que ambas, tanto la usuaria original como el nuevo ser creado a partir de la sustancia, siguen siendo el mismo, estas tienen mentalidad y sentimientos separados. Una norma que esta nueva versión, ante el éxito y una carrera en televisión, no duda en romper en prejudicio de Elisabeth, quien verá como cara minuto robado a sus siete días de existencia dividida, se refleja en su cuerpo. El equilibro entre ambas se romperá muy pronto, en forma de una lucha por la existencia de cada una. Pero este enfrentamiento no impide que para desgracia de estas, la vida de una ya no puede continuar sin la otra.
Con un punto de partida en el que se juega con la línea entre el terror realista y ficción, la película acaba por optar por la segunda opción. Renunciando a aspectos de lógica menor, se centra exclusivamente en los efectos de ese tratamiento milagroso y al relación simbiótica que genera en sus usuarios: no están importante saber el precio de ese producto, como se organizan para la compra, o el resto de aspectos cotidianos, , como el deterioro de su vida y la visión esperpéntica del mundo de Hollywood y lo efímero de la fama. El metraje toma en seguid a un tono irreal, de luces chillonas y escenarios tan extraños como brillantes, reflejados en el apartamento de Elisabeth. Este, distribuido en un pasillo interminable y recovecos en los que ocultar una parte de sí misma, son un reflejo de su psique y del mundo falso y distorsionado en el que se mueve.
A partir de este enfoque, el montaje se convierte en uno de los elementos más importantes, y a la vez, el más destacable. Tanto la iluminación, como los planos que acentúan lo grotesco de una situación o la distorsión en la percepción de su protagonista. Así como los rótulos, que de forma brusca, marcan los puntos de inflexión en la trama. Si el apartamento es uno de los escenarios principales, también lo será, en menor medida, el plató e de televisión y los estudios en los que se mueve la protagonista, caracterizado por el brillo de los focos y de forma análogo al especio al que la protagonista se verá relegada, un interminable pasillo marcado por colores básicos y patrones geométricos. Dentro de este escenario, la principal referencia estética serán los ochenta. La década por excelencia del cuerpo al cuerpo y la cirugía, de los colores chillones y el consumo, pero también la más idealizada en los últimos años en cuanto a nostalgia, se emplea como marco para hacer que la atmósfera, pese a ser claramente contemporánea, sea un tanto intemporal: el programa de su protagonista es de ejercicios aeróbicos que no desentonarían en el espacio de Eva Nasarre, donde las mallas, calentadores y saltos serán posteriormente sustituidas por atuendos más reveladores y coreografías más explicitas una vez Sue, el doble mejorado, tome el control de su vida. Este uso del cuerpo de ambas, como des caras de una misma moneda, marca también la intención critica: con un marcado tono caricaturesco en todos los secundaros y figurantes, este hace hincapié en la fragilidad de la fama, ligada a la juventud, y sobre todo, como este factor afectas especialmente a las mujeres.
La forma de plantearla, directa y sin esconder ese temor al paso del tiempo común a todos, es el segundo aspecto más llamativo: los efectos especiales empleados para reflejar loes estragos de la ruptura del equilibrio muestra de una forma gráfica todo tipo de deformaciones y deterioro que pasan de ser el esperado en la vejez a una transformación monstruosa, donde cualquier intención de mantener esa posible irrealidad viable desaparece para regodearse en un nivel de deformación física directamente gore.
Si bien esta forma de abordarlo, gore y propia del Grand Guignol resulta interesante y novedosa para una producción mayoritaria que va camino de los Oscars, esta, y lo poco convencional de su montaje y planos, es lo único que puede ofrecer. Al trama, en su intento de mantenerse dentro de lo crítico, acaba quedándose en un enfoque de lo más simple: cada escena pretende reflejar, de un modo figurado, esa idea principal del guion y. pero esto acaba siendo evidente en cada diálogo, en cada secundario y en cada encuadre que busque e el público no olvide por un momento, la intención crítica.
Como tiene que estar el patio para ser una sola, y no soportarse
La insistencia en este tema del guion y la fijación por ponerlo de manifiesto en todo momento hace que la sátira se convierta en una explicación continuada, donde muchos planos parecen pensados para seguir recordando a cada minuto la intención de su guionista. En algunos momentos, es fácil imaginársela aporreando el teclado mientras murmura “¡Ja! ¡Seguro que el patriarcado no se esperaba esto!”. Cuando en realidad las secuencias a las que parece prestar menos atención son las que mejor funcionan: uno de los usuarios de la sustancia, mencionando que lo peor es la soledad consecuencia de su tratamiento, la diferencia de actitud de un secundario ante Elisabeth o Sue, o el que cada sustitución entre ambas suponga que el cuerpo de una quede encerrado y desmadejado, y sin el menor respeto por este, en un armario, tienen mucha más fuerza que cualquier representación caricaturesca de un productor baboso.
Pese a que el enfoque físico sea el aspecto que más destaca, este también se convierte en su mayor descalabro: los últimos diez minutos, que intentan ser una representación final de esa crítica al sistema parecen, en realidad, una película de la Troma. Nada menos que diez minutos de humor fuera de lugar, con una criatura monstruosa echando sangre y bilis a chorros ante un escenario en el que solo falta el Vengador Tóxico pasando la mopa. Una secuencia larga, que aunque confirma la intención de la trama de separarse del horror realista y acercase más a la crítica surrealista, se queda en un cierre excesivo, donde la exageración intenta compensar un mensaje desarrollado de una forma simplista.
La sustancia, con toda su intención crítica, es una película interesante. Quizá sorprendente para encontrársela como estreno en un cine comercial, pero en su fondo, bastante simple y que acaba perdida en un intento de ejecutar un final impactante, pero que no aporta mucho.